11/10/2025

Las aventuras de Rono (Completo)

Las Aventuras de Rono volúmenes 1, 2 y 3 (Completos)

Dadivan 2003 - 2025


Las Aventuras de Rono 



Prólogo a la edición completa 


Estas crónicas se escribían y se compartían en correos privados desde 2003. Luego se recopilaron los dos primeros volúmenes junto a los primeros episodios del volúmen 3 en el blog de dominio público “lasaventurasderono.blogspot.com. Ahora se recogen los tres volúmenes completos juntos y en una edición actualizada, mejorando la narración con mejor uso de la puntuación y con adiciones y sustracciones de palabras o frases o a veces párrafos; y y bajo una rigurosa revisión por su autor. Cada volúmen contiene 21 episodios,  y se han actualizado algunos nombres o fechas según se lo consideró pertinente. Nadie sabe si son reales o no estas historias de las aventuras de Rono. Que lo decida cada lector por sí mismo. Y que disfrute el lector espontáneo y todo aquél que se acerque a esta obra de narrativa popular por vez primera. A leer y entretenerse con estas aventuras y estos curiosos personajes protagonistas.





AVENTURAS DE RONO 

Volúmen 1





1. RONO Y SU PERRO


Rono se había conducido de forma extraña últimamente. Vivía en una pequeña isla al oeste del océano Pacífico, o sea no muy alejado de la paz que lo rodeaba. Y de la membrana que los científicos extranjeros habían colocado en su cuerpo algunos días atrás.

Ya en esa época era un individuo muy solitario; pero lejos de sentirse solo, Rono pudo iniciar una nueva vida en la isla. Montó un restaurante donde él mismo era el dueño, el encargado, el cocinero, el mozo y el cliente. Comía pescados y raíces silvestres. Y comía cualquier otra cosa que no tuviera colesterol ni ácido único. Ni papel metálico. Rono odiaba este tipo de papel, vaya a saber uno la razón.

Había un perro ahí en la isla, y el animal andaba detrás de Rono todo el tiempo, curioso, olfateando todo lo que éste le indicaba. Por ejemplo, Rono le indicaba una roca y el perro iba y la olfateaba; le indicaba una palmera, el perro iba y la olfateaba; le indicaba donde hacía un asado… y el perro iba y se lo comía. Se comía todo el perro. Tenía una peligrosa inclinación a comerse cualquier cosa. Pero de verdad, cualquier cosa. Apenas llegaron a la isla, Rono tenía algunas cosas personales y muchas provisiones de reserva que los científicos le habían dado por acceder al experimento, enterradas en algún lugar de la isla. Pero el perro las encontró un día y se lo comió todo. Latas de paté, botellas de lavandina, trapos de piso, dos remos, media docena de mandarinas, que se las comió con cáscara y todo, un tapado de piel de nutria, talco, un juego de bombacha y corpiño, un taladro, bandejas con ensalada rusa, y varias cosas más. No quedó nada. Rono casi sufre un colapso nervioso cuando lo descubrió. Pero estaba el portafolio. Un portafolio que contenía cheques al portador y que Rono había escondido en un lugar secreto, por si se quedaba sin nada… como ahora. Buscó el portafolio y lo abrió. Se tomaba la cabeza con las dos manos cuando vio que los cheques estaban todos mordisqueados y con residuos de saliva seca en los bordes. Se calentó muchísimo, llamó al perro y le pegó una patada. El animal se fue por varios días a esconderse en la isla, ofendido y dolorido.

— Laputamadrequeloparió —repetía Rono enfurecido— Que vuelva, que vuelva nomás y me va a conocer el perro de mierrrda este...


Pero resultó que a Rono le importaba el perro, así que por la noche lo salió a buscar, con remordimientos por haberlo tratado mal. ”Pobre infeliz, si es un perro, no sabe lo que hace, no entiende..." se lamentaba Rono. Buscó un abrigo, una mochila y una linterna para salir a la negra noche. Lamentó no tener algo de comida para atraer al perro, lo que le trajo de inmediato a la memoria lo de los cheques y se empezó a calentar de nuevo. Casi se queda. Pero finalmente lo venció el aprecio por el choco y salió.

— Taqueloparió... ¿dónde se puede haber metido? —se preguntaba Rono.


Ahora bien, el perro se había subido a un árbol para refugiarse de la noche y el frío. Cuando de repente notó un resplandor de luz que se movía entre la maleza. Ladeó la cabeza hacia un costado mirando hacia donde provenía aquella luz, con ese gesto característico de los perros ante algo que consideran extraño. La luz se acercó y pudo reconocer a su amo Rono. También lo pudo oír, porque iba pronunciando silbidos y decía algo.

— Pichoooo, pichito pichito pichito, vení, vení... vámo, tome, tome… venga pichitoooo.

El perro entendió que lo buscaban y movió la cola casi involuntariamente; pero la verdad era que sentía un poco de temor de que si Rono lo veía le volviera a sacudir una patada. Obedeciendo a su instinto canino, salió al encuentro con el hombre. Rono le apuntó con la luz y el animal se quedó inmóvil, quieto como una vizcacha ante los faros de un jeep. Se acercó unos pasos más, le acarició la cabeza, las orejas. El choco le seguía la mano con la mirada torcida, lamiéndole el antebrazo en breves intervalos. Rono le habló cariñosamente y, dejando toda su bronca atrás, se dispusieron a volver juntos por el oscuro camino. Antes, le colocó encima del lomo un abrigo y se protegió él mismo con otro. El perro emitía gemidos y tiritaba, mordiéndole los pies. Rono intentaba recordar el camino por el que había venido. No se veía nada en la oscuridad de la isla, por eso había llevado una de esas linternas grandes que son como un reflector de mano. Buscó esta linterna en el bolsillo del abrigo. No estaba. Se acordó entonces que la había puesto en la mochila. El perro seguía a sus pies, pero estaba callado...

Ahí, justo ahí se da cuenta Rono que el animal se ha comido la linterna... y también la mochila, el abrigo, y uno de los borceguíes que Rono llevaba puestos. La patada que le pegó con la otra pierna casi lo descadera a sí mismo… Volvió su rabia e insultó al animal. Y se volvió solo, el perro se esfumó otra vez.


En el camino de regreso, Rono empezó a pensar qué gusto tendría el perro si lo cocinaba y se lo comía. Pero dejó este pensamiento de lado cuando consideró exactamente todo lo contrario. La luna brillaba alta, blanca y redonda.

— Putísimamadrequeloremilparió qué perro de mierrrdamirá.

Rono murmuraba para sí mismo estas cosas, mientras su pie descalzo se metía en un pequeño arroyo.




2. RONO Y SU PERRO EN LONDRES


Al finalizar el período estival, Rono decidió partir hacia un destino que le traería no pocas manchas en la piel y ridículos bucles en las pestañas, además de otras cosas terribles. El perro superó el trauma que le causaron los maltratos en la isla y siguió fiel a su amo... Y a su hábito de comer todo lo que encontraba por ahí, inclusive moscas y bichos del oeste, que es una especie extraña de insecto que desarrolló una curiosa habilidad para protegerse a sí mismo de los monumentos y las canciones modernas.

Ahora bien, entonces Rono llegó finalmente a la ciudad de Londres con su fiel perro ―que ya pensaba que su nombre era «Tísimamadrequetepariódejáeso», porque así se dirigía constantemente al pobre animal su dueño― destinados a hacer algo que nadie comprendía del todo. Rono había recibido escasas respuestas de parte de los científicos al ser consultados por el motivo del aparente destino. Bien. Por lo menos dejaron la isla y arribaron a la civilización. Vestían a la moda. Pero a la moda de la provincia de Tucumán, Argentina, lo que causó su detención, confundidos en el aeropuerto por los oficiales de Scotland Yard, quienes procedieron a arrestarlos y llevarlos a una celda que se encontraba en el sótano del edificio municipal, donde ellos guardan casi todo lo que los ingleses consideran peligroso o que tenga feo olor, caspa, mal aliento, herrumbre, cataforesis, lengua de amianto, más de una cuenta de Hotmail, un trabajo dudoso, una esposa bancaria, un murciélago en la campera, un jugo, media docena de tortitas raspadas, media docena de tortitas que apenas tengan un leve rasguño, nada grave, se recuperarían pronto...

Rono, sentado en una pequeña vasija de mimbre, permanecía muy callado. El perro también. Creía ser víctima de un desafortunado malentendido. El perro también. Rono no quería meterse en ninguna clase de problemas con las autoridades inglesas. El perro también. Además, Rono no hablaba ni una sola palabra en inglés siquiera, y el perro tenía que traducir casi todo lo que éste le quería explicar a los policías mediante una combinación de lenguaje de señas y ladridos cortos o largos, según el código morse y el código procesal penal, que había tenido que desarrollar por sí mismo.

Ya hacia el mediodía, a Rono le empezó a entrar hambre. Se preguntó si alguien les llevaría algo de comer, aunque más no sea un pedazo de pan o un paquete de praliné. Se respondió que no, que probablemente tuvieran que pasar la noche ahí encerrados y sin posibilidad de alimentarse por sus propios medios. Era un lugar frío y oscuro, pero se lograba adivinar lo que había ahí: restos de aviones y chatarra en desuso por todo alrededor. Había un modelo antiguo de boeing 747 a su derecha. El choco se lo estaba comiendo. Rono se enfureció inmediatamente.

— Taqueteremilparió ¡dejá eso porrrr favor! ―le dijo— Que nos van a dejar acá adentro de por vida encima.

Pero el perro no lo oyó. Se estaba tragando también el portón de seguridad del viejo sótano...

Y gracias a esto es que salieron como si nada, y ganaron la calle.


Por la tarde, luego de salir de aquel lugar y dormir una siesta breve en un micro de dos pisos, Rono y su perro decidieron dar un paseo y conocer más la ciudad, cansados y de no muy buen humor. Sobre todo Rono, que se había orinado encima porque no bajó a tiempo del micro de dos pisos. Al perro no parecía importarle mucho nada de esto: solo tenía hambre. Se imaginaba el mundo de diferentes maneras: primero igual a un pollo asado, después a una lombriz, luego a un caramelo sugus, y cosas así…

Rono caminaba bastante embutido en sus pensamientos cuando de repente se escuchó un estallido muy fuerte. Se agachó instintivamente. El perro siguió como si nada olfateando todo por ahí, la calle, los semáforos...

— ¡Aylaputaquelosparió! ―exclamó Rono asustado. — ¡Seguro que hay un atentado acá, justo hoy, justo hoy!

Pero no. La explosión no era ninguna bomba de ningún atentado. Se trataba aparentemente de una especie de festival callejero. Había una murga de seiscientos integrantes, carros adornados con luces, música por todos lados, fuegos artificiales. Todo un quilombo que se los tragó y los arrastró por varias cuadras.

Metidos entre todo ese mar de gente y de otras cosas, Rono puteaba para todos lados. El perro se perdió de vista inmediatamente. En un punto, pasando decenas de metros entre el carnaval, encontró una calle. Miró un cartel. Esa calle le resultaba familiar, porque terminaba en una senda peatonal que había visto antes en algún sitio. Llegó hasta la entrada de un viejo edificio. Subió un pequeño tramo de escalones… y entró en los estudios de Abbey Road. Un portero lo sacó a patadas. Pero, para su propia sorpresa, el animal descubrió en ese momento que podía articular sonidos parecidos a las palabras, aunque su hocico canino le impedía tener buena pronunciación. Miró al portero durante un segundo o dos.

— ¿Acá gruababan Luos Beatlues? ―preguntó.


A todo esto, Rono se encontraba en la calle. Una chica vino gritando completamente desquiciada y le dio un beso en la boca. Eso lo animó un poco. “Mierda – pensó Rono —, no sabía que se hacían estas cosas acá en Londres". La chica, de un largo pelo color carbón, lo agarró de la mano y lo subió a un carro dónde había más gente, todos desnudos, en bolas, saltando y gritando como locos, con silbatos y matracas y máscaras. Unos negros se acercaron y empezaron a desvestir a Rono, a toquetearlo por todos lados. Rono gritaba "Paren, paren... nooo, nooooooo", pero nadie le escuchaba. Lo metieron adentro del carro, en una especie de habitáculo que había. Vaya uno a saber lo que le hicieron de ahí en más... La gente seguía cantando y divirtiéndose y haciendo todo tipo de cosas; la música era realmente ensordecedora. Y seguían las explosiones, que detonaban por doquier, estremeciendo en éxtasis a todo el mundo. Algunos miraban alrededor un poco cagados, pero luego reanudaban la fiesta. Todo se movía, con ritmo, con luces, con alegría. En la cabina del carro, Rono gritaba desesperadamente que le devolvieran la ropa. “La mina esta y laputaquelaparió también”, se calentaba.


El perro había vuelto a la muchedumbre. Se comió un carro entero lleno de integrantes del desfile gay, un auto que había quedado estacionado, indefenso, cinco personas que intentaron acariciarlo, latas, botellas, globos, luces, un caballo con un gitano... En fin, el choco pensaba que Londres era estupendo, había mucho para comer en Londres. En secreto, deseaba que él y Rono se quedaran ahí mucho tiempo.


Al cabo de unas horas, a Rono lo habían arrojado en una bolsa, desnudo, encima de una multitud de indios del Amazonas, que también participaban del desfile. Los indios del Amazonas son muy jodidos con lo que le arrojan. Fue indescriptible la cantidad de cosas que tuvo que soportar Rono en estas circunstancias. Se lo encontró en una esquina, tirado. Un oficial de policía se acercó, con la típica expresión flemática inglesa, y quiso llevarlo detenido por exhibicionismo ambulante. Rono le suplicaba "nooo, nooooo, me han secuestrado en el desfile, no sabía que había uno yo, recién llego acá... espere, ¡wéit!”.

El perro estaba cerca y lo olfateó. Reconoció el olor de Rono, una mezcla extraña de diversos aromas a decir verdad, y se dirigió hacia él. Se enfrentó al policía y le explicó con señas que eran turistas argentinos. El oficial, sin mostrar la mínima sorpresa ante un perro con ese tipo de habilidades, respondió afirmativamente.

— Oh Arhentina, marradouna. —Luego se alejó maldiciendo.

Rono quedó tirado en el piso, desnudo y dolorido. El perro se sentó a su lado, contento de que se hubieran encontrado de nuevo. Le lamió la cara. Rono, aunque muy débil, le administró una patada.

— Taqueteparió, perropelotudo, salí... ¿dónde mierda te metiste, eh? —Luego cayó en un sueño profundo, inconsciente.

El perro comenzó a sentir hambre otra vez.


Con todo, finalmente Londres terminó por aburrir a Rono. Luego de conseguir un lugar para pasar la noche, descansar un poco y hacer pis en un baño, comenzó a dudar del motivo por el que estaban ahí. Al perro le encantaba. Un poco melancólico, Rono extrañaba su vida, cualquiera que ésta fuera antes de caer en manos de científicos excéntricos. Decidió llamar a su antigua novia. Sabía que ella podía estar en Haití en una convención de marineros austriacos. Rono creía tener su número en algún lado. En el celular estaba grabado, seguro. Lo buscó por todos lados. No aparecía. Miró al perro. Estaba echado en un rincón de la habitación con las patas extendidas a lo largo, moviéndolas en espasmos, soñando. Rono se acercó al animal y le aplicó una patada.

— Laputamadrequeteremilparió, te comiste el celular.

El animal lamentó el golpe pero no dijo nada. Lo miró por encima del lomo, lamiéndose el hocico, sin mostrarle los dientes ni gruñirle, luego le ofreció la pata, alegre, lo que enfureció aún más a Rono.

— Salí, qué pata ni pata... ¡Salí de acá!.. Tamádremirá.

Y decidió que mejor era irse a un bar, tomarse unos tragos y mitigar su depresión y su enfado. Sí, se iría al pub de ahí, a la vuelta del hotel, se pediría un buen escocés, cerveza, y algo más. Estaba harto también del gris y viejo Londres.

— Vos te quedas acá, ¿entendiste? ―le dijo al perro —. Te quedas acá... —y señalaba con el dedo el suelo reiteradamente—.


Pero el perro interpretó esto como un gesto de invitación para ponerse a jugar. Se levantó moviendo la cola, emitiendo breves ladridos de júbilo. Le saltó encima, queriendo iniciar él mismo el juego.

— Salí, quedáte acá, laputamadre, no estoy jugando ―le advirtió Rono.

Y cuando cerró la puerta de la habitación para dirigirse al bar de una vez por todas, el perro se quedó adentro, mirando fijo a la puerta. Miraba el picaporte y miraba la ranura de abajo alternativamente, moviendo las orejas de un lado a otro. En el pasillo se oían los murmullos de Rono insultando al llegar al ascensor.


En el pub no había mucha gente. Pidió un whisky y se sentó en la barra. El barman le sirvió con la típica indiferencia inglesa, y le dijo algo. Pero Rono, al desconocer el inglés, solo se limitó a sonreír y poner la típica cara de estúpido a propósito, torciendo un ojo y levantando el labio superior.

En eso, entró un esqueleto. Inesperadamente. Se paseó un rato por todo e bar, y luego se sentó en la barra, justo al lado de Rono. “Perolagransieteyquemeparióamitambién —pensó Rono—. Tiene todo el condenado bar y justo acá se tiene que sentar”. Como a nadie parecía importarle su presencia, el esqueleto le hizo una seña al barman para que se acercara, castañeteando los dientes. El barman se acercó sin inmutarse.

— Hey, señor barman… —dijo el esqueleto—, déme una pinta de cerveza. ―Y luego agregó: ― Y un trapo de piso, por favor.




3. RONO EN EE.UU.


En cuanto Rono volvió de Londres decidió ocuparse de otros asuntos que había dejado pendientes, terminar el secundario y dejar de beber. Necesitaba un tiempo para enderezar su vida en una nueva dirección.

Los científicos no habían dejado de confiar en él y lo utilizaron para nuevos experimentos —ahora se trataba de avanzada cuántica—, pero sin que Rono se diera cuenta del todo, claro. En cuanto al perro… se había marchado, tal vez de mochilero hacia el oeste, con un par de amigas, más perras que él, así que separaron sus destinos y se despidieron.

Ahora bien, los científicos habían asignado a Rono en la ciudad de Dallas, Texas… el 23 de noviembre de 1963.

Lo habían mandado al pasado. Andá a saber porqué.


En EE.UU. se respiraba un clima de mucha tensión por entonces. Pero Rono, contento y despreocupado, se fue a inscribir en la NAD —National Academy of Detectives—, donde le esperaba una larga estadía de pruebas y tests. Siempre había querido ser detective. Desde chico.

En el laboratorio de la NAD una enfermera se acercó a Rono con aspecto de ser muy importante. Venía a sacarle sangre, le dijo a Rono, e iba acompañada por una Supervisora General del Instituto Dentífrico Ambiental. Lo sentaron en una silla de madera a balsa.


— ¿Es usted norteamericano, señor Rono? ―preguntó la supervisora.


— ¿Usted me va a sacar sangre? ―preguntó Rono. Miraba la jeringa y los pechos de la inquietante mujer.


— Le pregunto esto, señor... ¿Cuál es su apellido real? No creo que nos lo haya dicho.

Luego de decir esto, la supervisora miró a la enfermera y le hizo una seña con la cabeza.

— ¿Tiene usted anotado el nombre y apellido completo de este señor, enfermera?

— ¿Qué señor? ―dijo la enfermera.

Rono la miró, callado, sin respirar, con los ojos entrecerrados. La supervisora tenía en la parte superior derecha de su pecho izquierdo un pequeño cartel rectangular que revelaba su nombre, se llamaba R. Mills. R. Mills sacudió los dedos de la mano, miró a la enfermera y trató de escribir algo en el aire. La enfermera se apresuró a buscar papel y lápiz.


— Señor Rono, se dará cuenta de que tenemos que saber si hay extranjeros en el país. Han asesinado al presidente y...


— ¡No me diga! —exclamó Rono incorporándose de la silla—. No me diga por favor que han asesinado al presidente justo hoy, laputaquemeparió señorita...


— Ya se lo he dicho, señor. Por eso necesitamos la mayor cantidad de datos que nos pueda suministrar. Díganos su apellido.


Rono observaba, aparentemente distraído, una mosca en la ventana.

— Soy Rono solamente.


— Oh, vamos, díganos su apellido.

Ahora se acercaba la enfermera con una jeringa en la mano

— Esto no le hará ningún daño ―dijo.


— ¿Ah no? Yo necesitaría un trago antes igual — dijo Rono.


— No hay que beber. Es un mal hábito ―señaló la supervisora. — Enfermera, aplíquele aguja. Estoy comenzando a sospechar de él. Tal vez sea un espía ruso…


— ¡Espere un poco! ―Rono se ofendió — Cómo "Aplicar aguja". Qué mierda te pasa. A mí me dijeron que me iban a sacar sangre para un análisis y nada más. Y yo no soy ningún espía ni nada de eso. Qué les pasa. Vine para ser detective yo. De-tec-tive. Personal…

— Privado ―dijo la supervisora.

— Sí, privado. Privado de mi libertad ahora… Mirá, querés que te diga una cosa, me tocás con esa jeringa y te la pongo. En serio te lo digo…


— ¿Y con qué piensa que se saca sangre? ―dijo la enfermera— ¿Con un destornillador?


— ¡No me calienta, no quiero ninguna aguja!

Rono perdió la compostura. Privado de su compostura se podría haber agregado aquí también: Pero como pueden ver, no lo hemos hecho.


Y Rono le temía a las agujas, muy claro esto.

— Tenemos que hacerlo, señor Rono. Por favor entienda.

— Necesito un trago entonces.


— No puede beber, ya se lo he advertido. Ahora, cálmese y díganos su apellido.

Rono pensó rápido en una respuesta. Contestó luego de veinte minutos.


— Está bien, está bien. Voy a hablar.

Las dos mujeres interrumpieron su charla sobre cosmética nuclear.

— Escuchen ―aclaró Rono su garganta —: yo soy argentino, como Maradona, y estuve involucrado en algunos experimentos raros últimamente. Experimentos científicos quiero decir, y ahora supongo que me han enviado al pasado o algo así ¿me entiende? Y usted viene y me hace muchas preguntas y me dice que han asesinado al presidente, laputaquelosparió, pero yo no tengo nada que ver con esto. Se lo juro por mi vieja que yo no tengo nada que ver. Se trata de algún error. Y es bastante común que ustedes los norteamericanos cometan errores ¿no es así? Bueno, entonces, no me rompan los huevos por favor se los pido. Yo soy una víctima, una víctima del sistema de... ¡aaaahhhyyyyyyyy! ― Rono sintió un fuerte dolor en el brazo— ¡Gorda pelotuda me pinchaste acá! ¡Aylaputa, ayaa!

Rono se tomaba el brazo y cerraba los ojos. El dolor, el dolor. Bufaba y mordía su labio inferior. Al instante empezó a sentir somnolencia y se desvanecía en la silla. Adentro de la boca, sentía la lengua grande como una naranja.


— ¡Diga su apellido, señor Rono! —insistía la supervisora.— O de lo contrario me veré obligada a hacer algo desagradable.

Con los ojos en blanco, en un estado de somnolencia indescriptible, Rono balbuceó algo.

— Tnnnngounssssggggmmmfifmmmbreeee...


— ¿Qué? Repita lo que dijo.


— Creo que dijo "segundo nombre" o algo así, señorita Mills —dijo la enfermera.


— ¡Díganos entonces su segundo nombre, hombre! ―pidió Mills—. Y escúchele bien enfermera, porque yo no le entiendo nada. Y ya no le pinche más.


Rono se caía de la silla; la enfermera preparó en un vaso un poco de alcohol y agua oxigenada. Se lo alcanzó a Rono, que lo bebió entero.


— Graciaguieeeerommáaaas ―dijo.


— No le daremos nada más hasta que nos diga su segundo nombre al menos ¿entiende?


—…tabiémmmm… uutademiergdaaaa...


— Creo que dijo...


— Entendí eso, enfermera, muchas gracias.

La supervisora Mills estaba a punto de perder la paciencia en ese momento, pero logró serenarse.

— Hable usted, diga cómo se llama. Ya me está cansando. Le hemos dado todo lo que quería…


Rono apenas podía mantener su mirada en el vaso. Con mucho esfuerzo dijo:


— Uhhhggglagorrrdaesddatambiénnn… ¡MmmeeellaaammoooRonnno! Nononooo… Ornooo… Osvuálgdooo... aaaggghh… ¡guierounnndraguiiiitoooomássss!...

— ¿Qué dijo? Enfermera…

— Me parece que dijo "UhLaGordaEstaTambién. Me Llamo Rono. NoNoNo. Orno. Osvaldo. Agh. Quiero Un Traguito Más”, señorita Mills.

La supervisora palideció y se llevó una mano al pecho.


— Osvaldo... —pronunció con un hilo de voz y la mirada perdida—. Llame inmediatamente a la casa blanca, enfermera. Creo que van a saber que hacer con esta información.

Pero Rono ya no pudo oír esto. Había entrado en un coma profundo.




4. RONO VUELVE


Finalmente, gracias a Dios y a la tecnología de avanzada, los científicos pudieron traer de vuelta a Rono justo a tiempo antes de que el gobierno norteamericano lo culpara de ser el responsable del asesinato de JFK.

JFK era el presidente John Fitzgerald Kennedy.


Muy bien, entonces a salvo y en medio de toda una confundida marea de átomos vibrantes, Rono emprendió el camino de regreso hacia Argentina. El perro lo esperaba en el helipuerto; saludó a Rono con un ladrido breve y cariñoso. Tomaron un avión, llegaron al país… y les robaron todo el equipaje apenas pasaron la aduana.

Rono, deprimido, decidió ir a tomar un trago antes de que les robaran más cosas. Entraron en un bar restaurante.

— No se permiten animales, señor —dijo el encargado del lugar.


— Nuo es un animal, señuor —dijo el perro.

Rono le aplicó inmediatamente una patada.


El lugar estaba repleto de gente. En una mesa había muchas chicas riéndose y pasándola bien. Entre ellas se encontraba la famosa modelo Julieta Prandi. Cuando Rono la vio se le empezó a bajar la presión. Le encantaba Julieta Prandi. El perro se acercó a la mesa de las chicas y metía el hocico entre las sillas. Le tendió la pata a Julieta, sabiendo que a ella le gustan los animales.


— ¡Hooooolaaaaa perritooo...! —exclamó la hermosa modelo. — ¿De quién será este perro?

La rubia giró la cabeza para ver si había alguien con el animal. Rono se encontraba en la barra, con un vaso de agua con azúcar en la mano, los ojos brillantes y rojos. Un mozo lo agarraba del brazo y lo quería sentar en un taburete.

— No. Quiero estar parado, gracias.


— Señor ―le dijo el mozo—, creo que su perro está molestando a una clienta. Creo que es la señorita...


— ¡Ya sé quién es! ―exclamó Rono temblando— ¡No le diga que el perro es mío, por favor se lo pido! ―suplicó.


Ahora el perro estaba sentado en la mesa al lado de Julieta Prandi, que se reía de las ocurrencias del animal con esa risita cristalina que solo ella puede tener. El perro le pasaba la lengua por el rostro y ella, dulce y fría como una sandía, lo acariciaba y entrecerraba sus hermosos ojos azules.

Rono se acercó a la mesa lentamente y se ubicó detrás de la modelo.


— Eh...disculpe, se-se-señorita... ―dijo y tragó saliva, rogando no tartamudear mucho más. — Po-po-podría u-u... mmmfff... u-usted po-podría darme un aut-tógrafo ehmf?


Como toda la mesa se empezó a reír de Rono, éste se puso todo colorado y transpiraba a más no poder. Un sudor frío recorría su tembloroso cuerpo. Temblaba como una hojita de otoño. Inclusive los dientes y el pelo le temblaban. Julieta Prandi, siguiendo el juego pero tan tierna como sólo ella es, se levantó y le tomó una mano a Rono, sonriendo.

— ¿Este perrito tan lindo es suyo? —preguntó con voz sensual—. Porque si lo es, le doy un autógrafo muy especial...

Todos rieron otra vez, cómplices.

— Eh... mffssí... eh’míoelp-p-perro ―intentó decir el pobre Rono, ajeno a la broma.

— Bueno ―dijo la bella modelo—, entonces tome esto...

Y le dio un sonoro beso en la boca.

Con una súbita tetraplejía irreversible, lo último que Rono pudo oír antes de desplomarse en el piso fue la risita de la Prandi, que en su mente se materializó como un montón de pequeñas mariposas plateadas.

Luego despertó en un hospital. A su lado estaba el perro… comiéndose el aparato de electrocardiograma.


* * *



INTERMEDIO N°1


RONO Y SU JUVENTUD I

Se conservan pocos datos sobre la misteriosa juventud de Rono. Algunas cosas se han transmitido oralmente, otras de boca en boca. Pero lo que sabemos se lo debemos a un exhaustivo análisis que los científicos confiaron a la memoria del perro.


En el MIDI (Movimiento Intestinal de Desarrollo Industrial), el joven Rono, con solo 17 años, consiguió salir del ámbito en que se encontraba para unirse a un grupo de gente con ideales muy distintos. Además era una buena oportunidad para realizar un trabajo que le permitiera ser alguien en el mundo, aunque más no fuere alguien insignificante. La primer tarea que se le asignó fue la de reclutar más personas a la organización y hacerles encuestas sobre sus capacidades y ambiciones de acuerdo a las medidas pautadas. Se dirigió instintivamente a su entorno inmediato: su familia.

— Mamá, ¿te puedo hacer unas preguntas para el MIDI? Son fáciles y rápidas. Dale, así me tienen en cuenta para mejores propósitos la próxima vez...

— No.

— Mamá... qué te cuesta, son solo unas preguntitas, de rutina.

— Rutina, sí. Andá y sacá la basura. Y dame el vuelto de esta mañana...

— ¿Qué vuelto? ―fingió sorpresa el joven Rono.

— El de las compras. Diez pesos te di.

— Y bueno, compré pan, lechuga, un kilo de molida, una lata de paté, eh...qué más… salchichón primavera y una botella de ácido muriático.

— ¿Cuánto compraste de salchichón primavera?

— No sé...creo que 250 gramos, más o menos... ¿porqué?

— ¿Cuánto costaba el kilo?

— ¡Qué se yo, mamá...! ―exclamó el joven Rono—. Dale, contéstame las preguntas. Me gustaría que papá estuviera acá y hacerle el cuestionario a él también, viste...

— Está en el living tu padre. Borracho. ¿Cómo es posible que te hayas gastado diez pesos en eso? Dame el vuelto. Ya.

— Eh... me sobraron monedas, mamá. No hinches, me compré un chicle.

— Un chicle. Te dije que no comas chicle...

— Si no como chicle. No lo mastiqué nada, me gusta el sabor dulce que tiene al principio y lo tiro... en serio ―aseguró Rono.

— ¿Y cómo comes chicle entonces vos, a ver? —preguntó la madre con las manos en la cintura.

— ¿Cómo como como?

Rono empezó a perder la paciencia.

— Mirá, mamá, decíme si me vas a contestar las preguntas o no...

— ¿Cuánto te salió la lata de paté? No te hagas el pelotudo conmigo, Rono eh. Mira que después...

— ¡Papá! —gritó Rono.

— Sí, ahora llamálo a tu padre, dale, andá, está en el living, tirado, tomando...ese hijoderemilputamirá...

— Está viendo un partido, mamá, no hinches las bolas...

— ¡Vos no insultes así, eh!...Partido, partido, sí... Partido va a quedar si sigue bebiendo así ese malparidotontoavalijádo...

— Y... si vos le vivís rompiendo las bolas, pobre... Dale mamá, las preguntas...

Hubo que internar al joven Rono aquella tarde. Su madre le perforó el riñón de una patada.


Cuando la gente del MIDI acudió a ver si le había ocurrido algo al joven Rono, encontraron al padre en el living. Tenía una botella de vodka metida en la cintura del pantalón. Al advertir que había alguien, exclamó balbuceando:

— ¿A gguiénn busggan usddedesss?... Mi hijo no se engüendra aggá. ¡Déme esa frazzzada labutamadreguetebarióoo…!

Y luego cayó desplomado.




RONO Y SU JUVENTUD II


En su mitómana adolescencia, Rono tuvo una novia muy bonita. Se trataba de una chica muy simpática y agradable, que caía bien a todo el mundo y lograba ser amable con las demás personas. Se llamaba Laura la chica, y era jocketa. Tenía una hermosa yegua con la cual participaba en competiciones de salto de muy alto nivel. A veces, pedía a Rono que la acompañarla, pero sus horarios se lo impedían. Ella empezaba los saltos los domingos por la mañana, y Rono terminaba de caer a la misma hora, porque salía todos los sábados a la noche y se acostaba demasiado ebrio como para asistir decentemente a una competencia de esas características.

Pero Rono amaba a Laura por muchas otras cosas. Además de su belleza física, la chica poseía cualidades asombrosas. Gozaba de una capacidad natural para ser tolerante y soportar hasta las personas más imbéciles que puedan existir en este mundo. Era muy virtuosa y exitosa, comprensiva y cariñosa. Y esto era lo que Rono estaba aprendiendo a valorar, cuando Laura, desde luego, lo abandonó enseguida.

Fue un romance de corto alcance. Se repetirían estos romances a lo largo de la primer vida adulta de Rono de manera consecutiva, inevitablemente. Fue algo que duró apenas unas dos semanas. Pero la adolescencia de Rono, en cambio, duraría varias décadas.




* * *



5. RONO SALE A BAILAR



— Del hospital a su casa. Vamos, no lo quiero volver a ver. — Le dijo sin rodeos el director del hospital a Rono.


— Pero porqué, laputamadre…

El perro se había comportado muy mal. Había hecho pis en una bolsa para suero, se comió el aparato de electrocardiogramas, jeringas, algodón, gasa… Un día atendió en la guardia. Un desastre. No le quedó otra a Rono que marcharse a su casa sin saber a ciencia cierta si tenía algo o no. Nadie lo había revisado.


Ahora bien, al llegar la primavera (septentrional) a Rono le vinieron ganas de experimentar el amor en su vida, teniendo en cuenta que en su vida había sabido siquiera de qué trataba todo aquello que se veía en las películas y demás cosas en las que el amor se manifiesta de alguna u otra forma. Y también le entraron unas ganas tremendas de beber, por supuesto. Así que, sin esperar más, decidió acercarse a los sitios en donde se supone que se encuentra una chica y algo que tomar. Muy simple: una disco, un boliche, un local bailable, una böite, una confitería... En fin, el tipo de lugar donde no haya que exponerse a tanta luz reveladora de imperfecciones físicas —ni químicas— y desinhibirse para estar a la altura de las circunstancias.

— Me encanta Buenos Aires para salir —admitió Rono para sí mismo.

Pero antes de emprender su salida nocturna, se preparó él mismo un par de whiskys dobles, sin hielo —inexplicablemente, no había refrigerador en el pequeño departamento donde se hospedaba Rono— y se los drenó en quince minutos. Era viernes, dejó el edificio a las diez en punto de la noche, saludó al portero.

“Vigilante. Ahí en la puerta todo el día y la noche laputaqueloparió” pensó.

— Chaustaluego —le dice Rono.

El portero lo ignora categóricamente. Ni siquiera se da cuenta de que alguien abandona el edificio.

Afuera, viento húmedo en la cara, noche cálida y fresca, noche clara. Ahora Rono debe encontrar un taxi. Ahí en la esquina hay varios. Perfecto. Sube y le indica al chofer que lo lleve a un lugar nocturno de onda, de moda, de actualidad, conversa con el taxista y le cuenta cosas, que estuvo en Londres, que tiene un perro, pero que le gustaría tener una novia mejor. El taxista lo mira. La típica mirada de Qué Me Calienta A Mi Lo Único Que Espero Es Que No Me Pagues Con Uno De Cien. Rono sigue hablando, que el amor, que esto, que lo otro… El taxi lo deja en la puerta de un descomunal edificio de tres pisos, y un verdadero enjambre de personas pretendiendo entrar; llega hasta lo que parece ser la cola para sacar una entrada o algo parecido. Le disminuye un poco la presión al advertir que su ropa no coincide en prácticamente nada con la que todos tienen. Consigue bajar del coche, casi al borde del desmayo al sentirse observado por miles de pares de ojos que lo escanean manifestando un gesto de agria desaprobación hacia él. No importa, piensa Rono, y sacando fuerzas de un lugar inexistente de su ánimo se coloca al final de la extensa línea de seres humanos que intentan meterse adentro del enorme edificio y... volver a colocarse uno atrás del otro para pasar entre ellos mismos una y otra vez con un trago en la mano y cara de regocijo fingido.

A eso de las cuatro de la mañana, Rono adquiere su entrada, la cual consiste en un pequeño papel ligeramente coloreado escrito con caracteres extraños y un número. Rono supone que es por el orden de llegada al establecimiento, pero se equivoca. De igual forma lee lo que dice su entrada con marcado entusiasmo, mezclado con una arcada. «AMOSTRARCE-00198», dice el papel.

A Rono ya le duelen las piernas, y casi se le ha paralizado el lado izquierdo del rostro por culpa de un temprano y desorientado y maligno mosquito que lo eligió a él entre toda aquella multitud de idiotas para cenar una gota de su sangre y dejarlo con una reacción alérgica bastante importante.

Llega a la puerta al fin, y uno de los cinco Hombres De Seguridad detiene a Rono antes de que éste pueda ingresar, lo examina detenidamente con una mirada no muy amigable, maligna en realidad, el tipo disfruta de lo que hace. (En realidad, piensa Rono, estos tipos son como los perros: No distinguen bien los colores y les importa poco el sonido articulado que sale de ese orificio dentado que todos tenemos debajo de la nariz) El tipo pide ver la entrada de Rono. Rono le entrega el pequeño papel —húmedo ya por el sudor de la mano— y el inmenso Bull Terrier humano lo analiza detenidamente. Le pide el documento. Rono, confundido, le explica que no lo trae, pero que es mayor de edad, a no dudar, y que solo quiere pasar un rato a tomar un trago o dos.

— Documento ―repite el bullterrier y mira hacia la multitud de gente detrás.

— No lo traje ―le explica Rono—. Recién llego de Europa... pero si querés te doy el carné de la mutual… —En ese comprometido instante una hermosa rubia de ojos azul electrónico abraza a Rono sorpresivamente y balbucea algo al oído del Bull Terrier.

— Pasen ―dice el tipo.

Rono no puede creer su suerte y se aferra a su nueva y hermosa amiga. Pero al entrar, se desilusiona un poco al darse cuenta que ella ya está con un grupo de quince personas más o menos... Y que están todos pasados con algo, hasta las manos, alcoholizados, riéndose todo el tiempo de cualquier cosa. Rono se deprime, pero igual le pregunta a la rubia de dónde la conoce, o si ella lo conoce a él. La rubia, sin dejar de reírse le pide un cigarrillo.

“¿De qué mierda se ríen?”, se pregunta Rono.

La chica le grita algo a uno de sus amigos, ya abalanzándose sobre la barra, y cuando Rono saca un cigarrillo, la rubia, sin ninguna razón aparente, se pone a saltar y a chillar y a sacudir la cabeza.

“Uysevolvióloooooca” se dice Rono, mientras se ve obligado a tratar de imitar y seguir el ritmo de los demás.

De repente todo comienza a vibrar bajo sus pies. El suelo zumba y late y todo el mundo se queda quieto.

“Aynolaputamadre” —piensa Rono alarmado. — “¡Es un temblor, es un temblor! Nos vamos a morir todos acá aplastados”.

Desde luego que no es ningún temblor, sino que se trata de la presentación que el boliche ofrece para anunciar el comienzo de la música electrónica, algo muy poco novedoso y verdaderamente estúpido, considera Rono. La chica lo arrastra hacia el medio de la pista... agarrándolo del pelo. Alguien le pone un vaso en la mano y todo el mundo le grita en el oído cosas que no comprende. La música se le mete en el pecho y le parece que ahora tiene ciento cincuenta corazones latiéndole a mil. Comienza a disgustarle la idea del boliche a Rono. La rubia se contorsiona como una anguila frente a él y él siente un deseo enorme de hacer lo mismo con ella, pero en privado. Ahora un individuo se le acerca por detrás y lo abraza haciendo movimientos rítmicos con la cintura, para el deleite y la risa de todos cuantos observan. Rono se pone incómodo, pero decide unirse a las risas y ser cómplice de la broma. Son sus nuevos amigos, hay que aguantar las bromas, por más que no se comprendan del todo. Pero lo único que le interesa en verdad es conocer a la rubia, y al girar la cabeza la ve: Está abrazada y besándose descontroladamente con otro tipo.

“Uy es el grandote de la entrada” comprueba Rono. Sólo que ahora está adentro.

Rono trata de parecer ajeno a este hecho y decide conseguir un trago. Hay Jack Daniel’s, le confirma un barman. Muy bien.

Al cabo de un rato, alguien le alcanza un vaso gigante de cerveza muy refrescante, y Rono pierde el control de sí mismo.




6. RONO SECUESTRADO I


En un punto, Rono despertó en una cama que no era la suya. El sol entraba oblicuo por una amplia ventana y le hería los ojos. Estaba desnudo y sentía que la cabeza le latía, le palpitaba como una… bueno, no sé. Buscó su ropa pero no la encontró. Sintió una risita que provenía de alguna habitación cercana. Buscó su ropa nuevamente.

— Laputaqueteparió — dijo a la ropa perdida.

Salió de ahí y se encontró con un lugar muy extraño. Dónde mierda estaba. Caminó por un pasillo, todavía medio dormido y soportando lo que parecía ser una horrible resaca, y encontró una puerta. Decidió abrirla luego de no haberlo meditado en absoluto, pero no tuvo éxito. Insultó. Sacudió la puerta un poco… y descubrió que era corrediza. La corrió y vio a la rubia tomando algo en una taza.


— Disculpáme —dijo Rono, y su voz le sonó lejana— ¿Dónde estamos? Creo que no me acuerdo de nada ni de nadie.

— Mi casa —contestó la chica sin mirar siquiera quién le hablaba. Emitió una risa corta.

— En tu casa. Ajá. ¿Y dónde se supone que está mi ropa en tu casa?

Ahora además de lejana le sonaba desesperada su voz a Rono.


— ¿Ustedes me trajeron acá? ¿Qué me dieron en ese boliche?

— Te divertiste ¿no? Parecías muy gracioso aquella noche.


— ¡Aquella noche! ¿Cuánto tiempo hace que estamos acá?


— Eh...tres o cuatro días, no sé... —le explicó la rubia. Rono se alarmó bastante.

— Pero, ¿quiénes son ustedes? No me acuerdo de nada, excepto que me metí solo en una discoteca anoche. Y me decís “aquella noche”... ¿Qué mierda pasa acá?

— Estoy un poco cansada —dijo la rubia—, me voy a dormir.

Cuando se paró de la silla se desplomó. Quedó medio inconsciente en el piso. La casa parecía ser enorme, y Rono miró a la rubia ahí tirada y se asustó. Un tipo entró de repente. Rono se quedó inmóvil mirando la cara de aquel sujeto. Le parecía conocida.


— Documento —dijo el tipo.


— ¿Qué? Perolamilputa… Usted es el seguridad del boliche —señaló Rono con voz temblorosa. — Escúcheme, acá hay un error, yo no sé qué pasa, pero me han traído por equivocación a este lugar... eh... drogado o algo... No me acuerdo, no me acuerdo de nada más de lo que... eh... ¿Y dónde estamos quisiera saber? Laputamadre, porque primero estábamos todos en una discoteca y... la rubia que… —Rono se detuvo a mirar a la chica en el piso— ¡Mírela! Mire como está esta mina pordiossss… Parece que se ha caído al piso o algo, yo no le hice nada, ni la he tocado, pero... ¡¿Qué mierda pasa acá quisiera saber?! —gritó al final desesperado el pobre Rono.


— Documento.


“Laputamadreloremilparió” —pensó Rono— “este tipo es atrasado mental o algo. Ni siquiera se da cuenta de lo que le estoy diciendo”.


— Flaco, mirá —retomó Rono—, necesito mi ropa, en serio, no la encuentro, no está por ningún lado, y necesito irme a mi casa yo, tengo muchas cosas que hacer, por favor te lo pido...


— ¡Eeeeeeiiiiiiaaaaaa! —chilló una voz que parecía provenir del techo.

El grandote salió corriendo por donde había entrado y desapareció. Afuera había un jardín enorme de mucha vegetación. Era como un bosque interminable en realidad. Rono se amargó por su situación, y empezó a sentirse muy desesperado. No creía que hubiera otras casas alrededor de aquella. Seguramente era una mansión de descanso perteneciente a la familia de la rubia. O a alguien, quién podía saberlo. Pero ¿dónde era que estaban?

Miró sobre la mesa y había un diario desordenado y arrugado. Pensó que al menos podría saber el día exacto en que vivían. Agarró una hoja y buscó encima de la página donde los diarios ponen la fecha. No entendió el idioma. Miró otras hojas, quizá esa pertenecía a esos suplementos extraños que traen los diarios los domingos o algo parecido. Quizás era domingo y quizá no pero, ¿a quién le calentaba eso? A Rono, por supuesto.

