7. NUEVO RUMBO (Y NUEVOS ROMBOS)
En un acto de extrema rapidez, Rono salió expulsado de aquella extraña ciudad con su extraña gente y su extraño nombre.
El perro había encontrado un cañón por el que pudieron escapar. Pero ese cañón no era ninguna falla geográfica, como El Cañón del Colorado, por ejemplo. No. Era un viejo cañón de la segunda guerra mundial, abandonado ahí por algunos alemanes que habían decidido andar más livianos.
Rono se metió adentro del tubo, el perro encendió mecha… y luego se introdujo él mismo rápidamente.
¡PAM!
Salieron disparados hacia el cielo claro de la media tarde inalámbrica de La Zona.
Aterrizaron una hora y cuarenta y un minutos más tarde sanos y salvos sobre unos colchones hechos de hojas secas, preparados oportunamente. Barbui estaba de pie al lado de la plataforma de aterrizaje improvisada con un montón de hojas y ramas secas. Soltó un pedo, y luego fue a recibir a su protegido y al perro.
― ¿Cómo llegó? Bien, sí. Hay problemas con el radar… ―comentó Barbui. Rono tenía una hoja de color rosado en la boca. La escupió para poder hablar.
― ¡Estos cañones son una maravilla! ―dijo excitado por el viaje Rono.
― No se crea, no se crea ―negó Barbui― A veces fallan, sí.
― ¿Y cómo sabía que caeríamos acá? ―preguntó Rono con súbito interés―. ¿Y dónde está el perro?
― Allá ―señaló el doctor.
El perro había quedado enterrado en el montón de hojas y le había encantado. Jugaba, sacando la cabeza y enterrándola de nuevo, ladraba alegremente y se revolcaba contento.
― Qué perro idiota ―comentó Rono.
― Ese animal necesita una compañera, sí. Está muy solo…
Rono observó a Barbui y luego al perro, que seguía entretenido con sus hojas secas sin prestarles la menor atención.
― Ese animal necesita una patada ―señaló.
― No sea así, sí. Mire, venga por acá, quiero mostrarle algo ―Barbui tomó a Rono del codo.
― Uynooo…
― Venga, no tema de mí, no me tenga miedo, nada malo le va a suceder ni a usted ni al perro, sí.
― La última vez que escuché eso me habían secuestrado por error, estaba en la loma del orto, en Francia, y este perro forro casi me come vivo porque tomó drogas peligrosas. Me tuvieron que hacer catorce operaciones de estética para reconstruirme la cara ―dijo Rono en un tono suave, melancólico, doloroso e indignado.
― Bueno, sí, pero… no se ponga así, la cara le ha quedado bien. Sí. ―convino Barbui.
Rono torció la boca y miró al doctor de reojo, no muy seguro de si éste le tomaba el pelo o no.
― Ahora venga, quiero que vea esto, que es un gran invento, un gran invento.
Rono pensaba “un gran invento, sí, como la máquina del tiempo esa que me llevó a Jerusalén y casi me linchan, hijodeputa”. Luego miró atrás… y el perro seguía divirtiéndose a base de hojas y ramitas. Bien, pensó Rono, no quería cerca al animal por las dudas de que el nuevo “gran invento” fuera peligroso y el perro se viera involucrado en ello, como había pasado en lo de Jerusalén, entre otras cosas sufridas por Rono. Así que si se iba a meter en un quilombo grande de nuevo, era mejor meterse solo, decidió Rono. El perro sólo acarrearía más problemas. Aunque debía admitir que un par de veces le había sacado del horno justo a tiempo el animal.
Siguió a Barbui a través de un espeso follaje. No tenía ni idea de dónde estaban en realidad.
― ¿Sabe qué? No tengo ni idea de donde estamos en realidad. ¿Dónde estamos en realidad? ―preguntó.
― Venga, venga por acá… sí, cuidado con esa bolsa ―recibió como respuesta.
― Pero quiero saber qué es esto, ¿una isla?
― No importa, sí. Es un lugar, y listo, sí…
― No importa sí las bolas. A mí sí me importa… Porque no quiero despertarme mañana en la casa de Gran Hermano ni nada parecido, me entiende…
― Cuidado con eso, cuidado con eso ―advirtió el doctor.
― ¿Con qué…?
Una antena de estática mental chocó contra Rono sin querer y se le metió en el ojo.
― ¡Ayyylapuuutaaa! ―gritó Rono del dolor y la rabia.
― Jujuju ―rió Barbui divertido.
― ¡No se ría! Se me metió en el ojo, pará…
― Es una antena, no es peligrosa ni contagiosa, sí ―decía Barbui, quitándole importancia al hecho de que Rono se quedaba agachado tapándose un ojo y pronunciando eses hacia adentro. ― Ahora, vea esto, vea lo que he inventado.
Barbui señaló un aparato del tamaño de una caja de zapatos, con botones numéricos y una pantalla de televisión. Rono lo vio con un solo ojo.
― ¿Y qué mierda es eso?
