9. RONO EN MADRID
Rono se encontraba
mirándose a sí mismo en un pequeño espejo en un pequeño baño en
un inmenso avión. Se miraba y se tocaba la cara, pasaba los dedos
por su larga barba y por su largo y lacio pelo negro aceite de motor.
Pero dónde iba Rono en un avión. Hacia dónde se dirigía es un
misterio.
No, mentira. Rono
-junto al doctor Barbui y un colaborador muy excéntrico llamado
Finstendensen- se dirigía vía aérea hacia Madrid, España.
Raro pero cierto.
- ¿Porqué vamos a
España doctor. Yo nunca estuve ahí? -preguntó inofensivo Rono.
Barbui lo miró un
momento y luego dijo:
- ¿Se ha puesto una
peluca y una falsa barba. Sí. Porqué ha hecho eso. Sí...?
-interrogó Barbui.
- Bueno... -comenzó
Rono a poner los ojos en blanco- Si a uno no le dejan elegir su
propio look, viste, no sé... andátealaputaqueteparió.
- No insulte, por
favor. Trate de comportarse. Vamos a ver a una persona importante que
lo quiere conocer porque ha ganado un premio -explicó el doctor,
frotándose las sienes.
- ¿He ganado un
premio? No me jodas ¡No te lo puedo creer! -se emocionó Rono
llevándose la mano izquierda al corazón y poniendo cara de conejo
herido- ¡he ganado un premio! ¡Al fin, tanto sacrificio y dolor!
- Cállese. Usted no
ha ganado nada. Es la persona que vamos a ver. Se trata de un gran
creativo y publicista argentino, de Mendoza, que desde hace años
vive en Europa y ya ha sido premiado varias veces por sus trabajos.
Además – continuó Barbui- es un tipo estupendo. Sí...
Rono quedó un tanto
desalentado, pero a la vez aliviado. No hubiese sabido jamás qué
hacer si recibía un premio por algo de lo que no tenía la mejor
idea que hubiese ocurrido gracias a él.
- ¿Y quién es éste
gran creativista, eh? ¿Quién es...? ¿Quién es éste gran...
grande... creativador que ha ganado premios...? Eh? -preguntó Rono
fingiendo interés pero no pudiendo ocultar del todo sus celos de que
hubiera alguien más interesante que él mismo... y que encima de
todo lo quería conocer.
- ¿Y porqué me
quiere conocer, a ver? ¿Porqué me tengo que dejar premiar por un
desconocido? ¿qué, ha creado una publicidad sobre mí acaso? -pensó desviando la mirada- Porque eso
estaría bueno le digo... -fantaseó Rono ya, de tanto estar a mucha
altura y de tanto aluminio que había ingerido con té de piedra de
manzana.
Barbui desabrochó
su cinturón de seguridad.
- Haga lo mismo.
Hemos llegado.
- Que haga lo mismo.
Mire, yo no sé nada de publicismo ni de creatitud, pero...
- Desabróchese el
cinturón ¡Vamos! -se exasperó Barbui.
Bajaron del avión y
notaron que la prensa estaba esperando a Rono en el aeropuerto. Rono
se puso nervioso, no sabría qué decir, qué explicar, su estadía
en Madrid, su casamiento fracasado, la localidad donde estaba su
perro, porqué le faltaba un canino, en fin... se atemorizó de
enfrentar a los periodistas.
La prensa ignoró a
Rono, y esperaron que bajara del avión el cantante de
Funkkilottagonna, la banda del momento en Madrid.
Rono frunció el
ceño y siguió a Barbui y Finstendensen, que había dormido todo el
viaje, murmurando cosas extrañas, hacia un coche color corona de
pato, como se dice en España, en el cual se encontraba el asistente
personal del publicista famoso.
- Doctor
Barbui.-saludó Daniel
- Daniel, cómo
estás -devolvió el saludo Barbui-. Bueno, éste es Finstendensen,
mi colaborador galés, y éste es... bueno, querido Daniel, éste es
Rono.
Daniel observó a
Rono como un abuelo observa su nieto cuando empieza a caminar. Rono
se puso algo tenso.
- ¿Daniel cuánto
sos vos?
- ¿Perdón?
- ¿Vos sos el
publicano? ¿Eh? ¿Porqué me querés conocer, eh, porque te dieron
la medalla?