En la página que tenía ahora en la mano e inspeccionaba minuciosamente en busca de algún dato sobre la fecha actual, aparecía una fotografía del presidente Bush con la sonrisa de imbécil que tiene, dándole la mano a la rana René de los Muppets. Bush llevaba un letrero colgado al cuello que decía algo en lo que Rono identificó como el idioma francés.

— ¡Aylaputísimamadrequelosremilparió, estamos en otro país! —exclamó Rono.

Agarrándose la cabeza con las dos manos, notó que el nombre del diario estaba debajo de la página junto con la fecha, y no arriba como en la mayoría de los periódicos del resto del mundo. Pero era un ejemplar del día anterior. Miró nuevamente por el gran ventanal que daba al jardín y vio algo, un punto en el cielo. Luego ese punto se transformó en una mancha. Y luego esa mancha aterrizó en medio de una plataforma en forma de jet.

— Tienen aviones estoshijosdeputa —murmuró Rono para sí mismo.

Ahora sí entendió cómo había llegado hasta aquel lugar.

“Esto es un secuestro" pensó angustiado.

“Qué irán a hacerme, qué irán a hacerme” pensó más angustiado aún.

— ¡Eeeeeeeeiiiiiiiiiiiiiiiiaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Se volvió a escuchar ese grito, esa voz otra vez.

Al girar, Rono descubrió de dónde provenía: había un hombre en una silla de ruedas atascado en el marco de la puerta de la cocina, y no podía pasar.




7. RONO Y LOS SECUESTRADORES



Ahora bien, los secuestradores eran un grupo de veinte personas más o menos. Liderados por la rubia, se dedicaban a secuestrar gente rica y poderosa a cuyas familias pedían el rescate mediante extrañas maniobras.

Por supuesto que no tardaron en darse cuenta de que habían cometido un grave error con Rono. Y no sólo porque averiguaron rápidamente que no tenía ningún dinero, sino que al establecer contacto con sus familiares éstos no mostraron ningún interés en la víctima. El padre de Rono llegó incluso a decirle a uno de los barbitúricos secuestradores que él no tenía ningún hijo, y que si no le podían enviar una caja de vino francés o algo de esa zona. Rono quedó bastante deprimido cuando supo estas cosas.

Pero los secuestradores no eran malas personas. Todos tenían entre 25 y 30 años, y sólo hacían eso para escapar de sus rutinarias vidas de niños ricos. Jamás habían lastimado en serio a nadie, y en caso, por ejemplo, de que no llegaran a un acuerdo con las familias de las víctimas, les dejaban en libertad en algún lugar insólito y lejano.

Uno de ellos hablaba por handy mientras la rubia trabajaba con una laptop. Rono les servía el café. Habían decidido utilizarlo al menos como asistente mientras decidían qué hacer con él.


— Sí, Claude, atento en zona 1. Cambio... —dijo el joven al handy. Se escuchó un breve beep, y luego el aparato habló. Rono escuchaba fascinado.


—... eno... oy en una c... lándo con su p... mbio.


— Sí, ok, Claude, ¿podrías repetir? No alcancé a copiar, hay demasiada estática. Cambio.


—...toy en una cabina d... pueblo, hablando con alguien q... ice que es su mej... migo... perro... mbio.


Rono emitió un gemido.


— ¿Cómo? Claude, a ver si entendí. Estás en una cabina del pueblo en comunicación con alguien que dice que es el perro ¿no es así? Cambio.


—... í.


El joven miró a Rono con ojos interrogadores de secuestrador.

— ¿Usted tiene un perro? —le preguntó.


— Ehhh... sí. Pero yo no le haría mucho caso si fuera ustedes. Está medio loco el animal. Desvaría. Habla raro, porque tuvo que aprender a modular palabras de grande. Y con ese hocico, viste, no puede mucho que digamos. Así que... ehhh..., bueno, como vive conmigo, debe haber atendido el teléfono...


— Que lo traigan para acá. Lo quiero conocer —dijo la rubia sin dejar de mirar la pantalla de la laptop.


— ¡¡¡No!!! —gritó Rono— No lo traigan, por favor se los pido... Déjenlo allá, déjenlo allá...


— Que lo traigan —repitió la rubia—. Le prometemos que no le vamos a hacer ningún daño, señor Rono. Ni a su perro ni a usted, por supuesto.

A Rono le extrañó lo lúcida y sobria que sonaba la voz de la rubia ese día. Por lo visto, no habían estado bebiendo ni fumando esos cigarrillos de olor dulzón. Ese día estaban todos muy serios, pensó Rono. Debía ser que cuando se ponían trabajar abandonaban la diversión a la que estaban acostumbrados, al menos momentáneamente.


— ¿Doy la orden entonces, Mónica? —preguntó el del handy.

«Mónica», pensó la mente de Rono, sin que éste se diera cuenta. Luego alzó las manos, mostrando las palmas hacia adelante y dijo:


— No. Miren, escúchenme un minuto. Yo les pido por favorrr que no lo traigan a mi perro acá; pero por el bien de ustedes se los digo. Es un animal peligroso... —advirtió Rono en tono dramático.


— Ya está en camino ―anunció el del handy—. No falta mucho. Vienen para acá con el perro y las cosas de la oficina desmantelada en Buenos Aires.


— ¡Eeeeeeeeeeeeeeiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiaaaaaaaaaaaaa, ja ja ja! —dijo el paralítico, que estaba escuchando detrás de la rubia. Rono lo contempló con mirada grave.


— Este tipo es medio pelotudo ¿no? —Observó Rono. — Parece que anda por ahí diciendo "Eeeeeeiiiiiiaaaaaa" todo el tiempo. ¿Y qué mierda le pasa, digo yo? ¿Qué es lo que tiene?

Rono ya había adquirido cierta confianza de diálogo con sus captores. De hecho, con algunos simpatizaba bastante.


— Trabajaba en C&A —explicó el del handy. — Hacía promociones, y sufrió un accidente con un volante que lo dejó en la silla medio tarado, pero nos resulta muy útil para ciertas maniobras de distracción que utilizamos con clientes más grandes que usted.


— Ah —dijo Rono—, claro. Clientes más grandes, seguro. Acá lo que pasa es que hay una falta de carencia...


— ¿Qué dice?

De repente se oyó una voz por el handy, muy clara, sin interferencia ni estática.

— Rubéeeeeeeeeeeeeeeeen... ¡vení para acá! Los muchachos miraron a la chica.

— Mónica, hay que decirle a esa señora que tiene el receptor instalado en el patio que no lo encienda si no se lo pedimos. Podría escuchar la policía. Y además me tiene harto —dijo el del handy.


Pero la rubia no le contestó, ahora estaba entretenida con uno de esos juegos en red. Disparaba desde el teclado tiros para todos lados, pum pum pum, ta ta ta. Rono sonrió al ver lo linda e inocente que se veía la chica desde ese ángulo. Parecía una niña. Pero era más mala que Sofóvich la mina.


Al poco tiempo, un sonido ensordecedor acompañado de una ráfaga de viento se precipitó sobre la casa. El jet aterrizó en la plataforma del jardín, como siempre, y de él bajaron cinco hombres. Llevaban una enorme caja de madera donde se suponía estaba el perro de Rono y doce computadoras que habían traído desde la oficina que habían desmantelado en Merlo, provincia de Buenos Aires. Depositaron la caja en el piso. Al abrir la puerta, el perro salió agachado, arrastrándose, y se situó ante los pies de Rono con una mirada cargada de culpa. Rono supo entonces lo que había hecho el animal y se empezó a calentar. La rubia y el joven del handy observaban al perro y a Rono en completo silencio. Ni el paralítico hablaba. Dentro de la caja quedaban cuatro computadoras solamente.


— ¡Tamaaadrequeteparió! —Exclamó Rono. — Yo les dije, yo les dije que es un perro de mierda. Les dije que no lo trajeran. ¡Ahora van a ver!, se va a comer todo lo que encuentre...

El perro miraba a Rono desde el piso, tratándose de enrollar en sus pies.

— ¡Salí de acá, salí de acá! ¡Porqué te comiste las máquinas, porqué te comiste las máquinas, terremilparió mirá!

Los demás contemplaban la escena con creciente curiosidad.

Por el handy se escuchó otra vez la voz de la señora, que llamaba a su hijo:

— Rubéeeeeeeeeeeeeeeeen, vení a comeeeeerrrr...




8. RONO Y LOS SECUESTRADORES II

A la medianoche del día Nº 9 sucedió algo imprevisto. La rubia y sus excéntricos secuaces se retorcían al ritmo de música electrónica, en un amplio piso que la mansión tenía a modo de terraza. Era otro de esos momentos de distracción que acostumbraban a celebrar cada dos o tres días más o menos, y a lo cual se entregaban con enérgico entusiasmo. Rono y su perro andaban por ahí, entre unos 250 invitados, y otras personas que habían asistido a la fiesta. Había champagne, vino, cerveza, fernet, vodka, etc.

Las botellas de whisky se podían sacar solamente de una caja que custodiaba el paralítico. El paralítico se llamaba César. Y además, en un enorme recipiente de vidrio habían sustancias que a Rono le resultaban desconocidas.

Las luces eran brillantes y giraban histéricas por todo el lugar. Un tipo entregaba pastillas en pequeñas bolsitas de plástico y le ofreció una a Rono, pero éste se negó, diciéndole que tenía dos o tres caries que lo estaban matando. El perro olfateó las bolsitas e hizo un movimiento con la cabeza, estornudó varias veces.

— Le agradezco igual. —Dijo Rono. Agarró al perro del cuello. — ¡Y vos no te vayas a tragar nada de eso, me escuchaste! ¡No quiero que te muevas de acá, entendiste! Bueno…


El perro se limitaba a mover la cola en señal de desconcierto. La música estaba muy fuerte y no podía escuchar nada. Más abajo, sobre el gran jardín, se podían ver estacionados muchos autos, helicópteros y jets privados. Una traffic blanca desentonaba con el resto de los vehículos. "Mmm —pensó Rono—, han invitado a otros secuestradores amigos, claro, son todos mafiosos, políticos también, seguro". Decidió mejor agarrar una botella de whisky para pasar el rato y ver si podía conocer a alguien que le indicara cómo apagar el teléfono celular que le habían dado los secuestradores para tenerlo a mano. Y el maldito aparato no dejaba de ponerse azul cada un minuto o dos, emitiendo una estúpida musiquita que lo torturaba.

El paralítico César tenía una hermosa pelirroja encima de él que lo estaba por tirar al piso, a juzgar por cómo se movía. Le faltaban las piernas a la pelirroja, pero era preciosa. "Esto es demasiado —se dijo Rono—, tiene que haber un límite". Buscó una botella de escocés de la caja. — Me llevo un Jack Daniel’s —informó Rono.

— ¡Eeeeeeeeiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiáaaaaaaaaaaa! —gritó César.

Rono pensó que esos dos así parecían un monstruo de dos ruedas, dos cabezas y cuatro brazos. La pelirroja se dio vuelta y guiñó un ojo. Rono se puso colorado, creyendo que la chica coqueteaba con él. Pero no, era un tic nervioso que tenía la mina. "Laputamadre será posible che..." protestó en silencio.

Mientras abría la botella y la estruendosa música se le metía por los oídos como miles de alfileres, alguien lo tomó del brazo y lo arrastró violentamente hacia lo que parecía ser una especie de galería.


— Venga por aquí, por favor —le dijo una voz desconocida.

Allí la música disminuía de volumen y entraron por una puerta de vidrio, corrediza, que conducía a un gran salón estilo renacentista. Adentro encontraron a cinco personas —dos hombres y tres chicas muy atractivas que evidentemente estaban vestidas para desvestirse rápido llegado el momento oportuno—, formando un círculo abrazados. Deslumbrado por la escena, Rono creyó que se trataba de la celebración de un extraño ritual. O simplemente de una orgía, una fiestita entre cinco. Divertido e incómodo a la vez, trató de acercarse para ver a las mujeres más de cerca, y advirtió que si era un ritual o una ceremonia era mucho más rara de lo que hubiera supuesto. Y tampoco era una orgía, aunque le hubiese gustado que lo fuera, porque los curiosos participantes sólo sacaban y metían la cabeza dentro del círculo y murmuraban como para sí mismos, gemían y suspiraban.


— No los mire así, hombre ―dijo la voz que lo había llevado ahí.

Ahora Rono pudo conocerlo. La voz pertenecía a un individuo bajito y rechoncho, de ojos grandes y mentón hundido.

— Están tomando coca, sí. No sea estúpido y no los mire. Se ponen furiosos si los miran así, sí.

Rono volvió a mirar a los cinco seres del círculo. No vio las clásicas botellitas de la famosa bebida y sospechó que se tratara realmente de coca cola.

— No es coca.

— Es coca, sí. Merca, papusa, frula… ¿entiende? ¡Hey! —gritó el tipo— ¿Porqué no se van donde todos los demás lo hacen en vez de esconderse acá como unos imbéciles?


— ¡OK! —dijeron los cinco del círculo, y se marcharon por un tubo lateral que había justo ahí, en una especie de cobertizo ricardiano. Rono se quedó observando a las mujeres. Estaban buenísimas. Una no llevaba corpiño ni nada parecido. Una lástima.


— Americanos —dijo el tipo—. Creen que tienen que hacer todo a escondidas, incluso cuando todo el mundo sabe lo que están haciendo. Sí.

Rono no comprendió las palabras del extraño individuo, pero igual asintió con la cabeza. Le iba a preguntar qué era lo que quería cuando el tipo se lo dijo.


— Escúcheme, voy a decirle esto solo una vez. Sí. Nos están vigilando y podríamos correr mucho peligro ¿entiende? Sí. Yo estoy infiltrado. Sé lo que usted está haciendo acá. Hablaremos en un lugar más seguro, sí. Voy a decírselo solo una vez, solo una vez. Sí. Tenía como una franja de pelo de otro color en la incipiente calvicie de su ya redonda cabeza.

— Ya me lo dijo —adelantó Rono.


— ¿Cómo que ya se lo dije?


— Ya me lo dijo, me dijo que me lo va a decir solo una vez.

Rono seguía con la mirada el escote de una de promotora de Speed que en ese momento salía por la puerta de vidrio corrediza hacia la terraza, justo al corazón de la fiesta.


— Solo una vez. Sí. Venga por aquí, por favor. Sígame.

Aparentemente a esta persona le costaba dejar de repetir "sí" a cada rato, pensó Rono.

"Perolaputa. Ya veo que me están haciendo una de esas jodas. Una cámara oculta o algo” se dijo.

“O tal vez sea cierto lo que dice este tipo y corro verdadero peligro y él es un infiltrado. Pero, ¿qué mierda es un infiltrado? ¿Qué me quiere decir con eso de que está infiltrado?” Los pensamientos de Rono hacían todo tipo de malabares inquietos.

Siguieron andando por diferentes lugares hasta que llegaron a un pequeño balcón. La brisa les acariciaba los rostros con dedos de yogurt y la música sonaba más distante que antes.


— Mire —comenzó a decir Rono—, yo realmente no sé qué quiere decirme usted…


— ¡Shhhhh! —interrumpió el tipo llevándose apresurado el dedo índice a los labios— ¡Silencio! Escuche, escuche…


Y a continuación soltó un sonoro pedo.


— Ahhh. Lo tenía guardado desde la cena. Sí. —dijo aliviado.

Rono volvió a contemplar la posibilidad de que todo fuera una desagradable broma. Pero el tipo continuó hablándole.


— Sé lo que usted está haciendo acá. Sí. Y le ofrezco mi ayuda como agente para que salga de este aprieto ¿entiende?


— No. No entiendo nada. ¿Qué es lo que estoy haciendo acá, a ver, agente?

De pronto el tipo se puso tenso y pálido. Comenzó a mover la cabeza y girar los ojos en todas direcciones, desconcertando a Rono.

— Hay micrófonos —dijo susurrando. — Hay micrófonos…


— ¿Qué, va a tocar algún grupo? —preguntó Rono entusiasmado.

Mientras tanto, en la terraza se desarrollaba una verdadera party party party. Todo el mundo estaba con algo. Había gente por el piso. Las luces flash flash flash y la música punch punch punch. El perro olfateaba todo lo que encontraba. Algunas cosas se las comía y otras las acarreaba un rato hasta que se le cansaba la mandíbula o se aburría de ellas. Una mujer gritó de espanto, en su locura de pastillas y vaya uno a saber qué otra cosa, porque creyó que el perro era un león con un brazo humano en la boca. Pero solo era una botella de vodka con naranja.

En un costado, alguien desparramó accidentalmente el contenido de un recipiente de pastillas, que se esparcieron por todo el piso. El perro pensó que eran M&M y empezó a tragárselos... Al minuto o dos se quedó quieto como una estatua, emitió un largo aullido al cielo, los ojos se le pusieron blancos y luego adquirieron la clásica tonalidad escarlata, pegó un salto como de dos metros y cayó exactamente en el mismo lugar, luego giró bruscamente en sí mismo tratando de morder su cola, ladrando frenéticamente. Finalmente, desapareció con un brinco de rana. A nadie pareció importarle este incidente, pero más tarde, alguien se dio cuenta de que la traffic blanca no estaba, por ejemplo…

Dentro de la casa, Mónica la rubia, se enfurecía al notar que su laptop había desaparecido —y ahí guardaba todos los archivos y la información importante que el grupo manejaba con tanto cuidado, lo cual los dejaba bastante vulnerables—. Ahora corrían serio peligro. Mónica pensó que debía haber un traidor entre ellos, pero dejó que todo continuara hasta terminar la fiesta.

En el pequeño balcón, Rono y su extraño agente se habían tomado toda la botella de whisky —lo que en realidad le sucede a menudo a todo el que abra una botella de jack Daniel’s, por supuesto—. El tipo le comentó que había sido vendedor de seguros y que lo tenían allí desde 1994. Rono trató de recordar ese año, pero no lo consiguió.

— Me tuvieron que infiltrar, sí. Fue terrible, pero yo quiero ayudarlo a usted. Sí.

— ¿Ah, sí?

— Sí.

— ¿Y qué es infiltrar, entonces? —preguntó Rono, mordisqueando la tapa de la botella.

— Es una metáfora.

— Una metáfora.

— Así es, sí.

Debía ser todo el alcohol, eso, porque ya estaban ambos muy bebidos, si se los contaba a los dos, claro. Así que, muy amigos, fueron en busca de otra botella. Rono iba gritando "Catamarca, Catamarca, que lindo es Catamarca" sin ninguna razón en particular. El antiguo vendedor de seguros y ahora infiltrado se agitaba como un ave, en una mala imitación de Mick Jagger.

De pronto, un cuerpo pesado y peludo cayó en medio de los dos. Tenía la piel desgarrada y gruñía como un lobo hambriento. El agente salió corriendo, desesperado. Rono se quedó mirando a la bestia. Era el perro.


— ¡Ehhh, gachorrrrittoooo, dónnnde te'bías meddidoooo, jodeunagranpúddaa!

El perro se quedó observándolo, de dudoso humor, gruñendo y mostrando los dientes. Rono cambió la expresión de su rostro por una más seria y cautelosa.

— Nooo, a mí no me grrruñasssasí, ehh ¡A mí nooooo, eh! —dijo Rono— ¡Gué garajo te c'miste ahora, a ver! Te djje gue te guedaras quieto allá, teremilbariómirá… El animal le saltó encima.




9. EN LA CLÍNICA


Las heridas que sufrió Rono a causa del ataque fueron lo que convenció a los secuestradores para deshacerse de él y del maldito perro de mierda ese. Lo trasladaron de urgencia en un helicóptero a una clínica privada francesa. Una clínica de cirugía estética.

Mirándole los pechos a la enfermera que venía con el desayuno, Rono advirtió que el perro estaba acostado en una cama al lado de él, muy relajado y moviendo la cola rítmicamente, con el control de la TV en una de sus patas. Se calentó.


— Bueno —dijo la enfermera—, acá viene un desayuno para alguien que debe comer bien y recuperarse.

— Al fin. — Rono se incorporó en su cama para recibir la bandeja.

— Y me lo come todo todo, ¿entendido? —La chica le entregó la bandeja… al perro, que movió más fuerte su cola y lamía la mano de quien le daba comida.

Rono miró el techo, resignado.

— Señorita.

La enfermera lo ignoró. Rono estiró su mano y alcanzó el blanco delantal.

— No me toque porque voy a llamar a la seguridad, señor.

— ¡Perolaputa, si soy yo el que está mal acá! —dijo Rono en tono lastimoso.

Al perro le gustaba lo que había en la bandeja: huevos, jamón, tostadas, mantequilla, rosquillas, frutillas, rodillas, polillas, caracoles de Madrid, mordiscones de azafata ciega, y aceitunas verdes. Rono alargó el brazo hacia la chica.


— ¿Y mi desayuno?


— ¡Chist! —Exclamó la enfermera. — No sea pesado. Ya se lo irán a traer.


Rono protestó.

— Parece mentira, che. Primero me secuestran y me someten a cosas que Dios sabe el efecto que van a tener en el futuro sobre mi estado mental. Luego, este perro se droga con unas pastillas, anfetaminas, estupefacientes, no se bien qué mierda, y me ataca ¡Me atacó a mí el malparido, que soy su amo!

— Te amuo —dijo el perro. Rono lo miró.

— Terremilpariómirá. Casi me desfigura. Tengo puntos por todos lados, y ahora lo acuestan acá y lo atienden y todo. ¿Qué es lo que tiene el perro, si se puede saber acaso, a ver? Dígame qué tiene él para que le traigan primero el desayuno que a mí, que estoy... hecho mierda, mirá...

El perro le ofreció la pata a su amo.


— ¡Sí, la patita querés vos! Chadetuhermana.


Intentó arrojarle una jarra de vidrio, sin éxito. Entró un médico.


— ¿Cómo le va?


— ¿Y cómo se imagina que me va, doctor? —se quejó Rono— Estoy todo cosido, me han puesto un brazo de aluminio, de lata o no sé qué, la verdad, me tuvieron que reconstruir la cara con carne de mis propios glúteos... ¿cómo se imagina que me va?


— Señor, ya me ocupo de usted —dijo el médico—. Enseguida viene el cirujano que le operó y le va a revisar. No sea impaciente...

Se volvió hacia el perro nuevamente.

— ¿Y? ¿Cómo le va al perrito?

El perrito movió la cola y se tumbó de espaldas. Rono encontraba dificultad para respirar bien. Entró el cirujano. El perro le ladró

— Shhh, bueno —dijo el cirujano, observando toda la penosa situación.

— Tengo hambre —dijo Rono.

— Parece que sus captores le han pagado por toda la recuperación. Han pensado en todo para su seguridad. Y la policía está investigando una pista sobre ellos ahora, pero no sé mucho sobre eso. Igual no tiene que preocuparse usted, han sido muy gentiles los secuestradores. Y usted muy valiente al declarar que incluso le han dejado una buena cantidad de dinero para que se vuelva a su casa.


Rono, acostumbrado a estos malentendidos, se tomó la cara con las manos.


— ¿Me oye, señor Rono? —Le preguntó el cirujano—. No me diga que el oído no ha quedado bien, porque en ese caso tendríamos que abrirle otra vez la…

— Aydiosss… no me abran más nada. Me quiero ir de acá.

— Se va a ir, se lo prometo. ¿Cómo se ve?

— Nadie me lo dice. No hay ningún espejo tampoco.

— Enfermera, alcánceme un espejo, por favor —ordenó el cirujano.

— Tengo hambre, no he comido nada desde la anestesia —reclamó Rono.

— Mírese.

Rono miró el espejo. No le gustó lo que vio.


— Parece un actor ―le dijo el cirujano.


— ¿Cuál actor?


— Creo que... Robert de Niro. Se parece a él, mírese.

Rono volvió a mirarse.


— ¡Lareputísimamaaadrreequeteremilparióoooo! —Exclamó— ¡Robert de Niro! ¡Sí, parezco Robert de Niro, pero en esa película en la que hace de boxeador y lo cagan a trompadas!


— Y, bueno…, tampoco se podía hacer mucho que digamos. Había poca piel.

El cirujano se retiró. Acarició al choco antes de irse con una palmada suave en el lomo. El animal se limitó a mover la cola y guiñar un ojo.

— Cómo se te ocurre atacar a tu dueño así, sinvergüenza, ja ja ja…

— Jua jua jua —se rió cómplice el animal.


Con el rostro entre sus manos, Rono gemía y lloriqueaba como un niño. Otra enfermera vino con el desayuno, pero esta vez para él. Y también tenía unos pechos generosos. Rono los contempló y deseó que le hubieran puesto en la cara lo que esa chica tenía en el pecho.

Pero ahora, que estaba despierto.




10. RONO EN EL EDIFICIO


Rono siempre se había considerado a sí mismo una persona con muchísimos defectos, pero en realidad… sus virtudes eran realmente pocas. Después de catorce operaciones más habían logrado devolverle el aspecto que tenía antes de ser atacado por el enloquecido y drogado animal. Al dejar la clínica, un avión aéreo los transportó por el aire hasta su casa, en la provincia de Mendoza, Argentina. Un taxi los dejó a ambos en la puerta del edificio donde vivían. El perro orinó dentro del taxi y Rono se vio enfrentado en una acalorada discusión con el chofer. Terminó dándole dinero para que el tapizado del vehículo pudiera ser limpiado. Al ingresar, el encargado estaba leyendo una revista en el hall, detrás de una especie de escritorio donde había solamente una inútil lámpara. Saludó al perro con genuina alegría. A Rono simplemente lo ignoró, como hacía el resto del mundo.


— ¿Alguna novedad mientras no estuve? —preguntó Rono mirando el ascensor― ¿Alguna correspondencia, boletas, cartas, algo por el estilo?


— No sabría decirle —dijo el encargado. — ¿Cómo no sabría decirme? ¿Hay algo para mí, sí o no? ¿Para qué carajo está usted acá entonces?


— No sabría decirle.


— Pero...

El ascensor se abrió y Rono llamó al perro para que subieran. El perro agitó la cola una vez más al encargado como diciéndole "bueno, me tengo que ir, después nos vemos, dale" y se apresuró a entrar en el ascensor. Rono se detuvo un instante antes de introducir su delgada figura en el aparato para observar qué se quedaba haciendo aquel imbécil del encargado. Se quedó mirándolo por unos segundos, por joder nomás, para ver si el tipo le hacía alguna mueca o un gesto de burla creyendo que él ya se había metido en el ascensor. Pero no. Se volvió a sentar detrás del ridículo escritorio, agarró la revista que estaba leyendo, y se hurgó la nariz casi hasta deformarla. A Rono le causó repulsión tener que ver esto. Hizo un leve chasquido con la lengua y se metió en el ascensor, pero la puerta se cerró antes de que lo consiguiera, y le aprisionó una manga del pulóver. El ascensor se puso en funcionamiento y se elevó, obediente. El perro ya había pulsado el botón de número de piso, y Rono quedó literalmente atrapado por la manga entre los primeros dos pisos, donde por fin el inteligente aparato se detuvo debido al desperfecto detectado. El perro ladró. Rono gritaba desesperado.


— ¡Pará pará pará, me quedé enganchado, me quedé enganchado, laputaquemeparió!

El perro, nervioso, se acercó a Rono gruñendo, como diciendo “qué pasó, qué pasó”

— ¡Auxilio! —gritaba Rono. El perro ladraba más fuerte. — ¡Auxiiiliooooooo!


— ¡Árf árf árf! ¡Guau guau guau!


— ¡Cállate!


— ¡Árf!


— ¡Calláte, lagranputaaa! ¡Me quedé atrapado!

De pronto Rono se sintió débil, liviano. Creyó que moriría ahí, y elevó su cabeza al techo de luz blanca del ascensor. Su rostro palideció y empezó a delirar cosas.

— Me estoy muriendo —le dijo al perro que lo miraba sin comprender, con la cabeza torcida hacia un costado —. Me estoy muriendo. Veo una luz blanca... mirá, ¿la ves?


El perro miró el techo.


— Árf.


— Sí —dijo Rono en un susurro, con los ojos brillantes. — Nos estamos muriendo…

— Vuos te estuas murienduo —dijo el choco.

— Hay que ponerse a rezar. Recemos. Digamos alguna oración.

— Puadre nuestruo que estuás en los cieluos… —empezó el animal, cerrando los ojos y bajando las orejas.

— Pará, me falta el aire —Rono se agarró el cuello—. Me falta el aire, me falta el aire, pará...

― Soltuate el cuelluo ―aconsejó el perro.

― ¡Socorrooo! —gritó de repente Rono, destrozando sus cuerdas vocales, ya casi al borde de la asfixia.

— ¡Help! —ladró el perro.


Al cabo de una hora, los bomberos lograron introducirse por el hueco del elevador y llegar a él por la parte de arriba. En su delirio, Rono no había oído las alarmas ni las sirenas. Todavía creía que estaba por entrar al cielo. Pegó un alarido de susto cuando el techo se movió y apareció la cabeza de un bombero, con casco y todo.


— Mantenga la calma —le pidió el bombero. — Lo sacaremos de acá tan pronto como podamos, en un rato, no se preocupe, no se altere.

Pero Rono no estaba para nada alterado. Luego del susto que se llevó cuando apareció el bombero, había tomado aquello como parte natural de su entrada al cielo, el final de su agonía. Sólo le parecía un poco extraño que en las puertas del cielo lo recibiera un bombero. Pero no estaba alterado. El perro silbaba la melodía de Imagine, de John Lennon.

Cuando consiguieron sacarlos del ascensor, ya había una considerable cantidad de gente fuera del edificio. Policías y más bomberos, dos ambulancias, vecinos (habían desalojado dos cuadras completas creyendo que se trataba de una bomba), canales de televisión, reporteros gráficos, panaderos, electricistas, malabaristas, limpiavidrios, y demás curiosos. El mismísimo intendente de la ciudad estaba presente, demostrando su compromiso con los problemas de la comunidad, y en evidente estado de ebriedad por los asuntos electorales pendientes de un hilo mental, lo que lo hacía parecer como un mafioso de muy baja categoría y sin altura alguna.

Había que asegurarse de que no había heridos, por lo que trasladaban camillas hacia el interior del edificio. Entraron unos paramédicos. Salieron enseguida con el perro acostado en una de las camillas, empujada por tres hombres... y por Rono, a quien al parecer habían confundido con el encargado del edificio o alguien que se encontraba ahí por casualidad o curiosidad, y le habían pedido que los ayudara. Cuando llegaron a la primera ambulancia y metieron al perro adentro, Rono divisó al encargado del edificio hablando con un móvil en directo de canal 7. Pero antes de que pudiera tener una reacción, un paramédico lo agarró del brazo y lo llevó hacia el edificio otra vez.


— Señor, tenemos que sacar al hombre de adentro del ascensor ahora. Ayúdenos con la camilla, por favor.


— ¡Yo soy él! —se indignó Rono.


— Sí, usted. Vamos, no hay tiempo…

En medio de un verdadero caos de gritos de la muchedumbre, las sirenas, las radios y los handys, Rono entró al edificio empujando la camilla nuevamente, repitiendo que era él que se había quedado atrapado en el ascensor. Pero nadie la hacía caso alguno, desde luego. Cuando pasaron al lado del móvil de televisión, el encargado del edificio saludó a Rono alegremente con la mano y le sonrió. Rono estuvo a punto de soltar la camilla e ir y meterle ciento treinta trompadas enfrente de las cámaras de TV y de todo el resto de imbéciles que estaban ahí. El intendente de la ciudad discutía con un grupo de limpiavidrios


— Los vamos a ubicar en trabajos —les decía—. No pueden estar más en la calle...


— ¡Facho! —Le gritaban los malabaristas—. ¡Fachista de mierda, te creés que podés imponer lo que se te ocurra!

— No, chicos, no es así. Yo solo quiero que tengan un espacio para hacer lo que hacen. Hay que usar una política de...

Uno de los limpiavidrios perdió los estribos.

— Qué política ni política loco. Nosotro' queremo' picá la olla loco ―dijo el muchacho, y alzó su precario instrumento de trabajo.


Mientras tanto, Rono aflojó la vejiga por tanta tensión acumulada y se orinó encima. Y cómo no encontraban nunca al supuesto hombre que había quedado atrapado en el ascensor, que era él, los bomberos y la policía tuvieron la brillante idea de considerar la posibilidad de un atentado terrorista. Encima, el bombero que Rono había tomado por un ángel del cielo con casco no aparecía por ningún lado.

Y justo en ese momento, alguien con uniforme se le acercaba peligrosamente.



* * *




INTERMEDIO Nº 2


RONO Y LOS COLECTIVOS


En el mundo del transporte público no hay muchas opciones para tener en cuenta a la hora de viajar. Estas son las siete razones de RONO para putear a un colectivero. 1— Uno toca el timbre cuando se aproxima la parada en la que quiere descender del colectivo, pero EL SEÑOR chofer cree que es mejor que ud. se baje mucho más allá. Puteada interna: Putamadreche, me querés llevar hasta tu casa, putooo... 2— En cuanto uno sube se da cuenta de que es un error intentar ser amable con EL SEÑOR, porque igualmente él siempre lo va a mirar a uno como si fuera el culpable de todos sus inconvenientes. Aterrador, verdaderamente. 3— Si uno paga el boleto, EL SEÑOR le arroja el cambio con una mano que se mueve constantemente, y uno tiene que perseguir esa mano para alcanzar a atrapar alguna monedita, mientras el colectivo dobla repentinamente, o esquiva un camión... Primer chasquido de lengua y puteada interna. 4— Nunca le crea cuando EL SEÑOR le dice, sin dejar de mirar por el parabrisas ni un momento como si fuera una película muy particular de la que solo él logra comprender el argumento, que "ya le doy el vuelto". Olvídelo, bájese sin ir a reclamarlo porque despertará la furia de EL SEÑOR. Putear en casa: estehijodegranputamirá se quedó la monedita nomás... 5— Piense que, si él se lo propone, es muy probable que usted nunca llegue a bajar del todo del colectivo sin romperse al menos una pierna o un dedo. Preocuparse por esto, no es joda, y putearlo veladamente al conseguir descender. 6— Si uno está muy pero muy apurado por llegar a cualquier destino importante, EL SEÑOR va a avanzar a paso de hombre porque está adelantado en su horario. Insulto de labio cerrado y segundo chasquido de lengua. 7— Cuando uno intenta atravesar el pasillo del vehículo después de haber pasado por la experiencia de pagarle a EL SEÑOR o introducir la tarjeta magnética del viaje, él arrancará bruscamente de modo que uno tendrá que aferrarse a algo o a alguien para no morder el hediondo piso de goma del colectivo. Putear: eeehhh paráaa qué te crées que es esto laconchadetuhermanaaaa...


RONO Y LOS ASADOS


Estas son las 16 instrucciones básicas según RONO para comprar y comerse un asado. 


1— Ir al supermercado y entrar a mirar dónde hay un poco de carne. Ah, sí, por ahí, por ahí está la carnicería… uylaputa, hay que sacar número. 2— Esperar con el número en la mano como si fuera un cheque, y poner cara de estar muy fastidiado porque hay como 37 personas antes. 3— Fastidiarse en serio, al advertir que los carniceros le dan todas las mejores puntas de espalda a cualquier otra persona que esté antes. Pensar ya en la posibilidad de ir adquiriendo pan y verduras para las ensaladas. 4— En la panadería nos toca el número 011- serie C. La mina con barbijo, gorrita y delantal que parece una enfermera, anuncia número: ¡009!... Faltan dos, bueno… Ah, no, pará, es serie B este recién. Putear en secreto a la panadería y a la panadera. 5— Fastidiarse, otra vez, con los próximos números. 6— Ir a buscar la verdura. Lechuga, tomate, cebolla para tirar al fuego, y pimientos rojos y verdes… No hay pimientos, laputamadre. 7— Buscar la góndola de los vinos. Encontrarla y buscar un cabernet que no supere los 10, 12 pesos. Llevar un par o dos unidades. 8— Comprar un sacacorchos, en casa no hay. 9— Volver a la carnicería, buscar el número en el bolsillo y comprobar que no nos toca todavía, taquelosremilparió... 10— La panadera enfermera nos avisa a todos que no hay más pan hasta dentro de 20 minutos. Ahí ya la calentura nos obliga a buscar algo para calmarnos un poco. Abrir una de las botellas. 11— Es nuestro turno en la carnicería, por fin. Hay media docena de chorizos, una morcilla y un trozo de carne sumamente extraño. Aparentemente no queda mucho para pedir. Seguir bebiendo de la botella, mientras esperamos el pan. 12— Luego de obtener todo, el pan, la carne que se pudo, las ensaladas y alguna otra cosa que siempre uno quiere comprar, dirigirse hacia las cajas. Y fastidiarse. 13— Las colas para pagar llegan hasta la mitad del supermercado. Abrir la segunda botella. 14— Poner el rostro más oblicuo que nos sea posible cuando la cajera nos dice que no le funciona la maquinita de las tarjetas de crédito, después de 50 minutos de esperar en línea y habernos bebido los dos vinos. 15— Dejar todo tirado por ahí y salir del supermercado balbuceando y puteando a todo el mundo, totalmente borracho, prometiendo volver con un inspector de sanidad, la DGI, la CGT, el gobernador, quiero ver al dueño, mi amigo es abogado, conozco a Lita de Lázari... En fin, putear a diestra y siniestra bastante rato. 16— Regresar sobrio en otra oportunidad y repetir desde el paso 1. * * *


***



11. EL PERRO MIRA LA TELE


Al fin y al cabo, cuando Rono pudo comprobar que era inocente de todo lo que se le acusaba en aquella tremenda confusión que se armó cuando se quedó atrapado en el ascensor de su propio edificio, el perro le fue entregado luego de las revisaciones médicas veterinarias y vegetarianas correspondientes. Así que, agotado y de pésimo humor, decidió volver a su casa. Y lo hizo, doce pisos arriba por las escaleras. El perro lo esperaba ya en la puerta del departamento, moviendo la cola y con la lengua afuera... pero de alegría nomás, porque Rono subió por las escaleras pero el perro no, el perro tomó el otro ascensor, que funcionaba bastante bien, ¿para qué iba a subir doce pisos en cuatro patas si había un ascensor disponible? Cuando Rono llegó insultó al animal y le largó una patada. El choco la esquivó impecablemente, al estilo de las escenas de la película Matrix. El animal todavía recordaba muy bien los recursos de defensa propia que le habían enseñado en aquella academia de recursos de defensa propia para perros, en 1972, en Vietnam del Este. Los norteamericanos planeaban utilizar estos perros entrenados para verse vivir en la jungla, para ver en la oscuridad más absoluta y terrorífica, para ver debajo del agua y encima del café con leche, para ver en ellos una compañía digna en la soledad del campamento de soldados... y para ver también si podían conseguir que algún vietnamita saliera con el culo mordido aunque más no sea, porque hasta el momento en aquella sangrienta y absurda guerra los estaban haciendo realmente mierda a los norteamericanos. Y bueno, se lo tenían merecido tal vez, por arrogantes y pendencieros, pero... en fin, esa es otra historia. La cosa es que el perro conservaba en su cerebro canino ciertas técnicas que nunca había alcanzado a usar, y ahora le servían para soportar mejor la ira de su amo. Rono volvió a insultarlo, y entraron en el departamento. Se acostó en el sillón y se quedó dormido enseguida. El perro se acostó al lado de él y encendió la tele. Puso el Discovery Channel, uno de sus favoritos. Estaban pasando un programa que trataba sobre la primera extinción del castor egipcio. Parece que su especie estaba en alerta roja debido al derrumbamiento eventual de una pirámide que había aplastado a miles de estos animales, los cuales visitaban el lugar en ocasión de una excursión programada para castores. Y ahora quedaban tan solo cuatro de estos ejemplares. Todos machos. Salían en pantalla en ese momento, pero no parecían querer decir mucho al respecto. Un hombre de camisa color caqui, todo transpirado, los mostraba dentro de una especie de jaulas enormes, llamadas Jaulas Enormes, donde los cuatro animalitos tenían que aprender a sobrevivir, tejer, bordar y abrir la puerta para ir a orinar. Cambió de canal. Encontró otro que le gustaba, el History Channel. Emitían un programa especial sobre una antigua civilización que había intentado realizar estatuas de sal en el fondo del océano pacífico. Se trataba de los Beegees, que, según afirmaba un hombre pelado y de anteojos que hablaba del tema pero no parecía estar demasiado interesado ni entusiasmado en él, las famosas estatuas se habrían desintegrado casi por completo al tomar el más mínimo contacto con el agua de mar. Aparentemente tampoco habrían llegado al fondo, decía también el hombre, porque se creía que la misma sal del océano actuaba como neutralizador salínico sobre la superficie de las estatuas. Se mencionaba también que los antiguos Beegees eran eximios en materia de esculturas y arte en general —hacían maravillas esculpiendo con el orégano— y que las primeras generaciones de estos individuos se habían dedicado al ski y al canto, pero luego desarrollaron complejos sistemas para la germinación de la tierra. Se pensaba actualmente que aquel elevado sistema consistía en arrojar semillas sobre suelo fertilizado, luego lo regaban con agua mineral comprada en grandes cantidades, y esperaban a continuación que creciera algo mientras jugaban y cantaban. Muy interesante. Cambió de canal otra vez. Un programa humorístico. Reconoció inmediatamente a una de las protagonistas, que conducía el programa junto a otro sujeto. Era Julieta Prandi. El choco movió la cola al ras del piso, la había conocido de cerca cuando la vio en aquél restaurante. Llevaba el pelo suelto y le caía a los costados como líquidos rayos de sol. Estaba vestida con una minifalda blanca y una simple remera roja de algodón. Tenía puestas unas botas de cuero negro que le llegaban hasta debajo de las rodillas, y reía casi todo el tiempo. También se oían risas de gente detrás de cámaras, lo cual le pareció bastante extraño al perro. Pensó que los ojos de Julieta Prandi, en planos cercanos que la cámara egoísta y envidiosa no le hacía con demasiada frecuencia, parecían hechos con dos pequeñas manchitas robadas de algún lugar del cielo más puro y azul imaginable. Todo esto le confería a la chica el aspecto de haber salido recién del sueño de algún dios enamorado. Pero al perro le parecía solo una mujer rubia y atractiva como cualquier otra. Se trataba sólo de una modelo, tal vez actriz o conductora, pero nada más, realmente. Una chica encantadora y muy alta. Le parecía una mina increíblemente alta Julieta Prandi al perro. Sabía bien que su dueño Rono se volvía loco por ella y que se golpeaba una mano con la otra cuando pasaba por un escaparate de revistas y la veía en la tapa de alguna, o que se agarraba el estómago y se doblaba entero cuando la observaba en algún cartel de publicidad gigante de la ciudad. Intentó despertarlo para que la pudiera observar en la televisión. Lamió su mano, pero Rono ni se movió. Le apoyó el hocico en la panza y emitió un gemido moderado de perro. Nada. Ladró una vez, un ladrido bajo y ronco, prolongando un matiz de graves al final... Ahí Rono se movió, pero no despertó del todo. El animal fue entonces a la cocina y buscó una lata de cerveza, la llevó al lado de Rono y la abrió. La cerveza brotó en espuma, ffffsshhhhh. Rono dirigió automáticamente su mano a la lata, como si tuviera un radar de malta y lúpulo, se la llevó a la boca y bebió. Dos líneas de cerveza le caían por los costados de la comisura de sus labios, seguían camino por el cuello y se le metían por debajo de la ropa, manchando gran parte del sillón en que dormía, la alfombra, el piso... y el perro, que estornudó y resopló varias veces ante el contacto con el alcohol. Rono no se dio cuenta de que la tele estaba encendida siquiera. El perro, desilusionado y contrariado por el fracaso en su intento de darle una alegría a Rono, miró con tristeza hacia la ventana que daba a la noche, moviendo sus labios de hocico. «Estuaba la Pruandi en la tele», dijo.


12. RONO EN EL CASINO



Enfurecido por haberse perdido a Julieta, Rono se levantó del sillón muy amargado y empezó a proferir toda clase de insultos. Puteó al perro por haber encendido la tele, puteó a la tele por haber emitido la imagen de la bella Julieta sin su consentimiento, qué insólito; puteó a Bush, a Kirchner, a China, a Macri, a la música electrónica, a la madre de Pablito Ruiz... Anda a saber. Puteó a la tarjeta por haberse dejado tragar en el estúpido cajero automático, a la industria del algodón... y a sí mismo, solo por haber nacido. Se puso la chaqueta y salió a tomar aire. Y un trago. Decidió ir al casino, por joder nomás. Cuando llegó, no lo dejaban entrar. Se calentó. Igual no lo dejaban entrar. Pidió hablar con el gerente o alguien más responsable —y menos fornido—. Apareció un tipo, le dijo que lo siguiera por aquí, por favor. Rono pensó que los de seguridad lo iban a revisar entero pero no fue así. Siguió al tipo. Le parecía vagamente conocido. "De dónde lo conozco a este" pensaba Rono. Llegaron a una pequeña oficina, la del tipo, suponía. Al menos había podido ingresar al casino. Pensaba jugar los últimos 15 pesos que le quedaban e irse a dormir, derrotado pero contento de haber hecho algo útil con el inútil dinero. El tipo cerró la puerta tras él y miró a Rono.


— ¿Qué hace? —le dijo.


— ¿Cómo qué hago?


— ¿No me reconoce?


— Eh... estaba pensando que lo conocía de algún lado, pero...


