20160708

Aventuras de Rono vol. 3 [episodio 9]

9. RONO EN MADRID

Rono se encontraba mirándose a sí mismo en un pequeño espejo en un pequeño baño en un inmenso avión. Se miraba y se tocaba la cara, pasaba los dedos por su larga barba y por su largo y lacio pelo negro aceite de motor. Pero dónde iba Rono en un avión. Hacia dónde se dirigía es un misterio.
No, mentira. Rono -junto al doctor Barbui y un colaborador muy excéntrico llamado Finstendensen- se dirigía vía aérea hacia Madrid, España.
Raro pero cierto.

- ¿Porqué vamos a España doctor. Yo nunca estuve ahí? -preguntó inofensivo Rono.
Barbui lo miró un momento y luego dijo:
- ¿Se ha puesto una peluca y una falsa barba. Sí. Porqué ha hecho eso. Sí...? -interrogó Barbui.
- Bueno... -comenzó Rono a poner los ojos en blanco- Si a uno no le dejan elegir su propio look, viste, no sé... andátealaputaqueteparió.
- No insulte, por favor. Trate de comportarse. Vamos a ver a una persona importante que lo quiere conocer porque ha ganado un premio -explicó el doctor, frotándose las sienes.
- ¿He ganado un premio? No me jodas ¡No te lo puedo creer! -se emocionó Rono llevándose la mano izquierda al corazón y poniendo cara de conejo herido- ¡he ganado un premio! ¡Al fin, tanto sacrificio y dolor!
- Cállese. Usted no ha ganado nada. Es la persona que vamos a ver. Se trata de un gran creativo y publicista argentino, de Mendoza, que desde hace años vive en Europa y ya ha sido premiado varias veces por sus trabajos. Además – continuó Barbui- es un tipo estupendo. Sí...
Rono quedó un tanto desalentado, pero a la vez aliviado. No hubiese sabido jamás qué hacer si recibía un premio por algo de lo que no tenía la mejor idea que hubiese ocurrido gracias a él.
- ¿Y quién es éste gran creativista, eh? ¿Quién es...? ¿Quién es éste gran... grande... creativador que ha ganado premios...? Eh? -preguntó Rono fingiendo interés pero no pudiendo ocultar del todo sus celos de que hubiera alguien más interesante que él mismo... y que encima de todo lo quería conocer.
- ¿Y porqué me quiere conocer, a ver? ¿Porqué me tengo que dejar premiar por un desconocido? ¿qué, ha creado una publicidad sobre mí acaso? -pensó desviando la mirada- Porque eso estaría bueno le digo... -fantas Rono ya, de tanto estar a mucha altura y de tanto aluminio que había ingerido con té de piedra de manzana.
Barbui desabrochó su cinturón de seguridad.
- Haga lo mismo. Hemos llegado.
- Que haga lo mismo. Mire, yo no sé nada de publicismo ni de creatitud, pero...
- Desabróchese el cinturón ¡Vamos! -se exasperó Barbui.

Bajaron del avión y notaron que la prensa estaba esperando a Rono en el aeropuerto. Rono se puso nervioso, no sabría qué decir, qué explicar, su estadía en Madrid, su casamiento fracasado, la localidad donde estaba su perro, porqué le faltaba un canino, en fin... se atemorizó de enfrentar a los periodistas.
La prensa ignoró a Rono, y esperaron que bajara del avión el cantante de Funkkilottagonna, la banda del momento en Madrid.
Rono frunció el ceño y siguió a Barbui y Finstendensen, que había dormido todo el viaje, murmurando cosas extrañas, hacia un coche color corona de pato, como se dice en España, en el cual se encontraba el asistente personal del publicista famoso.
- Doctor Barbui.-saludó Daniel
- Daniel, cómo estás -devolvió el saludo Barbui-. Bueno, éste es Finstendensen, mi colaborador galés, y éste es... bueno, querido Daniel, éste es Rono.
Daniel observó a Rono como un abuelo observa su nieto cuando empieza a caminar. Rono se puso algo tenso.
- ¿Daniel cuánto sos vos?
- ¿Perdón?
- ¿Vos sos el publicano? ¿Eh? ¿Porqué me querés conocer, eh, porque te dieron la medalla?
- El premio -interrumpió Barbui en un gesto de disculpa a favor de Rono.
- No. no. Ja ja ja -rió despreocupadamente Daniel- Yo soy el asistente persona del señor Chacho Pueb. Él es quien lo quiere conocer. Es para hacerle una entrevista personal porque le ha inspirado usted una gran idea al señor Pueb. Y no sabe lo meticuloso que se pone cuando esto pasa. Supo de usted por lo de Vietnam.
- ¿Vietnam? -se sorprendió Rono- Yo nunca estuve en Vietnam...
- Por eso -asintió Daniel-.Suban al coche por favor. Los llevaré a la agencia Del señor Chacho y luego iremos a almorzar a Londres.
- Ah, Londres -suspiró Rono.
- Métase en el auto por favor, sí, metalé -apuró Barbui.

