7. RONO Y SU PRIMO HERMANO
Rono se encontraba sentado en la parada de colectivos esperando a su primo hermano Marchello. Llevaba una botella de coca cola vacía, retornable, ya que su primo le había avisado que iba con dos lomitos para cenar. Eran las 22:39 de un martes nada lluvioso.
Finalmente llegó el colectivo que traía a su primo y éste descendió de él alegre y despreocupado como siempre. Rono amaba mucho a su hermano -no le gustaba llamarle primo-y se alegró inmediátamente de verlo. Fueron caminando hasta la plaza para tener una cena al aire libre y no estar encerrados en el departamento tanto. Pero primero fueron a comprar la gaseosa. Entraron en el kiosco frente a la plaza. Rono cargaba el envase. Su primo hermano le preguntó al que los atendía cuánto salía la coca cola retornable. Rono alargó el envase al mostrador.
- No tengo. -dijo el muchacho- Tengo las no retornables...
- Tamádre... -musitó Rono.
- Bueno dáme una de litro -pidió Marchello.
El tipo les indicó que la sacaran de la heladera, pagaron y salieron hacia la plaza nuevamente para sentarse y comer tranquilos.
Pasaron unos 14 minutos cuando vieron que dos perros se les acercaban con la cabeza al acecho y mirada turbulenta.
- ¡Uy no laputamadre nos van a atacar estos perros! -se alarmó Rono.
- Tranquilo -le dijo Marchello.- No nos van a hacer nada...
En ése momento uno de los animales saltó y apolló sus patas delanteras en la espalda de Rono, que estaba sentado en un banco de la plaza.
- ¡Aylapuuuta sacameló sacameló! - gritaba Rono.
El can, rápido como una cobra le arrebató el lomo que estaba en el regazo de Rono y lo devoró en 12 segundos. El otro observaba el lomo de su primo.
- Mirá -dijo tranquilamente Marchello- agarrá la coca y salgamos caminando despacio. No nos van a seguir. Demos una vuelta a la manzana y volvemos...
- Ok -aceptó Rono aún poco convencido.
Salieron caminando. Anduvieron varias cuadras. Caminaron como 20 minutos y los perros seguían atrás.
Rono divisó una luz azul que titilaba a media cuadra de distancia.
- ¡La cana! ¡Digamoslé a los canas que se los lleven laputaqulosparió!
- No seas tan salame -reprobó Marchello- ¿Cómo le vamos a pedir a la policía que nos saque un par de perros de encima, boludo?
Rono asintió. Iban caminando por la avenida 9 de julio.
- ¡Es que ya estamos llegando a la calle 8 de julio y medio! - exclamó Rono sin ninguna razón aparente.
Marchello sonrió.
Finalmente dieron un giro y se escondieron detrás de un escaparate. Así, no sabían bien cómo, habían logrado distraer a los perros y pudieron volver.
Cuando llegaron al edificio Rono se dio cuenta de una gravísima cosa:
- No tengo las llaves.
Su primo se tomaba la cabeza con ambas manos y lo puteaba. Rono puteaba a los perros, los lomos, la coca, la policía, la calle, las llaves...
- ¿Qué hacemos, cómo entramos ahora? -preguntó Marchello.
Rono penso un breve instante.
A los 35 minutos se le ocurrió una solución: tocar el portero del encargado del edificio y pedirle que les abriera. Lo hicieron. El encargado les atendió de humor un poco... bueno, digamos que sombrío e irritado a la vez. Rono estaba seguro de que había dejado sin cerrar la puerta al departamento, pero debían ingresar al edificio.
El encargado bajó y pudieron entrar y subir. Rono tiritaba de angustia y miedo. Marchello lucía tranquilo, pero enfadado con Rono.
Ya dentro del departamento, se sentaron en la mesa. Luego Rono se paró y caminó hasta la puerta y ahí las vio.