— ¡Pero pero pero! Sí. Ya nadie recuerda a nadie. Sí. El otro día me encontré con mi mujer. Estamos separados, sí. Le dije que había vuelto, que había encontrado trabajo acá en el casino. Sí. No me recordaba esa maldita... gorda de porquería. Mire, yo lo reconocí de inmediato. Sí. ¿Cómo olvidarlo a usted y lo que le pasó aquel día con esa bestia? Sí...


Rono se acordó ahora. Era el tipo ese que estaba en la fiesta de los secuestradores y que decía "sí" cada dos o tres palabras, inevitablemente. Le dijo que quería jugar unas fichas y luego irse.


— Claro, unas fichas, sí. Venga por acá. —Siempre llevaba a Rono “por acá” este tipo parece— Le voy a conseguir fichas, si quiere. ¿Quiere que le consiga fichas si quiere? Sí quiere, seguro que sí. ¿Y qué tal un par de whiskys y una negra? ¿Qué le parece eso, eh? Sí, seguro que quiere eso también, sí.


— Sí, quiero —dijo Rono sin darse mucha cuenta de lo que su boca hacía. — Y la negra… ¿es muy negra?


— Es negra, ¿qué más quiere que le diga? No existe más negra ni menos negra. Sí, uno se es simplemente negro o no. Sí. Es negra, sí —dijo el tipo.


— Es negra entonces.


— Sí.


— ¿Sí?


— No me lo vuelva a preguntar. Sí. Venga por acá.


Entraron al gran salón, enorme y luminoso, como todo casino. Había toda clase de gente, de mesas, de olores y colores. Una chica morena se le acercó a Rono y le ofreció un whisky. Rono la miró fijo, pensando "Midios, si ésta es la mina, me caso". Probó el whisky. Era suave y claro como un néctar sagrado. Era J&B, claro. Lo reconocía rápido. El tipo lo tomó del brazo otra vez y lo llevó a una mesa, llena de jugadores, chicas con tetas de terciopelo y tipos con lentes y sin pelo. "Buenolaputache, siempre me agarra del brazo" pensó Rono con el envión.


— Siéntese en ésta —dijo el tipo— Acá gana seguro, sí.


— Quiero un Jack Daniel’s —pidió Rono.


Luego, levantando una ceja queriendo imitar a James Bond, miró a la morena y le dijo, en dudoso español neutro:


— ¿Voy a ganar, nena? ¿Tú qué opinas, eh?


La negrita sonreía. Y Rono con una cara de imbécil como no se le conocía hasta entonces dijo:

— ¿Quieres pasar la noche a mi lado, mientras me ves jugar, nena?


— No le hable. Es muda —dijo el tipo— No habla nada. Parece que sería hereditario, sí. La madre y la hermana tampoco hablaban mucho. Murieron en un accidente y ella quedó sola. Sí.


— ¿Hereditario? ―se deprimió Rono. Pero agregó tiernamente: — Vení, flaca, quedate conmigo igual si querés.


La muchacha le sonreía bondadosamente, complacida. El tipo se alejó caminando rápido, levantando la pierna izquierda cada tanto para tirarse un pedo o dos. A Rono le causaba mucha gracia, mezclada con una incómoda repulsión este hábito del tipo.


— Sus apuestas ―dijo el crupier.

Rono miró a la negrita y le indicó que eligiera ella una ficha para comenzar. Un gato negro es fortuna para el juego. Bien, la chica señaló la ficha más grande y colorida, por joder. En realidad, Rono pensaba terminarse el whisky y partir, si era posible, con esta hermosa mujer de color que no hablaba nada. Se sentía mejor.


— Black Jack —dijo el crupier.


— ¿Quién? —preguntó Rono.


— Usted gana —le dijo el tipo que estaba a su lado.


— ¿Yo gano?

Rono en seguida miró a la morena, con los ojos abiertos y grandes como platitos de café. Luego saltó de la silla, excitadísimo

— ¡Gané, grandísimaputaqueteparió! ¡Gané gané gané! ―Pero la duda lo asaltó una vez más, porque Rono no estaba muy acostumbrado a que las cosas le resultaran favorables así como así. Se calmó, se sentó, y volvió a preguntar al tipo de al lado.


— ¿En serio gané yo, señor?

Rono estaba contento y entusiasmado. Siguió jugando e hizo varios Black Jack más. Tenía como cinco mil mangos cuando sacó sus cuentas, completamente borracho, desde luego. Seguía pidiendo juego.


— ¡Dirámmme una garddita, búto, daleeeee! —le decía al crupier, que miraba de reojo a los de seguridad por si Rono se pasaba de la raya. — ¡Eso, labútammadreeeee, venníparagáaaaaa! — gritaba eufórico Rono, en medio de las miradas, envidiosas, de todo el mundo. La negra sonreía y aplaudía, sin perder hermosura ni encanto.

Y por primera vez en mucho tiempo, Rono se sintió feliz de ser como era. La vida tenía los dientes afilados y podía morder y hacer daño; pero también tenía suaves y hermosos labios que Rono aun no había visto ni saboreado del todo.



13. RONO BRUCE LEE



Cuando el frío de la noche lo despertó, estaba acostado en un refugio para esperar el colectivo, en plena avenida, la morena chica a su lado, silenciosa y linda. Con eso recordó todo. Había ganado un montón de dinero en el casino, y se había tomado varios tragos y... bueno, ahora parece que estaba a punto de tomar un colectivo y volver a su casa con la negra hermosa y muda que el tipo si si si le había presentado. Iba todo muy bien, pensó Rono. Pero cuando llegaron, el edificio estaba en penumbras.


— Tamádre, se ha cortado la luz —dijo Rono—. Seguro que vamos a tener que subir por las escaleras, y vivo en el piso doce, creo—. La chica sonreía amorosamente y movía la cabeza. Empezaba a agradarle mucho a Rono la negrita esta. Estaba sintiendo cosas en la panza con respecto a ella, y eso le gustaba.

Pensó en el perro, que estaría esperándolo en el departamento. "Quizá no le salte encima y se la coma primero que yo estehijodemilputa", dijo Rono con total confianza. Total, la mina era sordomuda. ¿O era muda nada más? Bueno, no importaba mucho a esa altura. Llegaron a la puerta y escuchó los ladridos del perro. Buscó las llaves en el bolsillo. No estaban. Las buscó bien. No estaban. Las volvió a buscar mejor, esta vez en los bolsillos de la chaqueta inclusive. No estaban las putas llaves de su casa. La chica miraba a Rono un poco asustada ante los movimientos espasmódicos de éste al realizar la frenética búsqueda de llaves. El perro ladraba desde adentro.


— ¡Calláte, laputamadre, que no encuentro las llaves! —gritó Rono tratando de controlar su ira. El perro, en el interior del departamento, miraba la puerta y ladeaba la cabeza tratando de comprender porqué Rono no ingresaba. Pero no lograba entenderle las palabras. De repente, de forma inexplicable, se dio cuenta de lo que sucedía: su amo no tenía las llaves. Decidió ser buen perro e ir en busca de una copia que había en la cocina.


— Quedáte tranquila. Sé muy bien cómo manejar esto. ―pero la chica miraba a Rono cada vez más asustada, dudando, porque intuía que no, que Rono no sabía cómo manejar eso. Sabía que algunos hombres, cuando beben, se ponen un poco intratables e impredecibles, y temía que Rono hiciera algo que la pudiese lastimar... porque "ese" hombre había bebido demasiado bastante. Ella lo había visto. El perro encontró un duplicado, lo llevó hasta la puerta y lo arrojó al piso entre la rendija por dónde se filtraba la tenue luz del pasillo. Las llaves hicieron un tintineo al caer, lo cual sorprendió y confundió a Rono.


— ¡Pará, pará! —gritó apartando a la negra hacia atrás con una mano y mirando fijo la puerta— ¡Hay alguien adentro, hay alguien adentro! Mi perro me está avisando con esos ruidos codificados...


La chica ya miraba a Rono en la forma que se mira un mosquito mientras nos está picando.


— ¡Sonidos metálicos, sonidos metálicos! ¿Qué significa esto? ¡Dáme otra pista, perroqueteparió!


El perro, del otro lado, no comprendía porqué Rono no tomaba las llaves por debajo de la puerta y la abría de una vez. Decidió estirar la pata y sacar un pedazo de llave hacia afuera para que Rono la pudiera agarrar con mayor facilidad, pensando que seguro estaba ebrio todavía. El animal olfateaba a alguien más pero no podía identificar aquel olor con nadie que conociera. Fue a la cocina nuevamente y trajo algo más.


— ¡Escuchá, escuchá eso! —dijo Rono concentrado en el nuevo sonido que el animal le enviaba como segunda pista, según creía él, claro — ¡Está tratando de decirnos algo con una especie de código... eh... tipo morse o algo así! ¡Escuchá! son como entrecortados los sonidos... parece como que raspa algo contra una superficie. Esto es El Código Da Rono.


El animal sintió que Rono ahora comprendía sus propósitos. Entonces estiró la pata y, justo en ese momento, volvió la electricidad y se encendieron todas las luces del pasillo y de la casa. Se encendió el televisor, en alto volumen, asustó al perro y no pudo evitar un ladrido. Rono interpretó esto como una mala señal y entró en estado de pánico. Su rostro se desfiguró de una forma alarmante. La morena se echó hacia atrás y empezó a gemir. De repente, Rono levantó los brazos y la pierna derecha, en una posición parecida al ataque. Entrecerraba los ojos mirando la puerta como si ésta fuese un objetivo zen. "No hay dolor no hay dolor no hay dolor", repetía Rono para sus adentros. Una milésima de segundo antes de producirse el impacto pensó también "es imposible, no tengo tanta fuerza". La ambigüedad y la contradicción humanas se manifestaban esa noche en un solo hombre; el espíritu de los antiguos maestros orientales se apoderó de aquel hombre como una revista de actualidad se apodera de la atención de toda empleada doméstica; un hechizo milenario recorrió el cuerpo y la mente de ese hombre; lo recorrió e inmediatamente lo abandonó. Ese hombre era Rono. Se lanzó sobre la puerta con una destreza que el mismísimo Bruce Lee hubiese envidiado.

¡¡¡CRAAAAAAAAAAACK!!!

La derribó, quedándose atónito e incrédulo ante el acto de haberlo conseguido tan fácil. La chica estaba hecha un ovillo en el suelo tapándose los oídos y llorando histérica. Rono contempló su departamento con la mirada seria y aguda de quien espera encontrarse con el peligro cara a cara. Una nube de polvo que se alzaba, contenta, le impedía ver con exactitud lo que tenía por delante. Se preparó de nuevo para el ataque por si había un ladrón, pero pronto el polvo bajó y pudo ver que se trataba del perro. Tenía algo en la boca el animal. Algo alargado y de filo dentado. Un serrucho. Lo dejó caer a los pies de Rono, convencido de haberse ganado un punto favorable con él. Pero a Rono ya le preocupaba otra cosa. Se miró la pierna y no le gustó lo que vio, había un bulto que le salía por el muslo y empezaba a ponérsele de color morado. Un dolor caliente y líquido le recorrió el cuerpo. "¡Aylaputa, Aylapuuuuta, me quebré! ¡Pará, que me quebré la pierna, pará...! ¡Me quebré la pierna!", gritaba. El perro se acercó para lamerle el hueso que le asomaba por la parte posterior del muslo. Tenía mal aspecto la pierna de Rono, pensó el animal. La chica entró y señaló el teléfono. En algún punto indeterminado del edificio, una alarma comenzó a sonar. Y mientras Rono yacía en el piso experimentando un dolor insoportable, el televisor emitía el nuevo video clip de los Rolling Stones en vivo, Brown Sugar.


14. RONO EN NAVIDAD



Rono no se quebró nada. Lo que le sobresalía del muslo no era más que un trozo de madera de puerta que al romperse se le clavó en la pierna. Menos mal, porque sino tenía que pasar la navidad enyesado. Pasaron varios días juntos con la negrita y el choco. Ella le curó la herida, que no era nada grave, y él iba encontrando miguitas de pan en el suelo como en Hansel y Gretel. La chica resultó ser amorosa y dulce como un durazno de verano, le preparaba té y tostadas como a Rono le gustaban, le hacía mimos como a Rono le gustaban, le agarraba la mano cuando se calentaba de fiebre por culpa de algo que hacía o se comía el perro, le preparaba buenas comidas nutritivas, y se quedaban hasta tarde viendo televisión y jugando al naipe, como a Rono le gustaba... —Ella siempre le dejaba ganar—. Rono se acostumbró con naturalidad al poco diálogo con la mudita, le gustaba igual. Y decidió entonces ofrecerle pasar la navidad con él y el perro.


— ¿Querés pasar navidad con nosotros, negrita? Vamos a estar solos, porque mi familia y la de él no andan muy cerca.


La negrita, por supuesto, no respondió. Le pidió con señas que le alcanzara un papel y algo para escribir. Rono buscó en una mesa.


— ¿Dónde hay papel y lápiz, dónde hay papel y lápiz?, que me va a responder por escrito, laputamadreche... ¿Vos te comiste un block de hojas que había acá? —le preguntó al perro.


El perro lo miró y enseguida se agachó.


— Bueno —dijo Rono tratando de dominar su impulso de castigar al animal—. Aunque sea decíme con la cabeza sí o no.


La negrita movió la cabeza de arriba hacia abajo, asintiendo. El perro también. Rono permaneció un breve instante mirando a los dos, y luego dijo con el ceño fruncido:


— Pero... pará, ¿vos tampoco tenés mucha familia que digamos o solo te querés quedar con nosotros para navidad porque querés nomás?


La negrita movió la cabeza de izquierda a derecha, negando. El perro también. Rono buscaba con la vista desesperadamente papel y lápiz, pero no parecía haber nada.


— Bueno, bueno, creo que entendí que te querés quedar con nosotros. Vamos a ir a comprar algunas cosas para nochebuena entonces ¿quieren?


La negrita se quedó quieta, con los ojos fijos en la nada, como olfateando algo impreciso. El perro también. Rono pensó "puuuta, ¿qué hacen estos dos, yoga?


De repente se escuchó una fuerte detonación. ¡PUM! Rono se tiró abajo de la mesa inmediatamente.


¡PUM PUM PUM! Otras detonaciones.


— ¡Esto es Irak, esto es Irak, es la tercera guerra mundial! ―gritaba muy asustado Rono.


El perro, como todos los de su especie, se alteraba muchísimo con los petardos de la época de las fiestas, y se introdujo en el CPU de la computadora, inexplicablemente. La chica se tapó los oídos hasta que terminaron las explosiones. Rono salió de abajo de la mesa, temblando y con el rostro desencajado, tratando de incorporarse enseguida.


— No me acostumbro nunca —dijo avergonzado.


— Nunca —dijo la morena.

Rono se quedó perplejo. Por un momento pensó que sus palabras hacían eco en algún rincón misterioso de la habitación, pero estaba seguro de que la negra había hablado. La miró y se le acercó, impresionado.


— ¿Dijiste algo?


— Algo —dijo la chica, y sonrió.


— ¡Estás hablando vos! —dijo Rono entusiasmado.


— ¡Vos! —exclamó ella, también entusiasmada.


— ¡Perolaputache! Estoy siendo testigo de un prodigio, de la aparición del habla en alguien. Es la primera vez que me pasa esto... es increíble —luego pensó en su perro y la extraña habilidad para hablar que ya había desarrollado, y agregó— Bueno, es la segunda vez que me pasa.


— Pasa —dijo la negra.


— ¿Pasa? ¿Qué pasa? ¿Pasa de uva? Sí, vamos a comprar pasas de uvas también... ¿Eso querés, pasas de uvas?


— Uvas —dijo la chica.


Acá Rono advierte que algo no está bien. Que la chica está empezando a hablar, sí, pero que solo repite lo último que escucha. Para comprobarlo, Rono le hablaba y esperaba a ver que decía ella. Y siempre repetía lo último la morena.


— Y vamos a pasar la navidad juntos los tres, comiendo un asado, o un pollo relleno... ¿te gustan los pollos rellenos a vos, qué te parecen?


— Parecen —repetía ella.


— Y después nos vamos a ir a pasar la noche en algún lugar, alguna fiesta o algún bar, y nos vamos a divertir mucho, tomaremos un trago o dos... —dijo Rono


— Dos.


— Y luego, si querés, te llevo a tu casa o adonde sea que vivís... o si te querés quedar acá te quedás, no hay problema, me gustan las tostadas a mí, y no veo porqué no... Además no te veo para uno de esos anuncios para conocer gente, de enamorados —explicó Rono enredándose en sus propias palabras como de costumbre.


— Enamorados —dijo ella. Rono hizo silencio y la miró. Era muy linda. Tenía los ojos del color de algún mineral no descubierto aun.


— Negrita hermosa —le dijo, y la abrazó y la besó. Se dieron un largo beso con los ojos cerrados y a Rono le brotaban burbujas en el corazón. Se estaba enamorando de esta mujer, definitivamente.


Mientras sucedía todo esto, en la pantalla del ordenador se lo podía ver al perro corriendo y saltando por todos lados en un universo digital que no comprendía pero que disfrutaba contento. Había entrado por pura casualidad a un juego en red, el "Counter Strike", y se encontraba en una situación delicada, en una guerra que él no había comenzado. Agachado entre dos muros, esperaba para dar un salto encima de unos individuos que se le acercaban con armas de fuego y gritaban estupideces.


En navidad la gente suele hacer toda clase de tonterías. Una semana después, para el año nuevo, esas tonterías se multiplican y algunas de ellas se convierten en extrañas naves que arrojan problemas sobre la humanidad. A Rono le sucedió una cosa así. Luego de una cena de características paganas, Rono y su amada negrita partieron rumbo a la diversión que esperaban encontrar dentro de las diferentes ofertas navideñas. El choco seguía adentro de la computadora, así que Rono lo guardó en un disquete y se lo llevó en el bolsillo de la camisa. Tomaron un taxi hasta un complejo donde se realizaba una gran fiesta electrónica para celebrar la navidad.

— Va a estar buenísima —le dijo a la negra—, yo he ido a muchas de esas, y se ponen realmente buenas... a eso de las seis de la mañana más o menos.

— Menos —dijo ella.

Se bajaron del taxi, y se acercaron a la multitud de gente que se agolpaba por entrar. Rono, que en la cena había bebido vino copiosamente, buscó dinero en el bolsillo, y encontró también el disquete con el perro. "De acá no vas a salir ni en pedo", le dijo al disquete. De alguna extraña manera, creyó notar que el disquete se agachaba un poco en su mano. Pero claro, debía de ser un truco de su mente, excitada por el vino y las circunstancias. Llegaron a una especie de entrada decorada con motivos navideños. Un enorme pino había sido vestido de arbolito de navidad. Las chicas que cobraban las entradas llevaban gorros colorados con pompón blanco. Moños dorados colgaban por todos lados. Paquetes que no contenían nada habían sido esparcidos sobre todo el lugar. Inesperadamente, Rono y la negrita pudieron entrar rápido al complejo. No hubo inconvenientes de ningún tipo para ingresar, lo cual desorientó un poco a Rono, por supuesto. La música sonaba muy fuerte y muy electrónica; y había mucha gente muy linda y muy electrónica. Era temprano aun. Rono preguntó la hora a un tipo que estaba parado al lado de un inmenso parlante, contemplando todo alrededor con mirada muy seria y los pulgares en el bolsillo, aparentemente controlando que todo se desarrollara con normalidad. Le fue difícil a Rono distinguir la diferencia entre el tipo y el negro parlante. Agarró a su chica del brazo y se dirigieron hacia un costado del predio donde se encontraba una de las diecisiete barras dispuestas en el lugar.

— Qué querés tomar vos —le gritó Rono a la morena. No se escuchaba nada encima de la música.

— Vos —dijo ella.

— Yo me voy a pedir un champagne. Te traigo uno —dijo Rono, y se encaminó a la barra.

En esa barra no había champagne le dijo un sujeto de musculosa y gorra tropical que manipulaba una coctelera, haciendo un espectáculo ridículo. "Qué mierda es lo que baten ahí dentro" pensó Rono, "Nada. Están toda la noche boludeando con eso y no baten nada en realidad; es agua con hielos" Rono preguntó al tipo dónde servían champagne, porque había pagado una entrada que incluía todos los tragos que quisiera beber. El tipo, batiendo la coctelera, lo miró fijo pero no le contestó.

— ¿Qué es lo que baten ustedes ahí? —preguntó Rono, curioso. El tipo realizó una especie de pirueta con la coctelera que consistía en arrojarla para arriba, y luego agarrarla.

— Es un trago —dijo el musculoso barman. Y Rono sintió que las mejillas se le enrojecían. "Y sí, qué otra cosa va a ser, café con leche, laputaquetereparió", pensó, pero desde luego que no se lo dijo.

— Eh, bueno, dame entonces uno... para ver —pidió Rono.


El barman se detuvo, buscó debajo de la barra y entregó a Rono un rollo de papel, un ejemplar del periódico, “Uno” de Mendoza, muy arruinado.


— Es el de ayer —le dijo el barman—, pero están todos los clasificados enteros.


Rono se apartó y se fue a otra barra muy caliente, pensando "puuuuuutamadre, se ponen muy graciosos algunos para navidad". Encontró otra barra y se detuvo ahí.

— ¿Qué sirven acá? —preguntó antipático y malhumorado a una mina que, muy moderna y muy electrónica, tenía una ipod enchufado en las orejas mientras controlaba el movimiento de su barra.

— Lo que quierasss —le dijo la mina.

— Bueno, quiero un champagne —Rono miró los increíbles pechos de la mina pensando lo extrañas que son las leyes de gravedad cuando están aplicadas en esa zona.

— ¿Con speed?

— No.

— Todo el mundo lo toma con speed.

— Yo lo tomo a mayor velocidad. ¿Saco yo mismo el champagne?

— “¿Saco yo mismo el champagne?” ―se burló la mina—. Claro que lo sacásss vosss, ¿o esperássss que te lo saque yo...?

Rono, dominado por el atractivo de la bella mujer, ni se calentó, se agachó y sacó una botella de champagne de una caja. Algo se le cayó del bolsillo, pero no se dio cuenta hasta más tarde.

Media hora después Rono estaba muy ebrio. La negrita, contenta, seguía repitiendo todos los finales de lo que él le decía... y también de las letras de ciertas canciones que el fabuloso y electrónico dj permitía que se escucharan en fragmentos. Rono decidió que quería cerveza ahora, algo refrescante, pero tenía que atravesar un montón de carne para llegar hasta esa barra. Lo hizo. Lo bueno de estar muy borracho y pasar entre tanta gente apretada es que uno nunca puede caerse. A Rono le sucedía con frecuencia esto. Cuando llegó por fin a la barra de las cervezas, pidió una bien helada.

— ¿Guál crvezzza diennenn agá? ―balbuceó como pudo.

— Andes ―le contestó la chica detrás de esa barra, con lentes de sol, visera, y ninguna teta.

— ¿Andesss? ―se extrañó Rono— ¿Andes de gué? Sí, mejor dame una andes de gue se enfríe, labuddagueterimilpbarió...


15. RONO VIAJA POR EL PERRO I



Luego de las fiestas y de sus borracheras correspondientes, Rono descansó por tres días y tres noches. La chica estaba a su lado cuando despertó. Le preparó desayuno de tostadas y té, como a él le gustaba. Pero Rono le pidió café, lo necesitaba, porque le parecía que su cabeza era una estación de subte.

El perro seguía en el disquete y ahora ladraba en formato Disco de 3½ (A:). La negrita lo imprimió en una hoja, y se lo pudo ver en blanco y negro y con la lengua afuera… pero afuera de la figura, porque la impresión era de pésima calidad. Rono se levantó de la cama.

— ¿Me querés decir cómo vamos a hacer ahora para sacar a este animal de esta hoja, digo yo?

— No sé ―dijo ella.

— ¡Ah! ―exclamó Rono excitado— ¡Ya hablás bastante mejor, veo!

— Veo.

— Puuuuuuta... ¿Qué pasó, se te fué?

— Fué ―dijo la negrita, triste y confundida.

Rono se vistió rápidamente y salió, con la hoja de papel impresa del choco, para ver qué se podía hacer. Decidió ir a buscar a su viejo amigo, el que había conocido como espía mientras estaba secuestrado y que ahora era un funcionario o algo parecido del casino.

— Es un caso bastante raro, sí ―dijo el tipo—. Creo que ya es un perro digital, pero no se preocupe, tengo un plan, sí. Puedo transformarlo de nuevo en analógico con una máquina que yo inventé hace tiempo…

— ¿Inventó una máquina? ¿Qué clase de máquina inventó usted, señor? ―preguntó Rono interesado.

— Es una máquina del tiempo, sí. Soy científico. Hemos hecho experimentos con seres humanos también, sí. Vengan por aquí por favor.


El tipo agarró del brazo a Rono, como de costumbre, y la hoja de papel con el perro impreso vibró por la sacudida. “Bueeeeeenoperolaputamaaaadreche, siempre me tiene que agarrar del brazo así”, murmuró Rono para sí mismo.

El perro movió la cola en la hoja de papel, pero nadie lo advirtió. A todo esto, lo que el tipo le había dicho sobre que era un científico y había inventado una máquina del tiempo y que habían hecho experimentos con seres humanos… “Aymidios, éste tipo forma parte de los que me mandaron a la isla y luego al pasado y casi me culpan de matar a Kennedy…” pensaba Rono con creciente alarma. “Ahora entiendo cómo ha estado siempre al lado mío y todo, él forma parte de un plan para experimentarme, me están utilizando como… como un… experimento”, concluyó el pobre Rono. Y ahora comenzó a atar cabos. Los tenía en un bolsillo del pantalón. Eran varios cabitos chiquitos así, sueltos, que se puso a atar con la paciencia de una abuela judía cuando teje.

Entraron a una sala enorme, de techo bajo, de caña y durazno, con salpicré en las paredes, de turrón de maní. “Muy interesante”, pensó Rono. El tipo los condujo hacia una pelota de rugby gigante que presentaba una puerta lateral. Ésa era la máquina del tiempo, seguro. Pero no, esa guinda formaba parte de otro experimento relacionado con las capacidades cornugales de ciertos jugadores de ese rudo deporte.

El tipo caminaba enérgico y soltando flatulencia. Pocos sabían que en realidad era conocido como el Dr. Robert. Pero Rono ignoraba su nombre. Había veces que, al firmar un documento, tenía que preguntarle por teléfono a alguien cómo era que se llamaba… y cómo se escribía. “R-O-N-O” le deletreaban siempre. Sucede que Rono sufre de un síndrome llamado Síndrome Sin Nombre, el cual le hace olvidar por momentos su propio nombre.

Bueno, llegaron a otra sala, esta vez mucho más pequeña pero de techo más elevado, donde había una muñeca inflable que yacía muerta sobre una mesa de cristal. “Otro experimento”, dedujo Rono. El Dr. Robert se inclinó sobre la mesa donde yacía la muñeca y le dio un beso en la boca. “No me extrañes”, le dijo. La muñeca, de hule, no le respondió. Rono pudo observar que la muñeca se parecía extrañamente a la rubia Mónica, la líder del grupo de secuestradores. Pensó que todo aquello también había sido parte del siniestro plan que éste tipo y los otros científicos graneaban para mortificarle la vida a él. “Si lo llego a ver por acá al paralítico diciendo eeeiiiaaa, me voy a calentar muchísimo”, decidió Rono. Entraron a otra sala. Rono ya se sentía un tanto mareado, y cuando vio lo que había frente a él no lo podía creer: un globo luminoso que era como un adorno de navidad gigante y que giraba en sí mismo emitiendo un leve zumbido. “Ya sé qué es esto”, pensó el astuto Rono, “es un adorno de árbol de navidad con luces, que gira sobre un eje de orégano… gigante” Se lo dijo al doctor, y el doctor lo contempló con mirada grave.

— No sea idiota. Ésta es la máquina de la que le hablé, sí. No se acerquen demasiado hasta que se los pida. Van a tener que entrar los dos, porque no puedo meter papel solamente, entiende, sí.

— ¿Ah, papel no?―preguntó Rono.

— Sí, no puedo meter solo la hoja con el perro, no. De modo que usted tendrá que entrar y sostenerla, sí.

— ¿Ah sí?

— Así. Sí ―afirmó el Dr. Robert.


Y a continuación encendió un gran panel de control que no hizo la menor señal de quedar encendido. Luego puso cara de ligera preocupación.


— Falta un cable—dijo-, me falta un cable, uno finito, que es el que permite la alineación de los gastos interestinales del aparato digestivo de esta maldita máquina, sí. ¿No lo ve usted por ahí al cable? Si lo ve no me lo diga, por favor, no me lo diga…

— ¿Cómo que le falta un cable? - se alarmó Rono - Perolapuuutamadre…

Con desconfianza, Rono recorrió con la mirada el lugar. Era un completo desorden, había cables de todos los tamaños y por todos lados; había luces navideñas y de las otras; había un mono, un castor egipcio, un rulemán, varios teléfonos celulares, sombreros, armaduras del medioevo, lanzas, escaparates de revistas del siglo XIX, gatos mecánicos, gatos de Hollywood, una guitarra eléctrica de la década del ’50… En fin, había muchas cosas desparramadas por ahí. Rono vio un cable chiquito, finito, el cable que faltaba. Y se lo dijo.

— ¡Ahí está, ahí está el cablecito! ―lo señaló.

— ¡No me lo diga! Le dije que no me lo diga. Sí. Lo tenía que encontrar yo mediante un dispositivo hepático que me he incorporado a mi mismo hace una semana, sí. Puedo oler el whisky a kilómetros de distancia, sabe...

— Dispense ―dijo Rono, sin saber qué significaba en realidad esa palabra.

— No importa. Métanse ya a la máquina, sí. Los voy a mover un poco en el tiempo y así el perro volverá a ser como antes, sí.

Pero Rono tuvo serias dudas y temores ante la propuesta. Con paso lento y tembloroso se introdujo en la máquina. Antes, se volvió y le preguntó al tipo su nombre.

— No se lo he dicho por motivos que desconozco. Sí. Pero ya es hora de que lo sepa. Soy el Doctor Barbui. Robert Barbui, de Amapolas Gitanas, porque mi madre provenía de…

— No, no ―interrumpió Rono—, está bien, doctor… pero yo quería saber el mío, porque se me olvida, usted sabe…


El doctor quedó un tanto perplejo, pero luego atribuyó aquello a los hechos vividos por Rono anteriormente.

— Ah, perfecto entonces, sí. Usted se llama Rono ―y le deletreó: — R-O-N-O.

— Gracias ―dijo Rono, y se metió en la máquina que era como un adorno de navidad gigante, con la hoja de papel en la mano.

El perro ya comenzaba a difuminarse un poco a causa de la transpiración manual de Rono. La máquina zumbó un instante y luego las puertas se cerraron, se encendieron varias luces y… todo quedó a oscuras. “Perolaputaquépasó”, pensó Rono intrigado. De repente, un televisor de pantalla plana les ofreció imágenes. Era una película que el sistema dedicaba para que los viajeros no se aburrieran. En el televisor apareció Tom Hanks, un actor que le gustaba a Rono, porque siempre parecía estar solo o en lugares extraños y arreglárselas por sí mismo, y siempre se le presentaban problemas graves a Tom Hanks, en un cohete en el espacio, en una isla desierta, en un mundo donde él era un deficiente mental pero con lindas metáforas sobre lo deficiente y sobre lo mental, en una situación donde volvía a ser niño mediante artilugios como el que Rono experimentaba en ese momento. Solo rogaba que no fuera esa otra película que había hecho con Meg Ryan, esa en que se mandaban e-mails durante toda la película… mmm, era horrible. Sin ninguna razón en particular, Rono se preguntó de repente cómo sería la dirección de mail de Tom Hanks. Quizá fuera: “runtommyrun.correotomail.com"; o tal vez: “tantososcarscomomepuedaganar.tommyhanks.net”; o quizá uno más simple y concreto: “cualquierpapelquemepidanlohago.millónxminuto.com”.


En fin, de todos modos no tenía importancia, pero lamentablemente la película era con Tom Hanks y Meg Ryan, laputamadre. La máquina hacía lo suyo, y sin que Rono se diera cuenta ya estaban viajando en el tiempo. Una pata del perro salió, peluda, de la hoja de papel y se apoyó en la pierna de Rono. Estaba funcionando, pensó. Pero ignoraba que el Dr. Robert Barbui había olvidado cierta maniobra, por lo cual Rono y el perro iban a quedar varados por un tiempo en otro tiempo, valga la redundancia.



16. RONO VIAJA POR EL PERRO II



El tablero del Dr. Robert era un desastre. Los números corrían para todos lados en un visor como en la película Volver al Futuro. Se notaba que el tipo estaba con los nervios destrozados por aquello. De aquí en más, Rono y el perro podían aterrizar en cualquier lugar y en cualquier época del tiempo, pasado o futuro. Las cosas se habían complicado mucho más de lo que el pobre doctor Barbui había previsto. Aunque sabiendo que su intención había sido la de ayudar a Rono ―ya que era su experimento― no dejaba de sentirse culpable y deprimido por la situación. Este error podía costarle la carrera, el diploma, el prestigio entre la comunidad científica del mundo entero, el poco pelo que le quedaba, la remota idea de reconciliación con su esposa, y por su puesto el puesto en el casino...

— Van a haber problemas ahora ―se decía Barbui— Sí. Van a haber muchos problemas ahora. Es peligroso que éste hombre y su perro caigan deliberadamente en un tiempo y un espacio, sin haberlo programado. Cuando experimentamos mandándolo a Estados Unidos fue diferente, sí... Pero ahora es muy diferente, ahora es muy diferente. Sí.


Ahora bien, Rono se había quedado profundamente dormido, y el perro, ya restaurado en carne y hueso y pelos estaba a su lado viendo la película con Meg Ryan y Tom Hanks. No le gustaban esos artistas al perro. Es más, odiaba a Hollywood con todos sus dientes, pero no le quedaba otra. De todas formas igual lloraba en las partes emotivas del film. Entre esos lloriqueos y gemidos del perro, Rono despertó de su letargo. Miró al perro.

— ¿Por qué mierda llorás? Es una película horrible. Me quedé dormido en el comienzo mientras me aguantaba las ganas de vomitar. Vámonos de acá. Esto ya debe de haber terminado. Te veo que estás como antes... ―dijo Rono irritado todavía por haber recién despertado. Luego miró alrededor y cayó en la cuenta de que aún estaban adentro de aquélla cápsula como adorno de navidad gigante, la “máquina del tiempo”. Dudó un instante mientras miraba al perro.


— No te habrás comido algo ya, ¿no? Mirá que si te comés algo de ésta máquina o lo que carajo sea esto, el doctor nos mata. Nos mata a los dos. Esto es un experimento muy importante.

Buscando la puerta de salida, tropezó con un cablecito chiquitito, otro cablecito, finito como un alambre. Lo observó preocupado, pensando “tamádretambiénnn... éste tipo pone cables por todos lados. Espero no haber causado algún daño” —Rono ignoraba que ya estaba todo mal con el asunto, pero no dejó de maldecir y preocuparse. Miró instintivamente hacia la parte de arriba del artefacto y vio una pequeña luz roja que parpadeaba donde se leía la palabra “EXIT”.

— ¡Ya está! ―se entusiasmó Rono— Ahí dice que todo fue un "éxito". Vení, salgamos de acá para darle un abrazo al Dr. Robert Barbui y agradecerle por todo esto. El perro movió la cola y balbuceó algunas palabras.

— ¿Qué? —Rono no le entendió bien.

— Yia vuoy, termuina la puelícula y vuamos ―dijo el animal. Rono le aplicó una patada en las costillas y lo obligó a bajarse de la silla donde estaba. Salieron del artefacto por la misma puerta que estaba debajo del “EXIT”, que aún parpadeaba.

Y lo que encontraron ahí cuando salieron no era precisamente el laboratorio del Dr. Barbui. Ni siquiera estaban dentro de un lugar. Estaban en la calle, con gente que los miraba con expresión de horror en sus rostros. Esa gente y el lugar le pareció de lo más extraño a Rono, pero había algo familiar en todo aquello, pensó. Trató de calmarse y pensar más. No lo consiguió. El perro fue inmediatamente a orinar un árbol, con cara de placer y entrecerrando los ojos, guiñándolos, como hacen todos los chocos cuando vacían sus vejigas. Rono lo observó con incredulidad, pero estaba demasiado emplumado en sus pensamientos. “¿Dónde mierda estamos, digo yo?” De repente, un niño se le acercó con mirada divertida y lo tocó en el brazo, le dijo algo pero Rono no entendió el idioma que hablaba el chico. Notó entonces que todos iban vestidos con túnicas extrañas y llevaban cosas en la cabeza y andaban en burros, o mulas, o lo que fuere, Rono no podía saber qué eran. Estaban en el centro de lo que parecía ser un mercado. Al Norte se alzaban unos pequeños montes y colinas. Era un lugar que el sol invadía por todos lados casi como en un desierto, pero poblado. “¿Dónde mierda estaremos, laputamadre?”, pensaba Rono. El perro vino corriendo y se sentó a su lado. Traía algo en la boca. Parecía un hueso, pero... era un hueso medio raro.

— Putamadre, dejá eso, dejá eso que puede estar... infectado o algo ―lo reprendió Rono.


Luego interrumpió su atención hacia el perro, porque justo delante de ellos había muchos hombres escudriñándolos con miradas entre temerosas y salvajes. Pero no iban vestidos como los demás, que, por otra parte, habían huido a esconderse a otro lado ante la llegada de estos individuos, de rostros recios. Llevaban unos cascos extraños. Algo le traían a la memoria esos cascos a Rono. Hizo un tremendo esfuerzo por recordar dónde los había visto antes. Uno de los hombres se acercó a Rono y le habló en un tono severo, en una lengua que a Rono se le antojó Latín. ¿Hablaban en latín estos tipos? Rono no lo sabía con certeza. Y esos cascos, y esas vestimentas, con capas... ¿Y porqué llevaban lanzas y escudos y esa bandera que decía Emperias Rom...? A Rono, ya bastante confundido y lleno de interrogantes, de repente se le ocurrió mirar algo que había estado todo el tiempo enfrente de él a unos pocos metros de distancia.

Era un cartel lo suficientemente grande como para leer los caracteres que tenía tallados. Estaba debajo de un árbol y decía algo que Rono no entendió, porque las letras estaban mezcladas con otros signos, pero lo interpretó enseguida. El cartel decía: “Bienvenidos a la ciudad de Jerusalén” Se quedó perplejo. Sus labios se movieron sin que se diera cuenta de ello. “Aylamierrrda, no me digas que estamos en...”

Un soldado romano lo agarró del brazo.


“Putamadre, otro... Siempre me agarra alguien del brazo a mí”, pensó Rono, irritándose. El oficial lo llevó hacia donde estaba el resto, dio una orden y todos se abalanzaron sobre Rono.

Mientras tanto, el perro se había unido a otro grupo de hombres, unos que sí llevaban largas túnicas y conversaban con otra multitud de gente. Había uno en especial ahí que estaba en lo alto de una roca y que no paraba de hablar. Así que el animal se sentó con los demás a escuchar lo que decía aquél hombre. Parecía un tipo misterioso, pero transmitía una sensación muy agradable que tanto el perro como la multitud que lo escuchaba parecían recibir de muy buen modo.

— Ya sé quién es éstue ―dijo el perro —. Es Juesús de Nuazuaret.

Pero nadie le oyó, porque todos escuchaban una historia que aquel hombre les contaba.



17. RONO EN JERUSALÉN I




Al anochecer, Rono sintió frío. Se palpó con las manos el torso y se dio cuenta de que se encontraba desnudo, salvo por un trapo que le habían puesto a modo de ropa. Se trataba de un lienzo color rojo que tenía un olor rancio insoportable. Un soldado romano lo sacó de su perplejidad llamándolo desde la puerta. Se dio cuenta de que se encontraba detenido, por lo que podía entender, en un calabozo o algo por el estilo. “Perolaputaquemepariótambién. No, si me las busco yo…” pensó Rono, afligido por haber caído otra vez fuera de tiempo por un error ajeno. Y por culpa del perro encima. El soldado abrió la pesada puerta de madera de acacia y le indicó con rudos modales que saliera. Hablaba en griego.

— Salga ―dijo el soldado—. El sumo sacerdote quiere verlo. El gobernador y La Junta del Sanedrín están discutiendo su caso. Le van a someter a un juicio.

— ¿Quién? ―preguntó Rono, sorprendido de poder hablar el griego e intrigado por la cantidad de cosas que el soldado le decía— ¿Quién me va a hacer un juicio? —Le parecía extraño a Rono que aquél simple romano enviado a llevarlo ante la junta y el Gobernador y Todo le diera tanta información. Miró al soldado ahí parado, esperando que hiciera algo, que entrara a sacarlo, no sé. Su rostro le resultó familiar, pero no identificó familiar de quién. El soldado finalmente entró en la celda y lo sacó… tomado del brazo.

— No me agarre del brazo, por favor.

— No hable y sígame.

— ¿Adónde es que me llevan? Mire... eh… soldado, esto es un error, yo se lo puedo explicar, es muy fácil, el doctor Barbui…

— No hable ―volvió a decirle el soldado.

—… se equivocó en un cálculo parece ―explicaba Rono—, y el viaje salió mal, seguro que van a venir a rescatarnos de…

— ¡No hable le he dicho! ―gritó el romano—. Se lo hemos dicho desde que lo arrestamos en el monte Sinaí hoy por la tarde. Y usted no ha parado de hablar. Le han tenido que adormecer a golpes para que se callara. Hasta que La Suprema Corte decida qué hay que hacer con los extranjeros como usted que aparecen en el monte así como así, su situación es delicadísima, señor… Se lo he dicho como tres veces ya… ¿o acaso es tonto usted?

— Nobuenopará, pará un poco, eh… ―se defendió Rono, nervioso―. Yo lo que les quiero explicar es que no aparecí así como así en el monte ese de ahí…

— Sinaí ―corrigió el soldado—. Monte Sinaí.

— ¿Y sinoeahí adónde mierda es entonces? Eso es lo que estoy tratando de decir…

— Explíquelo ahora ante el Sumo Sacerdote ―El romano lo arrojó dentro de una suntuosa cámara que parecía un palacio, y a continuación hizo un saludo antes de retirarse. Rono se quedó mirando al soldado irse. Se llevó una mano a la cien, intentando un saludo militar.

De hecho, aquél lugar era un palacio. El viejo palacio del rey herodes. Rono quedó mirando la espalda del soldado, y a decir verdad le dio bronca que lo dejara solo ahí. Pero tenía un cagaso… Le temblaba el labio superior y la ceja izquierda estaba nerviosamente fuera de control. Temió lo peor. Pero se calló la boca, pensando “Lo único que espero es que no traigan el perro acá, porque se come todo este lujoso atrio en cinco minutos”. Entraron los miembros del Sanedrín y el Sumo Sacerdote. Caifás, hijo de Anás, que presidía el caso e hizo las primeras preguntas a Rono, se sentó en una mesa enorme con una altiva expresión en el rostro. Rono estaba distraído observando cómo unas palomas competían por los mejores trocitos de pan en el patio del palacio. La Corte Suprema comenzó el interrogatorio. Hablaban en arameo.

— Antes de decirte los cargos que se han presentado en tu contra quiero que me contestes algunas inquietudes que tengo ―dijo Caifás, mientras se servía vino en una jarra decorada con cristales incrustados. Detalles que Rono jamás advertiría, claro.

— Mire – habló Rono, pensando “Peeerolaputa, hablo en arameo ahora también.” – Mire, yo sé que ustedes son muy importantes acá y todo eso, pero yo quiero explicarles que ha habido un error de cálculo en…

— ¡Oh! ―exclamó uno de los ancianos— ¿Eres acaso un matemático instruido? ―Los demás miembros del jurado rieron, todavía medio borrachos por la opulenta cena de las Pascuas. Rono sintió ganas de darle una paliza al gordo de mierda ese. Le parecía un tipo de lo más repugnante e hipócrita. Y su ironía no tenía la menor gracia además.

— En el viaje algo salió mal ―continuó Rono—. Pero eso… eh… lo que sucede acá, déjeme que le diga, es que…

— ¿Eres el extranjero que dicen que apareció como si nada en el monte de Sinaí? ¿Vienes con alguien más, o acaso eres uno de esos que anda con ese Galileo? Responde sí o no.

Rono se quedó un instante procesando las palabras para poder responder algo que no lo comprometiera. “Galileo” le sonaba familiar, pero se acordó de un amigo de la escuela secundaria y luego se olvidó. Caifás enrojeció de furia.

— ¡Contesta! ―gritó enfadado el Sumo Sacerdote— ¿Eres el que dicen que apareció en el Sinaí, sí o no?

Rono habló tan bajito que nadie pudo captar lo que dijo.

— ¿Qué has dicho? ―Preguntó Mamón, uno de los sacerdotes del templo. — ¿Has dicho que sí, que estuviste ésta tarde en el Sinaí?

— No, que si no hay un vinito o algo para beber. Porque si me van a empezar a hacer un montón de preguntas tomémonos un trago aunque sea. Tengo la garganta a la miseria, sequísima ―dijo Rono llevándose la mano a la boca y sacando la lengua.


