20070215

Aventuras de Rono vol.2 [episodio 6]

6. EN EL BAR

A eso de las 7:26 de la tarde, Rono sostenía una agradable conversación con una de las nigerianas… y sostenía un vaso con whisky en la mano. Una de las meseras se le acercó para preguntarle si deseaba otro.
― Sí ―le dijo Rono.
― ¿Jack Daniel’s, no? ―se aseguró la chica.
― Sí.
― ¿Con hielo?
― Sí.
― ¿Doble?
― Sí, dos hielos ―Rono miró a la chica. La chica lo miró a él. Dejó la botella en la mesa.

Por una puerta lateral se introducían al local muchos adolescentes. El escenario estaba armado y habían estado probando sonido durante un cuarto de hora más o menos, Rono no lo podría decir con seguridad. En una media hora el lugar estaba repleto de gente. Las nigerianas dejaron a Rono solo y se las tomaron de ahí inmediatamente. “Ya nos vamos a ver en el hostel” pensó Rono, “Ahí van a ver que… sí, ahí… en el hostel…”. No pudo completar del todo el pensamiento sobre las nigerianas y el hostel, lamentablemente.
Ahora bien, se escuchó una guitarra y unos zumbidos de feedback. Alguien probaba por última vez los micrófonos: uno… uno dos… uno dos tresss… sssí… sssí… Rono se dirigió hacia un costado para ver quienes eran los que tocaban, a lo mejor era una grupo conocido.
― Buenas noiches ―dijo uno― Nosotros somos el grupo Soporte, y vamos a tocar un rato para ustedes. One, two, tres… ¡cuatro!
Y empezaron un tema. Eran pésimos, muy malos. Sonaban como el culo. Rono se aburrió y se marchó del lugar, fastidiado.
Cuando logró salir, vio a José Luis Perales sentado en una mesa de afuera acompañado por otras personas.
― ¡José Luis! ―lo saludó Rono levantando una mano. La bajó inmediatamente y se la tomó con la otra, dolorido ― Aylaputa, me picó una abeja...
Ni lo conocía Rono al cantante español, pero estaba ebrio y estúpido. Perales le devolvió el saludo amablemente con una sonrisa, como haría con cualquiera que lo reconoce por la calle. Rono tomó esto equivocadamente como una invitación y se mandó hacia la mesa del cantante.
― ¡Qué grande José Luis Perales!
― Hola, cómo estás ―dijo cauteloso Perales, sabiendo que algunas personas son peligrosas.
― Bien, bien ―contestó Rono―, acá estamos, ya me estaba yendo. Che y… ¿cuándooo… cuándo cantamos, eh?
― ¿Perdón?
― ¡Perdón! Sí, ésa… ¡Qué temaso, Perdón! Me encanta, me encanta…
José Luis Perales, entre divertido y asustado, miraba a sus amigos. Rono trataba de recordar la letra y la melodía de “Perdón”, la cual no existía, por supuesto.
― No lo recuerdo ―expresó Perales a Rono.
― Yo tampoco, no me puedo acordar del puto tema…
― Quise decir que no lo recuerdo a usted. No lo conozco…
Rono se quedó callado.
―… y tampoco he escrito ningún tema que se llame así, ¿me entiende?
― Claro. Bueno… José Luis, eh… tomemos un trago, ¿qué tomás? Yo invito ―aseguró Rono.
― No, gracias. De verdad ―rechazó con cortesía Perales.
― Me alegro mucho de que nos hayamos visto de nuevo. Se te ve muy bien, en serio…
― Jamás lo he visto ―se impacientó Perales― Por favor, no lo tome a mal, retírese si no quiere que llame alguna persona de seguridad.
― ¿Hay personas de seguridad acá también? ―se intrigó Rono.
― Sí, allá hay uno. Váyase. Buenas noches.
― ¿Y cómo es él?

Antes de que lo sacaran por la fuerza, Rono logró escaparse de ahí y se fue caminando en zig-zag hacia el hostel.
Cuando había hecho unas seis, siete cuadras, se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde estaba el hostel. Andaba ebrio y perdido por las calles de La Zona, había sido abandonado por las nigerianas, no sabía dónde mierda estaban el perro y el lagarto, el grupo del bar era muy malo, Perales lo había echado de su mesa amenazándolo con la seguridad del lugar, la mano se le estaba hinchando debido a la picadura de la abeja, no encontraba alojamiento, necesitaba descansar…
… y se estaba haciendo pis.

Y de repente sucedió un milagro. Enfrente de él, justo enfrente de él, había un cartel que decía: CABAÑAS.
Se metió en la oficinita de administración y, como pudo, preguntó si podía alquilar una cabaña por una noche. Le dijeron que sí, que pagara la mitad por adelantado y que podía descansar ahí hasta el día siguiente. Eran casi las tres de la mañana. Pasaba muy rápido el tiempo ahí… sobre todo si uno bebía.
Le mostraron una hermosa cabaña de roble autodidacta adornada con terciopelos de la provincia de Santa Fe, iluminada con lámparas de amoníaco silvestre.
Muy bien, Rono se recostó en sus aposentos y se quedó triturado. Profundamente dormido como un lirón. Estaba agotado, más la cantidad industrial de alcohol recientemente ingerida… quedó en otro mundo. Un mundo donde las cosas iban bien, donde el sueño placentero lo llevaba a lugares que él nunca visitaría en la vigilia, paisajes exóticos, lugares como las praderas húngaras en Guatemala, los jardines colgantes de Yucatán, las maravillosas pirámides de Escocia, las imponentes montañas del Uruguay, la baticueva, los parques elásticos de Londres, la casa del Jimmy en Nueva Zelanda…
“… pará, pará, alcanzáme esa madera…”
TACTACTOCTOC… PUM PUM PUM…
Estos ruidos interrumpían el sueño de Rono.
“… dále… ahí, ahí, clavá ahí…”
TACTACTAC… PUM PUM PUM…
Rono abrió un ojo, rojo e hinchado como su mano. “Qué mierda pasa acá, laputamadre”, murmuró. Se levantó, miró la hora, eran las siete menos tres minutos de la mañana. Se asomó a la ventana.
“… pará, cuidado con esa, cuidado con esa…”
Decían unas voces extrañas.
De muy mal humor, salió de la cabaña para ver lo que sucedía tan temprano con esos ruidos que le habían interrumpido su descanso.
Se agarró la cabeza cuando descubrió que varios obreros estaban construyendo una nueva cabaña al lado de la suya.

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