El viaje hacia la agencia fue de unos quince minutos. Rono, Barbui y Finstendensen alucinaron con la ciudad. Sobre todo la parte más antigua. La arquitectura y los espacios.
- ¡Mire eso! -exclamó Rono de repente- ¡Un toro! Debe haber una corrida o algo...
Daniel rió. Barbui ignoró el comentario y Finstendensen peleaba con una mosca que se había metido al coche.
- No hay corridas de toros ahora acá -explicó Daniel, divertido- Y eso que usted vio era un caballo.
- Bueeeeno -se fastidió Rono- un cabaaaallo...
Finstendensen dijo de repente:
- ¡Ahí es!
- Exactamente -asintió Daniel- Ahí es la agencia del señor Pueb. Estacionaré y los llevaré al piso donde los esperan.
- Vale, tío -trató Rono de emular el acento español- Que nos tenemos que ir donde nos esperan, vale... ese hijoputa nos quiere entrevistar, tío, vale...
- Cállese -le pidio, serio ya, Barbui.

Entraron en un edificio remodelado y moderno. Subieron al ascensor y se detuvieron en el décimo cuarto piso. Bajaron y entraron a un pequeño salón de espera donde habían cómodos sillones y varias personas trabajando. Algunas sentadas frente a ordenadores de avanzada, otras simplemente en un escritorio con un teléfono celular en sus manos. Rono se desplomó en el primer sillón que vio.
- Ya vuelvo -dijo Daniel, y desapareció por una puerta de vidrio atomizado.

En eso entró un hombre joven, de aspecto normal, vestido informal y con una cuidada barba de tres o cuatro días. Se acercó a la máquina de café.
- Mirá este gil -comentó Rono- No sabe cómo sacar un café de la máquina.
El hombre aún miraba la máquina y toqueteaba botones, como si fuese la primera vez que se encontraba con una.
Rono habló fuerte, inclinando la cabeza hacia atrás y mirando el techo en un gesto deliberadamente sobrador.
- Tenés que meter una monedaaa, papá... -dijo Rono.
- Una ficha -corrigió Finstendensen- Hay que meter una ficha por la ranura.
- ¿Ah sí? ¿Qué te creés que es, una tragamonedas, que ésto es un casino encubierto para limpiar plata?
- Tragaperras -dijo Finstendensen.
- “Tragaperras” -le hizo burla Rono.
En ese momento una chica de no más de veinte años, muy atractiva y seductora, se acercó a la máquina. Apretó cierto botón y puso un vaso debajo del surtidor de café. El vaso comenzó lentamente a llenarse. El hombre agradeció a la chica y le preguntó su nombre.
- Julieta, señor.
- Ok, gracias Julieta.
Rono miraba a Julieta y le tiritaba el párpado izquierdo sin poder evitarlo.
El hombre se acercó a ellos y saludó.
- Buen día.
- Buen día, señor -respondieron al unísono Barbui y Finstendensen.
- Blueblíaaa -dijo Rono inexplicablemente.
El hombre les sonrió.
- Mi nombre es Horacio Pueb. Chacho me dicen, jeje.
Rono se quedó de una pieza.
- ¿Usted es Chacho? -preguntó Rono emocionado y levantándose del sillón extendiéndole la mano- ¿Chacho Pueb, que me quiere conocer porque gané un premio? y... mire, señor Pueb... yooo... yo amo, yo amo lo publicado. Y los que publican, uh, ni le cuento... todo eso de la... creativisión y esas cosas... big fan, big big fan... -balbuceó Rono, poniéndose a sí mismo en ridículo como de costumbre.
- Ja ja ja -rió Pueb- sabía que usted sería como lo imaginaba, Rono. Por favor -dijo a continuación-, doctor, todos, vengan a mi oficina. Tengo algo que mostrarles ante todo. Síganme, es por ahí.