Mientras sucedía esto, el perro había pasado la mayor parte del día con Jesús y sus discípulos, que lo habían adoptado como mascota. Le llamaban el “apóstol Perro”. Los acompañó durante las preparaciones que ese día hacían los hombres para celebrar la pascua. Su instinto ya le había permitido descubrir que ése era Jesús y todo lo demás, pero el animal ignoraba cosas aún. Ignoraba que habían arrestado a Rono, por ejemplo, y que ésa cena que estaba a punto de compartir con esos hombres extraños iba a ser la última cena de Cristo con sus discípulos y que pronto lo arrestarían también a él. También ignoraba un punto oscuro pero fundamental: que Jesús sabía quiénes eran Rono y el perro y porqué estaban ahí… En fin, era un perro bastante particular y sabio, pero seguía siendo un perro.

Ahora bien, entraron todos en una habitación sobre en la segunda planta de una casa. Su dueño era un hombre bondadoso y amigo de ellos al parecer. Le llamaban Lázaro.

— ¿Y éste quién es? ―preguntó Lázaro al advertir la compañía del perro.

— Éste es nuestro amigo nuevo ―dijo Jesús. Sonreía bondadosamente. — Lo hemos conocido hoy y ha estado junto a nosotros, predicando en el monte. Le hemos llamado “Apóstol Perro” debido a su origen canino, y a que sabe hablar bastante bien. Llegó con el extranjero que arrestaron hoy, pero él se ha quedado con nosotros.


Jesús parecía estar de muy buen humor. El perro notó que era un tipo muy divertido, que reía mucho y hacía todo tipo de bromas.

— ¿El extranjero que arrestaron hoy? ―preguntó Lázaro, acariciando al perro― Debe de ser ése de quien habla todo el mundo en la ciudad. Ha llegado de una forma misteriosa, Maestro. ¿Qué opinas de él?

— «En verdad les digo ―dijo Jesús, dirigiéndose no sólo a Lázaro, quién le había hecho la pregunta informalmente, sino a todos los demás―, en verdad les digo que el Reino de los Cielos vendrá de igual manera. Y los que no estén preparados verán la desgracia del juicio de mi Padre. »

Luego se sentaron a una larga mesa y comieron y bebieron en abundancia. Y hablaron mucho, sobre todo Jesús, que no paraba de decirles a esos consternados hombres que lo amaban y lo habían seguido durante más de tres años, que había llegado su hora, que iba a morir por el pueblo judío, y que uno de ellos lo iba a traicionar. Habló sobre las palabras de los viejos profetas, Jeremías e Isaías, sobre el destino doloroso del Mesías; habló de que el Mesías debía morir por la espada de sus familiares (o sea ellos, sus discípulos, en el caso de Jesús.) Pedro estaba con los nervios destrozados. Juan, Jaime y Santiago estaban serios como la muerte, y Mateo, el recaudador de impuestos y quien llevaba las cuentas de los asuntos del Maestro y su obra, se cubría el rostro con las manos. El perro comía una pata de cordero asado que habían tenido que traer especialmente, porque los primeros dos corderos pascuales destinados a esa Última Cena ya se los había comido — Jesús no lo reprendió, a pesar del enojo de algunos —. De repente, como si un rayo luminoso hubiera dado claridad a todos sus pensamientos, el animal dejó caer la comida de su boca y quedó mirando fijo hacia la otra punta de la mesa, como en una especie de trance momentáneo. Jesús, afligido y deprimido por la ignorancia de sus seguidores y la dureza de sus corazones más que por el destino que le esperaba, levantó una mano calmando los ánimos de todos. Entregó trozos de pan a cada uno y les ofreció beber de la misma copa, para cumplir así con la vieja profecía acerca de “comerán y tomarán mi sangre y mi carne”. Al finalizar el ritual le llegó el turno al apóstol Perro, que seguía mirando fijo hacia un punto indeterminado, hacia el vacío, del otro lado de la mesa, con las orejas paradas y abriendo y cerrando los orificios de la nariz en su hocico, como olfateando lo ausente, lo imperceptible… Todos los discípulos lo observaban incrédulos e impresionados por aquél prodigio canino. Incluso Jesús se unió a las demás miradas — aunque comprendiendo mucho más que los otros y con una sonrisa de aprobación en sus labios —. Ése hombre irradiaba un amor infinito, y el perro lo percibía perfectamente mejor que cualquier otro. De pronto el perro habló con su tosco y largo hocico, en extraño arameo antiguo.

— ¿Aduónde estuá Judas?


En otro lado de la torre Antonia, el gobernador Pilatos interrogó a Rono y se dio cuenta de que este no representaba en realidad ninguna amenaza seria, y que tampoco era alguien condenable ni peligroso. Así que lo soltó. Lo soltó, porque lo tenía agarrado del brazo… Habían comido y bebido tranquilamente durante horas. Habían charlado de diversos temas, mientras los sacerdotes israelitas y la Suprema Corte esperaban afuera impacientes e irritados. Porque odiaban a Pilatos tanto o más como éste los despreciaba a ellos. Y sospechaban de que Rono fuese un espía romano. Al cabo de un rato o dos, Pilatos y Rono salieron al patio central, mostrando ambos evidentes signos de ebriedad. Una gran multitud de curiosos se había congregado ahí para observar los asuntos de la justicia. El gobernador saludó a los miembros del Sanedrín con una burlona referencia. Rono lo imitó torpemente, pensando que todo aquello era muy gracioso.

— Pueblo ―anunció Pilatos a la audiencia—, estos hombres quieren lapidar a este otro ―señaló a Rono. Rono levantó involuntariamente la mano, saludando confundido—, y condenarlo por el pecado de blasfemia y extranjerismo extraño, pero yo, que soy piadoso y tengo una vez por año el poder del Emperador para liberar a un reo, no encuentro culpa alguna en él. – la multitud rugió y vitoreó por un rato. Pilatos estiró una maliciosa sonrisa hacia los Sacerdotes judíos y los miembros del Templo.

— Ustedes pueden elegir qué hacer ―continuó el gobernador—, pero a mí este hombre me parece de lo más simpático, por así decirlo. ―Luego descendió por los escalones, seguido por sus asistentes y criados… y por Rono, que venía tambaleándose detrás de todos.

Pilatos se acercó a Caifás, que lo miraba con desprecio.

— Este sabio me ha contado historias maravillosas acerca del futuro. Hemos comido y bebido juntos un largo rato. Es encantador, es un mago espiritual para mí. Quiero llevármelo a Roma. Dice también que ese tal Yeshua al que ustedes tanto temen y persiguen no solo no es peligroso, si no que si lo condenamos nos vamos a arrepentir de ello durante más de dos mil años, porque es un hombre bueno y de sangre real verdadera descendiente de su glorioso Rey David. Así que si por una complicada condición de las profecías divinas que tienen ustedes en su religión, que no comparto, piensan matar a quien dice ser su propio Mesías, yo mejor me lavo las manos.

Los Sacerdotes le miraban sin poder disimular su descontento y frustración. Rono, en cambio, abrazó a Pilatos y le dijo algo en el oído. Pilatos sonrió, agitando las manos en señal de estar divirtiéndose con la ocurrencia de su nuevo amigo, y de que en realidad no le calentaba un carajo nada de todo aquello. Abrazó también a Rono e ingresaron rápidamente en la recámara privada del Gobernador. Pidieron más comida y más vino. Se rieron un rato los dos, y pronto iniciaron una nueva conversación. Pilatos estaba deseoso de saber cosas acerca del futuro.

— Y dime, querido extranjero —dijo el Gobernador mientras le ofrecía a Rono más vino— ¿Seré alguna vez Emperador?

— Mmmnosssé… —dudó Rono por un instante. Luego agregó decidido: — No, la verdad, para qué le voy a mentir. Ni a palos será Emperador…

De repente entró uno de los guardias del palacio y se anunció.

— Pase, pase ―ordenó Rono, recostado en un ampuloso sillón de plumas de rana.

Pilatos habló unas palabras con el guardia y luego explicó a Rono que debía atender varios asuntos, por lo que le pedía disculpas y procedería a retirarse a sus aposentos. A Rono lo transportarían adonde él quisiera ir. Había un carruaje a su disposición y guardias asignados a la tarea de acompañarlo. Rono preguntó la hora, le dijeron que ya era pasada la medianoche. Preguntó si había algún casino cerca, o algún bar para seguir bebiendo de ese muy buen vino. Los guardias se acercaron y le ofrecieron vestimentas adecuadas. Luego lo tomaron amablemente del brazo para conducirlo a la entrada del palacio donde estaba esperando el carruaje con el chofer.

— Bueno pero soltáme el brazo, soltáme el brazo ―decía Rono.

Subieron a Rono al lujoso carruaje y le preguntaron dónde quería que lo llevaran. LO habían vestido con una túnica larga de seda amarilla y un adorno con ramas de olivo en la cabeza. Rono sintió el fresco aire de la madrugada en su rostro y pensó en dónde estaría el perro. A continuación el coche se puso en marcha y el extranjero se quedó dormido.

En lo alto del firmamento, una estrella parpadeó varias veces antes de apagarse por completo. Pero al minuto siguiente apareció detrás de las montañas una figura luminosa y redonda. Aunque nadie vio nada de esto, desde luego.


Ahora, en la casa de Lázaro, Jesús trataba de sujetar al apóstol perro, porque este se había puesto al ver llegar a Judas. Lo había intentado morder varias veces, le había dicho “truaiduor, truaiduor” y no lo había dejado en paz. El maestro trataba de calmarlo. Martha, una de las hermanas de Lázaro miraba la escena desde una distancia prudente.

— Si no lo atan a un árbol yo no salgo de la casa ―decía Judas a los demás hombres que estaban ahí reunidos.


— ¿Qué le sucede al animal? —preguntó Pedro.


Jesús se llevó al choco hacia el fondo de la estancia. Encontró un olivo joven y decidió dejar al perro ahí, pero antes de atarlo se le acercó cariñosamente y le susurró unas palabras en las orejas. El animal se quedó quieto y le lamió el rostro.

En la casa, Judas estaba de lo más excitado. Transpiraba mucho y parecía muy inquieto y nervioso. Juan se le acercó para ofrecerle una copa de vino y Judas se sobresaltó de sobremanera. Los demás discípulos murmuraban silenciosamente en contra del judío que debía ser conocido como el que entregó a Jesús. Pero por supuesto, ignoraban ellos los verdaderos propósitos de su tarea, la más difícil de todas y la que más amor demandaba hacia la figura del cristo. Cuando Jesús volvió del fondo, Judas se le acercó furtivamente y le habló con velocidad. Jesús lo tomó de un hombro y lo besó. Judas temblaba como una hojita de otoño.

— Maestro ―dijo Judas con los ojos llenos de dolor—, ya lo he hecho, lo que me pediste. ¿Por qué me lo pediste a mí, Maestro? Estoy muy confundido y dolorido. ¿Por qué no se lo pediste a alguno de ellos ―señaló al resto de los doce― que harían cualquier cosa por quedar bien contigo? ¿Por qué a mí, que soy el que más te ama, Señor?

— Precisamente por eso, mi hermano ―contestó Jesús con una infinita piedad en su gesto, y abrazó a Judas— Precisamente por eso.

Ahora Judas, quizá más confundido que antes, miró sus manos y se las llevó al rostro. Se retiró a una habitación. Su mente aún no alcanzaba a comprender del todo la magnitud y la importancia de lo que se le había encomendado. El perro lo observó pasar junto a él y le ofreció una pata, en señal amistosa. Judas se detuvo, dudó por un momento, y luego acarició al animal. Los demás no entendían absolutamente nada. Pedro pensaba que Jesús había enloquecido por tanta bebida. Se sentaron todos, confusos y meditabundos, en el suelo del amplio patio. Jesús se sentó al lado de Mateo y los bendijo con una oración. El perro también dijo “Amuén” al terminar la pequeña plegaria. El maestro cruzó sus piernas y levantó la vista hacia el negro cielo, contemplando la hermosura de las estrellas sobre el firmamento. Los demás se miraron, pero luego todos fueron lentamente levantando sus miradas igual que Jesús. No se escuchaba ni el murmullo de los grillos, ni un solo sonido perturbó aquél instante de paz. Era un momento de especial magnetismo. Un silencio difícil de romper, el perro se acercó y también miró hacia el cielo.

— ¿Va a lluover? ―preguntó.


18. RONO EN JERUSALEN II



Al despertar, Rono se encontró en una habitación iluminada y ampliamente amoblada. Pensó que todo había terminado y que alguien, quizá el mismo Dr. Robert Barbui, los había rescatado de aquel tiempo. La casa debía de pertenecer a alguien de una posición social elevada a juzgar por la cantidad y calidad de cosas que había alrededor. Rono, un poco desconcertado y aún somnoliento, escuchaba ladridos de perros en los patios traseros de la enorme residencia. Dio una rápida recorrida con la mirada y vio que en un rincón de la habitación estaba el manto amarillo que le había hecho vestir el Gobernador antes de despedirlo. Al lado de sus ropas, había una pequeña vasija con agua para sus aseos personales. Pero quién lo había traído allí, y a quién pertenecía aquella casa era todavía un misterio.

Y por supuesto, no se podía levantar de la cama. Los ojos le percutían detrás de su frente provocándole un agudo dolor de cabeza —al cual estaba acostumbrado ya, debido a las numerosas resacas padecidas en su vida—. Se acordaba vagamente de lo que había sucedido en las últimas horas en Jerusalén. Sabía que había estado con Pilatos, que habían bebido y comido juntos, que el perro no estaba con él, que no sabía dónde carajo estaba el animal, que unos soldados romanos lo habían dejado en algún lugar de la ciudad totalmente borracho y... de ahí en más todo era confuso, como un sueño. Y en realidad lo era. Rono había estado soñando. Y mucho.

En el sueño, Rono se había convertido en un discípulo de Jesús. Lo había conocido luego de que un grupo indeterminado de personas, aparentemente muy enojadas, lo acusaban de cosas incomprensibles y absurdas. Ya parecía que lo iban a lapidar ahí mismo, cuando intervino Jesús. Rono se había quedado estupefacto al verlo y le había dicho algo, a lo que Jesús respondió con una sonrisa de millones de colores. De ahí el sueño saltaba abruptamente a otro momento, tal como sucede en todos los sueños, y ahora Rono acompañaba a Jesús por unos caminos que llevaban a otras ciudades de las cuales no recordaba sus nombres, pero la gente salía de sus casas a recibir y adorar al Maestro, lo saludaban a él y también a los que venían con él. Sin embargo se notaba que algunos le temían o temían que algo pasara cuando Jesús estaba cerca. Rono notaba esto en el semblante de varios de sus discípulos inclusive. Y él, nuevo en el grupo, intentaba en vano descifrar qué era lo que los turbaba. Puesto que ninguno a los que en privado preguntó le dijo nada en concreto y su confusión y desorientación continuaba en aumento, decidió reunir el valor suficiente para hablar con Jesús y preguntarle directamente qué era lo que les sucedía a todos de una buena vez. Le sorprendió lo fácil que resultó hablar con aquel tipo. Mientras caminaban, Jesús le comentó algunas cosas a Rono referidas a su condición y a su destino, a su misión en aquella época y el propósito de todo ello para la humanidad entera. Pero le habló de un modo tan sencillo y breve sobre éstas cosas, que Rono se perdió a la segunda palabra. No le importaba igual. Lo que realmente había descubierto era que no le importaba si entendía o no lo que el tipo le explicaba. Había quedado completamente cautivado por la conversación en sí, por el sonido de su voz, por la calidez de las imágenes que transmitía, por los colores que brotaban de cada uno de sus gestos que hacía con las manos. Jesús movía mucho sus manos cuando hablaba notó Rono enseguida. No le preocupaba en absoluto el significado de todo aquello, sólo disfrutaba la compañía de aquél hombre extraordinario. De pronto, en un lapso de iluminación repentina que duró tan poco como fue necesario, Rono sí tuvo una pequeña revelación. “Claro”, pensó, “si han pasado más de dos mil años y nadie entiende la verdad de todo esto. Ojalá todo el mundo pudiera viajar en el tiempo y conocerlo así a este tipo.” En el medio de su pensamiento, Jesús interrumpió a Rono tomándole el brazo… y por primera vez en su vida Rono no experimentó el acostumbrado rechazo a que lo tomaran del brazo. De hecho, se sintió tan bien que suplicó por dentro de él que no lo soltara jamás. “Ojalá no me suelte nunca, ojalá que no me suelte nunca, pordiossss... me siento tan... ¡bien!” pensaba Rono. En su sueño, al ser tomado del brazo por el que decía ser el Hijo del Hombre, Rono supo entonces que Jesús estaba al tanto de quién era y que hacía allí, y que también sabía cómo había llegado.

— «Ya han venido antes muchos otros, amigo Rono ―le dijo Jesús —. Y en verdad te digo que siempre se han encontrado con lo mismo, ya vengan del futuro más lejano o incluso del pasado, en forma de ángeles, de viejos profetas, o de fantasmas. Los hombres se van y no lo comprenden incluso si lo pueden tocar; porque no es el tiempo ni la época ni los espacios que ocupa el cuerpo ni los avances en nuevas técnicas ni lo que hagan los hombres con ellas lo que les permitirá conocer la Verdad, y la Gloria que promete mi Padre en Su Reino no está en estas cosas ni en este mundo...»

Rono observó que los ojos de Jesús contenían un mensaje, pero un mensaje de Amor tan infinito y puro que no se apreciaba si, justamente, no se cerraban los párpados que cubren nuestros globos oculares y se abrían otros ojos, unos ojos que hay dentro de uno mismo, unos ojos que contemplan algo que escapa a toda la comprensión del mundo, de la carne del cuerpo y de la materia. Pero, desde luego, Rono solamente alcanzó apenas a “observarlo”, y no a “entenderlo”.

— «En verdad te digo ―prosiguió Jesús— que aquél que no esté preparado para realizar su propio viaje a través de su propio espíritu y no pueda hallar en él mismo lo que mi Padre a depositado con verdadero Amor en él, no podrá tampoco alcanzar a entender cómo una simple planta es una lámpara, y su perfume es su luz...»

Rono dejó ir a Jesús —en el sueño— junto a un grupo de numerosas mujeres que, a juzgar por su comportamiento alrededor del Maestro, también eran fieles admiradoras. Todas lo miraban con un amor especial. Algunas —notó Rono— no podían dejar de sonrojarse al tenerlo tan cerca. Parecían chicas conociendo a su estrella de rock favorita, pensó. Luego comprobaría que la vida de este sujeto estaba repleta de fuertes presencias femeninas, mujeres que lo rodeaban en todos sus aspectos, comenzando por su madre. Miró a Jesús conversar animadamente con todas ellas. Reían e improvisaban pequeños cantos, melodías, fragmentos de canciones que debían ser antiguas plegarias.

Por primera vez lo invadió un temor secreto de que nunca serían rescatados y devueltos a su tiempo y lugar correspondientes sin que se produjera ninguna alteración en la historia de los acontecimientos. Ni en los de la humanidad, ni en los del perro y él, claro. Pero el temor se disipó en cuanto escuchó un ladrido. Conocía esa forma de ladrar.


“Taqueloparió”, pensó Rono mirando en todas direcciones. “Está acá el perro”

Y en ese momento era que había despertado en aquella cama, en la habitación luminosa ―era la casa de Lázaro—, escuchando los ladridos del perro.

Barbui estaba parado en la entrada de la habitación, serio, señalando la vasija con agua. Rono juntó las puntas de los dedos de su mano hacia arriba, y movió repetidas veces el puño hacia arriba y abajo, en un claro gesto de “qué hace usted acá”.

—Vamos, vístase rápido, sí ―dijo el doctor— Tenemos poco tiempo para regresar. No haga preguntas, no haga preguntas. Sí. Venga, que nos esperan...

—Bueno ―dijo Rono— ¿Quién nos espera?

— ¡No haga preguntas y vístase pronto, sí! El maestro quiere verlo y hablar con usted...

“Uylaputa, el maestro quiere hablar conmigo de verdad...”, pensó Rono.


Había un amplísimo patio. Y dentro del patio había un amplísimo huerto. Rono respiró el fresco aire de la mañana y vio a Jesús y a sus discípulos, la mayoría de ellos con visibles señales de fatiga y mal dormir en sus rostros, sentados en círculo tomando un desayuno que parecía ser a base de... bueno, panes con manteca... Se sentó instintivamente al lado de Jesús. El Rabí le ofreció un trozo de pan y un vaso de vino. Rono aceptó.

— Te levantas tarde, amigo extranjero ―observó Jesús.

— Sí, es que... bah, no. Lo que pasa es que...

— ¿Dormiste bien?

— Soñé mucho ―dijo Rono—. Soñé con usted…, y soñé que nadie iba a poder venir a…

— Ya lo sé ―dijo Jesús.

— ¿Ya lo sabe?

— Sé todo lo que respecta a ti y a los tuyos.

— ¿Todo todo? ―preguntó curioso Rono.

— Sí ―dijo el Rabí sonriendo. – Todo todo.

— Y bueno ―dijo Rono —, entonces no hace falta que le explique nada. Quiero decir…

— No hace falta. Ese señor que está ahí los va a llevar de vuelta a donde pertenecen. No tienes que preocuparte por nada, amigo extranjero ―Barbui sonreía ansiosamente―. Y guarda siempre tus explicaciones para cuando sean realmente requeridas. Que dios te bendiga a ti y a todos los tuyos ―concluyó Jesús.

En todo aquél día Rono acompañó a Jesús y a los discípulos, junto al perro y a Barbui. Vivieron momentos de extrema tensión en más de una oportunidad, como se podrá imaginar. No era el mejor momento para conocer al Hijo de Dios. En pocas horas lo atraparían y lo someterían al mayor suplicio que jamás se haya sabido. Pero mientras Barbui preparaba todo en la máquina para regresar, el perro y Rono estuvieron cerca de todos los movimientos de Jesús y los que andaban con él. De esta manera, Rono cayó en la cuenta de varias cosas con respecto al misterio de este hombre que, siendo enviado a la tierra con una misión específica, se propuso salvar a la humanidad entera del pecado. Y murió angustiado y enojado, penosamente convencido de que todo su esfuerzo había sido mal interpretado. Rono sacó una conclusión sorprendente para su naturaleza: “Jesús murió abandonado y solo, con una sensación de fracaso e injusticia incomparable con cualquier otro individuo. Pero su Padre no lo dejó. Y él cumplió su Palabra hasta el final.” De aquí en más, Rono se propuso a sí mismo elevar su espiritualidad. Se creía capaz de ello, e incluso llegó a pensar humilde e infantilmente que si se lo proponía en serio, podría obrar parecido a ese admirable sujeto. Le agarró como una especie de misticismo, un tanto sicótico tal vez, del cual se aferró y quedó prendido durante mucho tiempo. Después de todo, cualquiera que no estuviese loco o cuerdo hubiera hecho lo mismo. Sí, Rono sentía que el impacto que había producido Jesucristo en él no era en vano; y que a la larga le serviría y quedaría iluminado por ello. El problema residía en que Rono carecía del talento mínimo necesario para continuar un comportamiento similar al del Mesías. Pero de todos modos se propuso hacer lo que mejor pudiera.


Ahora al fin estaban ya en camino de regreso. Barbui había aterrizado la nave-adorno de navidad en la cima de un monte cerca de ahí, al otro lado del Sinaí. Y ahora, luego de poner en marcha todo lo necesario para emprender el regreso al futuro, dormía y soltaba de vez en cuando un pedo o dos. El perro miraba una película —esta vez se trataba de una con Mel Gibson, pero no la que es sobre Cristo, no, eso quedaría ya muy… de dudoso gusto, era en cambio esa en que Gibson es policía—. Rono pensaba en Michael Fox, no se le ocurría porqué. Tomó esto como una señal e inmediatamente se puso a reflexionar sobre lo sucedido, sobre cómo serían sus propias enseñanzas —si tuviera alguna—, sus propias pistas para que otros las comprendieran fácilmente, su propio método para hablarle a los demás de su visión de la vida y los complejos resortes que mueven al mundo. Se puso muy filosófico al respecto, dentro de su limitadísima capacidad de hacerlo. Pero lo intentó, y algo al fin brotó de su simpática e inexplorada imaginación. Se sentía renovado y útil por primera vez en mucho tiempo. De esas reflexiones salieron entonces las siguientes enseñanzas y máximas de Rono, que pensaba aplicar y decir ante sus futuros discípulos. Aquí se exponen algunas de ellas.


ENSEÑANZAS APÓCRIFAS DE RONO (según su propia Pasión y Visión espiritual de lo cotidiano)


Cuando hay una falta de carencia, el vacío es ausencia.

Lo que no se encuentra en un sitio, debería estar en otro.

Todo sacrificio exige un esfuerzo.

La vida textual de la gente no tiene nada que ver con lo habitual.

Si tienes una hermana linda, rubiecita, de más o menos 23 a 27 años, nunca reina de la vendimia, y está sola, pobrecitabonitademialma, preséntasela a alguien como yo.

Si tu familia y tus amigos han desaparecido y no los encuentras por ningún lado, busca en los cementerios.

Si alguien que quieres ver desesperadamente ha muerto, deberías llevar pala y linterna para hacerlo.

Si te encuentras solo, nadie está contigo entonces.

Si tu caudal es tu fortuna, tu patrimonio es el fondo.

El que genera generosidad generalmente da muchas gracias.

Lo que es plano sin duda no prosperará en relieve.

El centro del círculo no es un club.

Todo cuanto acontece sucede eventualmente.

Una oportunidad es una buena chance para una ocasión.

La contradicción siempre contrasta con cualquier acuerdo.

Las minorías son grupos pequeños.

Lo esencial es invisible a los osos.

Todo regalo es un buen obsequio para agasajar al presente.

La pausa es parar para detenerse.

Si no sabes dónde se dirige tu vida, pregúntaselo.

Un pequeño gorrión es una pequeña avecilla de color marrón pardo.

El mundo es redondo y gira, pero desde donde estas tú ¿se ve así?

Si heredas una suma considerablemente grande como herencia, llámame urgente.

Come tus verduras con buen apetito, pero no sonrías inmediatamente.

El fumar es perjudicial para el ataúd.



19. RONO VUELVE II



Al parecer a Rono le era urgente ver a la negrita. La extrañaba y se le notaba. Así que le pidió a Barbui si la nave-adorno de navidad lo podía dejar en la puerta de su departamento. Barbui le dijo que sí, que incluso lo podía dejar adentro del departamento. Pero antes el doctor tenía algunas cosas para comentarle a Rono.

— Mire ―dijo Barbui—, me gustaría hacer cualquier cosa por usted, querido Rono, sí. Su colaboración en este proyecto ha sido...

— ¡Cómo colaboración en este proyecto! ¿De qué mierda me habla? —inquirió Rono.

— Sí. Mire, usted ha pasado a formar parte de un ambicioso proyecto, sí. Y ha contribuido mucho al avance de la tecnología que mis superiores piensan introducir en el mercado muy pronto. Sí.

— Y dígame, ¿quiénes son sus superiores?

— No podría decir. Sí.

— ¿No me lo puede decir?

— No. Sí.

— Buenolaputa, ¿sí o no? ―se enojó Rono.

— Mire, poco a poco se va a ir enterando de todo. Le van a entregar una plaqueta por esto... y una medalla, sí ―agregó Barbui.

— Yo no quiero ninguna medalla ―dijo Rono, poco convencido— ¿Para qué quiero yo una medalla o una plaqueta acaso?

— La puede vender si quiere, sí.

— ¿Ah sí? ¿Se puede hacer eso? ―se interesó Rono.

— Bueno, no es lo más indicado, pero... si quiere, sí.

— Y dígame una cosa ―Rono observó por la ventana del aparato que ya estaban cerca de la ciudad y pensó “ésta lata funciona como un colectivo del tiempo”— ¿Ya no me van a utilizar más para experimentos sin avisarme? —Barbui miro fijo a Rono y luego le dijo:

— ¿Es la luna cuadrada?

En ese momento llegaron al departamento. El perro salió del globo el primero, apurado por ir al baño. Rono y el doctor se apearon y saludaron a la negrita, que les dio la bienvenida mientras miraba algo por televisión, alguna serie. Rono se puso tan contento de verla que la abrazó. El doctor prefirió darle la mano y un beso en la mejilla. La negrita no dijo nada. Rono se recostó en el sillón y preguntó si alguien le había llamado o si había alguna novedad. La negrita dirigió su mirada al teléfono y luego levantó los hombros. Barbui observó en Rono cierta confusión, en parte debida a sus continuos viajes en el tiempo y en parte por ser en él innata. Le hizo saber que para la negrita no habían pasado más que minutos mientras ellos estaban en Jerusalén. Entonces Rono se emocionó. Sí, se emocionó muchísimo y comenzó a llorar. Tal vez era para él una forma de descargar toda la tensión acumulada en los últimos momentos. Pero la cosa es que se largó a llorar igual que un niño, y pataleaba en el piso y le goteaba la nariz de mucosidad y decía cosas entre los llantos ante la mirada atónita del doctor, la pobre chica que entendía cada vez menos a su compañero y el perro que venía de la cocina con un paquete de queso rallado y pan negro.

— ¡Buáaaaaaaaalabutaaaaaaaaaaa! —lloraba Rono. La negrita se sentó junto a él y miró compungida a Barbui, preguntándole con la mirada qué le pasaba al pobre Rono. El doctor se acercó y abrazó a Rono en gesto muy paternal.

— Bueno bueno ―dijo―, no se ponga así, hombre, vamos, sí...

Rono retiró su rostro del pecho de Barbui y le dejó una franja húmeda de saliva y moco. Vio al perro que se le acercaba, preocupado y agachado, con el paquete de queso y el pan en la boca y se puso a llorar de vuelta.

— Dejémoslo, está descargándose y necesita estar solo. ―Dijo el doctor. La negrita buscaba papel de cocina para que Rono se enjugara las lágrimas y se sonara la nariz.

— Solo ―dijo la negrita.

— ¡Ah! ¿Lo ve? Su chica está hablando mejor ―dijo Barbui haciéndole a ella un guiño y tratando de animar un poco a Rono.

— No, ya hablaba así de antes ―dijo Rono— ¡Buáaaaaaaalanegritanohablaaaaaaaaa!

— Bueno cortála ya ―dijo la chica.

Se quedaron todos de una sola pieza como se suele decir. Rono dejó de llorar de repente. El perro miró a la negrita y le tendió una pata. Rono se levantó y le tomó la mano a la chica, con los ojos rojos y desorbitados. La negrita le tomó la otra mano en respuesta.

— Ustedes se quieren, sí ―dijo Barbui—. Tendrían que casarse algún día, digo yo. Sí.

“Eso quiero hacer” murmuró Rono, casi tan bajo que apenas se le movieron los labios al hacerlo.

— Quiero que nos casemos ―dijo finalmente en voz alta y legible—. Me quiero casar con vos, negrita...

— Con vos ―repitió ella y sonrió. El perro movía la cola y sacaba la lengua, contento.

El Dr. Robert Barbui aprovechó el abrazo de los novios para retirar su aparato y marcharse de ahí. Se sentía un poco culpable tal vez por todo lo que había acontecido. Sentía también la necesidad de retribuirle a Rono de alguna manera todo lo que este, sin saberlo, había contribuido para sus propias investigaciones. Decidió que lo primero que haría sería convertirse en mentor y mecenas de ese individuo tan particular. Rono necesitaba alguien que velara por él, porque de lo contrario la vida se lo iba a comer crudo en cualquier momento. Pensaba mandar él mismo las invitaciones de la boda y arreglar todo lo necesario para la ceremonia. Al llegar a su casa redactó lo siguiente en su propio ordenador portátil.


Amigos de Rono, petes:Es del agrado del Sr. Rono O. Peuser y de la Srta. Negrita Cursiva, primero informar de su pronta formalidad compromisiva en matrimonio que ellos han establecido para este año, y luego, desde luego, invitar a todos sus queridos amigos a participar de la ceremonia religiosa a realizarse en la iglesia Sagrado Pepper Lonely Hearts Church Bums, o bien en caso de que ésta no acepte a casarlos por falta de méritos internacionales, se ha convenido de antemano con otra iglesia a confirmar. Después, a la noche, a eso de las diez, diez y media más o menos, se los invita también a todos aquéllos que han acompañado a los inflamantes novios a lo largo de sus angostiosas vidas y aventuras a concurrir a la fiesta que se llevará a cabo en los establecimientos del Club de Campo Mendoza, en la provincia del mismo hombre, claro, sino dónde se iban a casar estos dos, en horario que todavía no se ha podido establecer por completo pero que ya está todo listo, incluso el dj y todo lo demás. Desafortunadamente no disponemos aún de la fecha exacta en que se hará dicho evento, pero en cuanto se sepa lo daremos a conocer a todos ustedes. Por ahora, sólo les rogamos que confirmen su presencia respondiendo a este mail (puede ser incluso respuesta en blanco) para así poder saber con certeza quienes vendrían a comer y beber y bailar hasta el amanecer y mucho después también.

Sin otra en particular, saluda muy atetaenmente:

Dr. Robert Barbui, apoderado del novio.



* * *




INTERMEDIO N° 3



RONO EN EL PARQUE



En una tarde especialmente calurosa y muy aburrida, mientras se llevaban a cabo todos los preparativos para su casamiento, Rono salió a dar un paseo con el perro aprovechando su nueva estadía en la hermosa ―pero aun aburrida para él― Mendoza, la princesa del oeste argentino. Y, curiosamente, se encontraba de muy buen humor aquel día. El perro también estaba de buen humor… y apetito. Se dirigieron al famoso Parque General San Martín, una auténtica maravilla de cientos de hectáreas hecha artificialmente para coronar la dura naturaleza de los mendocinos, tan conocidos por su hermetismo montañés y su perseverancia, terquedad y conservadurismo ante todo lo que se le ponga en el medio. Pero bueno, la cosa es que Rono disfrutaba de este pequeño paseo por el parque con el perro, mirando la cantidad de gente que se congregaba ahí a esa hora. Bah, lo que miraba Rono era la cantidad – y calidad – de mujeres hermosas que habían en el parque a esa hora. Varias muchachas andaban por ahí sacudiendo sus pechos mientras trotaban o caminaban.

Advirtió al perro que no se apartara de su lado, que no se perdiera, y sobre todo que no se metiera en problemas. Llegaron a la parte donde se encuentra el lago del club regatas cuando de pronto se escuchó un grito, un aullido estremecedor que ganó la atención de casi todos los que habitaban el parque en aquel momento. Rono se preocupó. Pensó “Uylapuuuuutaaamadre, qué mierda pasó ahora”. En ese momento se dio cuenta de que en el lago estaban ocurriendo cosas extrañas. Las aguas estaban intranquilas, y eso nunca pasa en un lago artificial, en medio de un parque artificial, en medio de una multitud de gente artificial. Pero lo cierto era que, ante la verdadera perplejidad de todo el mundo, una ola gigantesca se alzó desde el lado este del lago. Una señora vestida con ropas deportivas se acercó a Rono y le gritó en el oído “Un tsunami, es un tsunami”. Rono se había acurrucado en los brazos de una adolescente.

— ¡Un tsunami! ¿Qué mierda es un tsunami? ¡Nos vamos a morir todos! ―decía Rono desesperado.

La chica que lo sostenía se lo sacó de encima en seguida con un gesto de desagrado. Rono la miró y vio que tenía hermosas piernas, grandes pechos y… un grandote al lado que lo crucificaba con los ojos. Se alejó.

Al rato la ola bajó y todo pareció volver a la normalidad, pero había personas que todavía estaban un poco impresionadas por el extraño fenómeno ocurrido. Rono se dio cuenta de que el perro no estaba a su lado, y empezó a buscarlo con la mirada. No lo veía por ningún lugar. “Laputaqueloreparió” exclamó. Vio que un grupo de gente estaba reunida alrededor de un sujeto. Se acercó para averiguar qué pasaba por ahí.

Aparentemente el barco más famoso de todo el parque, el Mississippí, una especie de reliquia de museo que funcionaba como atracción para paseos turísticos por el lago, había desaparecido. Un misterio realmente, porque el barco estaba ahí apenas unos minutos antes. Y nadie, pero nadie se podía llevar una cosa así sin que nadie lo notara al menos. Una persona que también paseaba su perro esa tarde se detuvo junto a Rono y le preguntó cortésmente qué era lo que ocurría.

— Y parece que ha desaparecido el Mississippí ―dijo Rono al tipo. ― Un barco pelotudo que había acá, parado en el agua. Una cosa de lo más extraña, mire…

— ¿Cómo que ha desaparecido? ―inquirió el joven.

— Bueno, no sé, había un barco acá hace un rato dicen, y ahora no está, se fue, no sé, se hundió, qué sé yo… ese perro se parece mucho al mío, ¿Cómo se llama?

— Rogelio. Rogelio Gantz.

— ¿Ah sí? Qué bonito. Y usted, señor… —Rono le estiró la mano al joven.

— Yo me llamo Rogelio ―le explico mirando con cierta desconfianza a Rono―. El perro se llama Benja, por Benjamín.

— Ah ―comprendió Rono su equivocación. ― Yo me llamo Rono, y estoy buscando a mi perro, uno que es igualito al suyo, de la misma marca.

— Raza.

— ¿Raza se llama la marca? No sabía. Bueno, la cosa es que con lo del tsunami…

De repente, Benja se agachó y se tiró a los pies de Rono. Gantz intentó impedirlo. — No, deje. El mío también hace lo mismo. ¿Y usted qué hace? Si se puede preguntar, claro.

— Soy escribano ―dijo Gantz. ― Y usted es…

— Rono, ya se lo dije antes. ―Le volvió a ofrecer su mano. El escribano la volvió a tomar y aceptó el saludo por segunda vez, resignado.

El perro del escribano se arrojó al pasto de costado, dio una voltereta y tosió repetidas veces. Pensando que su dueño y el otro hombre se estaban agrediendo.

— Basta, Benja ―le dijo Gantz.

Benja resopló una vez más y luego se alejó alegremente a olfatear una planta, donde finalmente orinó. Detrás de esa planta salió el perro de Rono. Ambos animales se olfatearon un rato, y luego cada uno regresó al lado de sus respectivos dueños.

— ¿Dónde te metiste, laputaqueteparió? ―le dijo Rono a su perro.

El escribano agarró a Benja del lomo y lo atrajo hacia él, advirtiendo el asombroso parecido entre ambos canes. Rono también sujetó con fuerza a su perro. Luego, para seguir conversando un poco más, preguntó al escribano si había visto el tsunami. Este le dijo que sí, que lo había visto por la televisión y que le había parecido un desastre que ocurriera eso en Asia, o donde sea que había sucedido el fenómeno climático ese.


Mientras hablaban y los perros estaban sentados sobre sus patas traseras cada uno al lado de su dueño, se les acercó un guarda parque. Preguntó sus nombres y si esos perros eran de ellos. Ambos hombres respondieron que sí. El guarda parque les informó que la policía ecológica deseaba hablar con ellos, porque buscaban a los responsables de la desaparición del barco Mississippí.

— Perolaputa, qué pasó ahora ―se preocupó Rono como de costumbre.

— Soy escribano ―dijo Gantz. — ¿Qué es lo que pasa, señor?

— Ese perro se comió el barco ―dijo el guarda parque. ― hay numerosos testigos.

— ¿Vos te comiste el barco? ―preguntó Rono a su perro. ― Qué cagada te mandaste laputísimamadremirá…

— ¿Vos te comiste el barco? ―interrogó a Benja también el escribano .

— Van a tener que venir a declarar ―insistió el hombre―. Con la policía y con Greenpeace también creo.

— ¿Quiénes? ―preguntó el escribano.

— Ustedes dos.

— No, no. Que vayan los perros. ¿Qué tenemos que ver nosotros? No tenemos nada digno de ser declarado ―dijo Rono tratando de ser elocuente, sin éxito.

Rono y el escribano empezaron inmediatamente a maldecir y golpear con patadas a sus perros que, con culpa, se agachaban cada vez más sabiendo que los dos se habían metido quizás en el mismo problema. Un problema tan grande como un barco.

Aunque ninguno supo nunca qué era realmente lo que había hecho cada uno.



* * *




20. CASAMIENTO DE RONO


Los amigos de Rono resultaron tantos que hubo que hacer varios preparativos especiales para la boda. La ceremonia religiosa fue muy especial, todos la recordarían por muchos años más. La negrita estaba verdaderamente hermosa, toda de blanco y con un peinado muy moderno pero sutil a la vez, obra del mejor y más famoso coiffeur de la zona oeste, el gran Charles Spygolon.

Precisamente ahí, en la peluquería de este prestigioso artista de lo que las mujeres tienen por fuera de la cabeza, la negrita conoció a un amigo de Rono que también estaba invitado a la fiesta, un individuo llamado Donovan, o así le decían al menos. Era sobrino del gran Charles, y no paró de hablar estupideces desde que entró al salón y vio a la futura esposa de Rono hasta que se fue. La atormentó con anécdotas sobre cuando y cómo conoció a Rono, de cuánto lo admiraba y lo estimaba, los lugares y hábitos en común que tenían los dos, de cuántos Jack Daniel’s se habían bebido juntos, etc. En fin, el muchacho era intolerable incluso sobrio, pensó la negrita, pero aparentemente Rono lo apreciaba mucho y no sólo lo había invitado a la boda sino que también iba a tocar con su banda durante una parte de la fiesta. Charles Spygolon la salvó de él llamándola para peinarla, cosa que hacía a menudo con todas las mujeres que se le ponían en el medio, propio de los peluqueros heterosexuales que jamás pierden su tiempo en medias tinturas —aunque con la negrita se cuidó de hacer ninguna insinuación comprometedora, desde luego, por tratarse de la novia de Rono, a quién Charles conocía de pequeño—, y ella saludó entonces a Donovan brevemente, aunque este ya había dirigido su atención a otra chica que entraba al salón. Luego Charles Spygolon hizo una seña a su sobrino y el músico desapareció por una puerta lateral que daba... Mucho después la negrita sabría dónde daba aquella puerta, pero eso es otra historia.


Ahora bien, Rono entró a la iglesia acompañado del doctor Robert Barbui y el perro: Iba con smoking y sombrero de ala ancha color blanco. En cambio Rono vestía un traje color café con leche. Barbui llevaba por vestimenta una bata blanca de científico y pantalones nevados. Bueno, entraron y se sentaron en la primera fila como si fueran a ver un espectáculo. A los pocos minutos un hombre misterioso emergió desde un costado del altar y los saludó.

— ¿Quién es? ―preguntó Rono.

— Es el cura ―respondió Barbui torciendo la boca.

Rono ahogó una risita. Siempre se tentaba en las iglesias, no lo podía evitar.

— No se ría, sí. Es una iglesia.

— Es que estoy temblando de los nervios ―admitió Rono.

El perro se sentó frente al altar y levantó las orejas cuando el sacerdote comenzó la ceremonia. La gente había llenado toda la nave principal del templo, y la novia hermosamente adornada como ya se dijo se había situado al lado de Rono. Los parientes y los amigos de ambos lados estaban… en ambos lados, como corresponde en estos casos. Estaban todos menos los padres de Rono, que no habían conseguido trasladarse debido a la prisa con que se les avisó del acontecimiento. Pero llegarían a tiempo para la cena y la fiesta.

Todo se desarrollaba en la más absoluta normalidad.

Hasta el momento en que el sacerdote le preguntó a la negrita si aceptaba por esposo a Rono.


— Hombre – dijo la negrita.

“Aymidios, justo ahora…” murmuró Rono para sí mismo

— ¿Perdón? ―El clérigo levantó la cabeza―. Creo que no se ha escuchado bien lo que dijo. ¿Podría repetirlo?

— Repetirlo.

— ¿Acepta por esposo a este hombre?

Rono transpiraba y la mirada se le nublaba, creía que se desmayaría de un momento a otro. Pero el Perro se situó velozmente debajo del ancho vestido de la novia sin que nadie lo notara del todo.

— Sui ―se escuchó.

Rono palideció. Un murmullo se extendió entre los presentes. El cura intentó formular la pregunta nuevamente y acabar con el ridículo suspenso. El perro asomó la cabeza bajo la blanca tela del vestido y guiñó un ojo a Rono. Luego la metió de nuevo.

— Sui, aceptuo ―se volvió a escuchar. La negrita sólo sonreía, completamente extraviada.


Finalmente salieron al atrio donde se saluda a los novios y se le tiran cosas, arroz generalmente. Se escuchaban los gritos y silbidos de todos ahí afuera, se veían manos que se estrechaban, abrazos que despeinaban, toda esa clase de cosas. A los novios les tiraban cosas. Un desubicado arrojó una calabaza que pasó zumbando a escasos centímetros de la mejilla de Rono. Pero en general todo salió de lo más bien. Barbui llevaba a Rono del brazo hacia el coche que transportaría a los novios. El perro había desaparecido de la escena.

La iglesia, vacía después de la boda de Rono, se encontraba en su silencio habitual. El párroco doblaba un mantel, se quitaba su atuendo, y bebía el vino sobrante de la eucaristía. De pronto escuchó ruidos extraños cerca del altar, se dirigió hacia ahí con curiosidad, pero no encontró nada raro, excepto por… ¿estaba realmente abierta la pequeña puerta de la caja donde se guardaban los hábitos y elementos de la misa o era su cansada e inexistente imaginación? Se acercó para comprobarlo mejor. Sí, estaba abierta. No era su imaginación. Y notó enseguida que adentro de la caja faltaban varias cosas: un cáliz, un cofre, una bufanda de seda… y todas las hostias que quedaban estaban mordisqueadas.