- El premio
-interrumpió Barbui en un gesto de disculpa a favor de Rono.
- No. no. Ja ja ja
-rió despreocupadamente Daniel- Yo soy el asistente persona del
señor Chacho Pueb. Él es quien lo quiere conocer. Es para hacerle
una entrevista personal porque le ha inspirado usted una gran idea al
señor Pueb. Y no sabe lo meticuloso que se pone cuando esto pasa. Supo
de usted por lo de Vietnam.
- ¿Vietnam? -se
sorprendió Rono- Yo nunca estuve en Vietnam...
- Por eso -asintió Daniel-.Suban al
coche por favor. Los llevaré a la agencia Del señor Chacho y luego
iremos a almorzar a Londres.
- Ah, Londres
-suspiró Rono.
- Métase en el auto
por favor, sí, metalé -apuró Barbui.
El viaje hacia la
agencia fue de unos quince minutos. Rono, Barbui y Finstendensen
alucinaron con la ciudad. Sobre todo la parte más antigua. La arquitectura y los espacios.
- ¡Mire eso!
-exclamó Rono de repente- ¡Un toro! Debe haber una corrida o algo...
Daniel rió. Barbui
ignoró el comentario y Finstendensen peleaba con una mosca que se
había metido al coche.
- No hay corridas de
toros ahora acá -explicó Daniel, divertido- Y eso que usted vio era
un caballo.
- Bueeeeno -se
fastidió Rono- un cabaaaallo...
Finstendensen dijo
de repente:
- ¡Ahí es!
- Exactamente
-asintió Daniel- Ahí es la agencia del señor Pueb. Estacionaré y
los llevaré al piso donde los esperan.
- Vale, tío -trató
Rono de emular el acento español- Que nos tenemos que ir donde nos esperan,
vale... ese hijoputa nos quiere entrevistar, tío, vale...
- Cállese -le pidio,
serio ya, Barbui.
Entraron en un edificio
remodelado y moderno. Subieron al ascensor y se detuvieron en el
décimo cuarto piso. Bajaron y entraron a un pequeño salón de
espera donde habían cómodos sillones y varias personas trabajando.
Algunas sentadas frente a ordenadores de avanzada, otras simplemente
en un escritorio con un teléfono celular en sus manos. Rono se
desplomó en el primer sillón que vio.
- Ya vuelvo -dijo
Daniel, y desapareció por una puerta de vidrio atomizado.
En eso entró un hombre joven, de aspecto normal, vestido informal y con una cuidada barba de tres o cuatro días. Se acercó a la máquina de café.
- Mirá este gil
-comentó Rono- No sabe cómo sacar un café de la máquina.
El hombre aún
miraba la máquina y toqueteaba botones, como si fuese la primera vez
que se encontraba con una.
Rono habló fuerte,
inclinando la cabeza hacia atrás y mirando el techo en un gesto
deliberadamente sobrador.
- Tenés que meter
una monedaaa, papá... -dijo Rono.
- Una ficha
-corrigió Finstendensen- Hay que meter una ficha por la ranura.
- ¿Ah sí? ¿Qué
te creés que es, una tragamonedas, que ésto es un casino encubierto para limpiar plata?
- Tragaperras -dijo
Finstendensen.
- “Tragaperras”
-le hizo burla Rono.
En ese momento una
chica de no más de veinte años, muy atractiva y seductora, se acercó a
la máquina. Apretó cierto botón y puso un vaso debajo del surtidor
de café. El vaso comenzó lentamente a llenarse. El hombre agradeció
a la chica y le preguntó su nombre.
- Julieta, señor.
- Ok, gracias
Julieta.
Rono miraba a
Julieta y le tiritaba el párpado izquierdo sin poder evitarlo.
El hombre se acercó
a ellos y saludó.
- Buen día.
- Buen día, señor
-respondieron al unísono Barbui y Finstendensen.
- Blueblíaaa -dijo
Rono inexplicablemente.
El hombre les sonrió.
- Mi nombre es
Horacio Pueb. Chacho me dicen, jeje.
Rono se quedó de
una pieza.
- ¿Usted es Chacho?