Pueb se adelantó y saludó a cada uno de los empleados que vio con firme gesto, pero alentador ánimo.
Llegaron a una puerta.
- Pasen -dijo-.
Y pasaron.


La oficina del publicista era bastante amplia. A Chacho Pueb le gustaban los espacios, y tenía uno para cada cosa. Sillones colocados de tal manera que resultaban cómodos y relajantes en las reuniones de tormenta de ideas que realizaba a menudo con sus colaboradores más inventivos y abiertos a las múltiples posibilidades que existen para generar algo nuevo, fresco. Más a la izquierda habían plantas y una biblioteca. Una pantalla en barras color adornaba la atmósfera. Rono fingió ser creativo y espontáneo.

- Sabés quéeechachoo... -se inclinó sobre el curvado escritorio de Pueb-, sabés qué, yo le daría un toque máss... no sé, cómo explicarme...más, hum...artónica entendés...

- No -contestó Horacio mirando a Rono tratando de saber si lo estaba jodiendo o no.

- Bueno, por lo menos sacaría aquél cuadro.

- Eso es una ventana.

- Ah. Ok.

- Rono vamos al grano de porqué estás acá -Chacho le alcanzó un libro y Rono lo agarró al revés.- Quiero que firmemos un contrato. Derechos de autor y publicación entre vos y yo ¿Te puedo tutear?

- ¿Porqué me queres putear? ¿quémierdahiceahora, ah? -se atajó Rono.

El creativo soltó una carcajada.

- No, Rono, tranquilo. Tutear. Que nos tratemos de vos y no de usted.

- Después de usted -le dijo Rono.



Ahora bien, mientras Horacio Pueb y Rono se ponían de acuerdo, Barbui tomó el libro y leyó en la portada de color azul con letras blancas: “Las Aventuras de Rino”. Le gustó el título y le gustó el ligero cambio de nombre. Rino -pensó Barbui- sonaba mejor que Rono. Sonaba más como un sobrenombre. Como "Ringo".



El libro era una idea que se le había ocurrido un día a Chacho Pueb mientras leía en el diario que Rono, un habitante de Mendoza, Argentina, le decía a todo el mundo que había viajado en el tiempo entre otras cosas extrañas. Horacio contactó a Barbui y le propuso la idea de publicar un libro basado en esas cosas, que le habían estado ocurriendo a Rono a lo largo de su vida. Suponía no solo que tendría éxito, sino que tendría éxito solo en Italia, donde se encontraba la marca que financiaba el proyecto, y por lo cual la agencia, a traves de la publicidad, atraía como cliente.
No entendimos mucho esta parte pero... continuemos.



- Vamos a ir fifty-fifty -le explicó Pueb a Rono con la mayor naturalidad y empatía del mundo.

- ¿Porqué? -se calentó Rono- ¿Porqué tengo que aceptar menos de la mitad, ah?

Horacio sonrió.

- No, Rono, vos y yo vamos iguales ¿entendes? El libro está en italiano y ahí vamos a meter la marca como nuestro cliente.

- Eee... perquée...-dijo Rono, sin poder evitar que las palabras salieran de su boca antes de saber qué decía.

- Vamos, Rono. Animáte. Eso sí, vas a tener que ir a las ferias del libro y otros lugares para su presentación y hacer entrevistas y a firmar -le advirtió Pueb A Rono.

- ¿Qué firmar? No no no. Yo no firmo nada. No no no. Ya me engancharon una vez. Presté la firma, nunca me la devolvieron, me tuve que inventar otra...








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