Ahora bien, el camino hacia el club donde se realizaba el resto de la ceremonia del casamiento de Rono, la cena y la fiesta, estuvo marcado por un curioso acontecimiento místico.

Un amigo de Rono, el Yaya, era el que manejaba el vehículo para llevar a los novios. Barbui también iba en ese auto, y el perro trotaba al costado, ladrando y pegando saltos de júbilo. A unos 100 metros de la iglesia un oficial de policía le hizo seña al conductor de que parara. Barbui observó que el perro se situaba ahora detrás del auto. El Yaya se detuvo y el oficial se acercó, con su dudoso aspecto uniformado, a la ventanilla izquierda.

— ¿Aónde seirigen tan rápido, seor? ―preguntó el policía.

— A un casamiento. Estoy llevando a los novios, ¿no ve? ―señaló el Yaya, lacónico.

Los novios y el doctor permanecieron en silencio, con expresión de fastidio en sus rostros. El perro miraba sentado sobre sus patas traseras, hipnotizado por el uniforme azul del oficial quizá.

— ¿Quéh lo que llevan, seor?

— ¿Cómo que llevo? ¡Los novios! Ya se lo dije. ―El amigo de Rono comenzaba a mostrar intolerancia. Además, el policía no parecía ser muy competente, incluso fuera de su uniforme.

— Puedescender’el vehículo, seor.

— ¿Qué?

— Que’escienda del rodado seor, pofavor.

El Yaya miró a Rono y al doctor con un gesto que decía: ¿es deficiente mental este tipo o qué? Barbui hizo un ademán con la mano, dándole poca importancia al asunto. Se bajaron todos del coche.

— Mire ―habló Rono—, oficial señor policía, yo me estoy casando…

— Yo también me estoy cansando, seor ―interrumpió el milico―. Le pido que colabore entonces y terminamos rápido, ¿cuesele?

Se dirigió con mucha lentitud nuevamente hacia el Yaya.

— Patente seguro y carné o tarjeta verde seor.

— Aquí están ―El Yaya sacó los papeles de la guantera.

Al oficial le llevó varios revisarlos. Aparentemente le costaba mucho más trabajo el ejercicio de la lectura de unos simples papeles de auto que el de darse importancia bajo el uniforme policial. Luego, sin ninguna razón en particular y sin dirigirse a nadie en concreto, dijo:

— Sucumento.

— ¿Qué?

— Sudeneí, seor pofavor. Tiene que'scender del vehículo con sucumentación, seor.

— Ah. Aquí tiene. ―El Yaya le entregó su DNI. al patético policía.

Nadie comprendía mucho al policía, todos se movían más por instintos de procedimientos rutinarios como ese que por otra cosa. Para peor, el tipo decidió que era una buena idea comunicarse por radio con otros policías, vaya uno a saber porqué.

— Ca... ennn… seicinco cambio

De la radio brotó un sonido que por ninguna razón se pensaría salido de una garganta humana.

— Dirup. Seicinco ―dijo la radio.

— Sí cá en tránsitooo… sietecero, cueselecambio.

— Dabalabuna… caraterítica roado.

— Eh… suncorsablanco… vanacasamiento… cuesele.

— Cuesele cambio.

El oficial devolvió los papeles al Yaya.

— ¿Ustéraelchofer’el vehículo seor? Tome los papeles, continúe circulando.

— Yo no soy el chofer de nadie ―respondió el Yaya divertido. Miró a Rono y vio que se tentaba de risa al subir nuevamente al auto. Barbui llamaba al perro para que también subiera ahora. El perro pasó por al lado del policía y le murmuró “Buotón” antes de subir.

Cuando el auto ya estaba lejos de su vista, el oficial, obedeciendo un gesto instintivo de los de su especie, llevó su mano adonde estas enfundada el arma, distraídamente casi. Su sorpresa se transformó enseguida en confusión al no encontrar su arma reglamentaria en su cartuchera.

De la ventanilla izquierda del auto en movimiento salió arrojado un objeto de color oscuro, acompañado de un grito desde adentro de la cabina: ¡Tirá ese revolver de acá, la putaqueteparió!




21. LA FIESTA


El doctor Robert Barbui era un millonario excéntrico, porque, claro, cuando una persona se conduce de manera extraña o desconcertante se lo llama loco, pero si tiene muchísimo dinero se lo denomina simplemente excéntrico.

Bueno, la fiesta de casamiento de Rono fue las dos cosas a la misma vez: loca y excéntrica. Barbui financió de buena voluntad todos los gastos (que fueron en verdad muy elevados) en parte para recompensar a su querido Rono, y en parte por pura satisfacción personal. Desde que su mujer lo abandonara por otro científico más joven y prometedor, pero igual de rico, que el doctor no experimentaba una sensación de felicidad semejante. Y se divirtió mucho en la fiesta. Fue de hecho una fiesta divertida, pero también estuvo repleta de circunstancias de índole misteriosa, como todo lo que ha venido rodeando la vida de Rono.

Con una cuidada organización general a cargo de Fabrina Samuel, otra amiga de Rono, la gente iba llegando al Club de Campo, o Country, y se preguntaban dónde debían sentarse, qué mesa les tocaba, con quién les tocaba, quién tocaría música durante la noche, qué les servirían de cenar, en fin, toda la gama de preguntas fastidiosas que se hacen las personas cuando son invitadas a un casamiento. Pero todos se asombraban del gran despliegue del evento en general: había un escenario de dos plantas equipado con parrillas de luces y grandes cajas de sonido donde tocaría la banda en vivo, había otro escenario ligeramente más pequeño, donde desplegarían su set cinco famosos dj’s de música electrónica, innumerables asistentes y técnicos todavía ultimaban detalles alrededor. Había también siete pantallas gigantes para proyecciones de alta calidad visual, y en un rincón se habían instalado computadoras con conexión a la red, gracias a la casa local WH. Había bailarines y bailarinas, malabaristas y artistas callejeros de todo tipo. Así que los invitados iban llegando, pero ya algunos de los amigos más cercanos a Rono se encontraban ahí, y conversaban animados mientras aguardaban la llegada de los novios.

— ¡Qué buen country, viejo! ―observó uno de ellos, Fiteno, sosteniendo un vaso con fernet en la mano.

— Shi ―dijo Estewhan, otro amigo de Rono, que además estaba a cargo de toda la sección de informática y llevaba un negro traje con una doble vé y una hache bordadas en la solapa derecha.

— Bah, es una verdadera poronga esto. Una pérdida de tiempo ―criticó Lechandro.


Finalmente los novios llegaron. El Yaya estacionó el auto en la puerta principal y todos bajaron. El primero fue el perro, que al pasar al lado del Yaya se comió el teléfono celular de éste, que afortunadamente no lo notó hasta bien entrada la madrugada del tercer día. Se iba a realizar la ceremonia civil correspondiente. Los testigos y familiares y amigos y curiosos se colocaron en los lugares correspondientes. Los testigos de Rono eran su amigo Mariano Nasso y su esposa Daniela Lamennor, junto también al escribano Gantz… y su perro Benja, otro asistente canino que se sumaba a la fiesta. Los testigos por parte de la negrita eran el doctor Robert Barbui y el choco de Rono.

La mujer que llevaba a cabo la ceremonia ―la jueza, martillera, quién sabe con certeza cómo se les dice― los casó civilmente y todos aplaudieron y gritaron de entusiasmo y de alegría. Se notaba que todo el mundo estaba contento… y cagados de hambre también. Se dirigió a la multitud de invitados hacia las mesas, algunos llevaban una copa en sus manos, y otros llevaban varias en el estómago ya. Las cámaras seguían a Rono y los suyos a todos lados ―habían comenzado filmando en la iglesia—, pero no eran cámaras domésticas, eran cámaras profesionales, de televisión, de un canal local del cual una amiga de Rono, Liliana Gonzáles Mozart, era la gerente de programación o algo así, de ella había sido la idea de invitar a la prensa. Rono la buscó con la mirada pero no la encontró en ese momento. Le indicó a un camarógrafo que dejara de meterle la cámara entre las piernas porque era muy propenso a caerse en cualquier momento.

— Desde la iglesia que me estás rompiendo los huevos con la cámara, te lo pido por favor…

El camarógrafo se alejó. Así estaba mejor, pensó Rono.

Pronto comenzaría el show de música en vivo, a cargo de la banda Satisfazzione, grupo que hacía versiones en italiano de canciones de los Rolling Stones, y donde tocaba la guitarra el amigo de Rono conocido como Donovan.

Otros amigos de Rono se encontraban en una mesa bastante cercana a la de los novios. Discutían si había posibilidad o no de conseguir chicas fáciles en el casamiento de Rono. Una perspectiva interesante al comenzar esa velada, ya que habían muchas mujeres de toda clase y categoría en el casamiento de Rono. Una pelirroja de cierto volumen se acercó accidentalmente a Adriano Chelentaun, amigo y odontólogo personal de Rono. Tenía un pedazo de carozo de aceituna atascado en una muela. Adriano vio la posibilidad, se presentó, sonrió, y luego estaban en el baño. Otro amigo de Rono llamado Nino, observó la escena del odontólogo y se inspiró para tener la suya propia. Vio a una chica que se agachaba y se pasaba la mano por una de sus piernas con una mueca en el rostro. No vaciló un segundo y atravesó las personas que los separaban con una idea fija en la cabeza, la excusa perfecta.

— Disculpáme ―le dijo Nino a la chica― No pude evitar verte que tenés un problemita con tu pierna, yo soy dermatólogo.

— ¿En serio?

— Sí, y si me permitís que te revise en el baño, o en otro lugar más privado, tal vez pueda diagnosticar que…

— Bueno ―dijo la chica —, llevatelá. Es una pierna de plástico.


La cena transcurría bien, estaba exquisita además. Mucha variedad de platos y postres, además de las bebidas, por su puesto. Pero quizá a esta altura lo más importante para destacar sobre la fiesta en general era que no existía límite de cierre alguno. Uno sencillamente se podía quedar ahí de joda hasta que le dieran ganas de irse. Luego, a los cinco días desde que la fiesta había comenzado, los organizadores se dieron cuenta que alguna gente había tomado esto muy en serio.

Muchos bebían vino y champagne, otros fernet con coca cola o la gran variedad de bebidas blancas que habían dispuesto en numerosas barras.

— Asegúrese de que mi vaso ―ordenó Rono a uno de los mozos—, no se quede sin Jack Daniel’s, por favor.

— Ya no queda, señor.

— Bueno, consigan más entonces, laputamadrequelosparió, quién se tomó todo el Jack Daniel´s digo yo…

Nada parecía importar. Había espacio, había tiempo, había lugar. No había Jack Daniel´s, pero pronto se solucionaría esto. Era un momento magnífico de la vida, pensó Rono.

A la medianoche estaban todos bastante ebrios. Algunos se fueron, muy pocos en realidad, seguro que debían tener obligaciones al día siguiente. Otros se apresuraron a ocupar las habitaciones reservadas que el doctor había alquilado, o bien se arrojaban al lago a nadar entre los patos. La vida está llena de individuos a los que no les importa nada más que divertirse y pasar un buen rato. Pero los que más abundan son los que pretenden atraparse en una sola situación a lo largo de toda su vida.

Nada. Sólo una reflexión inútil y fuera de contexto. Ignorémoslo.


La negrita bailaba como loca entre las muchachas. Le encantaba la música electrónica porque no le no obligaba a repetir las letras. Rono se encontraba a escasos metros de su esposa, esperando una de las camionetas que traían más bebidas ―las botellas de Jack Daniel´s venían en ella—, cuando sus ansiosos amigos decidieron hacer el ritual de todo casamiento: alzar al novio y arrojarlo hacia arriba para luego intentar atajarlo antes de que se parta la cabeza contra el piso como un melón. Una costumbre de dudoso gusto para aquellos que sufren de vértigo y que no beben alcohol. Entre más o menos veinte sujetos levantaron a Rono y a la cuenta de tres lo arrojaron al aire. A cierta altura, un murciélago se le introdujo en el bolsillo lateral del saco. Cuando lo atajaron, entre aplausos e insultos, Rono se alegró de que no le pasara nada. Pero el murciélago permaneció toda la noche en el bolsillo, confundido y desorientado por el aspecto suave de esa extraña cueva de tela.


Ahora bien, los perros, el de Rono y el del escribano Gantz, tomaban campari con fanta en una barra. Coincidían en la mayoría de sus gustos, y cuando se dieron cuenta que un gran pernil de cerdo estaba a punto de ser colocado en el salón para que la gente comiera sándwiches, movieron la cola involuntariamente los dos al mismo tiempo.

Cuatro hombres vestidos de mozos, llevaban a cabo esta tarea, buscaban mesas y sillas, ordenaban las salsas para acompañar los sándwiches y todo eso. Para comunicarse y trabajar rápido usaban un servicio de handys.

— Sí, jefe ―dijo uno, llevando el aparato a su boca al escuchar un doble beep.

— ¿No les dije que sacaran el pernil ahora? La gente ya tiene hambre de nuevo – se escuchó de una voz al otro lado del aparato.

El mozo atizó con su mirada a uno de sus compañeros.

— ¿Sacaste el pernil?

— Sí.

— Ya lo han sacado, jefe ―anunció tranquilo el mozo a la voz del handy.

— ¡En el salón no está! ―replicó esa voz, más encolerizada ya.

El mozo palideció.

— Ya vamos a averiguar lo que ha sucedido, jefe. – Se escuchó otro doble beep.

Al llegar al salón el mozo preguntó al encargado de quién eran esos dos perros y porqué estaban ahí. El encargado le respondió que era el perro del novio y un amigo.

— ¿Un amigo del novio?

— Del perro ―dijo el encargado.

Los animales se acercaron al mozo con la lengua afuera y sus colas en movimiento. El mozo simpatizó con el gesto y buscó con la mirada algo de comida que hubiera por ahí para dársela.

— ¿Quieren un sanguchito los pichitos, eh?

— Ya cuomimos ―dijo el perro de Rono. —Queremuos las salsuas ahora.


Mientras tanto, el grupo de rock iba a comenzar a tocar. Los de la banda estaban encantados con la fiesta… y muy borrachos. Tomaban ron con coca, hielo y limón. Se lo tragaban como un Gatorade, nadie se quejaba. Se dice que los músicos beben mucho y no es cierto. Beben muchísimo. La realidad es demasiado para ellos. Y los del grupo Satisfazzione no eran precisamente la excepción de esta vieja regla. Rono se había subido al escenario para conversar un poco con ellos, algunos eran bastante conocidos en el ambiente del rock local. Lo primero que le llamó poderosamente la atención a Rono fue lo distinto que se ve todo desde arriba de un escenario, lo vulnerable que uno se siente debido a la exposición a la que se está sometido. Uno de los guitarristas le colgó a Rono su instrumento, que no podía notar la diferencia entre una guitarra y una hamaca paraguaya. En broma, el miembro del grupo le había dado a Rono una guitarra que no estaba siquiera enchufada, para que este, ya en estado de avanzada ebriedad creyera al menos por un instante estar tocando con una banda de rockandroll. Pero, de repente, al intentar un acorde, su mano quedó atrapada entre las cuerdas, provocándole un agudo dolor.

— ¡Aylaputa, se me quedó la mano, se me quedó la mano! ¡Sacamelá, laputaqueteparió!



En otro lugar del club, una camioneta 4x4 estacionaba en un misterioso garage. Tres hombres y una mujer descendieron de ella y se dirigieron por el césped hacia una puerta corrediza de cristal. Uno de esos hombres se veía muy parecido al doctor Barbui. Todos, incluso la mujer, llevaban túnicas violetas con capuchas que ocultaban sus rostros. Este misterio no se reveló hasta más tarde.

Era la última sorpresa que el doctor había preparado para su protegido.



Una cosa acertada en el casamiento de Rono fue que ninguna persona política fue invitada, a pesar de que varios mandaron flores y regalos sólo como patética intención de ser invitados, de entrometerse sólo porque se había hablado de esta fiesta durante días en los medios de comunicación y todo. Ya que varias figuras del mundo del espectáculo y el deporte sí habían sido invitadas, los políticos también querían figurar, pero vaya uno a saber bajo qué intenciones. Rono guardaba una pésima opinión de los políticos y los allegados al poder de cualquier índole. Le parecían una “manga de hipócritas esos hijosdeunagranmilputamirá, que engañan al pueblo desde que empezó el mundo y se enriquecen ellos siempre a costa de los demás”. En cambio, amigos de Rono que sí desempañaban cargos públicos de inferior categoría, generalmente en áreas culturales, sí disfrutaron de la fiesta.

Uno de estos amigos era Alberto Laffernier y su esposa Laura, una conocida actriz y directora de teatro, además de docente. Albertito siempre había sido alguien de confianza y muchas veces protector de Rono. Caminaban junto a Rono por el jardín, recordando viejas anécdotas. Una vez Rono había intentado una carrera como actor, pero el destino le dijo que no a sus aspiraciones. El destino y la crítica, porque luego de su primer protagónico en una obra, la reseña en la sección de espectáculos de un diario local lo calificó como “un señor con muy poca o ninguna capacidad para desarrollarse en este medio con éxito”. De pronto, al lado de un árbol vieron un cuerpo. Se acercaron, apagando sus risas y con creciente preocupación. Nadie quiere encontrar algo así en la fiesta de su casamiento, menos si se está borracho, porque no sólo es descubrir que hay alguien ahí tirado, sino que después hay que parar todo, llamar a la cana, contestar preguntas, fastidiarse, todo el mundo se amarga, es terrible. Bueno, pero no era nada grave, gracias a Dios por sus pequeños favores. Se trataba de alguien que aparentemente había caído desmayado. Al acercarse del todo, Rono se dio cuenta de que era un amigo suyo de la infancia. Lo llamó tres veces por su nombre.

— Iván Iván Iván.

Iván se incorporó como pudo.

— Me caí.

— Te caíste… —dijo Rono con resignación. Iván se caía bastante seguido y ya no impresionaba ni engañaba a nadie. — ¿De dónde te caíste, Iván?

— No sé. Me caí del árbol, me estaba tomando una botella de fernet que me traje.

— Te trajiste una botella de fernet vos solo ―repitió Rono— ¿Y dónde está?

— Se quedó arriba del árbol.

— ¿Te sentís bien? ―preguntó Laura.

— Me siento bien. El problema es cuando me paro, se mueve todo ―dijo Iván, sin dar la mínima seña de estar bromeando.

— Dios mío.

Volvieron a la fiesta con Iván. En el camino, en un lugar oscuro del parque, Rono reconoció a Donovan haciendo pis en una planta, la cabeza echada hacia atrás, tambaleándose y riéndose solo, sosteniendo en una mano una botella de jack Daniel’s. Iván conocía a Donovan. Se le acercó.

— Donovan, me caí de un árbol ―le dijo, levantando las manos hacia su pecho, señalándose a sí mismo.

Donovan se volteó para ver a quién le hablaba.

— Bueno, la próxima vez intentálo con más ganas, loco, ju ju ju. ―Una chica se asomó desde el arbusto, a la altura por debajo del abdomen del músico, donde parece que Donovan no hacía pis realmente.



Dentro de las habitaciones donde se encontraban los que habían venido con el doctor en la camioneta hacía frío. Barbui apagó el aire acondicionado.

— Gracias –dijo la chica―. Me estaba enfermando.

Barbui la miró por primara vez más detenidamente, bajo la luz blanca de los tubos fluorescentes, y comprendió porque Rono se ponía de esa forma tan extraña. La chica era hermosa. Dolía la panza de sólo verla.

— Recuerde que tampoco querríamos provocarle un infarto al pobre en el día de su casamiento, sí ―le dijo a la chica el doctor, mientras ésta se desvestía lentamente frente a un espejo y sus hombres de seguridad cuidaban de que nadie se acercara a la puerta.

— No se preocupe, jajaja ―rió ella—, sólo avíseme cuando así estoy lista.


Rono estaba en ese momento en el helipuerto del predio, recibiendo a sus amigos Los Secuestradores. Venían todos hasta las manos. César —el paralítico― saludó a Rono con su habitual “Eeeeeeiiiiiiaaaaaa”, Stephan, el capitán principal y número dos de la organización que lideraba la rubia Mónica , La propia Mónica y un negro de cinco metros de estatura que nadie sabe cómo se llama, bajaron del helicóptero… junto a una docena de otras personas completamente desconocidas para Rono.

— Qué gusto verlos de nuevo ―les dio la bienvenida Rono, muy anfitrión. Y luego agregó en tono preocupado: — No vayan a secuestrar a nadie acá, porfavorselospido…

— No se preocupe ―lo tranquilizó Mónica, y se empezó a reír.

El handy de Stephan emitió un sonido.

— Sí, atento, Claude, estamos acá en la fiesta del casamiento del señor Rono, cambio.

— B… no, me a… gro mucho. Man… sal… os míos… mbio.

Rono estrechó la mano del grandote, el jefe de la seguridad de la organización, que se la estrujó como si fuera una bolsita de caramelos palitos de la selva.

— Documento ―le dijo.



Y así se iba completando el desarrollo de la fiesta, con gente conocida y otra no, con gente divertida y otra no, con gente que se retiraba y otra no. En cierto punto, Rono divisó a su perro. Estaba con un joven y una chica. El joven era Leandro Gómez Bolaños, un escritor que Rono conocía desde hacía varios años. La chica era su novia, la hermosa y delicada Florci. El escritor y el perro de Rono conversaban animadamente sobre literatura canina. Jack London, autor de “Colmillo Blanco” entre otras novelas magníficas, ocupaba el centro de la conversación. Rono se acercó a saludarlos.

Por el rabillo del ojo, vio cómo alguien sacaba a empujones a su amigo Donovan de la cocina.

— Retírese ―le gritaban de adentro.

— Pensé que era el baño. Vení, nena, vamos por una cerveza. ―Dijo el músico y se retiró.




Cuando la luna le decía hola al sol, Rono se dio cuenta de que durante toda la fiesta no había hecho otra cosa que ir de un lado a otro descubriendo a sus amigos y participando de toda clase de circunstancias.

Y la negrita, su ya flameante esposa, andaba sola por ahí, contemplando el paisaje y la fiesta. A veces conversaba con alguien. Bah, es una forma de decir que conversaba, porque en realidad iba repitiendo lo último que cada uno le decía. Entonces Rono se dijo “Alamierda, basta, me voy a pasar el resto de la fiesta con mi mujer y que los demás hagan lo que quieran, hijosdemilputa”. Buscó a la negrita por todos lados pero no dio con ella. Buscó al doctor para saber si éste sabía dónde estaba su esposa y no dio con él. Buscó al perro para cagarlo a patadas y no dio con él. Bajó por una escalera que llevaba a los jardines traseros del club… y no dio con ella, le escapó a la baranda y se cayó de costado, rodando ciento cincuenta y siete escalones abajo. Cuando rebotó en el último, el doctor Barbui estaba parado junto a él. También estaba el perro, que se acercó a lamerle el rostro.

— Salí de acá, queteparió. ―El perro hizo pis en el último escalón.

— Venga —le dijo el doctor. ― Quiero que vea a alguien que lo está esperando, sí. Es una sorpresa. Y espero que le guste, sí. Venga y hágame caso.

— No quiero sorpresa ahora ―dijo Rono, levantándose con esfuerzo. — Sí, yo siempre le hago caso a usted y usted me mete en unos quilombos de la putamadre. Quiero irme a mi casa ahora, con mi esposa. ¿Dónde mierda está esta otra digo yo, mecagoendiez?

— Su esposa está bien, sí. Se ha quedado dormida y la hemos llevado a descansar un poco a un lugar seguro para que se recupere. Pero, venga conmigo ahora — insistió Barbui —. Ya va a poder disfrutar de su esposa como corresponde, terminada la fiesta, se irán de luna de miel, se amarán mucho, y que Dios los bendiga y que todos sus hijos les salgan violinistas, sí. Pero ahora sígame por aquí, acompáñeme un poco, sí.

Rono siguió al doctor y llegaron al lugar donde aguardaban los invitados misteriosos, los que habían llegado en aquella camioneta. Entraron por una puerta corrediza y se quedaron ahí parados. Rono pensó “Peroquémierdapasa”. Por un momento creyó ver a una chica que estaba vestida solamente con una toalla, como si recién terminara de bañarse. Pero se lo atribuyó a su imaginación sobreexcitada por las emociones, por los acontecimientos vividos últimamente, por la membrana que le habían colocado meses atrás en la isla, por los viajes en el tiempo… y por la cantidad de alcohol que había ingerido a esa altura. No podía estar él ahí parado con el doctor Barbui, su mentor y protector, viendo a una chica hermosa saliendo de la ducha, en el día de su boda con su esposa durmiendo en algún lugar, seguro o no. No, no podía ser. Debía ser parte de otro experimento tal vez. O quizás se había vuelto loco, ahora sí, y esto era lo primero que uno veía cuando se volvía loco: una chica saliendo del baño vestida con una toalla, pelo rubio y ojos azules, cara muy parecida a la que uno solamente ve en sueños, porte de felina que sale en las publicidades por la tele, y con el aspecto de parecer muy entristecida y buscar a alguien que la consuele… Claro, seguro que eso le pasa sólo a un borracho que se ha vuelto loco en su propia fiesta de casamiento.

— Váyanse todos a la mierda ―dijo Rono. Barbui lo tomó del brazo.

— Quédese. Se lo suplico, éste es mi último regalo, sí. He querido compensarlo lo mejor que me ha sido posible; y me costó mucho encontrar la forma de llegar a sorprenderlo y darle una verdadera alegría en un caso como este. Sí.

Rono se sintió nuevamente abrumado.

— Doctor… ya me ha regalado todo el casamiento, me ha conseguido la esposa para poder llevarlo a cabo, la he pasado estupendo con todos mis amigos y demás cosas. Pasé un par de momentos desagradables, pero ya está… ahora quiero disfrutar de todo lo que me espera…

— Es que eso no es todo ―dijo Barbui― Por favor quédese, sí. Quiero que entienda que es una oportunidad para…

— Nomerrompásmásloshuevos, basta… —exclamó Rono.

— Rono… —dijo la chica. Rono no la oyó.

— … y quiero irme con mi esposa y no volver a ver a nadie por un tiempo, ni a usted, que le agradezco mucho, muy lindo todo, el casamiento, el experimento, Londres, Estados Unidos, laputaqueteparió, el carnaval, Jerusalén me encantó, todo muy lindo… pero me voy ya...

— Rono… —repitió la chica.

—… y quédese cuidando al perro mientras yo no estoy, porque se va a mandar cada cagada que mirá, no sé…

— Rono… ―Le resultaba muy familiar a Rono esa voz que lo llamaba. Pero estaba tan caliente que le seguía hablando a Barbui. — ¿Usted es Rono? – dijo la chica al fin, cruzando la puerta de vidrio y acercándose a él.

—… así que dígame dónde está la negrita, que me voy con ella a descansar un rato ―continuaba Rono— Y quiero dos botellas de Jack Daniel’s y un helicóptero en la terraza en 25 minutos…

— Rono…

— ¡Quémierdaquerésvos, laputamadre! —Rono se dio vuelta hacia la chica, enrojecido por la bronca de ser interrumpido. La chica su quedó paralizada ante el ataque verbal. No conocía a Rono, aunque ya se habían visto una vez, y parecía tan frágil y sorprendida. Se llevó las manos a la cara y se largó a llorar. Los hombros le subían y le bajaban rítmicamente.


— Mire lo que ha hecho, sí ―exclamó Barbui—. La ha hecho llorar, pobrecita… No está bien ella, y usted la trata así. Mire, mire lo que ha hecho, sí…


Rono contempló a la rubia, que ahora se había sentado en el suelo, todavía con la toalla envuelta en el cuerpo, y le pareció que había visto aquella chica en algún lado. Se sintió un poco estúpido por su reacción y se pasó una mano por el pelo. Ahí fue cuando el doctor le dijo quién era, pero Rono ya se daba cuenta por sí mismo.

— ¿No ve quién es? Por Dios Santo, Rono… ¡Es Julieta Pran…!

Rono se desmayó. Cayó al piso redondo. Bum.


Doce horas más tarde, un helicóptero partía rumbo a las islas de Grecia. Sus pasajeros eran cinco: Rono y la negrita, detrás del piloto y su copiloto. Todo contratado por el doctor y bajo su control en tierra, desde luego. Arribarían en las paradisíacas islas que hay alrededor de Grecia, esas que los Beatles una vez pensaron comprarse para cada uno.

— Luna de miel en Grecia. Los dos solos al fin, laputamadrequemeparió. ―Decía un Rono contento, cambiado, distinto, sobrio. Y todo terminó aquí.


Si no mencionamos, claro, que Rono y su esposa más los dos pilotos del helicóptero sumaban cuatro pasajeros.

El perro iba escondido en la pequeña bodega del helicóptero, durmiendo, soñando con playas y comidas griegas.




Volúmen 2




1. RONO VUELVE


A partir de cierto punto, Rono comenzó a experimentar una extraña sensación. Era algo que jamás había l. Le picaba todo el cuerpo y se rascaba frenéticamente. Además se le había hinchado un ojo. Estaba en un hotel tres estrellas de la ciudad de La Habana, en Cuba. Se miró en el espejo del baño. No le gustó lo que vio.

― Maríaaaaaa… ―susurró.


Había llegado a Cuba por error, luego de que la negrita y el perro le perdieran el rastro en el aeropuerto de Lisboa, en Portugal, al regreso de su luna de miel. Rono había bajado del avión para orinar… y el avión despegó sin él al cabo de cuatro minutos.

Ahí en Portugal, una señora se le acercó y le preguntó si era Tom Hanks, el actor. Con una sonrisa vanidosa, Rono contestó que no, que él no era Tom Hanks, pero que siempre lo confundían. La mujer le señaló entonces uno de los grandes televisores que colgaban en lo alto de la Terminal, donde emitían una película con Tom Hanks. Rono se ruborizó y se puso un poco nervioso, buscó algo inexistente en los bolsillos delanteros de su pantalón. Y en ese momento se acordó que debía volver al avión…

… justamente cuando lo veía despegar.

―Laputaquemeparió ¡se me va el avión! ―se desesperó.


Dos horas más tarde, estaba sentado en la oficina del director del Aeropuerto Internacional de Lisboa. Se trataba de un tipo de media estatura, algo calvo, de ojos escondidos tras gruesas gafas y pantalón color bordó.

― ¿Tein pasaporchi? ―preguntó el director

― ¿Cómo? ―se adelantó Rono.

― Siñori, tein que tené pasaporchi al gía pa’ permanenza en aeroporchi ―explicó el director en un portugués medio extraño.

― Tein pasaporchi ―dijo Rono, en un portugués muy serio.

― Entregi eu.

― ¿Cómo? ―se desorientó.

― Tein que entregá pasaprchi eu ―repitió el director.


En ese momento entró un oficial de la marina estadounidense, interrumpió al director con una mano en alto, tomó a Rono del brazo, sacándolo de la oficina. “Perolaputa”, pensó Rono. Todos conocemos la indignación que esto le provoca. El oficial llevó a Rono del brazo por toda la Terminal del aeropuerto de Lisboa, lo metió en un taxi, le indicó al chofer dónde lo tenía que llevar y luego desapareció.

Rono estaba bastante confundido a esta altura. La ciudad de Lisboa está por encima del nivel del mar.

En el taxi, la comunicación con el chofer fue espontáneamente surgiendo a raíz de lo que a Rono se le revelaba en su cerebro. Así, le preguntaba sobre diversos temas, comidas típicas del lugar, los medios de transporte, la densidad de población, lugares para hacerse la manicura, calles famosas, etc. “¿Dónde está la municipalidad?” ―preguntó Rono en un momento. Y como al chofer no parecía importarle, seguía manejando indefinidamente, y por esto, no por otra cosa, Rono comenzó a sospechar que algo raro estaba pasando.

― Algo raro está pasangi ―comentó Rono, distraído mirando por la ventanilla del taxi.

― Es una ciudad muy antigua ―dijo el chofer. Era español.

― No. Yo digo que algo raro pasa, porque, mire: primero, me voy de luna de miel con mi esposa y el choco de mierda, la pasamos bien, fuimos a unas islas en Grecia, después, a la vuelta, me bajo del avión…

― ¿Es recién casado usted?

― Y sí,… porqué me voy a ir de luna de miel sino. Bueno, la cosa es que me bajo del avión porque ya no aguantaba más de las ganas de hacer pis, me entiende, así que me bajo ¡y el avión despega inmediatamente!, laputaquelosparió, y me quedo parado acá en… Las Boas, Tortugal, o como se llame, no sé donde mierda estoy en realidad…

― Lisboa, en Portugal. Pero ¿porqué no hizo pis en el avión? Tienen baños.

― ¿En serio? ―preguntó Rono, alargando el cuello hacia delante.

― Claro que tienen. No son muy cómodos que digamos, pero… Una vez yo me afeité en un avión. Casi me degüello a mí mismo, es el riesgo que uno corre…

― ¡Laputísimamadre! Bueno, entonces después me hacen ir a una oficina, con el director del aeropuerto este…

― No sé porqué me afeité. Nunca me afeito. Menos en un avión… ― seguía el chofer.

―… y ahora viene el otro y me agarra del brazo, me mete acá en este taxi, con usted, que me está llevando no sé adónde… Me parece raro, me parece raro…

Rono movía la cabeza de un lado a otro.

El chofer le indicaba una plaza donde una vez encontró un trébol de cuatro hojas, cuando tenía 17 años.

De repente, detuvo el taxi en medio de una calle desierta y desconocida (?), se apeó y abrió la puerta de Rono. Se movía rápido y resoplaba como un turco. Rono pensó que lo estaban asaltando. “Ay no ―pensó alarmado―. Lo que me faltaba”.

― Tiene que quedarse acá, lo van a venir a buscar ―le dijo el taxista en español neutro.

― ¿Ah, sí? ―respondió aliviado Rono― Putache, ¿y quién me viene a buscar?

― Yo solo obedezco órdenes superiores. Somos del FVY.

― Ahhh…

― No, mentira…

― Ja ha ―se rió Rono―. Ya me parecía, porque no se escribe así…


En ese momento apareció un helicóptero anaranjado y verde, tacatacataca, se posó sobre el asfalto como si fuera un insecto gigante de metal, salieron dos tipos, agarraron a Rono del brazo, lo metieron dentro del aparato, haciéndole extrañas señas y agachándose más de la cuenta bajo la enorme hélice, y se lo llevaron con ellos.



2. RONO EN CUBA


En el viaje le explicaron algo de lo que estaba sucediendo, pero Rono no captó ni la menor idea. Igual, preguntó si podía hacer una llamada. Los hombres que iban con él le alcanzaron un teléfono, acostumbrados a esa clase de requerimientos por parte de las personas como Rono, que se encontraban en la difícil situación en la que él se encontraba; entendían la preocupación de esta gente por sus familiares o seres queridos. Rono se puso el auricular en la oreja y sonrió, inexplicablemente. Luego marcó un número. Era un teléfono con disco. Y luego marcó dos números más.

Esperó un instante. Una voz de mujer se escuchó al otro lado de la línea.

“Son las once, cincuenta y dos minutos, treinta segundos”, dijo la voz.

― Qué gracioso ―comentó Rono.― A mí me parece que la mina que da la hora debe ser linda. Además, estoy seguro de que está grabada. No puedo creer que esté todo el tiempo la mujer ahí, atendiendo el teléfono diciendo son las tanto y tantos minutos…

Los hombres cruzaron una mirada curiosa entre ellos. Rono giró el disco para escuchar la hora de nuevo.


En la casa del presidente, Fidel Castro puso un habano entre sus dientes. El perro le alcanzó fuego.

― La revolución, querido amigo ―decía Fidel―, consiste en evitar todo tipo de manifestación contraria a lo que uno considera la base de lo que realmente piensa en términos políticos. Es una consigna de hombres que inteligentemente se respetan y se quieren, como pueblo y como hombres. Pero no se trata de aparecer como afeminados ante los caprichos del sistema capitalista que pretende siempre acaparar los avances mediáticos utilizando dados cargados y ruines, con finalidades nefastas para los países que no poseen casinos decentes, se trata de…

― Comandante, disculpe la interrupción, pero vienen los del servicio secreto ―dijo la voz de una de las personas de la seguridad de Castro.― Dicen que el señor que mandó usted a buscar, ya está en el hotel.

El perro movió la cola. Y derribó un cenicero.

― Ah, perfecto, perfecto ―exclamó Fidel.― Quiero verlo cuanto antes. Preparen una cena para esta noche. Y mándenle unos cigarros.

― Muy bien, comandante ―dijo el portavoz, y se retiró.

El perro hizo una seña militar.


En el hotel, Rono se contemplaba a sí mismo en el espejo del baño. A cada rato exclamaba «Maríaaaaaa».

Un golpe en la puerta lo sacó de trance.

― ¿Quién es? ―preguntó Rono a la puerta.

La puerta no contestó. Decidió abrir. Había un hombre. Oh, qué misterio. Quién puede ser este hombre.

¡Oh!

Es el doctor Robert Barbui, en pantalón caqui, camisa beige, zapatos de cuero blanco. Rono está desnudo, y se sorprende de estarlo.

― Vístase, sí. ―El doctor entra en la habitación y deja un maletín sobre la cama.

― ¿Qué hace? ¿Qué pasa? ¿Por qué estoy acá? ¿Quién me ha golpeado? ―Rono tiene infinitas preguntas para el doctor. Sospecha que él sabe algo de todo este misterio.

― No haga preguntas ahora. Sí. Nadie lo golpeó. Usted se resbaló en el jardín del hotel y desafortunadamente un panal de avispas ecuatorianas estaba justo al lado de su cara. Sí. Esas avispas. Ya hemos tenido problemas antes.

― ¿Con las avispas?

― No. Con los hoteles. Acuérdese de Londres. Escuche, tiene que ir a ver al presidente, al comandante Castro. Sí.

― ¿Qué, no está más Fidel? ―Rono sigue preguntando intrigado como una lombriz dentro de un salamín de campo.

― Fidel Castro. Sí. Su perro está con él. Es importante, sí. Su esposa está a salvo en El Salvador. No se preocupe por ella, sí…

― ¿La negrita?

― La negrita. Quién va a ser sino. Vístase, yo lo espero en el ascensor. Sí.

― ¿Qué hay en el maletín? ―Los interrogantes tienen a Rono secuestrado.

― No haga más preguntas. Tenemos que irnos. Hay cosas que hacer, muy importantes y muy urgentes, sí.

― ¿Puedo abrirlo?

― No lo abra. Sí.

― ¿Sí o no?

Rono abrió el maletín. Se produjo un silencio incómodo.

― ¿El traje de Batman? ―se sorprendió― ¿Es para mí éste?

― No puedo decirle nada. Sí.

― ¿Y usted que va a usar? ¿El de Superman?

― Aquaman.

― Aquaman ―repitió Rono.― Uh… Muy Bien. ¿Y el perro?

― Vamos ―insistió el doctor.― Tenemos que irnos ahora. Sí.

Y abandonó la habitación. Rono se quedó observando el traje. Tenía algo fuera de lo común. Algo le faltaba…

― Puuuuuutamaaadre… ¡No tiene el murciélago en el pecho!


En la entrada principal de la casa del gobierno cubano hay una carta. Se trata de un documento que data del período de fundación, cuando la isla era unificada por las distintas maniobras ovíparas y escalfadas de la monarquía española. Está íntegramente tallada sobre la superficie de un gran bloque de bronce fundido con plata, la cual fue traída exclusivamente para éste propósito desde el Perú, en 1657, por el conquistador español y gobernador de Polonia, Fernando Manuel Mujica Garrariaga Smith & Güemes. Es un monumento histórico que permanece aún allí desde su primera lectura en público, simplemente porque Fidel no ha podido dar con un buen herrero.

A las 19:31, cuando llegaron a las escaleras que conducen al gran salón principal del edificio, el doctor Barbui y Rono - ambos vestidos en finísimos trajes de seda caracterizados como Aquaman y Batman respectivamente ―se detuvieron un momento para contemplar aquella reliquia.

Sobre el opaco brillo del bronce se notaba una mancha uniforme que desteñía el metal y cubría gran parte de la escritura, haciéndola ilegible.

― El perro. Sí. Ha meado en el monumento ―dijo Barbui meneando la cabeza.― Qué se le puede hacer, nunca puede controlar su riñón, sí.

― Taquelosremilparió ―se calentó Rono.

Treparon unos cortos escalones y entraron al salón.


Por lo visto, se ofrecía una gran fiesta en su honor. Había mesas por todos lados, mozos yendo y viniendo, llevando bandejas con copas y canapés; una banda de 72 miembros, todos ellos de 72 años cada uno, ponían a punto las pistas para que la gente bailara durante la velada ―tenían un ordenador portátil en el cual ordenaban las pistas, para una intensa noche de son cubano en karaoke.― Rono tenía sed. Se dirigió hacia un costado, donde había una barra. Barbui hizo una seña a uno de los colaboradores de Castro, para que le hicieran saber que ya habían llegado. El hombre movió el mentón, en señal secreta de haber entendido. Luego se acercó al doctor.

― Hay mucha gente aquí, y nadie sabe los planes que el comandante tiene. Todos creen que la fiesta es puro ejercicio del poder sobre la aristocracia. Por eso los disfraces, entiende mi amigo…

― Yo no soy su amigo. Sí. Sólo quiero ver a Fidel y decirle que Rono está bajo mi protección, antes que nada. Aunque también quiero sacarme una foto con él, claro, sí. Pero me inquieta pensar en las intenciones que tenga con Rono. Es un hombre muy especial, está recién casado, tiene un temperamento impredecible…

― Sabemos cómo es Rono, doctor. Y no se preocupe, Fidel conoce…

― No me preocupo, sí, no me preocupo. Ustedes no saben las cosas que éste hombre ha pasado. Es un inútil, sí. Pero ha contribuido mucho con nuestros experimentos en científica cuántica. Y es un hombre muy curioso…


En la barra, Rono bebía un trago y conversaba con el mozo que le servía. Era difícil no sonreír al ver a Batman con un martini en una mano y un cuba libre en la otra. A Rono nunca le preocupó la mezcla en absoluto.

―… así que…, bueno ―comentaba Rono― , acá estamos, no sé bien porqué... pero, parece que el General quiere conocerme, viste…

― Comandante ―corrigió altivo el mozo .

― Bueno, Comandante, General... me da igual. La cosa es que no sé qué quiere… Y mi perro está con él ahora, vos sabés, en este preciso momento, el hijodemilputa no se puede creer mirá…―una señorita muy atractiva pasó a su lado y Batman se detuvo a observarla. Luego siguió conversando con el mozo, y agregó inesperadamente:


― ¿Les gusta Coldplay a ustedes? Porque son medios raros los cubanos, la verdad. Siempre me pareció que vivían como aislados del resto del mundo.


El mozo le dirigió una fría mirada a Batman.

― ¿Qué? ¿No viven en una isla acaso?

Rono dio media vuelta para volver donde el doctor. Pero justo cuando se volvió, la capa se le quedó atrapada bajo los pies de una dama, que perdió el equilibrio debido al tirón y cayó sobre la mesa repleta de pasteles que estaba detrás de ella. Su compañero, vestido de gala al estilo siglo XVIII, trató de sujetarla. Rono también perdió el equilibrio y volcó todo el contenido de sus tragos encima del singular caballero. Pidió disculpas y se alejó lo más rápido que pudo. Atravesando el salón, divisó a Barbui a través de los ajustados ojos de Batman, pero luego lo perdió de vista.

― Perolaputa ―se dijo Rono―. No se ve nada con esta máscara. No entiendo cómo hacía Batman para que no lo cagaran a patadas apenas se ponía esto encima.

Un niñito, tal vez el hijo de algún diplomático que estaba en la fiesta, se paró enfrente de Rono. Iba disfrazado de Superman, con las manos en la cintura. Era un Superman en miniatura. Escrutó a Batman con una intensa mirada.

― Soy más poderoso que Batman― dijo al fin el pequeño que no debía tener más de 9 años.

Rono se quedó en silencio, pensando si debía desperdiciar su tiempo discutiendo con ese niñito engreído. Sería muy infantil de su parte, y además se suponía que no debía entretenerse con asuntos menores. Su energía mental era valiosa y debía reservarla para enfrentar la incógnita de haber sido convocado por Cuba para algo que él desconocía – y no estaba preparado, desde ya -, y resolver eso en términos desfavorables, frente a nada más y nada menos que Fidel Castro, el último líder revolucionario que quedaba en actividad en el mundo entero. Era una situación difícil para Rono.

― Superman se murió en una silla de ruedas, nene.

El niñito observó a Rono de un modo extraño. A continuación pegó un grito, un agudo chillido que perforó los sensibles oídos del hombre murciélago.

― ¡Mamáaaa! ―Batman se llevó ambas manos a las orejas… puntiagudas, que se elevaban por encima de la máscara.― ¡Mamáaaa!

Una señora se dio vuelta, miró al menor, y luego frunció los labios al notar la presencia de Rono. Tomó al nene de los hombros y lo atrajo para sí misma. El nene escondió el rostro, derrotado, en el algodón del traje de la señora que parecía ser su madre, que parecía ser una nube - no tanto porque estaba disfrazada con algodón blanco, sino por las dimensiones de su cuerpo -. Rono alzó las manos con las palmas hacia delante, diciendo con ese gesto que él no era quien había empezado la pelea.

