Las cosas le salían siempre como el orto, pero Rono pensaba que ésta era una vida maravillosa y muy extraña. Algo increíble le sucedía casi siempre, y eso... bueno, entretiene a uno un poco no?
Ahora bien, caminando bajo el túnel de las calles de Monte Carlo iba Rono pensando estas cosas cuando, de repente, como en una sinfonía del gran maestro alemán de toda la música moderna, se detuvo ante un trozo de algo que divisó en el piso. El sol quemaba a la salida del túnel, y se miraba engreído como un dios en el glamoroso espejo azul repleto de yates, cabras, langostinos, etc. Rono no había reparado aún en que había mar ahí, puesto que recién llegaba, y las llegadas de Rono a un lugar, se sabe -capricho de los científicos que lo llevan y lo traen constantemente del pasado, del futuro, de frutilla, de chocolate con dulce de leche...
Rono tomó el pedazo de plástico que resultó ser el coso del piso y lo analizó detenidamente. Dijo para sí mismo:
- Esto es plástic...
[FLAP]
escuchó Rono. Y un coro de sonidos explosivos y metálicos terminaron con el mundo que él pensaba conocer.
Lamentablemente, lo atropelló un auto de carrera. Un fórmula 1. Mirá la ironía. Mismo él, que había sido piloto de pruebas de Renault durante tantas muchísimas horas, terminaba bajo las ruedas de una ferrari, la del pobre Gerhard Berger, que se lo llevó puesto justo antes de la frenada fuerte para entrar a la chicana. Bergher, que estaba en Ferrari en 1994, se sorprendió amargamente de este hecho cuando estaba llegando a la primera curva de la piscina, durante las prácticas del viernes para aquél Gran Premio de Mónaco.
Como esta era la primera vez que Rono sufría un accidente que pusiera en peligro su vida tan seriamente durante un viaje, los científicos -excluído el doctor Barbui porque se encontraba en España- mostraron por primera vez signos de preocupación y consternación en sus rostros al enterarse de lo sucedido. Pero como en la Fórmula 1 el show debe continuar incluso a costo de valiosas vidas, como la de Ayrton Senna y Roland Ratzemberger dos semanas antes en el circuito de Imola, los científicos se miraban para tomar una decisión: rescatar a Rono del pasado y dispensarle una urgente observación médica que permitiera saber si las heridas eran mortales o no, ó bien dejarlo morir ahí en 1994 durante la jornada de prácticas para el GP de Mónaco. Nadie sabría jamás nada.
Y además no consideraban a Rono como una vida taaan valiosa de las que hablábamos antes. Era más bien al pedo sacrificar aquel individuo ¿Para qué? ¿Por la gloria de la ciencia? ¿Por la paz en el mundo? ¿Por la fórmula del flancito Danette? Nooo...
Finalmente, luego de casi 21 segundos, decidieron continuar con el plan principal. El plan principal consistía en hacer volver a Rono de Mónaco y reparar el error ya, no se les fuera a morir en aquél año, que por otro lado fue un año de mierda.
-¿Entuonces Rono no moruía en 1994? -preguntó el perro, ante una pantalla LCD, ahí entre todos los científicos.
Obtuvo un silencio incómodo como respuesta
- Putamuadretambuiénesteconchuduo...
Este lenguaje soez del animal ponía los nervios en punta de los soeces científicos. Uno de ellos abrió una lata de paté con pimienta.
- Conchudo. No digás eso - corrigió al perro la negrita, esposa de Rono, que había estado ausente de lo de Cuba y lo demás por razones que aún no es necesario mencionar. La mujer de Rono hablaba perfectamente ahora -antes era media muda- y se había convertido en la coordinadora general de la vida de su marido. Nada raro en realidad. Pero se ocupaba ella de todo, de sus destinos, de sus regresos, ordenaba los casos alfabéticamente hablando para que el proyecto siempre fuera exitoso. Pero no entendamos exitoso por el éxito personal en las empresas de Rono ni las ambiciones de un grupo de científicos y un doctor chiflado, aunque muy buen tipo. No. Para ella el éxito consistía en que su marido siempre volviera a su lado sano y salvo del trabajo, fuera cual fuere, y siguiera siendo su amado Rono. Y no hay caso, las mujeres hacen eso y pecho, hay que comerselá porque son unas hermosas.
Así que fue la negrita la que cortó la cavilación de los científicos, llamó a Barbui -que estaba en España, sabemos- y la orden de traer a Rono de vuelta inmediatamente se escuchó hasta en la baticueva.
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