-preguntó Rono emocionado y levantándose del sillón extendiéndole
la mano- ¿Chacho Pueb, que me quiere conocer porque gané un premio?
y... mire, señor Pueb... yooo... yo amo, yo amo lo publicado. Y los
que publican, uh, ni le cuento... todo eso de la... creativisión y
esas cosas... big fan, big big fan... -balbuceó Rono, poniéndose a
sí mismo en ridículo como de costumbre.
- Ja ja ja -rió
Pueb- sabía que usted sería como lo imaginaba, Rono. Por
favor -dijo a continuación-, doctor, todos, vengan a mi oficina. Tengo algo que
mostrarles ante todo. Síganme, es por ahí.
Pueb se adelantó y saludó a cada uno de los empleados que vio con firme gesto, pero alentador ánimo.
Llegaron a una puerta.
- Pasen -dijo-.
Y pasaron.
La oficina del publicista era bastante
amplia. A Chacho Pueb le gustaban los espacios, y tenía uno para
cada cosa. Sillones colocados de tal manera que resultaban cómodos y
relajantes en las reuniones de tormenta de ideas que realizaba a
menudo con sus colaboradores más inventivos y abiertos a las
múltiples posibilidades que existen para generar algo nuevo, fresco.
Más a la izquierda habían plantas y una biblioteca. Una pantalla en
barras color adornaba la atmósfera. Rono fingió ser creativo y
espontáneo.
- Sabés quéeechachoo... -se inclinó
sobre el curvado escritorio de Pueb-, sabés qué, yo le daría un
toque máss... no sé, cómo explicarme...más, hum...artónica
entendés...
- No -contestó Horacio mirando a Rono
tratando de saber si lo estaba jodiendo o no.
- Bueno, por lo menos sacaría aquél
cuadro.
- Eso es una ventana.
- Ah. Ok.
- Rono vamos al grano de porqué estás
acá -Chacho le alcanzó un libro y Rono lo agarró al revés.- Quiero
que firmemos un contrato. Derechos de autor y publicación entre vos y yo ¿Te
puedo tutear?
- ¿Porqué me queres putear?
¿quémierdahiceahora, ah? -se atajó Rono.
El creativo soltó una carcajada.
- No, Rono, tranquilo. Tutear. Que nos tratemos de
vos y no de usted.
- Después de usted -le dijo Rono.
Ahora bien, mientras Horacio Pueb y Rono se ponían
de acuerdo, Barbui tomó el libro y leyó en la portada de color azul
con letras blancas: “Las Aventuras de Rino”. Le gustó el título y le gustó el ligero cambio de nombre. Rino -pensó Barbui- sonaba mejor que Rono. Sonaba más como un sobrenombre. Como "Ringo".
El libro era una idea que se le había
ocurrido un día a Chacho Pueb mientras leía en el diario que Rono,
un habitante de Mendoza, Argentina, le decía a todo el mundo que había
viajado en el tiempo entre otras cosas extrañas. Horacio contactó a Barbui y le propuso la idea
de publicar un libro basado en esas cosas, que le habían estado
ocurriendo a Rono a lo largo de su vida. Suponía no solo que
tendría éxito, sino que tendría éxito solo en Italia, donde se
encontraba la marca que financiaba el proyecto, y por lo cual la agencia, a
traves de la publicidad, atraía como cliente.
No entendimos mucho esta parte pero... continuemos.
No entendimos mucho esta parte pero... continuemos.
- Vamos a ir fifty-fifty -le explicó Pueb a Rono con
la mayor naturalidad y empatía del mundo.
- ¿Porqué? -se calentó Rono- ¿Porqué tengo que aceptar
menos de la mitad, ah?
Horacio sonrió.
- No, Rono, vos y yo vamos iguales
¿entendes? El libro está en italiano y ahí vamos a meter la marca
como nuestro cliente.
- Eee... perquée...-dijo Rono, sin poder
evitar que las palabras salieran de su boca antes de saber qué
decía.
- Vamos, Rono. Animáte. Eso sí, vas a tener que ir
a las ferias del libro y otros lugares para su presentación y hacer entrevistas y a firmar -le advirtió Pueb A Rono.
- ¿Qué firmar? No no no. Yo no firmo nada. No no
no. Ya me engancharon una vez. Presté la firma, nunca me la
devolvieron, me tuve que inventar otra...