― ¡Sinvergüenza! – exclamó la señora― Es sólo un niño, ¿le parece bonito…?

Rono dudó un instante.

― El traje está muy bueno la verdad ―respondió Rono―. Al mío le falta el murciélago del pecho. Mecagoenlamierda, mire... ¿ve?

Madre e hijo se alejaron y se perdieron entre las demás personas, mientras Rono, tanto como la máscara se lo permitía, se miraba el pecho. Llevó una de sus enguantadas manos hacia él.

― Uylaputa… qué es esto ¡ya me lo manché!



En un piso superior, el perro movía la cola observando a Fidel. El comandante se vestía para bajar a la fiesta. Su disfraz consistía en pantalón y camisa de jean, botas de cuero de víbora, pañuelo al cuello, y sombrero de ala doblada.

― Qué te parece, querido amigo. Quiero verme sencillo, como si estuviera en un simple día de campo con mis compañeros, nada de ostentar un disfraz costoso. No, señor. La revolución, querido amigo…

El perro movió el hocico, articulando un sonido. Fidel detuvo su discurso.

― ¿Qué has dicho?, no te he oído bien. Habla…

― Que puarece un cowbuoy ―señaló el perro.



3. RONO EN CANADÁ


Una tarde, Rono decidió dar un breve paseo por la granja.

Bueno, es que luego del largo viaje en barco que los trajo de Cuba, el perro y él se quedaron en Canadá, vendieron el barco, y compraron una granja en Québec.

Rono quería buscar a la negrita, su adorable esposa, para que pasara unos días con él en la granja de Canadá; utilizaba una notebook para establecer contacto con el doctor Barbui, la negrita, sus amigos personales, la caja de ahorro previsión y seguro, el consulado de Bélgica en Miami, andá a saber porqué, y otros contactos de menor importancia.

Pero el perro se comió la computadora una mañana, pensando que era una caja de chocolates canadienses, y la negrita nunca pudo ser avisada.

Así que, muy bien, Rono daba un paseo por su recién inaugurada granja.

― ¿Cómo le voy a poner de nombre a esto? ―se preguntó.― Voy a esperar que llegue la negrita para ver si a ella se le ocurre un nombre, no sé, "La granja de Rono en Canadá"... no me parece.

― Malísimuo ―dijo el perro detrás de él.

― Calláte laputaqueteparió, que te comiste la computadora mirá... ¡salí de acá!

― Puonele en la puerta un cartuel que diga: "Cuidado con el Perruo".

Rono levantó al animal de una patada, pero al perro no le dolió en lo más mínimo, y se limitó a brincar hacia atrás y sentarse al sol.

― "Cuidado con el perro". Tevoyadarmirá…

Rono miraba de reojo al choco mientras observaba una fila de arbustos que se encontraba en el lado oeste de la propiedad.

― Qué mierda es eso...

Decidió acercarse más, seguido de cerca por el perro que iba agazapado detrás de Rono como si fuera un felino, olfateando el terreno a su paso.

Rono llegó a unos cinco o seis metros de donde estaban los arbustos y se detuvo. Había algo extraño en esas plantas. No parecían corresponder a ninguna de las especies que se encontraban alrededor. Eran como palmeras de mediana estatura, pero de un color verde muy pálido, y con hojas mucho más gruesas y largas que las de una palmera común.

― Pero, qué mierda...

― Son palmueras.

― Calláte. No son palmeras. ―Rono se acercó más, despacio, levantando cuidadosamente los pies del suelo como para no hacer ruido. El perro hacía lo mismo. El silencio de la tarde canadiense les hacía parecer muy estúpidos si se los miraba de lejos. De repente uno de los arbustos se sacudió por sí mismo.

¡FFFFFFFFFF!

Rono se asustó y retrocedió inmediatamente.

― Aylaputa… ¡se movió solo, se movió solo!

― Hay alguo detrás ―dijo el perro.

― ¡Andá a ver! ―le gritó Rono desde el suelo, se había resbalado en sus propios pasos al asustarse― Laputamadreche, para qué sos un perro... ¡andá a ver qué mierda hay ahí!

El perro se acercó. Otra vez retomó su actitud felina, por supuesto fingida, teatral, aguzando los ojos y elevando las orejas hasta que no le daban más, sus patas traseras casi no tocaban el suelo, parecía estar muy concentrado en descubrir el misterio del arbusto.

Una mosca se le metió en la boca. El perro se detuvo y contrajo el estómago en un espasmo. Luego emitió una tos ronca y seca, hizo una arcada y se lamió la comisura del hocico. Tosió de nuevo, con otra arcada.

― ¡Dále laputamadre, qué te pasó ahora! ... ―gritó Rono.

Recuperado, el animal continuó el trayecto hasta el arbusto movedizo.

FFFFFFFF.

Se volvió a sacudir la planta.

El perro ni se inmutó, estaba demasiado concentrado en... la mosca, no salió con la tos, no salió, se la había tragado nomás.

Un chasquido detrás del arbusto.

Ya Rono estaba muy cagado, y pensó “Cómo no me traje el rifle laputaquemeparió”.

Rono había comprado un rifle en el pueblo, apenas llegados a Canadá. Pero en Québec existe una ley que prohíbe el uso de armas domésticas para fines rurales, por lo que Rono tuvo que verse obligado a preguntar “¿Qué?” Al final logró conseguir un permiso para cazar castores, que en Canadá son como los gorriones; algo inexplicable, realmente.

Bueno, el perro notó en seguida que el chasquido no provenía de la planta, sino de...

Una figura enorme se elevó frente a ellos. Los arbustos desaparecían en la tierra mientras lo que sea que se encontraba ahí se incorporaba e iba cobrando forma. Una luz blanca y misteriosa iluminaba la escena. Rono y el perro observaban perplejos y asustados. Era algo realmente aterrador... como un gigante que salía de la tierra. Y esa luz blanca, dios mío, esa luz...

Esa luz no era más que la luna brillando al caer la tarde, desde luego.

― Es un extraterrestre ―susurró Rono, angustiado, mirando hacia lo que sea que esto fuera― Es un extraterrestre laputamadre, justo acá tienen que venir... justo acá.

El perro también estaba bastante angustiado, pero pensaba diferente. "Si me tragué la mosca, tal vez me ponga huevos en la panza, y ahí sí, ahí sí que estoy en problemas". (En sus propios pensamientos, las palabras del perro se oían con claridad humana, al no pasar por el largo hocico y tener la dificultad de articularlas correctamente)

La enorme figura por fin reveló su tamaño verdadero. Y su forma. Los arbustos resultaron ser la cola ―o algo parecido― de un gran cuerpo constituido por dos pares de brazos, una cabeza cinco veces más grande que lo normal, y un par de piernas... o algo así.

Realmente no parecía algo de éste planeta. Su rostro ―o algo parecido― era chato y estaba cubierto por una masa abundante de pelos. Aparentemente, la criatura había estado de espaldas, agachada, y por eso se veían solamente los arbustos engañosos. El pelo era de la misma cosa que estaban hechos los arbustos que resultaron ser la cola, o el rabo, de la extraña criatura.

Se le abrió algo en el medio, en la panza - o algo así -, y un sonido grave y monoestéreo se oyó durante unos segundos. De ese orificio salió algo muy pequeño, tal vez un tweety, que miró a Rono y el perro muy intrigado.

Pronto Rono y el perro descubrieron que algo en común tenían con la extraña criatura, porque hablaba...

― Becho ―dijo estirando el pico hacia adelante.



Algunos días después, en conversaciones con el FBI, Rono fue consultado sobre sus supuestas vinculaciones con la mafia.

― No se nada de la magia.

― Mafia.

― Bueno, eso. Pensé que era con g.

El agente del FBI, conociendo ciertas características de Rono debido a su registro en expediente dentro del servicio secreto norteamericano, tomo una bocanada de aire.

― Mire, sabemos algunas cosas sobre usted. Y tenemos a su esposa en el PPT (Programa de Protección de Testigos)

― Perolaputa, ¿mi esposa?

― Sí.

― ¿Y qué hizo para que la pongan ahí? ―preguntó Rono mientras pelaba una naranja.

― Interceptamos su teléfono, le hicimos unas preguntas y respondió a todo según lo esperábamos. Por eso le estamos llamando, para que testifique en contra de El Padrino.

«El Padrino» No, no le sonaba a nada. Rono se quedó mudo. Y ahí se acordó de la característica principal de su esposa.

― ¡Nooo! Es un error, es un error ―dijo excitado―. Mi esposa no habla. Quiero decir, no lo hace bien. Sólo repite lo último que escucha.

― No me diga ―dijo el agente.

― Putamadre, ¡es verdad! Escúcheme, si usted le pregunta, por ejemplo, ¿Ha tomado usted un colectivo o ha tomado alcohol?", ella le contesta "alcohol" ¿me entiende? Imagínese si le dice "¿Su esposo Rono alguna vez asesinó?"

― Mmm...

― No, no me "mmm" a mí. Se lo digo en serio.

― Le llamaremos.

― No, ¿para qué? Déjenme en paz.

― Tenemos a su esposa acá.

― Bueno ―Rono escupió una semilla―, qué quiere que le diga. Ténganla ahí, adiós.


Click. Rono cortó la comunicación.


La reparación del tanque, el bicho del doctor, el doctor, el perro, y ahora lo del FBI y la mafia lo tenían algo nervioso.

Decidió relajarse, encendió el televisor. Estaban dando la nueva temporada de Los Soprano.

― T'madrrrre...

Fue cambiando de canal. En uno encontró mujeres que caminaban sobre una angosta tarima rodeada de cabezas estúpidamente alzadas hacia ellas. Modelos. Iba a cambiar justo cuando una de ellas apareció en la pantalla.

― Ay, Julietaaa… ―dijo en un suspiro patético.

Su teléfono móvil sonó. Se escuchó el ringtone con la melodía de "He-Man". Alguien lo había cambiado, él tenía otra, la de "Un poco loco" de Sergio Denis. LLamó al perro y le preguntó si había estado jugando con el aparato.

― ¿Porqué me cambiaste el ringtone, laputaqueteparió?

― Mue gusta el tigrue cuando se cuonvierte en Battle-Cat ―dijo el animal, y se metió debajo del futón.

Rono lo miró serio, amenazándolo con un puño en alto.

Atendió el teléfono.

― Sí ―dijo la voz del doctor del otro lado― Es el Tweety. Se escapó cuando me llevé al grandote. Fíjese si no está por algún lado ahí en la granja. Sí. Es muy importante.

Rono insultó en silencio.

― Bueno, está bien ―dijo Rono, y cortó.― El Tweety y laporongaqueloparió

Se preguntó cómo carajo haría para encontrar al bicho. No tenía discos de los Pet Shop Boys.

Se le ocurrió una idea. Fue hasta la puerta de la gran casa y la abrió. El cálido aire de la reciente primavera se filtró entre sus pocos cabellos.

― Tweety tweety tweety... ―dijo al aire.

Nada.

Se enfureció un poco. Repitió el intento un par de veces más, sin resultado.

Entonces se le ocurrió cantar una canción de los Pet Shop Boys, pero no se acordaba de ninguna. El perro se acercó a su lado, curioso, moviendo la cola alegre y despreocupado.

― ¿Sabés alguna canción de estos tipos vos?

― "Always on my Mind" ―contestó pronunciando perfecto inglés el choco.

― Esa es de Elvis.

― Puero la cantuaban elluos también.

― Putamadre, mirá eso...

Rono, con las manos en la cintura en la puerta de su casa y el perro al lado moviendo la cola con la lengua afuera, ofrecía un ridículo espectáculo visual para quien lo mirara desde cierta distancia. Había algo ahí en el césped del patio. Parecía una pelota de tenis. Y quien lo miraba desde cierta distancia era el Tweety, unos metros delante de ellos, escondido adentro de la pelota, que tenía un tajo pero no estaba dividida aún.

― Becho.

Rono y el perro no escucharon al Tweety.

― Tiene que estar en algún lado ―dijo Rono.― ¡TWEEETYYYYYY!

― ¡TWEETUY! ―ladró también el perro.

El can descubrió la pelota y se dirigió hacia ella. La observó un instante, torció la cabeza hacia un lado y luego, aburrido, la tomó con la boca y jugó con ella un poco. A continuación se la comió.

― ¡Dejá eso, lamadrequeteparió! ¡Qué te comiste, qué te comisteee!


«Mañana mismo nos vamos de acá», pensó Rono.



4. EN CIUDAD EXTRAÑA


Con la llegada del otoño (boreal), Rono y su perro dieron un vuelco en sus vidas. Pero literalmente, porque volcaron en un auto.

Desde Canadá hacia su nuevo destino, el Tweety había sido removido del estómago del perro ―junto con la pelota de tenis―, lo cual obligó al doctor Barbui a tener que enviar media docena de veterinarios experimentados para extirpar el bicho y devolverlo a su hábitat natural, sea cual fuere este. Muy bien, la cosa es que embarcaron a Rono y el perro en otro viaje que los llevó a recorrer las rutas del norte de Norte América. Luego bajaron hacia climas más alegres hasta llegar a una ciudad en particular donde pudieran descansar ― ¿de qué? Si no hacen nunca nada―. En esa ciudad alquilaron un coche para pasear y conocer. No sabían dónde estaban, ni les importaba, pero querían conocer y pasear. Rono manifestó su aprobación y se dispusieron a andar. Tomaron un camino angosto, luego uno ancho, luego uno angosto, luego uno ancho, otro más ancho, y así fueron llegando a… ningún lado.

Se perdieron.

Así que, extraviados, llegaron finalmente a una ruta asfaltada de doble vía. Siguieron por ella durante un largo rato, y al amanecer el perro se quedó dormido.

Al volante, porque era él quien manejaba. Volcaron sobre la banquina derecha del camino, pero afortunadamente no les pasó nada. Rono salió arrastrándose y escupiendo tierra por una de las ventanillas traseras del vehículo. El perro ya estaba afuera y llamaba por el celular una grúa.

― Nuo hay señual ―informó el animal a Rono, que se recuperaba lentamente del golpe sufrido en el auto.

― ¡Dame ese teléfono! ―dijo con la cara blanca de polvo.― ¡Te quedaste dormido manejando, laputaqueteparió!

― Tuvimuos suertue igual.

Rono lo miró fijo un rato, pensando si debía administrarle una patada o no. Le arrebató el teléfono celular, quería llamar él al seguro del auto. Pero no tenía idea del número.

― El número ―le dijo al perro.

El animal, ofendido, miró hacia el este, el sol estaba saliendo en un espectáculo de colores ocres. Rono le aplicó la patada al fin.

― Decíme el número que marcaste por favorrr, laconchadetuhermana.

― Estuá en la puantallua ―Rono miró la pantalla del aparato. Había un número en ella, lo marcó y esperó.

Lo atendieron a los pocos minutos y entonces explicó dónde estaban y qué les había sucedido. La chica que hablaba por el otro lado de la línea ―parecía competente― le dijo que ya iba en camino una grúa para rescatarlos.

Rono se sentó en el asfalto desierto a esa hora temprana del nuevo día, y el perro se sentó junto a él, moviendo la cola.

Un auto se acercaba, pero no lo escucharon.


Era la policía, avisada por los camioneros que transitaban la zona y habían visto el accidente. El móvil se detuvo, descendieron dos oficiales. El perro los descubrió primero.

― Laputuaquelospuarió ―insultó, por primera vez en su vida.

Rono se puso de pie y enfrentó a los policías.

― Estamos bien ―les dijo― No pasó nada grave, por suerte.

― Sucumentación ―pidió uno.

― ¿Para qué?

Los policías intercambiaron una mirada.

― Nos va atener que acompañar, seor.

― ¿Para qué? ―volvió a preguntar Rono, enfadado e impaciente― No hemos hecho nada malo, tuvimos un accidente, pero ya estamos bien, esperando la grúa del seguro.

― Nesitamos sus huellas datilares, seor ―explicó el otro.

― Putamadre.

― No insulte, seor.

― Bueno, pero es que…

― Estamos buscando un prófugo de la justicia, acompáñenos.

― ¡Yo no estoy prófugo! ―gritó Rono.

― No grite, seor.

Rono se pasó una mano por el pelo, con una amarga sonrisa en sus labios.

― ¿El perro es suyo?

― Sí.

El perro se acercó a los oficiales moviendo la cola.

― También viene. Van a ser interrogados por el inpector.

― ¡Qué bien! ―dijo Rono con ironía.

― No sea irónico, seor.

― Buenolaputa pará un poco ―dijo Rono―, dejá de cagarme a pedos por cualquier cosa, también vos…

Los policías agarraron del brazo a Rono y lo metieron en el vehículo. El perro saltó al asiento de adelante. Los agentes avisaron por radio que llevaban un sospechoso. Rono murmuraba cosas y bufaba.

― No hable ―le aconsejaron.

― Me estoy tragando toda la bronca ―dijo Rono.

― Nuo hablues ―le aconsejó el perro. Rono lo miró furioso.


Llegaron a una especie de Castillo, una casa de dimensiones gigantes. Vaya uno a saber dónde carajo estaban. El coche policial estacionó en un… sector que había ahí. A Rono le parecía raro que una comisaría, una oficina de policías, estuviera en un lugar como aquél.

― ¿Quién vive acá? ―prguntó Rono.

― Acá vive el inspetor.

― Inspector se dice.

― No corrija ― le dijo el otro policía.

Rono miró hacia el extenso parque que rodeaba la mansión. Parecía un castillo de verdad, pero no uno medieval, sino uno de esos de la alta aristocracia europea del siglo XVIII. Entraron a una sala enorme, llena de objetos, espejos, azulejos, submarinos en miniatura, arañas colgantes, arañas en los rincones, sillones, mesas, adornos y cuadros con retratos de gente, de barcos… en fin, todo tipo de cosas que pueden haber en un lugar como este… y que Rono pudiera llegar a distinguir, claro.

― Quédense acá. Nosotros vamos a buscar al inspetor. ―Los oficiales se miraron otra vez con aquella expresión en sus caras, y desaparecieron por una puerta lateral.

― ¿A Buscar al inspector? Pero qué ¿está escondido? ―dijo Rono. Luego miró al perro, estaba agachado al lado de un sillón.

― ¿Qué pasa? ¿Qué hiciste?

El perro seguía agazapado.

― ¿Qué hiciste? Te comiste algo ya, seguro.

El animal sacudió la cabeza y estornudó repetidas veces. Rono se le acercó, y vio lo que había frente al perro.

Muchas veces en su vida Rono había sentido náuseas… pero ahora no, nada que ver, no sintió náuseas.

Delante del choco había una cosa de color amarillo y verde, del tamaño de un antebrazo y de aspecto muy extraño.

― ¿Qué es esto? ― Rono se agachó para observarlo más de cerca.

La cosa se movió un poco.

Los dos, Rono y el perro, se echaron hacia atrás bruscamente. La cosa no se movió de nuevo.

― Es un lagarto ―identificó Rono ahora.

El perro huyó a esconderse, dejando al descubierto su miedo por los reptiles. El lagarto, con la mirada fija en Rono, sacó y metió la lengua rápidamente.

Rono lo imitó, devolviéndole el gesto.

En ese momento una persona entró en la sala. Iba vestido de buzo, con un traje de neopreno, antiparras y patas de rana.

― Hjkklao Fjoy Lenjspduorf Huazzet ―dijo esa persona.

― ¿Perdón? ―Rono no comprendía el idioma del buzo.

El buzo se quitó las antiparras.

― Aló, soy el inspectog Nuasset.

― Ah, qué tal inspectog ―saludó Rono―, yo me llamo Rono, y este animal es mi perro…

― ¡Tiene patuas de ranua! ―exclamó el animal aterrorizado. Y volvió a esconderse.


El inspector Nuasset debía interrogar a Rono a propósito de un prófugo de la justicia, pero no le informó esto a sus superiores, quienes tampoco dejaron saber a las autoridades, por las cuales el gobierno permanecía en la… cúpula gubernamental.

Nuasset se sentó e invitó a Rono a hacer lo mismo. El perro temblaba a sus pies.

― Mmm ―dijo el inspector.

El hombre le contó rápidamente a Rono lo que creía importante, porqué era él un inspector, porqué le gustaba bucear en su propia pecera, porqué fingía hablar francés, de qué manera se preparaban los jabalíes para cocinarlos al tuco… En fin, una serie de cosas… Rono mantenía su mirada en este hombre con curiosidad. Pensaba: “¿Quién es este tipo? ¿Qué mierda pasa acá? ¿Para qué nos han traído?... ¿Porqué estoy sacando y metiendo la lengua así yo?”

― La información que manejo supone que usted ha sido detenido en la ruta.

― ¿Detenido? No no no, volcamos en un auto. Se quedó dormido el perro.

― ¿Y usted qué hizo?

― Yo ya venía dormido.

Nuasset asintió con la cabeza. Rono lo imitó sin darse cuenta.

― ¿Conocía La Zona?

― ¿Qué zona?

― La Zona. Es este lugar donde estamos, que por razones políticas no pertenece a ningún país, está neutralizado por acuerdos internacionales para favorecer el crecimiento del producto. Es un lugar donde prácticamente se encuentran todos los detalles del mundo, las culturas, las economías, las razas…

― Ajá, qué bueno ―dijo Rono sin prestar la menor atención. Encontró un elastiquín y se lo enredó en los dedos.

― Por lo tanto ―prosiguió el inspector― debemos estar atentos con los inconvenientes que pueden ocasionar extranjeros que tienen problemas con la justicia, ¿me entiende?

Rono estiró la gomita y le apuntó al perro. El perro se agachó y la esquivó. Rono le sacó la lengua.

― ¿Me explico? ―insistió el inspector. Rono se volvió hacia él.

― Y si no se entiende usted mismo, explíquese. Haga lo que quiera, en serio, qué me pregunta a mí ―contestó.

Nuasset le dirigió una mirada y luego se levantó. A continuación le advirtió que iba a hacerle preguntas de rutina para constatar hechos y para evaluar las condiciones en las que podría encontrarse Rono de aquí en más en La Zona. Ya que había sufrido un accidente, podría encontrarse en problemas y no saberlo. Rono entendió que le iban a hacer preguntas, identificaba esa palabra. Lo demás no. Toda la escena y la situación lo abrumaba, no podía decir si estaba soñando o durmiendo.

El inspector comenzó con las preguntas de rutina que se le hacen a alguien que puede estar afectado por un shock, preguntas promedio que todo el mundo sabe contestar. Necesitaba asegurarse de que el individuo este llamado Rono no era alguien peligroso.

― Dígame cómo es su nombre.

― Cortito ―respondió Rono riendo. Vieja, mala e inoportuna broma.― No, es un chiste, en serio, sin calentura. Me llamo Rono.

― Sí ―asintió el inspector― Rono y…

― Rono y… ¿mi perro?

― No. Cuál es su nombre completo, con su apellido incluido.

― Ah. Rono Osvaldo Peuser.

Nuasset tomó nota.

― ¿Cómo es el nombre del presidente de los Estados Unidos?

― Bush ―dijo Rono rápido. Y se sorprendió, orgulloso.

― George Bush, sí.

― Lo sabía usted, ¿para qué me lo pregunta entonces?

― Le dije que son preguntas para conocer su estado.

― ¿Y qué estado es?

― Cuando termine lo sabremos.

“Espero que sea California” pensó Rono. “Me encanta California”. Luego dudó “¿California es un estado?”

― Necesitamos datos de personalidad básicos en este procedimiento, ¿me explico?

― ¿Otra vez? ¡Pero usted se pierde a sí mismo cada dos minutos, viejo! Háblese bien, séase claro ―aconsejó Rono.

Nuasset ignoró el comentario y continuó con las preguntas, tomando notas. El perro observaba a los dos hombres y cada tanto soltaba un suspiro de aburrimiento.

― ¿Con quién está casado Brad Pitt?

Rono contestó rápido de nuevo, sin vacilar.

― Bush.

El perro levantó una oreja, pensando “Dios mío”

― No ―dijo el inspector.

― ¡George Bush! Ahí está. Anote ésa, no la otra. ―dijo Rono con la exasperación de un participante en un programa de televisión.

― No, Rono. Brad Pitt no está casado con el presidente de Estados Unidos.

― ¿Ah no?

― No, está casado con una actriz.

― ¿Con cual? ―preguntó intrigado.

― ¡Usted me lo tiene que decir!

― Angeluinua Juoli ―dijo el perro.

Rono lo pateó.

― Calláte.

― ¿Qué día es hoy y en qué año vivimos? ―siguió el inspector.

― Esa es difícil, esa es difícil… ―fingió preocuparse Rono. Luego contestó excitado, levantando los brazos.

― ¡31 de diciembre de 2006! ¡Ajá, sí señor! ¡31 de diciembre de 2006, papá! Te la saqué, te la saqué…

Nuasset miró a Rono con los brazos levantados exclamando “te la saqué, papá, te la saqué” y lamentó tener que hacer aquel trabajo en ese momento. Cuando Rono se calmó, volvió a hablar.

― Es cierto ―admitió el inspector―, pero su perro mostrándole el calendario del teléfono móvil lo ayudó mucho. Muy bien, sigamos…

― Sigamos, sigamos… ―se entusiasmó Rono, frotándose las manos

― ¿Quién ganó el último mundial de fútbol?

― Fútbol, política y religión no, eh… ―dijo Rono.

― Conteste a la pregunta.

Rono exploró su mente

― Un equipo ―dijo.

― Sí, un equipo, pero el equipo de…

― ¿De fútbol?

― ¿Qué selección nacional de fútbol ganó el último mundial, señor Rono? ―Nuasset perdía paciencia.

Rono pensó un buen rato, pero se dio por vencido, era inútil. Largó cualquier cosa.

― La selección de Italia ―dijo.

El perro movió la cola.

― ¿Cuántos minutos tiene una hora?

― Muchos, no sé, ¿sesenta, sesenta y pico?

― ¿Qué toma la vaca?

― Leche.

― No, agua. ―dijo el inspector sin poder evitar sonreír.

― Eso fue cruel ―se ofendió Rono.

― Disculpe.

― Continúe.

― ¿Dónde estaba usted cuando mataron a John Lennon?

― Lejos de él.

― ¿Dónde?

― No sé, no me acuerdo. ¡Pero me hubiera encantado estar ahí y agarrar a ese hijodeputa que lo mató y colgarlo de las pelotas en el Central Park!

― Sí, a mí también ―reconoció el inspector. Y dio por terminada la serie de preguntas, cerró su libreta y miró a Rono.

― ¿Cuántos puntos tengo?

― No tiene puntos, Rono, le dije que eran preguntas hechas de rutina.

― Ah, ¿de rutina hacen esas preguntas? Es un material muy noble la rutina. ― dijo Rono, que se levantó y paseó por la enorme habitación.

― ¿Qué dice?

― Nadua, dejeluó ―dijo el perro.

Nuasset miró al animal con intriga.

― No he podido dejar de darme cuenta de que habla. Y lo hace bastante bien.

De espaldas a su interlocutor, Rono contemplaba uno de los cuadros.

― Sí, hablo bien. Pero le digo que me llevó tiempo, desde muy chico. Yo empecé a hablar a los 9 años.

― Me refería a su perro.

Rono se volvió.

― Ah, sí… habla este hijodegranputamirá. Y se come todo, se come todo. Hay que tener un cuidado…

El perro se agachó.

― Bueno, creo que ya se pueden ir entonces, hemos terminado. Si quieren puedo ofrecerles un auto para que busquen alojamiento.

― Bueno ―asintió Rono con las manos en los bolsillos traseros del pantalón.

― ¿No vieron un lagarto por acá de casualidad? ―preguntó Nuasset.

― Sí, estaba por ahí ―señaló Rono.

El inspector lo buscó.

― No hay nada.

Rono miró al perro. De su boca salió una lengua pequeña y finita y se metió a toda velocidad.


5. EN LA ZONA


Aparentemente, Rono descubrió que este lugar era bastante extraño cuando, luego de tomar prestado el auto del inspector Nuasset, llegó a un pequeño hostel para alojarse allí.

En la recepción del simpático lugar había un muchacho egipcio. Pero no un muchacho nacido en Egipto… sino un egipcio… uno de los que construyeron las pirámides. Recordó las palabras del inspector referidas a La Zona cuando le dijo “Acá están todas las culturas y los detalles del mundo, etc.…”, pero no lo había tomado literalmente. De hecho se sorprendió incluso de recordarlas. Se acercó al muchacho. Vestía nada más que una especie de taparrabo y una única túnica corta azul en la cabeza, iba descalzo y tenía los pies sucios… Por su parte, el muchacho egipcio llevaba una jardinera corta y hermosas sandalias de miel de arroz. Cuando llegó al mostrador, pensó “Perolaputa, un egipcio atendiendo un hostel, no se puede creer”

― Buen día, necesito una habitación. Y tengo un perro ―advirtió.

― Muy bien, son animales muy leales, pero yo prefiero los gatos ―contestó el egipcio―. Creo que tengo una habitación.

Rono no pudo evitar un comentario, sorprendido de la facilidad para el idioma del egipcio.

― Disculpe, ¿dónde aprendió el idioma?

De modales muy suaves y amables, el joven egipcio vaciló ante la pregunta. Tal vez porque no la esperaba, tal vez porque era una pregunta incómoda para él… o tal vez a causa de un gas atravesado en su estómago, vaya uno a saber.

― En Egipto, mi país ―contestó dando por sentado que esto era lo más natural del mundo.

― ¿Ah, sí? Mirá vos, ¿hablan español allá también? ―preguntó también Rono.

― No, en egipcio.

― Ah…

“Perfecto, soy yo que hablo en egipcio también, lagranputa”, pensó Rono ahora

El perro jugaba con el lagarto del inspector. Ya le había perdido el miedo de tanto llevarlo en la boca como si fuera su hueso preferido. Se sacaban la lengua, se pegaban con las colas, se mordían. El egipcio condujo a Rono y los animales por un pasillo estrecho, para enseñarle su habitación. Rono se detuvo ante la puerta y observó la cerradura. El perro detuvo el juego y paró las orejas. El lagarto detuvo un insecto desprevenido con su lengua y se lo comió.

― ¿Quién más vive acá? ―preguntó Rono al oír gemidos adentro de la habitación.

― Una pareja de Nigeria.

― ¿En serio?

― Sí, son dos mujeres. Acá tiene su llave. ―El egipcio se volvió, caminando raro.


Rono introdujo la llave en la cerradura, giró media vuelta y la puerta se abrió. Un olor intenso se apoderó de su nariz… y de su pelo. Las mujeres estaban sentadas en el piso, fumando un porro. Rono saludó, pero lo ignoraron.

“No hablo nigeriano entonces, muy bien”, se dijo a sí mismo.

Se recostó en una de las camas, pensando en… Lula, el presidente de Brasil. No sabía por qué. El perro se estiró a su lado, suspirando. El lagarto visitaba una mochila de las nigerianas. La vida continuaba. El mundo giraba, azul y pesado. El televisor emitía la señal de Sony Entertainment Televisión 100% Attitud. Rono tomó el control, cambió a Warner Brothers. Pasaban “Friends”. Se cagó de risa mirándolo…; y se quedó dormido cuando empezó “The Gilmour Girls”.

Al despertar, se sintió renovado. Necesitaba ese descanso. Miró el reloj que había en la pared, las 12: 43. Había dormido sólo 6 minutos, laputamadre. Pero se sentía bien, con ganas, tenía la mente clara, el cuerpo fresco, las ojos abiertos… y el perro el lado, durmiendo. Decidió salir a tomar algo, buscar un bar.

― Despertáte ―le dijo al perro. El animal movió una oreja.― Necesito una cerveza.

― ¡Stellaaaaaaaaaaaa…! ―exclamó el perro mientras estiraba sus patas.

Rono pensó que sería una buena idea invitar a las nigerianas. Todavía estaban en el suelo, fumando. Las miró y esperó algo, tal vez que lo miraran de vuelta, tal vez que se dieran cuenta del todo que él estaba ahí… o tal vez sólo esperaba soltar flatulencia silenciosa.

― ¿Saben si hay un bar por acá? ―preguntó.

Las mujeres lo miraron y rieron. Rono bajó la vista, avergonzado… pero no por la risa de las mujeres, sino porque vio al lagarto jugando agarrado a una de sus piernas, haciendo movimientos de evidente excitación sexual. Lo sacudió de una patada. El lagarto voló y quedó tomado a la lámpara del techo, emitió un sonido agudo y le sacó la lengua a Rono.


Al final, las chicas se levantaron del piso, hicieron entender a Rono que sí, que sabían donde había un bar, y fueron juntos. Llegaron a un sitio con muchas mesas y sombrillas, se sentaron afuera, los tres y el perro. Las nigerianas pidieron gaseosas y Rono cerveza. Se las trajeron, Rono bebió dos tragos de cerveza y… de repente algo inesperado sucedió. Vinieron, totalmente de ningún lugar, unas cuantas abejas que se obsesionaron con las botellas de gaseosas que las chicas tenían en la mesa, atraídas seguramente por el azúcar de esta clase de bebida. Era una visita peligrosa, Rono comenzó a sentirse amenazado por estos bichos. Una abeja se le posó en el pelo.

― ¡Sacamelá, sacamelá, laputamadre! ―gritó. El perro ladró a su lado, instintivamente. La abeja se alejó, dio una extraña y lenta voltereta… y volvió. Esta vez se posó en la mano con la que Rono sostenía la cerveza.

― ¡Váyanse a las gaseosas, laputaquelasparió! ―volvió a gritar Rono.

― Váyansue aduentro ―sugirió el perro.

Las nigerianas tomaron las bebidas y se encaminaron hacia adentro del bar, riéndose histéricas. Rono las siguió, revoloteando los brazos para espantar a las abejas, que lo seguían a él. El perro se comió una. No le gustó y la regurgitó con una arcada.

Adentro del bar, a salvo ya de las abejas, había un pequeño grupo de gente, el barman, dos meseras… y unos tipos montando un equipo de sonido en un pequeño escenario. No era un lugar grande, pensó Rono, pero se podía sentir muy buena vibración ahí. Le llamó la atención una pizarra que anunciaba el espectáculo para la noche: “Gran concierto de bandas de rock”, decía.

“¿Cuántas bandas pueden tocar acá?”, se preguntó Rono.

Y se lo respondería bastante pronto.



INTERMEDIO


EL BARCO


A partir de un punto, Rono comenzó a trazar una línea. En Cuba las cosas se pusieron pesadas luego de que Fidel le encargara una serie de asuntos de importancia secreta. Eran cosas de lo más sencillas y Rono colaboró mucho, poniendo toda la voluntad de la que era capaz… pero no cumplió ni con las mínimas expectativas. Finalmente, Fidel decidió que lo mejor era desembarazarse de aquél hombre, y lo dejó ir.

―Que se vaya ―le decía Fidel a uno de sus colaboradores más cercanos en ese momento―, no lo necesitamos tanto para los planes que teníamos.

― Es un inútil, comandante ―comentó el colaborador.

― Es un hombre misterioso, sí, tienes razón... Pero yo confiaba en que...

― Es un inútil ―repitió el tipo.

―... la revolución, no obedece a sentidos ni rumbos que...

De pronto Fidel cabeceó, y se quedó dormido… junto a otras 17 personas que estaban con él.


A Rono le pagaron igual por su trabajo. Y le pagaron en dólares. Por lo tanto, decidió reunirse lo antes posible con su esposa, que estaba en algún lado, según había asegurado el Dr. Barbui. No quería viajar otra vez en avión. Encontró unos cubanos muy simpáticos en un bar cerca del puerto. Se sentó ahí a beber y charlar con ellos. Se hicieron amigos, y los cubanos le indicaron a Rono cómo hacer para abandonar la isla en una barca de mimbre.

― ¿Cómo en una barca de mimbre? ―preguntó intrigado Rono a José Luis, uno de los cubanos, por encima de la botella de Jack Daniel's.

― Tienes que construirla tú mismo, chico ―dijo José Luis.

― Pero... yo nunca he construido una barca de mimbre.

― No importa ―interrumpió Pedro, el otro cubano―. Es fácil. Mira, tomas una punta y luego la otra. Y así lo repites... ¡hasta que flote!

Todo el bar estalló en una carcajada de burla, divertidos al ver el rostro de Rono.

― Puuutamadre, sí, riansé riansé... josdeputa ―exclamó Rono mirando alrededor― Riansé, que después, mirá...

― ¿Después qué, amigo?

― Nada nada... ―Rono ya apenas podía hablar. Había bebido toda la botella de whisky en 25 minutos más o menos―. Ustedes... los cubanos, se creen muy capos, muy capos se creen, pero...

De repente, un ruido espantoso aturdió a la sala. Provenía desde afuera, donde los estibadores trabajaban descargando mercancías. Algo había sucedido, porque fue una explosión grande, aterradora.

― ¡Aylaputa aylaputaaaaaaa! ―gritó Rono cagadísimo de miedo, escondiéndose debajo del brazo de José Luis. El cubano lo observó perplejo.

― Es sólo el ruido que hacen los grandes barcos, oye chico. No te asustes.


En el puerto, un enorme buque se había atascado. Parecía el Nautilus. Pero quien descendió de él no era precisamente el capitán Nemo.

Era el perro de Rono, con la lengua afuera, olfateando a todo el mundo y moviendo la cola en señal de alegría. Le gustaba Cuba al choco, pero había tenido que encargarse de la partida de su amo, y había encontrado aquél barco para encontrar a Rono en el puerto.

Rono lo identificó enseguida y corrió hacia donde estaba el animal.

El perro, al ver que Rono trotaba hacia él se puso más contento todavía. Movía la cola tan frenéticamente que todos sus cuartos traseros se balanceaban al ritmo del rabo enloquecido. Rono llegó a su lado y le aplicó una patada.

― ¡De dónde sacaste este barco, laputaqueteparió!

El perro se agachó a sus pies. Llevaba una hoja de papel en la boca. Levantó el hocico, queriéndosela entregar a un Rono cada vez más enfurecido. Era un papel de aspecto importante, todo mojado por la saliva del perro. Rono se lo quitó con un ademán brusco. Casi lo rompe.

― Dame esssso mecagoenlamierdamirá ―dijo Rono apretando los dientes.

Leyó lo que decía el papel cuidadosamente. Luego se tomó la boca, y la estrujó en una mueca indescriptible. Los ojos se le inyectaron en sangre. Resopló un par de veces. Juntó las palmas, y levantó la cabeza hacia el firmamento. Todos los músculos de su cuello se tensaron como cuerdas de violín. Era un comprobante de compraventa.

― ¡Compraste este barco, laputaqueteparió! ¡Te gastaste toda la guita en un barco! Yo no lo puedo creer, mirá... qué mierrrda voy a hacer con vos, perrodelorto...

El perro se frotaba contra las piernas de su enojado dueño, comprendiendo que se había equivocado una vez más.

― ¡Salí de acá!

El perro miró el barco, y luego a Rono.

― ¿Nuo está mal tampuoco, nuo?

Rono mantuvo un silencio por un minuto o dos. Observó al animal, que se mordisqueaba debajo de pata delantera. Algo le picaba ahí parece.

― La verdad que no ―admitió Rono ya más calmado, y recordando que al tener él su propio barco, ya no tenía que construirse él mismo una canoa de mimbre ni nada―. La verdad que no, che.

― Estuá bueno ―asintió el perro.

― ¿Y quién lo maneja?

― Yuo.

― ¿Vos sabés manejar un barco así de grande?

― Y… me vine hastua acuá. Tienue una Play Station.

― Tiene una Play Station

― Sui.

― ¿Compraste también una Play Station, laputamadre?

― Es un viajue larguo.

Rono aplicó patada nuevamente. El perro se limitó a soportarla.

― Bueno, vamos ―dijo Rono.

Y subieron al barco.



6. EN EL BAR


A eso de las 7:26 de la tarde, Rono sostenía una agradable conversación con una de las nigerianas… y sostenía un vaso con whisky en la mano. Una de las meseras se le acercó para preguntarle si deseaba otro.

― Sí ―le dijo Rono.

― ¿Jack Daniel’s, no? ―se aseguró la chica.

― Sí.

― ¿Con hielo?

― Sí.

― ¿Doble?

― Sí, dos hielos ―Rono miró a la chica. La chica lo miró a él. Dejó la botella en la mesa.


Por una puerta lateral se introducían al local muchos adolescentes. El escenario estaba armado y habían estado probando sonido durante un cuarto de hora más o menos, Rono no lo podría decir con seguridad. En una media hora el lugar estaba repleto de gente. Las nigerianas dejaron a Rono solo y se las tomaron de ahí inmediatamente. “Ya nos vamos a ver en el hostel” pensó Rono, “Ahí van a ver que… sí, ahí… en el hostel…”. No pudo completar del todo el pensamiento sobre las nigerianas y el hostel, lamentablemente.

Ahora bien, se escuchó una guitarra y unos zumbidos de feedback. Alguien probaba por última vez los micrófonos: uno… uno dos… uno dos tresss… sssí… sssí… Rono se dirigió hacia un costado para ver quienes eran los que tocaban, a lo mejor era una grupo conocido.

― Buenas noiches ―dijo uno― Nosotros somos el grupo Soporte, y vamos a tocar un rato para ustedes. One, two, tres… ¡cuatro!

Y empezaron un tema. Eran pésimos, muy malos. Sonaban como el culo. Rono se aburrió y se marchó del lugar, fastidiado.


Cuando logró salir, vio a José Luis Perales sentado en una mesa de afuera acompañado por otras personas.

― ¡José Luis! ―lo saludó Rono levantando una mano. La bajó inmediatamente y se la tomó con la otra, dolorido ― Aylaputa, me picó una abeja...

Ni lo conocía Rono al cantante español, pero estaba ebrio y estúpido. Perales le devolvió el saludo amablemente con una sonrisa, como haría con cualquiera que lo reconoce por la calle. Rono tomó esto equivocadamente como una invitación y se mandó hacia la mesa del cantante.

― ¡Qué grande José Luis Perales!

― Hola, cómo estás ―dijo cauteloso Perales, sabiendo que algunas personas son peligrosas.

― Bien, bien ―contestó Rono―, acá estamos, ya me estaba yendo. Che y… ¿cuándooo… cuándo cantamos, eh?

― ¿Perdón?

― ¡Perdón! Sí, ésa… ¡Qué temaso, Perdón! Me encanta, me encanta…

José Luis Perales, entre divertido y asustado, miraba a sus amigos. Rono trataba de recordar la letra y la melodía de “Perdón”, la cual no existía, por supuesto.

― No lo recuerdo ―expresó Perales a Rono.

― Yo tampoco, no me puedo acordar del puto tema…

― Quise decir que no lo recuerdo a usted. No lo conozco…

Rono se quedó callado.

―… y tampoco he escrito ningún tema que se llame así, ¿me entiende?

― Claro. Bueno… José Luis, eh… tomemos un trago, ¿qué tomás? Yo invito ―aseguró Rono.

― No, gracias. De verdad ―rechazó con cortesía Perales.

― Me alegro mucho de que nos hayamos visto de nuevo. Se te ve muy bien, en serio…

― Jamás lo he visto ―se impacientó Perales― Por favor, no lo tome a mal, retírese si no quiere que llame alguna persona de seguridad.

― ¿Hay personas de seguridad acá también? ―se intrigó Rono.

― Sí, allá hay uno. Váyase. Buenas noches.

― ¿Y cómo es él?


Antes de que lo sacaran por la fuerza, Rono logró escaparse de ahí y se fue caminando en zig-zag hacia el hostel.

Cuando había hecho unas seis, siete cuadras, se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde estaba el hostel. Andaba ebrio y perdido por las calles de La Zona, había sido abandonado por las nigerianas, no sabía dónde mierda estaban el perro y el lagarto, el grupo del bar era muy malo, Perales lo había echado de su mesa amenazándolo con la seguridad del lugar, la mano se le estaba hinchando debido a la picadura de la abeja, no encontraba alojamiento, necesitaba descansar…

… y se estaba haciendo pis.


Y de repente sucedió un milagro. Enfrente de él, justo enfrente de él, había un cartel que decía: CABAÑAS.

Se metió en la oficinita de administración y, como pudo, preguntó si podía alquilar una cabaña por una noche. Le dijeron que sí, que pagara la mitad por adelantado y que podía descansar ahí hasta el día siguiente. Eran casi las tres de la mañana. Pasaba muy rápido el tiempo ahí… sobre todo si uno bebía.

Le mostraron una hermosa cabaña de roble autodidacta adornada con terciopelos de la provincia de Santa Fe, iluminada con lámparas de amoníaco silvestre.

Muy bien, Rono se recostó en sus aposentos y se quedó triturado. Profundamente dormido como un lirón. Estaba agotado, más la cantidad industrial de alcohol recientemente ingerida… quedó en otro mundo. Un mundo donde las cosas iban bien, donde el sueño placentero lo llevaba a lugares que él nunca visitaría en la vigilia, paisajes exóticos, lugares como las praderas húngaras en Guatemala, los jardines colgantes de Yucatán, las maravillosas pirámides de Escocia, las imponentes montañas del Uruguay, la baticueva, los parques elásticos de Londres, la casa del Jimmy en Nueva Zelanda…

“… pará, pará, alcanzáme esa madera…”

TACTACTOCTOC… PUM PUM PUM…

Estos ruidos interrumpían el sueño de Rono.

