INTERMEDIO
EL BARCO
A partir de un punto, Rono comenzó a trazar una línea. En Cuba las cosas se pusieron pesadas luego de que Fidel le encargara una serie de asuntos de importancia secreta. Eran cosas de lo más sencillas y Rono colaboró mucho, poniendo toda la voluntad de la que era capaz… pero no cumplió ni con las mínimas expectativas. Finalmente, Fidel decidió que lo mejor era desembarazarse de aquél hombre, y lo dejó ir.
―Que se vaya ―le decía Fidel a uno de sus colaboradores más cercanos en ese momento―, no lo necesitamos tanto para los planes que teníamos.
― Es un inútil, comandante ―comentó el colaborador.
― Es un hombre misterioso, sí, tienes razón... Pero yo confiaba en que...
― Es un inútil ―repitió el tipo.
―... la revolución, no obedece a sentidos ni rumbos que...
De pronto Fidel cabeceó, y se quedó dormido… junto a otras 17 personas que estaban con él.
A Rono le pagaron igual por su trabajo. Y le pagaron en dólares. Por lo tanto, decidió reunirse lo antes posible con su esposa, que estaba en algún lado, según había asegurado el Dr. Barbui. No quería viajar otra vez en avión. Encontró unos cubanos muy simpáticos en un bar cerca del puerto. Se sentó ahí a beber y charlar con ellos. Se hicieron amigos, y los cubanos le indicaron a Rono cómo hacer para abandonar la isla en una barca de mimbre.
― ¿Cómo en una barca de mimbre? ―preguntó intrigado Rono a José Luis, uno de los cubanos, por encima de la botella de Jack Daniel's.
― Tienes que construirla tú mismo, chico ―dijo José Luis.
― Pero... yo nunca he construido una barca de mimbre.
― No importa ―interrumpió Pedro, el otro cubano―. Es fácil. Mira, tomas una punta y luego la otra. Y así lo repites... ¡hasta que flote!
Todo el bar estalló en una carcajada de burla, divertidos al ver el rostro de Rono.
― Puuutamadre, sí, riansé riansé... josdeputa ―exclamó Rono mirando alrededor― Riansé, que después, mirá...
― ¿Después qué, amigo?
― Nada nada... ―Rono ya apenas podía hablar. Había bebido toda la botella de whisky en 25 minutos más o menos―. Ustedes... los cubanos, se creen muy capos, muy capos se creen, pero...
De repente, un ruido espantoso aturdió a la sala. Provenía desde afuera, donde los estibadores trabajaban descargando mercancías. Algo había sucedido, porque fue una explosión grande, aterradora.
― ¡Aylaputa aylaputaaaaaaa! ―gritó Rono cagadísimo de miedo, escondiéndose debajo del brazo de José Luis. El cubano lo observó perplejo.
― Es sólo el ruido que hacen los grandes barcos, oye chico. No te asustes.
En el puerto, un enorme buque se había atascado. Parecía el Nautilus. Pero quien descendió de él no era precisamente el capitán Nemo.
Era el perro de Rono, con la lengua afuera, olfateando a todo el mundo y moviendo la cola en señal de alegría. Le gustaba Cuba al choco, pero había tenido que encargarse de la partida de su amo, y había encontrado aquél barco para encontrar a Rono en el puerto.
Rono lo identificó enseguida y corrió hacia donde estaba el animal.
El perro, al ver que Rono trotaba hacia él se puso más contento todavía. Movía la cola tan frenéticamente que todos sus cuartos traseros se balanceaban al ritmo del rabo enloquecido. Rono llegó a su lado y le aplicó una patada.
― ¡De dónde sacaste este barco, laputaqueteparió!
El perro se agachó a sus pies. Llevaba una hoja de papel en la boca. Levantó el hocico, queriéndosela entregar a un Rono cada vez más enfurecido. Era un papel de aspecto importante, todo mojado por la saliva del perro. Rono se lo quitó con un ademán brusco. Casi lo rompe.
― Dame esssso mecagoenlamierdamirá ―dijo Rono apretando los dientes.
Leyó lo que decía el papel cuidadosamente. Luego se tomó la boca, y la estrujó en una mueca indescriptible. Los ojos se le inyectaron en sangre. Resopló un par de veces. Juntó las palmas, y levantó la cabeza hacia el firmamento. Todos los músculos de su cuello se tensaron como cuerdas de violín. Era un comprobante de compraventa.
― ¡Compraste este barco, laputaqueteparió! ¡Te gastaste toda la guita en un barco! Yo no lo puedo creer, mirá... qué mierrrda voy a hacer con vos, perrodelorto...
El perro se frotaba contra las piernas de su enojado dueño, comprendiendo que se había equivocado una vez más.
― ¡Salí de acá!
El perro miró el barco, y luego a Rono.
― ¿Nuo está mal tampuoco, nuo?
Rono mantuvo un silencio por un minuto o dos. Observó al animal, que se mordisqueaba debajo de pata delantera. Algo le picaba ahí parece.
― La verdad que no ―admitió Rono ya más calmado, y recordando que al tener él su propio barco, ya no tenía que construirse él mismo una canoa de mimbre ni nada―. La verdad que no, che.
― Estuá bueno ―asintió el perro.
― ¿Y quién lo maneja?
― Yuo.
― ¿Vos sabés manejar un barco así de grande?
― Y… me vine hastua acuá. Tienue una Play Station.
― Tiene una Play Station
― Sui.
― ¿Compraste también una Play Station, laputamadre?
― Es un viajue larguo.
Rono aplicó patada nuevamente. El perro se limitó a soportarla.
― Bueno, vamos ―dijo Rono.
Y subieron al barco.