― Ahhh, eso… ―exclamó el doctor con orgullo en su voz― eso es nada más y nada menos que un teléfono, sí. Pero no es un teléfono común, sí…
― No es un teléfono común ―repitió Rono.
― Sí, no es un teléfono común. Se trata de un teléfono que funciona mediante cierta información satelital, ¿comprende? O sea, no hacen falta cables para establecer una comunicación, y uno lo puede llevar consigo adonde lo desee.
Rono contempló el aparato un minuto o dos, luego dirigió su mirada al doctor.
― Dígame, ¿en qué año estamos, doctor?
― 2007, sí.
― Y esto ― Rono señaló el teléfono― es su nuevo “invento”.
― Este es mi nuevo invento, sí. ¿Qué me cuenta, eh? ¿Impresionante, no? Le parece maravilloso, sí…
― Y… ―dudó Rono― Lo único que… los teléfonos móviles se inventaron en 1985 más o menos, doctor…
― ¡No me diga!
― Sí le digo.
― ¿1985?
― 1985. Busque usted mismo en Google. Es más, yo tengo uno y usted tiene otro. Y le aseguro de que son mucho más pequeños y prácticos que esta… caja de zapatos.
Barbui se tornó taciturno, palideciendo lentamente.
― Debe ser la edad, sí. Me estoy poniendo un poco viejo ya… ―adimitió algo resignado.
― Sí. Y choto ―agregó Rono, sin poder evitarlo.
Barbui lo miró con los ojos de un venado joven.
― Es cierto, sí. Ya no estoy a la altura de las circunstancias.
― Bueno, no se ponga así. Y hablando de alturas, ¿me va a decir adónde carajo estamos al final o no?
El doctor murmuraba para sí mismo, algo contrariado. Rono insistió otra vez.
― Doctor…
― Sí.
― ¿Sí qué?
― Si le voy a decir adonde estamos.
― Dígame entonces.
― ¡Espere, espere, shhh… no haga ruido! ¡Son ellos!
― ¿Son quiénes? ―se alarmó Rono moviendo la cabeza en todas direcciones, buscando, con su vista renga, a alguien o algo.
― ¡Al fin! ―exclamó Barbui― No lo puedo creer, sí. ¡No lo puedo creer! Son ellos, son ellos…
― ¡Son quienes laputaquemeparió! No me haga asustar así, por favor se lo pido…
― ¡Los nuevos Renault! La marca del rombo ha sacado autos nuevos, y están buenísimos. Ahí vienen, sí, ahí se escuchan los motores…
El perro, a varios metros de ellos, levantó una sola oreja entre las hojas secas.
En un acto de extrema rapidez, Rono salió expulsado de aquella extraña ciudad con su extraña gente y su extraño nombre.
El perro había encontrado un cañón por el que pudieron escapar. Pero ese cañón no era ninguna falla geográfica, como El Cañón del Colorado, por ejemplo. No. Era un viejo cañón de la segunda guerra mundial, abandonado ahí por algunos alemanes que habían decidido andar más livianos.
Rono se metió adentro del tubo, el perro encendió mecha… y luego se introdujo él mismo rápidamente.
¡PAM!
Salieron disparados hacia el cielo claro de la media tarde inalámbrica de La Zona.
Aterrizaron una hora y cuarenta y un minutos más tarde sanos y salvos sobre unos colchones hechos de hojas secas, preparados oportunamente. Barbui estaba de pie al lado de la plataforma de aterrizaje improvisada con un montón de hojas y ramas secas. Soltó un pedo, y luego fue a recibir a su protegido y al perro.
― ¿Cómo llegó? Bien, sí. Hay problemas con el radar… ―comentó Barbui. Rono tenía una hoja de color rosado en la boca. La escupió para poder hablar.
― ¡Estos cañones son una maravilla! ―dijo excitado por el viaje Rono.
― No se crea, no se crea ―negó Barbui― A veces fallan, sí.
― ¿Y cómo sabía que caeríamos acá? ―preguntó Rono con súbito interés―. ¿Y dónde está el perro?
― Allá ―señaló el doctor.
El perro había quedado enterrado en el montón de hojas y le había encantado. Jugaba, sacando la cabeza y enterrándola de nuevo, ladraba alegremente y se revolcaba contento.
― Qué perro idiota ―comentó Rono.
― Ese animal necesita una compañera, sí. Está muy solo…
Rono observó a Barbui y luego al perro, que seguía entretenido con sus hojas secas sin prestarles la menor atención.
― Ese animal necesita una patada ―señaló.
― No sea así, sí. Mire, venga por acá, quiero mostrarle algo ―Barbui tomó a Rono del codo.
― Uynooo…
― Venga, no tema de mí, no me tenga miedo, nada malo le va a suceder ni a usted ni al perro, sí.
― La última vez que escuché eso me habían secuestrado por error, estaba en la loma del orto, en Francia, y este perro forro casi me come vivo porque tomó drogas peligrosas. Me tuvieron que hacer catorce operaciones de estética para reconstruirme la cara ―dijo Rono en un tono suave, melancólico, doloroso e indignado.