“… dále… ahí, ahí, clavá ahí…”

TACTACTAC… PUM PUM PUM…

Rono abrió un ojo, rojo e hinchado como su mano. “Qué mierda pasa acá, laputamadre”, murmuró. Se levantó, miró la hora, eran las siete menos tres minutos de la mañana. Se asomó a la ventana.

“… pará, cuidado con esa, cuidado con esa…”

Decían unas voces extrañas.

De muy mal humor, salió de la cabaña para ver lo que sucedía tan temprano con esos ruidos que le habían interrumpido su descanso.

Se agarró la cabeza cuando descubrió que varios obreros estaban construyendo una nueva cabaña al lado de la suya.



7. NUEVO RUMBO (Y NUEVOS ROMBOS)


En un acto de extrema rapidez, Rono salió expulsado de aquella extraña ciudad con su extraña gente y su extraño nombre.

El perro había encontrado un cañón por el que pudieron escapar. Pero ese cañón no era ninguna falla geográfica, como El Cañón del Colorado, por ejemplo. No. Era un viejo cañón de la segunda guerra mundial, abandonado ahí por algunos alemanes que habían decidido andar más livianos.

Rono se metió adentro del tubo, el perro encendió mecha… y luego se introdujo él mismo rápidamente.

¡PAM!

Salieron disparados hacia el cielo claro de la media tarde inalámbrica de La Zona.


Aterrizaron una hora y cuarenta y un minutos más tarde sanos y salvos sobre unos colchones hechos de hojas secas, preparados oportunamente. Barbui estaba de pie al lado de la plataforma de aterrizaje improvisada con un montón de hojas y ramas secas. Soltó un pedo, y luego fue a recibir a su protegido y al perro.

― ¿Cómo llegó? Bien, sí. Hay problemas con el radar… ―comentó Barbui. Rono tenía una hoja de color rosado en la boca. La escupió para poder hablar.

― ¡Estos cañones son una maravilla! ―dijo excitado por el viaje Rono.

― No se crea, no se crea ―negó Barbui― A veces fallan, sí.

― ¿Y cómo sabía que caeríamos acá? ―preguntó Rono con súbito interés―. ¿Y dónde está el perro?

― Allá ―señaló el doctor.

El perro había quedado enterrado en el montón de hojas y le había encantado. Jugaba, sacando la cabeza y enterrándola de nuevo, ladraba alegremente y se revolcaba contento.

― Qué perro idiota ―comentó Rono.

― Ese animal necesita una compañera, sí. Está muy solo…

Rono observó a Barbui y luego al perro, que seguía entretenido con sus hojas secas sin prestarles la menor atención.

― Ese animal necesita una patada ―señaló.

― No sea así, sí. Mire, venga por acá, quiero mostrarle algo ―Barbui tomó a Rono del codo.

― Uynooo…

― Venga, no tema de mí, no me tenga miedo, nada malo le va a suceder ni a usted ni al perro, sí.

― La última vez que escuché eso me habían secuestrado por error, estaba en la loma del orto, en Francia, y este perro forro casi me come vivo porque tomó drogas peligrosas. Me tuvieron que hacer catorce operaciones de estética para reconstruirme la cara ―dijo Rono en un tono suave, melancólico, doloroso e indignado.

― Bueno, sí, pero… no se ponga así, la cara le ha quedado bien. Sí. ―convino Barbui.

Rono torció la boca y miró al doctor de reojo, no muy seguro de si éste le tomaba el pelo o no.

― Ahora venga, quiero que vea esto, que es un gran invento, un gran invento.

Rono pensaba “un gran invento, sí, como la máquina del tiempo esa que me llevó a Jerusalén y casi me linchan, hijodeputa”. Luego miró atrás… y el perro seguía divirtiéndose a base de hojas y ramitas. Bien, pensó Rono, no quería cerca al animal por las dudas de que el nuevo “gran invento” fuera peligroso y el perro se viera involucrado en ello, como había pasado en lo de Jerusalén, entre otras cosas sufridas por Rono. Así que si se iba a meter en un quilombo grande de nuevo, era mejor meterse solo, decidió Rono. El perro sólo acarrearía más problemas. Aunque debía admitir que un par de veces le había sacado del horno justo a tiempo el animal.

Siguió a Barbui a través de un espeso follaje. No tenía ni idea de dónde estaban en realidad.

― ¿Sabe qué? No tengo ni idea de donde estamos en realidad. ¿Dónde estamos en realidad? ―preguntó.

― Venga, venga por acá… sí, cuidado con esa bolsa ―recibió como respuesta.

― Pero quiero saber qué es esto, ¿una isla?

― No importa, sí. Es un lugar, y listo, sí…

― No importa sí las bolas. A mí sí me importa… Porque no quiero despertarme mañana en la casa de Gran Hermano ni nada parecido, me entiende…

― Cuidado con eso, cuidado con eso ―advirtió el doctor.

― ¿Con qué…?

Una antena de estática mental chocó contra Rono sin querer y se le metió en el ojo.

― ¡Ayyylapuuutaaa! ―gritó Rono del dolor y la rabia.

― Jujuju ―rió Barbui divertido.

― ¡No se ría! Se me metió en el ojo, pará…

― Es una antena, no es peligrosa ni contagiosa, sí ―decía Barbui, quitándole importancia al hecho de que Rono se quedaba agachado tapándose un ojo y pronunciando eses hacia adentro. ― Ahora, vea esto, vea lo que he inventado.

Barbui señaló un aparato del tamaño de una caja de zapatos, con botones numéricos y una pantalla de televisión. Rono lo vio con un solo ojo.

― ¿Y qué mierda es eso?

― Ahhh, eso… ―exclamó el doctor con orgullo en su voz― eso es nada más y nada menos que un teléfono, sí. Pero no es un teléfono común, sí…

― No es un teléfono común ―repitió Rono.

― Sí, no es un teléfono común. Se trata de un teléfono que funciona mediante cierta información satelital, ¿comprende? O sea, no hacen falta cables para establecer una comunicación, y uno lo puede llevar consigo adonde lo desee.

Rono contempló el aparato un minuto o dos, luego dirigió su mirada al doctor.

― Dígame, ¿en qué año estamos, doctor?

― 2007, sí.

― Y esto ― Rono señaló el teléfono― es su nuevo “invento”.

― Este es mi nuevo invento, sí. ¿Qué me cuenta, eh? ¿Impresionante, no? Le parece maravilloso, sí…

― Y… ―dudó Rono― Lo único que… los teléfonos móviles se inventaron en 1985 más o menos, doctor…

― ¡No me diga!

― Sí le digo.

― ¿1985?

― 1985. Busque usted mismo en Google. Es más, yo tengo uno y usted tiene otro. Y le aseguro de que son mucho más pequeños y prácticos que esta… caja de zapatos.

Barbui se tornó taciturno, palideciendo lentamente.

― Debe ser la edad, sí. Me estoy poniendo un poco viejo ya… ―adimitió algo resignado.

― Sí. Y choto ―agregó Rono, sin poder evitarlo.

Barbui lo miró con los ojos de un venado joven.

― Es cierto, sí. Ya no estoy a la altura de las circunstancias.

― Bueno, no se ponga así. Y hablando de alturas, ¿me va a decir adónde carajo estamos al final o no?

El doctor murmuraba para sí mismo, algo contrariado. Rono insistió otra vez.

― Doctor…

― Sí.

― ¿Sí qué?

― Si le voy a decir adonde estamos.

― Dígame entonces.

― ¡Espere, espere, shhh… no haga ruido! ¡Son ellos!

― ¿Son quiénes? ―se alarmó Rono moviendo la cabeza en todas direcciones, buscando, con su vista renga, a alguien o algo.

― ¡Al fin! ―exclamó Barbui― No lo puedo creer, sí. ¡No lo puedo creer! Son ellos, son ellos…

― ¡Son quienes laputaquemeparió! No me haga asustar así, por favor se lo pido…

― ¡Los nuevos Renault! La marca del rombo ha sacado autos nuevos, y están buenísimos. Ahí vienen, sí, ahí se escuchan los motores…

El perro, a varios metros de ellos, levantó una sola oreja entre las hojas secas.



8. EL TESTER


Unas pocas horas más tarde, Rono era conducido hacia un nuevo circuito que se anunciaba como novedad para la próxima temporada de la Fórmula 1. Y Rono tenía que conducir uno de los nuevos modelos de Renault, preparándose de esta manera para ser uno de los más encumbrados test drivers del nuevo proyecto. Le dieron el auto para que lo probara, pero nadie le dio ninguna instrucción sobre lo que tenía que hacer. En estas condiciones se disponía a sacarlo de los pits.

― Salgo ―comunicó Rono por el intercomunicador al ingeniero del equipo.

― ¿Sale a pista?

― No.

― ¿Cómo dice? ―Se preocupó el ingeniero, previendo un problema en el motor o la transmisión.

― lgo …l auto. ―La comunicación se cortaba un poco, doble preocupación del equipo ahora.

― Por favor repita, no se oye bien. ¿Le sucede algo al auto quiso decir?

― ¡… o! Qui… o salir ahor…aaa. ―Comenzaba a irritarse ahora Rono.

Detrás de numerosos monitores de cristal líquido con jugosa información actualizada de todo lo concerniente al auto y a la pista, los miembros del equipo se miraban inquietos y desconcertados. El ingeniero hizo un gesto de que mantuvieran la calma, que estaba todo bien.

― No quiere salir ahora. Muy Bien, avísenos, estamos listos cuando quiera.

Dentro del cockpit del piloto, con la cámara a bordo desde arriba se podía observar el casco de Rono moviéndose violentamente hacia todos los costados, luego se detenía, y comenzaba a sacudirse otra vez, como lo haría la cabeza de un pájaro si lo aprisionáramos con las manos.

― ¡Qui… ro Sali… iiir, lap… quelosparió! ―gritó Rono, ya enfurecido.

Uno de los del equipo salió corriendo hacia el pit para asistir a Rono y ver en persona cuál parecía ser el problema. El perro, con casco y traje antiflama y toda la precaución que llevan encima estas personas, fue también por si hacía falta su ayuda.

― Sacáme de acá, sacáme… ― se podía escuchar débilmente a Rono dentro del vacío silencio del casco. El perro le limpiaba el visor con la lengua―. No me puedo sacar los cinturones, pará…

El asistente sacó a Rono del cockpit con absoluta rapidez y profesionalidad, removió los broches de su hans protector y luego lo condujo hacia adentro del box. Kimi Raikkonen pasó a su lado y Rono lo saludó.

― ¡Lewis! ―le gritó. Y levantó la mano con la palma hacia delante para chocársela al finlandés de Ferrari. Kimi lo ignoró por completo.

― Esue nuo es Hamiltuon ―dijo el perro detrás de él. Rono le acomodó una patada con las botitas de piloto. Le dolió más a él.

El ingeniero esperó que le quitaran el casco a Rono, porque él era incapaz de hacerlo, y le preguntó qué había sucedido. Rono negó con la cabeza, chasqueando la lengua con el paladar, haciéndose el preocupado, las manos en la cintura, como cuando muestran a los experimentados pilotos que sufren inconvenientes en las carreras y deben abandonar, con las cámaras de televisión siguiendo todas sus expresiones de frustración al respecto. Se quitó él mismo un guante, con el otro no pudo. Lo arrojó con leve violencia, como enojado, el guante aterrizó desafortunadamente en una plataforma de controles y luego de un breve silbido todos los equipos se apagaron, perdiéndose así valiosos datos para la carrera. El ingeniero de la escudería ensombreció su rostro, y Rono, desentendido, miró el cielo a través del cristal, hizo una mueca con la boca.

― Esperemos que no llueva ―dijo.

― ¿Me puede decir qué pasó? ―. El ingeniero cruzó los brazos.

― No sé, no sé ―Rono estudiaba el piso y negaba con la cabeza ― Venía bien, venía bastante bien hasta que intenté ponerlo al límite, o sea, darle arranque viste, y no sé… ahí, ahí empieza a comportarse extraño el auto, porque no encuentro el agujero para meter… y me faltaba, me faltaba la llavecita viste, the key, para poder arrancarlo. No me dieron la llavecita tampoco…

― No lo puedo creer ―dijo el ingeniero, los ojos bien abiertos, ante el evidente desconocimiento de Rono. Porque, como todo el mundo sabe, los autos de Fórmula 1 se encienden electrónicamente desde un pequeño botón situado a la izquierda del volante.

― Yo tampoco, yo tampoco ―se hacía el resignado Rono.

En ese momento vio a Kimi pasar nuevamente frente a él, pero del otro lado del cristal. Ahora, pensó Rono, sin el casco ni nada se podrían saludar como corresponde, entre colegas. Golpeó enérgicamente el cristal para llamar la atención del talentoso piloto y, contrariamente a lo que se espera de él, el de Ferrari le devolvió amablemente el saludo, aunque sin gestos de reconocerlo ni por casualidad a Rono, desde luego. Pero igual se excitó al ver que le saludaban de vuelta.

― ¡Hakkinen!

El ingeniero y los miembros del equipo se retiraron con la sensación de haber estado siendo víctimas inocentes de una cámara oculta o algo parecido.

― No lo puedo creer ―repetía el ingeniero una y otra vez al pasar por el centro del box.

― Yo Tampuoco ― agregó el perro, sentado al lado de Rono.



9. ALASKA



Sentado en un bar cerca del mar, Rono capturaba impresiones del verano esquimal en Alaska. Cada tanto removía el culo de la barra -que era de hielo, claro- y tomaba un sorbo de Magüattya, una variedad de trago local a base de aceite de bacalao, congrio apretado, jugo de foca lisa y heces de coral. No era de lo más apetitoso el trago, pero pasaba... y pasaba también el tiempo y Rono estaba ahí sin saber para qué o con qué propósito, si era por asuntos de política internacional, doble espionaje, deportes, espectáculos, noticias, servicios comunitarios... en fin: su estilo era no saber absolutamente nada de ninguna cosa, así que ¿para qué preocuparse?


Pero Rono se mostraba igualmente preocupado a pesar de lo que se ha dicho arriba de esto.


Observó con mucha atención al lugareño que atendía el bar, los ojos rasgados, la nariz chata, el pelo... el pelo debajo de un gorro. Se deprimió bastante. Y esto de, de repente, de la nada, aparecer en Alaska -como antes lo había hecho en otros lugares- sin saber porqué ni cómo... bueno, eso lo hacía sentir un poco incómodo y le preocupaba ser alguien que se encontraba en la cabeza de algún maníaco digestivo que lo tenía por personaje de ficción.


- Ficción mi abuela. Algo está equivocado acá, algo anda como el orto...


- ¿Magüattya? - le ofreció el esquimal.


- No, gracias. Tiene un gusto a pescado esto. ¿No tienen whisky acá che? ¿O vodka? Un vodka les vendría bien acá, con el frío que hace y todo, viste... -comentó Rono.


- No wikky, no vokka -negó el esquimal.


- "No wikky no vokka"- se fastidió Rono. El aburrimiento y la falta de dirección en su vida lo ponía en una situación delicada que embargaba sus emociones. Pobre Rono.


Pero pronto esto cambiaría. Cambiaría y mucho, les diría yo.


Porque de estar ahí sentado solo y solitario, algo se movió, algo sugirió un puente, surgió de repente, una maniobra ajustada, una canción desesperada, 20 poemas que...


- Hola. - escuchó Rono una voz y se dio vuelta para ver de dónde provenía.



10. ALASKA II


La voz provenía de una mujer. Estaba parada sobre un par de esquíes y parecía una diosa griega. Una diosa griega sobre un par de esquíes... bueh, sigamos. Era preciosa es lo que se quiere decir. Rono levantó una mano, saludándola, sin dejar de mirarla. "Quéricaestá laputamadre" pensó Rono. "La debe de haber mandado el doctor Barbuí a ésta, seguro".


Pero qué rica estaba, laputamadre.


La chica se acercó más a la barra, hasta que la punta de los esquíes tocaron la base al menos, y habló con el esquimal. Le pidió una cerveza. El esquimal sacó una Corona helada y se la entregó, con unos gajos de limón. Rono contemplaba la escena con ojos de dibujito animado.


- Pero cómo -dijo Rono-, ¿hay cerveza corona, y a mí me diste el magüattya ese de mierda?

- Para uté otro magüattya -dijo el esquimal- ¿No cevesa?


Rono se calentó. Pero para no dar una mala impresión delante de la chica, trató de hablar con tranquilidad.


- Dame una corona porfavor, mecagoendiós.


La muchacha rió y miró a Rono con actitud de iniciar una conversación. Parecía simpática.


- ¿Y qué tal el esquí? -pregunta Rono para romper el hielo.

- No sé, nunca hice esquí -le aclara la chica con una sonrisa, mientras bebía un trago de su cerveza directamente del pico de la botella.


Rono, contrariado, miró los piés de la mujer y notó algo extraño, pero no le dio más importancia.


- ¿Y cómo te llaman? Mi nombre es Rono -se presentó él solo.

- Ay me llaman todo el tiempo -se apuró a decir ella-. Todo el tiempo. Y encima me dejé el celu en el hotel porque se quedó sin batería. Es lindo el hotel pero... no tiene espejos en el techo, qué se yo. Aparte no hay nadie acá, viste. Es todo nieve y frío, mucho frío. Yo no sé cómo viven. Encima la comida me da gases, pero igual de vez en cuando me tomo una cerveza, porque no hay ninguna de las gaseosas light que yo tomo. Un embole...

- Ajá, sí -asintió Rono, que ya empezaba a cambiar de parecer con respecto a la mujer. "Justo me viene a tocar ésta ahora, una mezcla de Susanita con Paris Hilton. Laputaquemetiró también".


De repente una nave con propulsores hidroelásticos y cámaras de yute aterrizó a pocos metros de ellos. Algo verdaderamente... no sé, increíble. Rono se cagó muchísimo porque estas cosas le daban miedo, desde luego, pero la mina seguía parloteando como una catita... tailandesa. Una cata de Tailandia.

Ahora bien, de la nave descienden dos seres, uno parecido a los humanos y otro... también. Detrás de éstos venía, con el morro dirigido al piso, el perro de Rono. Rono se alegró, pero enseguida su humor cambió hacia el fastidio, sin ninguna razón en particular. El perro se le acercó, lo olfateó y echó una miradita a la chica, que seguía hablando como una telemarketer de compañía telefónica.


- ¿Adónde mierda estabas vos digo yo?

- Con elluos -señaló el perro con su pata delantera izquierda a los dos seres.

- ¿Y quiénes mierda son ellos? -preguntó Rono, que miraba a los extraños-. Hola cómo te va cómo andan -los saludó.


Los seres emitieron una vibración sonora, que por su puesto Rono interpreto como devolución a su espontáneo saludo. El perro subió el hocico a la oreja de Rono.

- Estuán calientues con vos -le susurró.

- Perolaputamadre ¿porqué?, si yo sólo los saludé... de cortesía.

- Cuortesía mi culuo. Nuo entienden elluos eso.

- ¡Pero porqué están enojados entonces! Andá a explicarles, decíles algo, te lo pido por favor, dále. Que lo único que me falta ahora, que me caguen a trompadas dos extraterrestres.

- Nuo nuo -negó el perro-. Nuo estúan enojados. Estuán calientes con vos, sexualmente digo.


Rono apretó el cuello de la botella de cerveza con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. No reaccionaba.


- Y suon los dos machos eh... -agregó el perro.



11. BARBUI VUELVE


Ahora bien, Rono padecía su vieja costumbre de aparecer en lugares. Y desaparecer de otros... al mismo tiempo. No sabemos cómo lo hace, verdaderamente.

Al abandonar Alaska -luego de pasarla muy mal con los extraterrestres y el barman, que lo tomaron a la joda y le hicieron nadar desnudo junto a una foca que era flogger- Rono sintió deseos de partir, sintió una honda amargura por ser quien era, sintió que nada de lo que había hecho, lo que le había dado al mundo, tenía sentido, sintió que se le infectaba el piercing... Y sintió frío, claro, después de lo de la foca... fue terrible eso, no.


Despertó... de una corta siesta que lo había depositado en sueños increíbles. Soñaba que era un médico, que era muy respetado por sus pares, y que trabajaba en el club Independiente Rivadavia. Pero no era el médico del club, por que el club ya tenía uno, si no que se dedicaba a cuidar la utilería del equipo. Lustraba botines, ordenaba las camisetas y los pantalones por número, cosía las medias... Un sueño chotísimo. Apenas lo recordaba cuando despertó, pero lo que recordaba le hizo fruncir el ceño.

- Putamadre los sueños que tengo también -se miraba en el espejo del baño- ¿Para qué mierda me recibo de médico si después voy a andar lustrando zapatos?

- Buotines -le corrigió el perro, que se acercaba a la bañera a orinar.

- Calláte vos laputaqueteparió...

Rono se pasó la mano por el rostro, recorriéndolo sin sacar la mirada del espejo. Murmuraba sin tono algo que le molestaba. ¿Tenía algo en la lengua? No podría decirlo. ¿Y qué era eso en la barbilla? ¿Un grano?

- A esta edad me sale un grano a mí, mecagoendiez.

El perro miró al Rono que veía en el espejo. Pestañeó un par de veces, y luego abandonó el baño sacudiendo la cabeza lentamente en señal de desaprobación.

- Escucháme una cosita vos ¡veníparacálaputadetuhermana! -gritó Rono. El perro se detuvo, fastidiado como Riquelme, y volvió lentamente sobre sus pasos.

- Escucháme una cosita... -Rono pensó un breve instante lo que iba a preguntarle al animal. Se le había olvidado. Luego de casi 35 minutos, continuó- Escucháme una cosita vos... me podés decir adónde mierda estamos ahora, eh... que me despierto acá en... no sé que es esto, un hotel, un barco, la casa de Luis Alberto Spinetta...

- Nuo te preocupues -aseguró desde la cocina el perro- Barbuí estuá en caminuo para explicarnos.

- ¿Cómo "explicarnos"?

- Qué sué yo.

Rono se contempló una vez más en aquél extraño baño, aquél espejo que le devolvía una imagen que él... no había... cometido, un lugar sin nombre, un hombre sin futuro..., una terrible sensación de abandono duplicada por el viejo arte de copiar, como Alicia en "al otro lado del espejo", Rono sentía que algo le comunicaba que nuevamente se vería en condiciones desventajosas... Ése espejo le hablaba. Y le decía la verdad. Entrecerró los ojos y tomó una bocanada de aire. Pero tomó demasiado y se mareó un poco. Tuvo que agarrase un par de segundos del lavamanos para no terminar en el suelo.

- "Explicarnos" -murmuró. Buscaba qué había detrás de la palabra, qué secreto revelaba, la separaba en sílabas, unía con flechas... - "Explicarnos" -repetía, escuchando todavía la pronunciación que le había dado el perro a la palabra. Buscaba en realidad el significado de la palabra. En su vida la había oído antes.


La puerta de la habitación sonó. Pum pum. Dos golpes secos. Rono, todavía con el torso desnudo y mirándose en el espejo, mantenía una conversación consigo mismo acerca de la caída de la bolsa. El perro levantó una oreja y se acercó a la puerta, concentrando su mirada en la ranura de abajo, y luego en el picaporte. Dejó escapar un ladrido corto y grueso. Rono hizo lo mismo, pero con una ventosidad que salió de entre sus nalgas posteriores.

- ¿Qué es eso? -preguntó Rono al perro.

- Un peduo.

- Taqueteparió. Qué es lo que hay detrás de la puerta te pregunto perro tunudo...

- En esuo estuoy.

- En eso estás. Veníparacá laputaqueteparió... -Rono propinó una patada al animal, que no hizo más que mostrarle un poco sus dientes, acostumbrado.

Rono miró la puerta, la ranura, el picaporte.

"Pum pum pum". Volvió a golpear.

- ¿Quién es quién esss? -se apresuró Rono. Luego bajó la voz y miró al perro. Le temblaba el labio.- Golpearon tres veces ahora ¿viste? Aylaputa, mirá si son rusos o algo así, laputamadre qué vamos a hacer, qué nos va a pasar ahoraaa...

Se largó a la cama y se tapaba con la almohada, en evidente estado de shock, sufriendo un colapso. Se puso a llorar.

Mientras, el perro abrió la puerta y entró el doctor Barbuí.

- Sí -dijo Barbuí- ¿Qué le pasa ahora?

- Tiene mieduo -respondió el animal.

Rono luchaba para desenroscar su lengua de la garganta.

- Aaaagggghhhhhh... lagonchadelalooora.

- Cálmese, sí -le tranquilizaba Barbuí.

Rono lloriqueaba. El perro reía. Barbuí mascaba tabaco importado de Garmandia, al sur de la antigua Afganistán, actual Afganistán...

- Tengo que hablar con usted, sí -le decía el doctor, mientras escupía un bolo marrón en el zapato de Rono.

Pero Rono, dado vuelta hacia la pared y en posición fetal, tenía la vista perdida en una flor del empapelado.

Y no podía dejar de chupar el pulgar que tenía dentro de su boca.



12. MUERTE DE RONO



Las cosas le salían siempre como el orto, pero Rono pensaba que ésta era una vida maravillosa y muy extraña. Algo increíble le sucedía casi siempre, y eso... bueno, entretiene a uno un poco no?


Ahora bien, caminando bajo el túnel de las calles de Monte Carlo iba Rono pensando estas cosas cuando, de repente, como en una sinfonía del gran maestro alemán de toda la música moderna, se detuvo ante un trozo de algo que divisó en el piso. El sol quemaba a la salida del túnel, y se miraba engreído como un dios en el glamoroso espejo azul repleto de yates, cabras, langostinos, etc. Rono no había reparado aún en que había mar ahí, puesto que recién llegaba, y las llegadas de Rono a un lugar, se sabe -capricho de los científicos que lo llevan y lo traen constantemente del pasado, del futuro, de frutilla, de chocolate con dulce de leche...


Rono tomó el pedazo de plástico que resultó ser el coso del piso y lo analizó detenidamente. Dijo para sí mismo:


- Esto es plástic...



[FLAP]



escuchó Rono. Y un coro de sonidos explosivos y metálicos terminaron con el mundo que él pensaba conocer.


Lamentablemente, lo atropelló un auto de carrera. Un fórmula 1. Mirá la ironía. Mismo él, que había sido piloto de pruebas de Renault durante tantas muchísimas horas, terminaba bajo las ruedas de una ferrari, la del pobre Gerhard Berger, que se lo llevó puesto justo antes de la frenada fuerte para entrar a la chicana. Bergher, que estaba en Ferrari en 1994, se sorprendió amargamente de este hecho cuando estaba llegando a la primera curva de la piscina, durante las prácticas del viernes para aquél Gran Premio de Mónaco.



Como esta era la primera vez que Rono sufría un accidente que pusiera en peligro su vida tan seriamente durante un viaje, los científicos -excluído el doctor Barbui porque se encontraba en España- mostraron por primera vez signos de preocupación y consternación en sus rostros al enterarse de lo sucedido. Pero como en la Fórmula 1 el show debe continuar incluso a costo de valiosas vidas, como la de Ayrton Senna y Roland Ratzemberger dos semanas antes en el circuito de Imola, los científicos se miraban para tomar una decisión: rescatar a Rono del pasado y dispensarle una urgente observación médica que permitiera saber si las heridas eran mortales o no, ó bien dejarlo morir ahí en 1994 durante la jornada de prácticas para el GP de Mónaco. Nadie sabría jamás nada.


Y además no consideraban a Rono como una vida taaan valiosa de las que hablábamos antes. Era más bien al pedo sacrificar aquel individuo ¿Para qué? ¿Por la gloria de la ciencia? ¿Por la paz en el mundo? ¿Por la fórmula del flancito Danette? Nooo...


Finalmente, luego de casi 21 segundos, decidieron continuar con el plan principal. El plan principal consistía en hacer volver a Rono de Mónaco y reparar el error ya, no se les fuera a morir en aquél año, que por otro lado fue un año de mierda.



-¿Entuonces Rono no moruía en 1994? -preguntó el perro, ante una pantalla LCD, ahí entre todos los científicos.


Obtuvo un silencio incómodo como respuesta


- Putamuadretambuiénesteconchuduo...


Este lenguaje soez del animal ponía los nervios en punta de los soeces científicos. Uno de ellos abrió una lata de paté con pimienta.



- Conchudo. No digás eso - corrigió al perro la negrita, esposa de Rono, que había estado ausente de lo de Cuba y lo demás por razones que aún no es necesario mencionar. La mujer de Rono hablaba perfectamente ahora -antes era media muda- y se había convertido en la coordinadora general de la vida de su marido. Nada raro en realidad. Pero se ocupaba ella de todo, de sus destinos, de sus regresos, ordenaba los casos alfabéticamente hablando para que el proyecto siempre fuera exitoso. Pero no entendamos exitoso por el éxito personal en las empresas de Rono ni las ambiciones de un grupo de científicos y un doctor chiflado, aunque muy buen tipo. No. Para ella el éxito consistía en que su marido siempre volviera a su lado sano y salvo del trabajo, fuera cual fuere, y siguiera siendo su amado Rono. Y no hay caso, las mujeres hacen eso y pecho, hay que comerselá porque son unas hermosas.


Así que fue la negrita la que cortó la cavilación de los científicos, llamó a Barbui -que estaba en España, sabemos- y la orden de traer a Rono de vuelta inmediatamente se escuchó hasta en la baticueva.



13. RONO REGRESA DE LA MUERTE



- Azafata.



Se le oyó decir a Rono mientras aún dormía por los sedantes que los médicos le habían metido. No es fácil resucitar una persona que se accidentó en el pasado. Los científicos saben esto. Son tipos muy capos y han estudiado y todo. Más si se tiene en cuenta que Rono fue atropellado por un fórmula 1 en Montecarlo, durante las prácticas del Gran Premio de Mónaco 1994.



- Asfalto.



Dijo Rono en su mundo durmiente e indivisible. El perro esta vez se le acercó, le olfateó la mano que le caía por el costado de la cama... y le desenganchó el drenaje que lo mantenía unido a un respirador artificial. El animal, al darse cuenta del tremendo pedo que se ha mandado, se agacha instintivamente y mira a su alrededor rápido. Luego subió una pata en la cama donde yacía el pobre Rono. Fue increíble. Lo que hizo esa pata... sólo Dios conoce de sus misterios. Rono movió un dedo del pié casi imperceptiblemente. Luego puso el meñique del pie derecho sobre el pulgar de su mano izquierda. Un movimiento muy extraño hizo Rono ahí. El perro lo notó. Los chocos notan en seguida cuando una persona mueve un dedo meñique o algo. Cuando alzó la vista, Rono parecía despertarse ya por completo. Era un milagro.


- Laputaqueteparió - insultó Rono y le quiso pegar una patada... Pero el pié que utilizó para hacerlo, que un minuto atrás había quedado agarrado a su mano, se le enganchó en su propia boca y le corrió la cara de una cachetada. Rono despertó de un coma mortal y se pegó a sí mismo una cahetada con su propio pié. Muy bien. Ya se escribe cualquier cosa.



- Alfafataa... - pronunció el Perro.



- Alfalfata laputamadrequeteparió. ¿Porqué me despertaste así? Laconchadetuhermana. ¡Y me desen... - Rono se miró el brazo- ... me desenchufáste el cosoooo! Me querés matar hijodemilputt...



El perro sacó la lengua y sacudió la cabeza en señal negativa. Con el brusco movimiento su lengua despidió saliva y una gota del tamaño de un durazno pequeño aterrizó en la pierna de Rono, sobre sus pijamas de seda de rascacielosal. Miró fijo ese lugar y cerró la boca de repente.



- ¡Me voy a morir en serio ahoraaa, nooooooooo laputanoooo... ! - se lamentaba Rono haciendo casita en su rostro con la mano, luego el pié, la mano..



El perro lo imitaba divertido pensando que se trataba de un juego... Raro, pero un juego.


Rono se quejaba y lloriqueaba como si se estuviera por morir. Un espamentoso. No paraba de balbucear cosas, puteadas, nombres de personas, colores, países, películas, comidas, autos y motos, páginas sociales de internet...



El doctor Barbui entró en ese momento y se quedó parado mirando a Rono con expresión seria. Acarició al perro sin mirarlo, y a continuación soltó un pedo. Rono dejo de rezongar y levantó la vista.


- No se preocupe usted, sí -dijo Barbui- No se va a morir ni nada, sí. Era un placebo. Para mantenerlo con vida en caso de que...


Rono se tapaba la nariz con el pié derecho y con las manos hacía señas de no va más, no va más. El perro saltó a la cama de Rono, gruñendo divertido.


Rono lo apartó.



- Doctor, dígame una cosa...


- Sí - afirmó Barbui.


- ¿Cómo se puede tirar un pedo así? Es repulsivo.


- Sí. Bueno, es repulsivo y alimenta el espíritu de quien está detrás, ¿qué me quiere decir?



Rono alargó su mirada por encima del hombro del doctor, algo divisaba. La negrita le sonrió desde una silla.



- Te cuento una cosita -habló la negrita-. Estuviste clínicamente muerto por 1 min 19 seg 3 dec. Lo que equivale a la mejor vuelta rápida que hizo Schumacher en carrera, en aquél podrido Gran Premio de Mónaco 1994. Sólo como trivia te lo tiro, para que lo sepas.



- ¿Habla ahora? - preguntó Rono totalmente revelado.



- Hasta que se le caen las monedas - tosió Barbui.



14. BAR



Rono entró al bar sin fijarse bien y se tragó el segundo escalón. Venía con botas y las malambeó un poco sobre la superficie de madera. No pasó nada y nadie lo vio, por suerte para él. En el lugar se escuchaba una música muy tranquila, jazz, el "pájaro". Y estaba lleno. Había gente sentada y gente parada también. Rono llegó a la barra rápido porque a pesar de todo se podía caminar tranquilamente. Una chica estaba de barman.



- Dáme una Paso de los Toros


- ¿Pomelo?


- No, sin gas sin gas...



La chica ni escuchó a Rono, sacó la Paso de los Toros y se la destapó en la nariz. Pshhh. Rono frunció el labio pero no dijo nada. Le pegó un trago, hizo un buche, alzó la cabeza, hizo una gárgara cortita, de entrenamiento, y tragó la espuma amarga y picante de la Paso de los Toros.


Agarró la botellita y la miró. "Pasou de lous Torousss" pensó moviendo los labios.


Sintió un golpe en la cabeza, un golpecito, y se dio la vuelta para mirar. La chica barman le había tirado la chapita en la cabeza, seguro.



- Me tiraste la chapita.


- ¿Cómo? -se hizo la desentendida la minita.


- Sentí un golpe en la cabeza y me di vuelta y... ¿vos me tiraste la chapita en la cabeza?


- Nnno... qué chapita...


- La de la gaseosa.


- ¿La Paso de los Toros? - preguntó ella. Rono enfrió su mirada.


- No, la Patadalacaaaaammaaaaaa...



Rono perdió los estribos y la chica lo miró extrañada. Luego se empezó a reír. Rono quedó pensando en la frustración de no haber podido articular bien . Pensó que tenía que ver con algo después de su accidente, algo que había quedado mal en su cabeza -ya de por sí deteriorada- y esto lo asustó y lo llenó de pánico. Quería preguntarle al doctor para estar cien por ciento seguro, pero no podía hacer otra cosa que esperar hasta la mañana. Tomó otro sorbo de la botellita e hizo los buches y la gárgara otra vez antes de tragarse la espuma. Advirtió a una mujer que su saco se le había caído, ésta le agradeció con un billete de veinte. Fantástico, pensó Rono. Nunca le había pasado eso. De repente la música se detuvo.


Y empezó otra canción. Estupendo. Rono paseaba por el lugar preguntándose dónde se hallaba realmente, qué bar era aquel, en qué país se encontraba, qué hora era. En fin, todas las conocidas reyertas espirituales tan habituales en él. Esto era producto de su reciente abandono del alcohol. Sí. Una de las tantas cosas que habían cambiado en Rono luego del trágico episodio de Montecarlo: no bebía más alcohol. ¿Cómo era posible esto? Sumado a lo de no poder articular bien cuando se enojaba... Era todo muy raro después de lo que le había pasado. La negrita hablaba bien, el perro había sido nombrado Canciller Honorario de la Organización de las Naciones Unidas [Filial Oeste], el doctor Barbui se comportaba como un padre comprensivo y ayudaba y protegía a Rono hasta en los más insignificantes acontecimientos de su vida regular, lo cual consistía en la totalidad de los acontecimientos de su vida, y a Rono las cosas le parecían muy extrañas por todo esto y por eso quería tener una charla con Barbui y sus científicos, para aclarar cómo se sentía él de raro y cómo veía él raro a todo lo que le rodeaba desde el accidente hasta hoy... Y además ahora-saludó a Michael Jackson que justo pasaba delante suyo- también veía gente muerta.



15. LAS SECUELAS



La resucitación de Rono no había sido nada fácil y por eso las secuelas que hemos notado en él en el episodio anterior nos cayeron de forma extraña. O de alguna forma nos cayeron. En fin. Que Rono no beba alcohol ni pueda hablar bien cuando se pone nervioso no debería importarle a nadie. Pero al pobre Rono sí. Y al perro también.



- Tomuá. - le ofreció el perro a Rono una taza de café, pero llena de Stella Artois.


El animal había estado tratando de engañar a Rono de diversas maneras para que éste recuperara su vieja condición. No le gustaba este Rono. Su amo no era así. No le había pegado una patadita siquiera en semanas; pero tampoco había recibido sus otras demostraciones de cariño. Le compraba cervezas y whisky y se los metía en la leche en una mamaderita antes de dormir, le daba sopa de vegetales con Jack Daniel's... Lo último que hizo fue cambiar el agua del termotanque por vodka, para que las duchas que Rono tomara también las tomara para volver a tomar.



- Uy un cafecito. Gracias. -dijo Rono al perro. Sorbió un pequeño trago. Sacó la lengua. Escupió al piso. Se sacudió, bufando, y levantando un pié. Luego miró al animal con los ojos rojos y entrecerrados. El choco movió la cola. - ¿Qué le pusiste?



- Ruon.



- Tá muy bueno.



- Y Juack Duaniel's -añadió el perro.



- Ah, mezclaste.



- Un puoco, sí...



En ese momento la negrita entró y le recordó a Rono que tenía que ir a ver al doctor. Barbui lo había citado en un lugar secreto para darle el antídoto definitivo que terminaba con todo el proceso de resucitación espontánea al cual habían sometido a Rono cuando lo trajeron back de la muerte desde Montecarlo, 1994.



Rono se puso una campera y salió. Volvió en 21 segundos, asomó la cabeza por la puerta de la cocina y le preguntó a la negrita:



- ¿Adónde voy negra?



Ella dejó una revista y lo miró suave pero firme.



- Barbui. El antídoto -le dijo.



- Barbui el antídoto -repitió su marido. -Putamadre repito yo ahora...


Y se alejó caminando.



En media hora, cuando Rono regresó a su casa, sostuvo la siguiente conversación con su esposa:



- Hola mi negra.


- Hola. ¿Cómo fue?


- Perfecto - Rono sonrió complacido - Perfecto. Ya no hay ningún peligro y estoy completamente de vuelta.


- Ay... - La mujer se llevó una mano a la boca y bajó la vista, lagrimeante, emocionada. No habían tenido las cosas fáciles y era un desahogo para ella que finalmente Rono estuviera bien.


- Te quiero - Rono la abrazó y se miraron un rato largo los dos. El perro olfateó amor y quizo también un pedacito para él. Se les metió entre las piernas.


- Ninguna secuela mala nunca más - dijo la negrita, mirando a su marido con aire triunfante.


- Ninguna secuela mala nunca más - repitió Rono excitado.


- Nuncua más - el perro.



La entrepierna de Rono hizo un leve movimiento. La negrita lo advirtió y se apretó más a su amado Rono.


"Ahora está completo en serio" pensó la muchacha, ya liberando endorfinas.


"Espero que ni se le ocurra" pensó Rono.



16. RONO EN SUDAFRICA (I)



Rono se despertó y se estiró. Se pegó en un nudillo contra la cabecera de la cama.



- Aylapuuuta.



Luego abrió las cortinas y se encontró con un día espléndido, radiante de sol, aunque algo frío, con probabilidades de precipitaciones por la noche. No le importó. Se masajeó el nudillo golpeado mientras examinaba la habitación donde estaba. No conocía ese lugar. Se atormentó inmediatamente.



- No. No me digas que... laputamadre... otra vez, otravezno...



Lo que Rono temía era real. Barbui lo había hecho viajar en el tiempo o por el mundo otra vez. Se dio cuenta de ello porque en vez del perro, a su lado en otra cama dormía una persona desconocida. Tímidamente pero con la convicción de quien asume ya sus penas y amarguras; se acercó a esa cama para inspeccionar de quién se trataba. Era un hombre por lo que pudo notar. De grandes proporciones por lo que pudo notar. Y se estaba despertando por lo que pudo notar. Retrocedió unos pasos. Se golpeó con una silla el talón derecho, "Aquiles" pensó, inexplicablemente. El hombre recién despierto resultó ser un muchacho de rasgos angulosos en el rostro y pelo negro que le caía sobre la frente.



- Hola -dijo el muchacho-. Vos debés ser Rono, no?


- Ronono, no. Me llamo Rono solamente. - El muchacho sonrió como si esperara una respuesta por el estilo de parte de Rono.- ¿Me podés decir adónde estoy, quién sos vos y demás cosas, por favor...?


- Diego.


- Ok, Diego. ¿Dónde estamos y qué sucede?


Diego lo miró impasible y le dijo:


- Estamos en un hotel, en Sudáfrica y lo que sucede es el mundial de fútbol. Estás con la selección Argentina, que dirige Maradona...


- ¡Diegooo...! -interrumpió Rono.


- ... sí, el Diego. Y yo soy otro Diego. Diego Milito.


- Ah...


- ¿Vas a entrenar con nosotros hoy? -inquirió Milito.


- No, no. Yo ya... ya estoy en...trenado. Estoy muy bien. Muy bien.-Dijo Rono sin pensar lo que decía. Estaba absorto mirando por la ventana salir del hotel a Lionel Messi, Maradona, Palermo, Mascherano, Garcé...


- ¿Garcé? - preguntó.


- Sí -le dijo Milito con una sonrisa. Lo convocaron. Es un capo el flaco. Bueno, yo me tengo que duchar y desayunar para entrenar. Vos hacé lo que quieras. Lo único, no toqués nada ni molestes a nadie, porque tu doctor Barbui ése me encargó varias cosas y te puso bajo mi responsabilidad, ok?


- ok, Gabi, tranquilo -dijo Rono.- Voy a desayunar y ver el entrenamiento...


- Diego -aclaró Milito.


- No, no lo voy a joder a Diego, debe estar muy ocupado...


- No, Diego me llamo yo. Mi hermano es Gabi.


- Ah, sí, sí... ya lo sé, por qué...


Milito se encogió de hombros y sonrió desapareciendo por la puerta del baño. Rono se quedó contemplando el paisaje y los jugadores por la ventana.


- Sudáfrica. Al fin me mandaron a un lugar lindo por una vez en la reputísim... -se interrumpió al observar algo extraño, fuera de lugar.


Entre los jugadores iba un saco lleno de pelotas de fútbol. El saco iba empujado por un hocico que Rono creía conocer...



17. RONO EN SUDÁFRICA (II)



Ante la insisitencia del profe, la selección argentina, "el equipo feliz", se encaminó hacia los vestuarios del Soccer City luego del partido con Mexico. Rono iba cantando "Vamo vamooo Argentinaaa..." Pero nadie se prendía. Y no por mala onda, al contrario, era un equipo feliz por haber derrotado con autoridad a los mexicanos, pero simplemente no sentían ganas de cantar. Eso habla también de un equipo auténtico, verdadero, sin falsas actitudes. Si no tenían ganas de cantar no cantaban y listo. Punto.



Ahora bien, en el Conference Room (Sala de Conferencias), se encontraban ya preparados todos para recibir a Maradona y hacerle preguntas. El asistente de la FIFA estaba a un costado... y Rono en el otro.



- Creo que fue un partido muy chivo -comenzó a hablar Rono-, pero... pero no nos vimos superados, no nos vimos superados, gracias a nuestras individualidades...



El asistente de la FIFA arrebató a Rono de los micrófonos y se lo llevó afuera. El Diego le tiró un vasito con agua, divertido, y levantó el pulgar hacia Rono con una sonrisa. "Andá, capo" le dijo Maradona a Rono.



A la salida de la Sala de Conferencias (Conference Room), Rono advirtió un grupo de jugadores reunidos alrededor del perro. Se acercó sigilosamente hacia el lugar y comprobó que estaban Palermo, Burdisso, Pastore y Messi acariciando al can con entusiasmo y distendidos. Pero cuando llegó al grupo se sorprendió al ver que el choco estaba dándoles indicaciones tácticas a los jugadores , que lo miraban admirados y con signos de aprobación en la mirada. El perro levantaba una pata trasera como para hacer pis pero en realidad le explicaba a burdisso cómo frenar a un alemán si le ganaba la espalda. Rono se enfureció tanto que se arrimó y le propinó una patada al animal. Una patadita suave para correrlo del medio. Los jugadores lo miraron arrobados. Palermo intentó calmar los nervios de Rono, pero fue inútil.