Las llaves estaban puestas del lado de adentro.
Rono se encontraba sentado en la parada de colectivos esperando a su primo hermano Marchello. Llevaba una botella de coca cola vacía, retornable, ya que su primo le había avisado que iba con dos lomitos para cenar. Eran las 22:39 de un martes nada lluvioso.
Finalmente llegó el colectivo que traía a su primo y éste descendió de él alegre y despreocupado como siempre. Rono amaba mucho a su hermano -no le gustaba llamarle primo-y se alegró inmediátamente de verlo. Fueron caminando hasta la plaza para tener una cena al aire libre y no estar encerrados en el departamento tanto. Pero primero fueron a comprar la gaseosa. Entraron en el kiosco frente a la plaza. Rono cargaba el envase. Su primo hermano le preguntó al que los atendía cuánto salía la coca cola retornable. Rono alargó el envase al mostrador.
- No tengo. -dijo el muchacho- Tengo las no retornables...
- Tamádre... -musitó Rono.
- Bueno dáme una de litro -pidió Marchello.
El tipo les indicó que la sacaran de la heladera, pagaron y salieron hacia la plaza nuevamente para sentarse y comer tranquilos.
Pasaron unos 14 minutos cuando vieron que dos perros se les acercaban con la cabeza al acecho y mirada turbulenta.
- ¡Uy no laputamadre nos van a atacar estos perros! -se alarmó Rono.
- Tranquilo -le dijo Marchello.- No nos van a hacer nada...
En ése momento uno de los animales saltó y apolló sus patas delanteras en la espalda de Rono, que estaba sentado en un banco de la plaza.
- ¡Aylapuuuta sacameló sacameló! - gritaba Rono.
El can, rápido como una cobra le arrebató el lomo que estaba en el regazo de Rono y lo devoró en 12 segundos. El otro observaba el lomo de su primo.
- Mirá -dijo tranquilamente Marchello- agarrá la coca y salgamos caminando despacio. No nos van a seguir. Demos una vuelta a la manzana y volvemos...
- Ok -aceptó Rono aún poco convencido.
Salieron caminando. Anduvieron varias cuadras. Caminaron como 20 minutos y los perros seguían atrás.
Rono divisó una luz azul que titilaba a media cuadra de distancia.
- ¡La cana! ¡Digamoslé a los canas que se los lleven laputaqulosparió!
- No seas tan salame -reprobó Marchello- ¿Cómo le vamos a pedir a la policía que nos saque un par de perros de encima, boludo?
Rono asintió. Iban caminando por la avenida 9 de julio.
- ¡Es que ya estamos llegando a la calle 8 de julio y medio! - exclamó Rono sin ninguna razón aparente.
Marchello sonrió.
Finalmente dieron un giro y se escondieron detrás de un escaparate. Así, no sabían bien cómo, habían logrado distraer a los perros y pudieron volver.
Cuando llegaron al edificio Rono se dio cuenta de una gravísima cosa:
- No tengo las llaves.
Su primo se tomaba la cabeza con ambas manos y lo puteaba. Rono puteaba a los perros, los lomos, la coca, la policía, la calle, las llaves...
- ¿Qué hacemos, cómo entramos ahora? -preguntó Marchello.
Rono penso un breve instante.
A los 35 minutos se le ocurrió una solución: tocar el portero del encargado del edificio y pedirle que les abriera. Lo hicieron. El encargado les atendió de humor un poco... bueno, digamos que sombrío e irritado a la vez. Rono estaba seguro de que había dejado sin cerrar la puerta al departamento, pero debían ingresar al edificio.
El encargado bajó y pudieron entrar y subir. Rono tiritaba de angustia y miedo. Marchello lucía tranquilo, pero enfadado con Rono.
Ya dentro del departamento, se sentaron en la mesa. Luego Rono se paró y caminó hasta la puerta y ahí las vio.
Las llaves estaban puestas del lado de adentro.