― Bueno, sí, pero… no se ponga así, la cara le ha quedado bien. Sí. ―convino Barbui.
Rono torció la boca y miró al doctor de reojo, no muy seguro de si éste le tomaba el pelo o no.
― Ahora venga, quiero que vea esto, que es un gran invento, un gran invento.
Rono pensaba “un gran invento, sí, como la máquina del tiempo esa que me llevó a Jerusalén y casi me linchan, hijodeputa”. Luego miró atrás… y el perro seguía divirtiéndose a base de hojas y ramitas. Bien, pensó Rono, no quería cerca al animal por las dudas de que el nuevo “gran invento” fuera peligroso y el perro se viera involucrado en ello, como había pasado en lo de Jerusalén, entre otras cosas sufridas por Rono. Así que si se iba a meter en un quilombo grande de nuevo, era mejor meterse solo, decidió Rono. El perro sólo acarrearía más problemas. Aunque debía admitir que un par de veces le había sacado del horno justo a tiempo el animal.
Siguió a Barbui a través de un espeso follaje. No tenía ni idea de dónde estaban en realidad.
― ¿Sabe qué? No tengo ni idea de donde estamos en realidad. ¿Dónde estamos en realidad? ―preguntó.
― Venga, venga por acá… sí, cuidado con esa bolsa ―recibió como respuesta.
― Pero quiero saber qué es esto, ¿una isla?
― No importa, sí. Es un lugar, y listo, sí…
― No importa sí las bolas. A mí sí me importa… Porque no quiero despertarme mañana en la casa de Gran Hermano ni nada parecido, me entiende…
― Cuidado con eso, cuidado con eso ―advirtió el doctor.
― ¿Con qué…?
Una antena de estática mental chocó contra Rono sin querer y se le metió en el ojo.
― ¡Ayyylapuuutaaa! ―gritó Rono del dolor y la rabia.
― Jujuju ―rió Barbui divertido.
― ¡No se ría! Se me metió en el ojo, pará…
― Es una antena, no es peligrosa ni contagiosa, sí ―decía Barbui, quitándole importancia al hecho de que Rono se quedaba agachado tapándose un ojo y pronunciando eses hacia adentro. ― Ahora, vea esto, vea lo que he inventado.
Barbui señaló un aparato del tamaño de una caja de zapatos, con botones numéricos y una pantalla de televisión. Rono lo vio con un solo ojo.
― ¿Y qué mierda es eso?
― Ahhh, eso… ―exclamó el doctor con orgullo en su voz― eso es nada más y nada menos que un teléfono, sí. Pero no es un teléfono común, sí…
― No es un teléfono común ―repitió Rono.
― Sí, no es un teléfono común. Se trata de un teléfono que funciona mediante cierta información satelital, ¿comprende? O sea, no hacen falta cables para establecer una comunicación, y uno lo puede llevar consigo adonde lo desee.
Rono contempló el aparato un minuto o dos, luego dirigió su mirada al doctor.
― Dígame, ¿en qué año estamos, doctor?
― 2007, sí.
― Y esto ― Rono señaló el teléfono― es su nuevo “invento”.
― Este es mi nuevo invento, sí. ¿Qué me cuenta, eh? ¿Impresionante, no? Le parece maravilloso, sí…
― Y… ―dudó Rono― Lo único que… los teléfonos móviles se inventaron en 1985 más o menos, doctor…
― ¡No me diga!
― Sí le digo.
― ¿1985?
― 1985. Busque usted mismo en Google. Es más, yo tengo uno y usted tiene otro. Y le aseguro de que son mucho más pequeños y prácticos que esta… caja de zapatos.
Barbui se tornó taciturno, palideciendo lentamente.
― Debe ser la edad, sí. Me estoy poniendo un poco viejo ya… ―adimitió algo resignado.
― Sí. Y choto ―agregó Rono, sin poder evitarlo.
Barbui lo miró con los ojos de un venado joven.
― Es cierto, sí. Ya no estoy a la altura de las circunstancias.
― Bueno, no se ponga así. Y hablando de alturas, ¿me va a decir adónde carajo estamos al final o no?
El doctor murmuraba para sí mismo, algo contrariado. Rono insistió otra vez.
― Doctor…
― Sí.
― ¿Sí qué?
― Si le voy a decir adonde estamos.
― Dígame entonces.
― ¡Espere, espere, shhh… no haga ruido! ¡Son ellos!
― ¿Son quiénes? ―se alarmó Rono moviendo la cabeza en todas direcciones, buscando, con su vista renga, a alguien o algo.
― ¡Al fin! ―exclamó Barbui― No lo puedo creer, sí. ¡No lo puedo creer! Son ellos, son ellos…
― ¡Son quienes laputaquemeparió! No me haga asustar así, por favor se lo pido…
― ¡Los nuevos Renault! La marca del rombo ha sacado autos nuevos, y están buenísimos. Ahí vienen, sí, ahí se escuchan los motores…
El perro, a varios metros de ellos, levantó una sola oreja entre las hojas secas.
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