EL BARCO
A partir de un punto, Rono comenzó a trazar una línea. En Cuba las cosas se pusieron pesadas luego de que Fidel le encargara una serie de asuntos de importancia secreta. Eran cosas de lo más sencillas y Rono colaboró mucho, poniendo toda la voluntad de la que era capaz… pero no cumplió ni con las mínimas expectativas. Finalmente, Fidel decidió que lo mejor era desembarazarse de aquél hombre, y lo dejó ir.
―Que se vaya ―le decía Fidel a uno de sus colaboradores más cercanos en ese momento―, no lo necesitamos tanto para los planes que teníamos.
― Es un inútil, comandante ―comentó el colaborador.
― Es un hombre misterioso, sí, tienes razón... Pero yo confiaba en que...
― Es un inútil ―repitió el tipo.
―... la revolución, no obedece a sentidos ni rumbos que...
De pronto Fidel cabeceó, y se quedó dormido… junto a otras 17 personas que estaban con él.
A Rono le pagaron igual por su trabajo. Y le pagaron en dólares. Por lo tanto, decidió reunirse lo antes posible con su esposa, que estaba en algún lado, según había asegurado el Dr. Barbui. No quería viajar otra vez en avión. Encontró unos cubanos muy simpáticos en un bar cerca del puerto. Se sentó ahí a beber y charlar con ellos. Se hicieron amigos, y los cubanos le indicaron a Rono cómo hacer para abandonar la isla en una barca de mimbre.
― ¿Cómo en una barca de mimbre? ―preguntó intrigado Rono a José Luis, uno de los cubanos, por encima de la botella de Jack Daniel's.
― Tienes que construirla tú mismo, chico ―dijo José Luis.
― Pero... yo nunca he construido una barca de mimbre.
― No importa ―interrumpió Pedro, el otro cubano―. Es fácil. Mira, tomas una punta y luego la otra. Y así lo repites... ¡hasta que flote!
Todo el bar estalló en una carcajada de burla, divertidos al ver el rostro de Rono.
― Puuutamadre, sí, riansé riansé... josdeputa ―exclamó Rono mirando alrededor― Riansé, que después, mirá...
― ¿Después qué, amigo?
― Nada nada... ―Rono ya apenas podía hablar. Había bebido toda la botella de whisky en 25 minutos más o menos―. Ustedes... los cubanos, se creen muy capos, muy capos se creen, pero...
De repente, un ruido espantoso aturdió a la sala. Provenía desde afuera, donde los estibadores trabajaban descargando mercancías. Algo había sucedido, porque fue una explosión grande, aterradora.
― ¡Aylaputa aylaputaaaaaaa! ―gritó Rono cagadísimo de miedo, escondiéndose debajo del brazo de José Luis. El cubano lo observó perplejo.
― Es sólo el ruido que hacen los grandes barcos, oye chico. No te asustes.
En el puerto, un enorme buque se había atascado. Parecía el Nautilus. Pero quien descendió de él no era precisamente el capitán Nemo.
Era el perro de Rono, con la lengua afuera, olfateando a todo el mundo y moviendo la cola en señal de alegría. Le gustaba Cuba al choco, pero había tenido que encargarse de la partida de su amo, y había encontrado aquél barco para encontrar a Rono en el puerto.
Rono lo identificó enseguida y corrió hacia donde estaba el animal.
El perro, al ver que Rono trotaba hacia él se puso más contento todavía. Movía la cola tan frenéticamente que todos sus cuartos traseros se balanceaban al ritmo del rabo enloquecido. Rono llegó a su lado y le aplicó una patada.
― ¡De dónde sacaste este barco, laputaqueteparió!
El perro se agachó a sus pies. Llevaba una hoja de papel en la boca. Levantó el hocico, queriéndosela entregar a un Rono cada vez más enfurecido. Era un papel de aspecto importante, todo mojado por la saliva del perro. Rono se lo quitó con un ademán brusco. Casi lo rompe.
― Dame esssso mecagoenlamierdamirá ―dijo Rono apretando los dientes.
Leyó lo que decía el papel cuidadosamente. Luego se tomó la boca, y la estrujó en una mueca indescriptible. Los ojos se le inyectaron en sangre. Resopló un par de veces. Juntó las palmas, y levantó la cabeza hacia el firmamento. Todos los músculos de su cuello se tensaron como cuerdas de violín. Era un comprobante de compraventa.
― ¡Compraste este barco, laputaqueteparió! ¡Te gastaste toda la guita en un barco! Yo no lo puedo creer, mirá... qué mierrrda voy a hacer con vos, perrodelorto...
El perro se frotaba contra las piernas de su enojado dueño, comprendiendo que se había equivocado una vez más.
― ¡Salí de acá!
El perro miró el barco, y luego a Rono.
― ¿Nuo está mal tampuoco, nuo?
Rono mantuvo un silencio por un minuto o dos. Observó al animal, que se mordisqueaba debajo de pata delantera. Algo le picaba ahí parece.
― La verdad que no ―admitió Rono ya más calmado, y recordando que al tener él su propio barco, ya no tenía que construirse él mismo una canoa de mimbre ni nada―. La verdad que no, che.
― Estuá bueno ―asintió el perro.
― ¿Y quién lo maneja?
― Yuo.
― ¿Vos sabés manejar un barco así de grande?
― Y… me vine hastua acuá. Tienue una Play Station.
― Tiene una Play Station
― Sui.
― ¿Compraste también una Play Station, laputamadre?
― Es un viajue larguo.
Rono aplicó patada nuevamente. El perro se limitó a soportarla.
― Bueno, vamos ―dijo Rono.
Y subieron al barco.
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