- Salídeacá laputaqueteparió!... dejálos tranquilos a los chicos que tienen que descansar -el perro agitaba la cola y miraba aRono con las patas delanteras estiradas-. Salí de acá! No podés estar acá vos...


- Dejálo, no nos molesta... -dijo Messi.


- Que no los molesta? Ja! Ya vas a ver lo que es tenerlo un tiempo a este perrodemierdamirá.


El perro se dirigió tranquilo hacia los jardines del predio, en medio de Johanesburger, Sudáfrica.


Rono intentó iniciar él mismo una conversación con los jugadores, entablar amistad, ya que estaba en la habitación con Diego Milito y éste había sido el único jugador con el cual había hablado algo. Así que se acercó a Messi primero.


- Che pulga yyy... qué tal laaa... con la pelota esaaa... ja! no? Es terrible laaaa... la jabalu-jaba-jabbalinulani... ah?...


Lionel Messi lo miró y lo esquivó como a cualquier defensor y desapareció.


- Martíiin! -le gritó Rono a Palermo. Pero éste ya se subía a un ascensor con los demás jugadores.


"Putamadre" pensó el pobre Rono, "le dan bola al perro y a mí me..."


En ese momento se le ocurrió una idea: los alemanes. Y la comenzó a ejecutar de inmediato.


Fue a buscar al perro afuera y se encaminó hacia la concentración alemana.


- Vos calláte la boca me escuchás? Laputaqueteparió. No te quiero oír ni un bostezo, dejáme hablar a mí...



A varios kilómetros de ahí, luego de un viaje en elefante, llegaron a la concentración alemana en un par de horas. Entraron al lujoso hotel y encararon a un empleado de la recepción.



- Der ich entraren? -preguntó el perro.


Rono le pegó una cachetada.



18. LA INCERTIDUMBRE



Luego de abandonar Pretoria a las corridas porque perdimos el partido contra los putos alemanes, Rono se tomó unas vacaciones... y se tomó una cerveza en el avión que lo dirigía hacia su nuevo destino: La Incertidumbre.


Ahora bien, para un ser que ha pasado las cosas que Rono ha pasado -incluso haber muerto y resucitado de una manera inverosímil, viajar en el tiempo, codearse con el poder y demás cosas- rara vez La Incertidumbre lo desanima. Pero a Rono sí lo desanimaba La Incertidumbre. No le gustaba. Le parecía un lugar... cómo decirlo... le parecía un lugar en que... cómo ponerlo... La Incertidumbre le parecía una ciudad donde el amanecer se confundía con el atardecer, el dormir con el despertar, el hablar con oír, la música con el silencio, el lobo con caperucita... Esto le hizo recordar a Rono un viejo chiste sobre caperucita y el lobo y decidió, aparentemente sin otra razón que divertirse a sí mismo, contárselo a la azafata que le trajo la cerveza en el avión. La chica no sólo no encontró gracioso el chiste sino que propinó a Rono una ruidosa cachetada.



- Pero ¿cómo se atreve...? -le gritó la azafata en un susurro para no despertar al resto de los pasajeros- Maleducado. Debería denunciarlo con el piloto.


- No, con el piloto no por favor -dijo Rono en tono suplicante.


- Cuando lleguemos y aterricemos le voy a contar a las autoridades de ésta inmunda aerolínea. Igual yo renuncio. Hoy es mi último día de trabajo -confesó la chica inesperadamente. Rono se quedó de una pieza, mirándola sin saber bien qué decir.



Finalmente, aterrizaron en La Incertidumbre poco después de la puesta del sol. O a poco de haber éste salido; no se podía saber con certeza.


Rono se sentó en un bar del aeropuerto y se bebió otra cerveza mientras esperaba, no sé, algo, alguien, alguna cosa o persona qué le indicara qué hacer. Decidió que lo mejor era seguir esperando... y bebiendo otra birrita.



- Una Stella Artois, por favor -pidió Rono a un muchacho con chaleco que pasó al lado de su mesa.


- Pídasela a algún mozo. Yo no trabajo acá.


- Perolaputamadre -rezongó Rono. De pronto vio a otro joven que llevaba una bandeja y una rejilla. Se convenció de que ése era uno de los mozos de ahí y lo llamó. Para hacerlo golpeó en la mesa con la palma de la mano y emitió un gritito. El mozo no se percató de Rono. Repitió el gesto, esta vez algo más ruidoso. Ahora el mozo se acercó a la mesa de Rono, pero apoyó la rejilla en la mesa contigua para atender a Rono.



- ¿Sí?


- ¿Sí qué? -preguntó Rono al joven mozo con curiosidad.


- ¿Qué desea?


- Ah. Una Stella Artois, por favor. Y dígame, ¿para qué lleva esa rejilla a todos lados? ¿no es incómodo con la bandeja y todo, digo?


El mozo vaciló un instante. Luego respondió con una mezcla de alivio y franqueza -si es que estas dos cosas se pueden mezclar, claro.


- La verdad que sí -dijo el mozo- que es muy incómodo y molesto. Pasa que la saqué recién para limpiar el desagüe y ando con ella desde entonces. Enseguida la pongo de nuevo. Ya le traigo la cerveza.- Y se fué. Rono se quedó mirando la rejilla en la otra mesa y pensó "dónde zorra estoy digo yo" y esperó que la cerveza no la trajera con la mano que había manipulado el desagüe. Pero uno nunca puede estar del todo seguro de éstas cosas y muchas más. Eso es La Incertidumbre.



El perro estaba en la bodega. Pero en la Bodega Norton, en Mendoza, Argentina, terminando de dar unas pruebas de sonido y calidad al vino de mesa clásico. Luego partiría también rumbo a La Incertidumbre para reunirse con su amo Rono y ver qué sucedía allí después de todo. Apuró un malbec y dijo al empleado:


- Éste nuo es clásicuo, mirá...



19. RONO COMPITE



Rono se ajustó el cinturón de seguridad por decimotercera vez. No lograba estar cómodo, le parecía apretado, después muy suelto, después apretado, y así... Además pensaba qué sentiría como un playmóvil con un elastiquín cruzado al pecho... pero bueh. En fin. Decía que Rono se ajustó el cinturón de seguridad por decimotercera vez... y se preparó para largar. El Dakar. De alguna inverosímil forma el doctor Barbuí y su nuevo asistente Manet, habían logrado incluir a Rono como piloto oficial del Dakar, que pasa por Argentina ahora siempre, andá a saber porqué carajo lo siguen haciendo acá y no lo hacen más allá donde lo hacían antes, pero... la cosa es que Rono iba a participar. Sí, los rumores al principio confundieron un poco a Rono, que por otra parte pensaba que el Dakar era un animal que pasaba una vez al año por Argentina... lo confundió porque le habían dicho que iba en los cuatriciclos primero, luego le dijeron que no, que correría en moto, y finalmente cuando se cayó lo de las camionetas, Rono se sintió un poco... traicionado o algo así. Pero al final se decidió que Rono iniciara la competencia en triciclo y terminara las últimas etapas en bicicleta, para así cruzar la meta a pié desde los últimos 350 kilómetros...



Así que, ahora estaba en el triciclo, sentado, relajado pero nervioso, asustado pero valiente, con el bucal, los auriculares, y un casco enorme que le ladeaba la cabeza de un lado a otro como esos perritos de los autos.



Lo tuvieron que empujar porque no lograba coordinar los pedales. En la primera curva frenó tanto que lo tuvieron que empujar de nuevo. Habría una tercera vez pero eso no sucedería hasta no llegar a la etapa de a pié.


Además cargaba una resaca importante -el Dakar se inicia los primeros días de enero. El primero creo. No. Bueno, no sé, la cosa es que Rono larga y siente un ruido. Siente un ruido agudo en una rueda parecía ser. Su fino oído había detectado algo que tal vez estuviera mermando el rendimiento de su performance...



Pero era el choco, que lo corría detrás ladrándole a la rueda trasera izquierda del vehículo de Rono...



20. RONO EN VENDIMIA



Rono estaba en la búsqueda de algo que lo hiciera sentir... no sé. Diferente tal vez. Algo por el estilo. Pensó en viajar, pero fue un pensamiento que le trajo demasiadas cosas a la cabeza. No. Viajar no. Y como era la Fiesta de la Vendimia en Mendoza -donde se encontraba Rono mientras leemos esto- decidió ir. Fue a comprar una entrada. No quedaba ni una. Se deprimió bastante. Trató de sobornar al encargado de las ventas de entradas con un sánguche de randanflú, el individuo se encolerizó y llamó a un guardia de seguridad. Trató de sobornar al guardia con una entrada... si le conseguía dos... Al final lo sacaron entre tres personas, pataleando y gritando y puteando al gobernador Jaque, a Cristina la presidente, a Mirtha la vieja que siempre viene y pregunta dónde estoy...


Pobre Rono. Quedó tirado ahí en la vereda. Un muchacho en una patineta pasó y le arrojó un par de monedas de 25 centavos...



Ahora bien, Rono se enteró por un turista belga que existía la posibilidad de ir a los cerros que circundan el gran teatro griego -donde se realiza el acto central de la fiesta- , sin pagar nada ni nada ni nada. Rono agradeció en idioma belga al turista y fue a conseguir un transporte. Eran ya las 21.30. Conseguir un taxi o remis, olvidáte. Y subirse a un colectivo ni en pedo. ¿O si?. Rono se hizo esta pregunta. Pero no quería beber. Lo estaba dejando para más adelante. Pero pensó en tal vez... algo diferente... sí, decidió que sí. Y se las ingenió para conseguir lo que deseaba.



Se acercó sigilosamente, desde detrás de un árbol, a un cuidacoches que estaba a mitad de la cuadra. Lo miró y le guiñó un ojo primero. El cuidacoches notó su presencia y se le acercó rápido. Rono se asustó un poco. El pibe venía corriendo hacia él. "Aylaputa" pensó, "me va a cagar a trompadas, me van a robar, me va a limpiar la cara con ese trapo". Pero no, el muchacho se limitó a observar a Rono y preguntarle si le cuidaba el auto.



- Selocuío -preguntó el cuidacoches.


- ¿Qué? -dijo Rono.


- Le cuido el auto seor...


- No no. No tengo... no... mirá, quería algo. Quería saber si podía... de alguna forma... -Rono no encontraba la forma de explicarle qué era lo que buscaba al muchacho. De repente le dijo algo, poniendo cara de suspicaz.


- María.


- ¿Qué? -el cuidacoches ahora lo miró más cuidadosamente. Podía ser un cana. Un poli. La yuta, bah...


- María -repitió Rono.


- Si busca a una chica que se llama María seor...


- No no -lo interrumpió Rono- No busco a ninguna chica. Bah, en realidad me gustaría tener una min... pero no, no es eso, es... María. ¿Tenés... María?


- ¿Faso? -le preguntó el cuidacoches.


- Faso... de maría...


- Flaco no se le dice maría desde los 80...



En fin, Rono consiguió a María y se encaminó caminando hacia los cerros...



***


INTERMEDIO 


RONO EN LAS VEGAS


- ¡Se movió, se movió! -gritó Rono despertándose como de una pesadilla. Pero no, no era un sueño. Era la realidad.



Rono estaba en Las Vegas, Nevada, jugando en un casino. Se estaba tomando un Jack Daniel's con soda. Era el tercero ya. Y eran las 9.45 am. El choco le daba consejos sobre las cartas que tenía y las que debía jugar o no. Rono cada tanto le metía una buena patada, pero el perrito insistía en volver y ponerse a leerle las cartas. Acostumbrados los dos al ambiente de un casino -Rono conoció a su esposa la Negrita en un casino, antes de que lo secuestraran erróneamente y de que viajara al pasado a la época de cristo y demás cosas... - Decía que acostumbrados ambos al ambiente lujurioso y patéticamente sobreiluminado de los casinos, el perro y él se sentían a gusto y se conducían con la fortachona e universal naturalidad que el creador nos dio. Afuera en el desierto de Nevada llovía como en febrero en Mendoza.



- Puoker -dijo el perro.


- ¡Callátelaputaqueteparió! -le contestó Rono torciendo el labio y hablándole así como de costado... Malísimo le salió esa. Malísimo. Entonces se calentó mal, dejó las cartas a la mierda y se largó inmediatamente de la mesa con la cara ya medio anestesiada por el alcohol. Ya se alejaba caminando... cuando vio la ruleta. Aylamierda. El perro se detuvo y movió la cola haciendo un claro signo negativo. Luego, y sólo para hacerlo sufrir a Rono, el perro le animó a que jugara, le sugirió como que era solo una pelotita blanca y chota y que giraba estúpidamente en una semiesfera hueca coronada en su base por una serie correlativa de números de color rojo y negro, que pocas veces uno perdía, que él -el perro- le atraería una suerte en jugo de frutas con vodka y quepúm quepán... 

Ok now, Rono jugando a la ruleta entonces...



- Sus apuestas por favor -dijo con voz serena pero firme el crupier.


- ¡38! -dijo el perro. 

Rono lo miró de reojo, serio.


- No va máaas! -subió un tono el crupier pero su voz seguía siendo aún still firme.



La pelotita blanca rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr rodaba sacudiéndose como si cada dos o tres casillas de números le descargaran unos 220 v de energía... rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr tacatacatac..



- Negro el 39 -dijo el crupier luego de cerciorar ante todos dónde había caíado la puta pelotita.


- ¡No pará si yo vi gue se movió, pará , pará un poco... eh... cheee... qué mierda les pasa a todos, eh? -Rono quería encender una polémica. Además estaba muy muy mamado. Estaba partido en 11 para decirlo en claro-; no van a dejar gue éste coso nos tome así el pelo eh?


- Qué se movió, señor? -se escucharon algunos murmullos a lo largo de la mesa.


- El egue. -dijo Rono tratando de sostener la mirada del crupier.


- Cómo dice?


- De quién es este perro? -preguntó alguien.


- Tsunami -balbuceó Rono.


- ¡Saquen a este animal de la sala, por favor! -pidió oficialmente un fornido hombre de traje púrpura.


- El tsunami movió el egue 10 centímerros en Japón... El perrodemierrrdaése es mío, tsunami... tsunamigo mío...


- Por Favor, que alguien separe a este individuo -escuchó Rono en inglés.


- ¡Wattafack you fáckingfáck...! -dijo Rono inexplicablemente.


El perro subía la uña del medio de su pata delantera izquierda y se lamía los testículos. Se armó un quilombito. Rono que gritaba, el perro meó en la cartera de una minita, volaron un par de manos por ahí. Rono recibió una en su ojo derecho.


- ¡AylapuuuutaPARÁAAAAAAAAA! Páren, páren, páren, pará... me hicieron mierda el ojo, para...


- ¡Sáquenlo! -se escuchó por último. Y Rono con el perro fueron sacados fuera del hotel, bajo la lluvia de febrero en Mendoza...


De repente -cuándo no- se escuchó un ruido sordo que crecía en lo distante. Como una explosión o una... caravana de gitanos.



- Explotó el mundo! -exclamó desesperado Rono- Laputaquelosparió chocooo! ¡Te lo dije! ¡Explotó a la bosta el mundo!



Pero se trataba in fact de la nave de Barbui que había descendido a unos pocos metros, levantando una leve polvareda.



- Sí. -dijo Barbui.


- ¿Qué pasó? -preguntó Rono agarrándose la panza como si le hubieran pegado un tiro. - ¿Qué ha pasado, dígamelo?


- Sí. Nada. Sí. Lo han echado otra vez de un casino, esta vez en la ciudad de los casinos, por ebriedad y disturbios. Sí.


- Fue culpa de éste -levantó la mano como para darle una bofetada al perro con el inverso de la palma. - Laputaquetepariómirá...


No pasa nada, el perro lo mira a Rono y le mueve la cola nomás.



El doctor Barbui cerró la cápsula de la nave, reprendiendo a Rono por lo que había sucedido en el casino. E inmediatamente después, soltó un sonoro pedo.



21. CHARLIE SHEEN



Rono estaba un poco bajoneado porque se había ido de pesca con unos amigos y no pescó nada. Un cangrejo de río lo persiguió hasta que logró esconderse detrás de una roca. Gritó. Pero al fin logró escapar. Sus amigos estaban al borde del río y sacaban truchas, tirirí, salmón, pejerrey, colibrí... Todos habían pescado algo. Rono llegó a ellos en un estado de pánico que asustó a sus amigos. Y se puteaba a sí mismo por haberse metido con el cangrejo. De chico había sido perseguido por un sapo hasta que se subió a un árbol. En fin, Rono... la pesca... los sapos... no. Optó por regresar a su casa. El perro y la negrita lo esperaban.


- Hola.


- Hola.


- Huola.


- No pesqué nada -dijo Rono deprimido.


- Nada -repitió la negrita.


- Inútil -dijo el choco con perfecta dicción.


- Callátelaputaqueteparió.


- Hay galletas con paté -dijo la negrita, que ya hablaba bien solo que le divertía aún repetir las últimas palabras como cuando era muda.


Sonó el timbre. El perro fue a atender.



Era Charlie Sheen, el actor y protagonista de "Two and a Half Men", sit-com yanqui maravillosa. Saludó al perro como si ya lo conociera, luego le guiñó un ojo a la negrita y se acercó a Rono. Parecía un poco ebrio.


- ¿Qué hacés acá? -preguntó Rono intrigado.


- No tengo la menor idea -contestó Charlie.


- Vámos -dijo Rono.


- ¿Dónde? -dijo Sheen.


- De joda. Te aparecés en el medio de la historia salido de ningún lugar y sin ninguna razón aparente, donde yo soy el protagonista principal... Vámonos de joda al menos, viejo...



Y salieron de joda.



Rono volvió a la madrugada pero completamente sobrio. La negrita le preguntó qué tal había sido la salida con Charlie Sheen. Rono miró hacia la ventana y una expresión de desaliento se dejó ver en su rostro.


- No sé -dijo-. No sé. Porque cuando estábamos llegando a un club nocturno una mujer llamó a Charlie al celular y me dejó en el medio de la calle. Me quedé ahí un rato, confundido y enfadado a la vez... y ahí apareció el gato. Salí corriendo y me vine para acá. Dáme un Rivotril.


- No. Te hago un té.


- Putamadre bueno dále, gracias.


- De nada.


El perro estaba pensando en el gato. Salió afuera a dar una vuelta. Se conectó a internet con una netbook y se puso a chatear con Barbui. Le dijo que Rono necesitaba empezar un nuevo capítulo en su vida, un nuevo episodio... ¡Tal vez otro volúmen entero!



Luego, llamó a Charlie Sheen para pedirle el teléfono de su representante.






Volúmen 3




1. HABLANDO DE ROMA


Ahora bien. Rono se encontraba en el aeropuerto de Bagdad esperando un taxi. No aparecía ninguno y ya comenzaba a fastidiarse como es su costumbre. Al minuto o dos apareció un bagdageño que tenía toda la cara tatuada con asteriscos. Raro, pensó Rono. Raro. El hombre manejaba una especie de rastrojero sin caja pero con elásticos... Rono -por curiosidad- se le acercó y le preguntó, en italiano: "túee.. conocche uno tassi pra ir a la piatzza cherca de acuí..". El individuo de los asteriscos en el rostro le indicó con exagerados ademanes que no, que yo no soy un guía ni un bombardero, que era un soldado y tenía 31 hijos y 17 mujeres, que no sabía italiano, que quién era él para preguntar así de prepo, que se fuera a la mierda...


Bueno. Rono frunció el ombligo y se dirigió de nuevo hacia el interior del aeropuerto... y ahí se sintió, ahí se sintió BUUUUUUUUUUUUUUUM...


Pero él, ya acostumbrado a este tipo de situaciones donde todo explota o se cae o se deforma, agarró su casco y su botella de cerveza caliente. Caminó hasta donde no caían escombros y se metió en un elevador de servicio del aeropuerto. Marcó el botón 8. Salió a una terraza y enseguida vio el helicóptero, corrió hacia el aparato ya en movimiento.


- Pará! Paráunpocoquemevoyconustedess... páren!!!


En el interior estaba el presidente del banco del Vaticano y un heladero de la localidad de jhássadakklianna, en Bagdad. Rono se sentó a su lado callado y observando todo, cada movimiento del aire, del cuerpo, de las hélices, del piso, de las pequeñas ventanillas que -notó con silenciosa pero histérica alarma- estaban abiertas un poco, se fijaba en los pilotos, en el viento que chiflaba afuera, en el rostro de los demás... en el zumbido de una abeja que se metió y no la pudieron sacar nunca y que al rato le picó a Rono en la ceja izquierda, laputamadre, cuándo no...


Ahora bien, los tripulantes hablaban en italiano y Rono no oía bien por el ruido, pero entendió algo, entendió algo, aunque no estaba seguro, no...


El Heladero sacó un bombón helado y se lo entregó a Rono, que desconfió enseguida, pero lo aceptó... y se le cayó en la falda.


- Laputaquemeparió...


- Non preocupare -dijo el heladero con la voz de Marlon Brando en El Padrino- Non preocupare.


- Ok. Lo que pasa que eran nuevos estos pantalones viste -rezongó Rono.


- Hay problemma pioree -el heladero miró al banquero y movió la cabeza en gesto de frustración y desasosiego- Hay un problema con este señor de Roma. El Papa ha renunciado, sé... Ha renunciado a su cargo por falta de cara, sé, sé...


- Quién, quién renunció? 


- Su Papa.


- Mi viejo?


- Nooo! el de la Roma...


- Ah -pareció entender al fin Rono- el padre de ese señor?


El heladero entrecerró los párpados.

- No! el Papa. Su Papa. Dío míooo...

- Bueno aclare hombre. Y de qué laburaba el viejo de él, eh? o es el padre del piloto el que me dice?

De pronto, un humo, un humo salió de la cabina. Era impresionante el humo. Rono sacó la cerveza y la agitó tapando el pico con el pulgar y luego roció a todo el mundo. Los pilotos enfurecidos y desconcertados lo miraron gravemente. El heladero volvió a mover la cabeza... y el presidente del banco del Vaticano dejó caer de sus empapados labios un empapado puro cubano que había encendido.


- Bueno, bueno, ehhh... -titubeó Rono- creí que algo se quemaba... y yo... bueno... esteee...



En contra de su voluntad lo consiguieron enroscar así nomás en un paracaídas y lo arrojaron de toque fuera del helicóptero. Cayó al vacío gritando: "nnnaraaanjaaaaaaaaaaaa..." 


Vaya uno a saber dónde caería ahora... y si lograría salir vivo de ésta.



2. DESPUÉS DEL BLACK OUT



Rono lentamente abre un ojo. Se siente vivo al menos. Algo pasó... cayó al vacío andá a saber dónde, luego todo es negro, un black out, no se sabe qué pasó... es un misterio, una página negra en la vida de Rono. Parece que existe un expediente de investigación sobre la causa y diferentes teorías que apresuran una pequeña luz, una luz para conocer qué sucedió durante el apagón total de Rono, quién lo salvó, etc.


Ahora está consciente y sabe, ya sabe que está en un hospital, que probablemente ya no vuelva a caminar, que se rompió entero, que lo mantienen vivo con una solución salina que le proporciona signos vitales, pero nadie es optimista y se considera que su estado es muy delicado, es muy difícil, es...


Una paloma entró por la ventana la pelotuda y giraba en el techo y se la ponía contra las paredes a veces, haciendo un quilombo, frrrflapfflappffrrrr...


- Laputaqueteparió -exclamó Rono saltando de la cama con una agilidad sorprendente. La paloma encontró la ventana de nuevo y le apuntó, atontada y en pánico, rebotó en el lado del vidrio y cayó al piso. Rono se observó y no tenía nada. Pero nada, ni un moretón. Se agachó y agarró el ave herida, la arrojó aleteando hacia afuera... y también le pifió a la abertura y la paloma volvió a chocar contra el vidrio. Rono insultó. Escuchó pasos y entró en desesperación, se quería esconder en algún sitio, un placard, un baño, un taxi...


Alguien abrió y entró a la habitación. 


Pero Rono se había quedado inmóvil y sin respirar en una extraña pose, pretendiendo pasar por un adorno exótico, una estatua humana como obra de arte que representaría la existencia y...


Se encontraba cerca de la ventana y había quedado de espaldas a la persona que había entrado, asíque... esperó un rato así, sin moverse, escuchando... Pero a los 37 minutos ya no aguantaba más. El sudor le corría frío por el cuerpo, se había orinado, le picaba una ceja y no había escuchado ningún ruido ni nada. Casi 40 minutos sin moverse, ahí como un salame asumiendo que su plan no sería descubierto, haciendo de estatua, en un hospital desconocido, no sabía quien entró, la paloma se arrastraba como podía por el piso, qué puta estaba pasando pensaba Rono. Se dio vuelta, se tiró al piso, rodó un par de veces, y trató de quedar parado de nuevo... pero al haber estado tanto quieto, las piernas se le habían acalambrado, y no lo sostuvieron. El envión lo empujó de espaldas hacia la puerta y cayó de nuca en el pasillo, un corredor angosto y de paredes asmáticas.


- ¿Dónnndemierrrdastóy? -se preguntó.



Caminando, observando todo, buscaba salir de ahí. O averiguar mejor qué hacía él ahí...


De pronto, sin ninguna razón aparente, se volvió velozmente hacia la habitación. Entró, pasó un rato, segundos, y salió con enfado y un paso apresurado. El celular. Se lo había dejado en una mesita que había junto a la cama. Puteó y apretó los puños, con bronca, con incertidumbre, con impotencia, ignorancia, una ambulancia hizo sonar la sirena en algún lado, Rono no lo podría decir con seguridad. Y la seguridad justamente era un tema conflictivo para Rono, un punto muy débil en su confianza en sí mismo. De hecho, bueno, Rono posee 162 puntos débiles en total. El piensa que eso lo hace frágil y sensible. Pero todo el mundo sabe que lo deja como un débil e incapacitado ser muy inferior, carente de todo sentido,el común y uno con jamón y morrones, y que le resta mucho puntaje a su persona, así como también a su padrino. Si es que tiene uno.


Bajó unas sospechosamente familiares escaleras y salió expulsado por una puerta vaivén. Llevaba solo unos calzoncillos y una sola media, en la izquierda. Justo le entró un mensaje de texto. Con dedos temblorosos apretó la pantalla para abrirlo. Seguro que ese mensaje contenía algo, una pista, un número, un nombre, un color, una fruta, un país, una marca, y tutifruti...


¡PROMO TRIPLICATE! decía el texto. 


Rono gritó involuntariamente y levantó el brazo para estrellar el aparato contra el piso. Pero algo lo detuvo.


La paloma. Rono la vio venirse arrastrando ya con una sola ala, dejando un delgado rastrillo de sangre por el piso. Estaba a casi 30 centímetros de su pie. Notó algo en una de sus patas. Se agachó y observó de cerca. Era un pequeño rollito de papel. Una paloma mensajera era. Rono sacó el papelito de la pata de la paloma, ya muerta, y lo desenrrolló Estaba escrito en Maramhés antiguo, un idioma que Rono ignoraba conocer. Al traducirlo al portugués, luego al alemán, después al chino, y por último al español, decía: "a las 09:54 te pasamos a buscar. Igual vos esperá hasta las diez, diez y cuarto. Y media como mucho, pero quedáte adonde estás".


- ¿Y adónde estoy es lo que digo yo? -preguntó Rono al pedazo de papel. No obtuvo respuesta, aunque la esperó convencido por varios minutos.


- A las 09:54. Ok. Me pasan a buscar... -y cayó presa del pánico- ¿Pero qué puta hora es ahora mecagoenlaputamadre?


Se fijó en el celular, que siempre dice el día y la hora en la pantalla, y no lo podía desbloquear ahora. Se cagó en todoelmundo, insultaba nombres que recordaba no sabía de donde... Cuando al rato se encendió la pantalla pudo ver los números de la hora cambiar de 09:53 a 09:54.


Y en ese mismo instante, en un universo paralelo, una rata mordisqueaba una semilla de sandía que no lograba sujetar firmemente, porque son muy resbalosas, sino, intentá levantar una del suelo con los dedos y después me contás...


3. LA ENTREVISTA


Un compañero de la primaria de Rono iba con él en la parte de atrás de una destartalada camioneta. Le sonreía. Rono movió una pierna y se topó con algo caliente. El perro estaba echado ahí.

-Salíparallá laputamadre..

El perro se movió unos centímetros, dormido, soñaba que perseguía por un bosque gigante a Lisa Simpson..

De prontp, se detuvieron, pararon bajo una construcción hecha para cruzar por encima de donde ellos estaban, o sea un puente, y el doctor Barbui emitió un sonido.. así, como entre el paladar y los labios y la lengua, un sonido imitado del canto de la nianasdádara pico de jaiva, del norte de Italia.

Bueno, la cosa es que se abrió un bloque de cemento e ingresaron. Era como la baticueva, excepto por el ancho, y tenía una sala enorme con todo tipo de instrumentos, monitores antiguos, cables gruesos, ordenadores con salvapantallas de delfines comiendo aceitunas griegas, en fin... Habían papeles en el piso. Rono levantó uno que decía: "falta un triple falta un triple". Barbui encendió muchos aparatos y unas potentes luces iluminaron a Rono, sentado en el medio de la sala...

- ¿Qué ha... ? baje la luz, baje la luuuz... -se fastidió Rono llevando el antebrazo a los ojos. Barbui rió. Las luces quedaron a medias sombras. Rono se alarmó: "quépasalaputamadre quépasa".

- Rono -habló el sereno doctor- , sabe que hoy es mi cumpleaños y poseo los derechos tutoriales legítimos sobre todas sus declaraciones públicas o privadas, asíque decidí regalarme su entrevista. Qué le parece, sí... -Barbui conectó un una cámara de video a una computadora.- . Usted solo tiene que responder. Es parte del experimento, entiende, sí.

Rono asintió, haciéndose Al Pacino, entrecerrando sus ojos y mirando al doctor, había encendido un cigarrillo, la luz en medio rostro, acariciaba en su falda una jirafa de peluche...

- Entenndo -susurró inexplicablemente- Entenndo benee io... io parlare contico... -se hacía el que hablaba en italiano ahora, pero mal pronunciado, inventado...

- Bien. Sí -se preparó por fin el doctor Barbui- Vamos a empezar... Yo tengo unas preguntas y usted las contesta, siempre, siempre Rono asegúrese de que se trata de la verdad, sí. Porque ésto, sí, esto queda para un registro de su actividad y su vida entera...

- Benee -asintió Rono.

- Deje el italiano, es ridículo...

- Ok.

- Y deme la jirafa esa, vámos, démela...

Rono entregó, triste, la jirafa de peluche al doctor. 

Ahora bien, sosteniendo una papa caliente en sus manos, Barbui empezó las preguntas:


Barbui- ¿Porqué lo están investigando los centros de inteligencia de 21 países?

Rono- Nooperolagranputaa ¿en serio? Nooaaa. No me diga queee...

B- ¿Posiblemente vaya usted a viajar?

R- ¿Adónde? ¿Adónde puta voy a ir yo, atendéme? Si cada vez me encuentro en lugares y situaciones más extrañas, por usted -Rono pasó factura-, usted que me, me... me anda llevando y... el perro éste mirá, no sé...

B- ¿Cree en Dios?

R- ¿La luna es redonda? -contestó Rono con otra pregunta haciéndose el atinado, incisivo, agudo... Barbui le recordó que no podía responder con preguntas. Rono ignoró la advertencia y siguió a lo siguiente.

B- ¿Estuvo en Malvinas?

R- Estuve, sí, durante la guerra. Estuve 15 minutos, fuimos en un helicóptero a llevar unos llaveros importados a los soldados, lo cual, no sé, parece que no les agradó mucho que digamos y nos tuvimos que rajar. Noas puteaaronnn...

B- ¿Tiene algún miedo en particular?

R- Mieedo... sí, te diría que sí, tengo miedo. Tengo miedo de que me encierren por ejemplo...

B- ¿En un hospital, un psiquiátrico?

R- No, no, en una jaula junto a un pelícano... Me aterrorizo... mirá, miráme la piel mirá... de gallina... Nooo, es que lo pienso nomás y ahhhhhyyy... -Rono se frotó los brazos con las manos.

B- ¿Le gustan Los Beatles?

R- Seee... Mick Jaaagger... me encanta, me encantan los... seee...

B- ¿Cuál es el nombre del perro que tanto lo acompaña y que parece poseer cualidades asombrosas?

R- Se llama Salídeacálareputísimamadrequeteremilparió.

B- ¿Bebe usted?

R- ¿Qué tenés? Sacálo, traé algo dále... ¿cerveza? Aunque un whisky me clavaría ahora, ya...

Barbui le aclaró que no debía beber durante la entrevista. Rono miró al techo y murmuró algo.

B- ¿Ha leído algo importante?

R- ¿Qué, qué había que leer laputamadre? ¿Había que leer algo, un coso, antes de la entrevista, algo en un archivo?... Tamádre avisen si era así, digan antes las cosas pues, manden mail o algo, no se puede...

B- ¿Le aventaja conocer todos los idiomas del mundo?

R- Qué aventaja, si jamás sé lo que sé hasta que no lo empiezo a hablar... Qué puta me aventaja a mí eso a ver...

B- ¿Sabe su documento?

R- Bueno ¿había que leer antes algo al final o no? en qué quedamos entonces... ¿un documento había que saber?

B- ¿Usted piensa que se maneja de forma correcta en su vida?

R- No sé si en subida es distinto, creo que no igual, pero no lo sabría decir exactamente porque yo no manejo, no sé andar en auto, no puedo, nooo... me cuesta salir, me cuesta sacarlo viste.

B- ¿Le ha pegado alguna vez al perro?

R- Jamás.

En eso, sonó el teléfono celular de Rono. Tenía un mensaje de texto nuevo. Lo leyó. Frunció los labios, y lo volvió a guardar en su media izquierda.



SABIDURÍA DE RONO


nunca te olvides de donde vienes, podría ser un comienzo de alzheimer


apretar un botón, no es presionar a un policía


establece bien tus principios, pero tampoco es para ordenarlos alfabéticamente


si ves un fiat uno, color blanco, con cuatro hombres adentro y estacionado frente a tu casa, esconde tus joyas


la barba no produce desconfianza, es el candado lo que hace retroceder


cuando tu intuición dicta lo contrario a tu deseo, el clima suele ponerse tenso


no pretendas levantar una semilla de sandía del suelo, pues es imposible


alégrate con tus logros... pero logra algo, un objetivo, cualquier cosa, no te pido que no sé, que vayas al espacio o algo así, pero algo, termina algo viejo...


la ensalada es lechuga, tomate y cebolla, lo demás es gilada...


si tu espíritu anda vagando por ahí, dile que aprenda un oficio al menos


no te desesperes en la mitad del camino, hazlo también al comienzo y al final inclusive


el cajero automático es mentira, hay un vago ahí dentro con la guita...


no intentes aprenderlo todo de golpe, tomáte un porrón, tranquilo, despacito las cosas llegan, llegan...


si la partida de nacimiento no dice tu nombre, es que no es la tuya...



4. LA PICADURA


Rono se encontraba cansado, agotado, descuajeringado, lobotomizado... varias cosas a la vez. Pero el perro le acercó una corona con media rodaja de limón en el pico. La bebió como una mamadera. Se enrulaba el pelo, se lo toqueteaba, sin querer en realidad...

Luego de la extraña entrevista fue aislado de la población, en las Filipinas, donde se suponía que debía dar testimonio de su excesivo uso del teléfono móvil. Andá a saber porqué puta, pero era así, pobre individuo este Rono...

Barbui planeaba algo y Rono, como de costumbre, lo desconocía, claro. Se estaba barajando la idea, junto con la ONU y la RUYTFGD, de que Rono donara sus bienes a una fundación, una organización sin fines de lucro, una organización sin fines de nada, bah... Y Rono especulaba con la dudosa maniobra de irse a las Bahamas con el perro y la negrita. El perro no quería.

- ¡Vas a ir laputamadre, vas a venir con nosotros!

- Nuo.

- Taquetereparió... ¡andá a estudiar entonces, andá!

El perro se sentó en sus patas posteriores con un manual Kapelusz y leyó la introducción del grueso libro. Lo apartó y sacó de la biblioteca el "Trópico de Cáncer" de Henry Miller.

Rono y la negrita se besaron y luego... Algo sucedió.

Una araña. Chiquita, de esas medio transparentes que uno no sabe si son jodidas o inofensivas. Rono decidió que era jodida y se escondió en la cocina, gritando: ¡matála, matá esa arañaaaporrfavorrr!

La negrita tomó el rollo de cocina y la atrapó, viva, y se la mostró a Rono.

- Cagón de mierda -le dijo.

- Andáte a la putaqueteparió -respondió Rono-. Sacála de acá.

La negrita se la mostró al perro, que la observó y movió la cola brevemente, aprobando el hecho. Luego se la manoteó y se la comió. Eructó y siguió leyendo.

Rono sostenía una escoba en una mano, en la otra un martillo, y tenía una máscara de soldar con la visera cerrada en la cabeza... además había consumido un poco de Raid, accidentalmente parece, y tosía y escupía...

Como las arañas siempre andan de a dos, la otra asomó por detrás de la máquina de hacer albóndigas. Rono insultó, trepó a la mesada, se metió en la alacena, gritaba, hablaba en idiomas extraños, estaba muy loco y muy cagado.

- Voy a hacer compras -le avisó su esposa.

- Comprá un matafuegos -pidió Rono, olvidándose de todo- Vi una llama en el calefón...

- Es el piluoto -le señaló el choco, sin levantar la vista de su lectura.

- ¿Qué piloto? ¿hay carreras?

- Idiota -murmuró el animal. La negrita salía con una bolsa. La segunda araña se metió en la habitación, Rono la vio.

- ¡Nooooooo laputamadreeeee!

- Caguón -soltó el perro. Rono le aplicó un puntapié.

Luego de 37 minutos, Rono encontró el pequeño arácnido y lo aplastó con una dentadura postiza que tenían de adorno, de muy mal gusto, y se obligó a tocarla. No pudo, no pudo.

LLamó al doctor Barbui.

- Quiero un traje, un traje de astronauta, completo, con casco y todo...

Barbui se negó y le colgó.

- Putamadre -se fastidió Rono.

Mientras tanto, la araña recobró el conocimiento, no estaba muerta del todo, y se encaminó hacia un zapato. Se metió en él. Rono nunca lo notó esto. Buscó otra cerveza. No quedaba limón. LLamó al celular de la negrita y sonó en el comedor.

- Peeeroseráposible...

El perro se fue a pegarse una ducha. Rono se recostó en el amplio sillón en posición fetal, un pulgar en la boca, y temblando como una hoja... Pronto se quedó profundamente dormido, soñando con un barman que le ofrecía bebidas y al cual le faltaban los dientes, Rono le preguntaba cosas al desdentado barman. Lo primero que le preguntó fue cómo comía.

- ¿Cómo como como? -respondía el barman.


Despertó ya de tarde, transpirando, se vistió, se puso sus zapatos y ahí, ahí sintió el pinchazo...



5. RONO TRASANDINO (I)


Rono estaba tranquilo, en paz, en armonía, en onda... y en Santiago de Chile, donde junto a cuatro de sus amigos se proponía asistir al recital de Bruce Springsteen, en un marco histórico para el pueblo chileno en especial. Y para los Carabineros, también.

Ahora bien, Rono bostezó y se estiró en la silla. Se encontraba en una especie de bar-launghe-resstto-putto, uno de esos lugares.

- Che, salgan. Salgan ya dále así nos vamos a beber antes del concierto no rompanlasbolasdále..

Aparentemente Rono hablaba solo, no había nadie sentado con él.

Se fastidió.

- ¡Negroo! -gritó, haciendo cuevita con las manos en la boca.

Un hombre, adulto, de contextura física atemorizante, se acercó a Rono. Era, por supuesto, de raza negra.

- ¿Qué has dicho? -preguntó el moreno, pero tranquilo, con buena onda como son ellos-.

Rono soltó un pequeño chorro de orín que formó una vistosa mancha en sus pantalones de bambula cuando lo vio. Era enorme:

- No no no, no..., pará, naaddaqueverr.. mi.. amigo, escribano, escribanooo.. Gantúz, le decimos negro, no es quee..

- Entonces has dicho negro...

- Bueeeno vostamb... negro, negro..., si es como, como decir, no sé, eh... aviónn...neta, avioneta. Es lo mismo...

- No es lo mismo. No me he enfadado -aclaró el africano- sólo le estoy señalando que a veces en público ciertas palabras hieren, o pueden resultar hirientes en todo caso, según las circunstancias, por supuesto, o el ámbito en que son pronunciadas así, y..

Rono se miró la muñeca...

-... los sentimientos -continuó el muy amabla y educado negro-, los sentimientos de personas que, debido a su color, o a su tono, digamos, de su piel, o su rostro... 

Rono se tapó las orejas, ya no le calentó el negro, ni el negro Gantúz, ni dónde estaban los otros dos... quería que el tipo parara de hablar pordios porque era impresionante ya...

Una mesera le hizo una seña a Rono. ël se acercó haciendo un montoncito con los dedos.

- ¿Usted venía con otros tres caballeros en un auto blanco? -le preguntó amable la chilena.

- ¿Adónde mierda están, dejenmé de romper las bolas, eh? y al perro que lo traigan a la carpa en la entrada. -contestó Rono, olvidándose ya de cualquier tipo de cortesía, educación... lamentable.

La chica observó al irritado Rono y no le dio demasiada importancia a su ofensivo comportamiento. Luego lo miró y le dijo:

- Salieron hace como una hora, ppó...



5. RONO TRASANDINO (II)


- ¡Yo-Yo Ma! 

... gritó Rono, espantando el sueño de todos los demás también. Una línea de transparente saliva le corría desde el costado de su boca hasta la pierna de su buen amigo Nanchu, quien dormía en el asiento de acompañante en el auto de su otro buen amigo, Renzi

- Qué pasaa... -preguntó ya despierto su (otro) buen amigo, el escribano Gantúz. Viajaban de vuelta por la ruta y entraron en la Aduana Internacional que divide Argentina con Chile, y Arequehuaptá con Calzados Bahamonde.

- Nada, soñé, soñé que nos detenían en la Aduana por la computadora -confesó Rono a sus amigos, revelando así su temor por ser capturado por autoridades otra vez en su vida y también que había comprado una computadora en Chile y la había escondido en el auto sin decirle nada a sus amigos. Se arrepentiría luego. Todos ellos en realidad. 

Ahora bien, al llegar a la Aduana Intercontinental, Rono comenzó a mostrar síntomas de nerviosismo. Encendió un cigarrillo. Se le apagó con el fuerte viento de la alta montaña. Se quedó sin fósforos. Le pidió a uno de los oficiales del gobierno si le podía dar fuego. El hombre observó indicó un lugar donde había un cartel. Rono asintió, canchero, entendiendo que el oficial no le podÍa dar fuego ahí, entonces se dirigió hasta el lugar, con el cigarrillo colgándole de la comisura de los labios, se hacía el Marlon Brando, entrecerraba un ojo como si esquivase el humo -el cigarrillo estaba apagado por supuesto- y cuando llegó al sitio señalado por el aduanero... no había fuego. Buscó detrás de una maceta que contenía un cactus, se pinchó la yema de tres dedos y sangraba y puteaba.

- ¿Dóndeputahayfuegoacá? tamádrreee... -se agachó para ver debajo de la maceta cuando sintió que su amigo Renzi lo llamaba, se dio la vuelta y lo saludó. Y por un breve instante, tal vez una mera alucinación menor culpa de la altura, le pareció ver a su amigo Dadivan saliendo de las oficinas de peaje junto a una mujer, y junto a la fuente de mármol que coronaba el gran monumento a la próstata de J. R. V. Roosevelt. Pero no, no podía ser. Iba con capucha además.

La cosa es que llegó el turno de revisar el vehículo de su amigo y Rono aumentó los nervios y se puso a hablar pelotudeces con cualquiera.

Vio una máquina expendedora de golosinas y le preguntó a una mujer si habían bon-o-bon.

- ¿Qué? - la mujer lo miró con cautela relojeando hacia donde se encontraba su marido, por las dudas. Rono se disculpó y se fue. Estaban revisando los bolsos. Entró en pánico.

- Calmáte, calmáte -lo tranquilizó un poco Nanchu- revisan así nomás y aparte no traemos nada, tranquilo...

- Pero...

Rono anticipó lo que sucedería a continuación y decidió actuar rápido. A los 43 minutos mas o menos resolvió lo que debía hacer.

- ¡fuegoooo! -gritó de repente, y movía los brazos, como si fuera él el que se estaba incendiando.

El escribano Gantúz lo agarró de las manos y le repitió que se tranquilizara.

- ¡No traemos nada no tremos nada! -gritaba Rono tratando de zafar de sus amigos mientras lo sostenían.

- Quédese tranquilo, es así, es un amigo y a veces sufre de pánicos y cosas así -le comentó Renzi al oficial que les revisaba las cosas, quitándole importancia al asunto. Sin mucho éxito porque a esa altura ya toda la Aduana estaba al tanto del chiflado que hacía tanto escándalo. Amenazaron a Rono con llevarlo a las autoridades si no recobraba la compostura. Rono accedió. Sonó un celular.

- No es mío no es mío -aclaró rápido Rono mostrando las palmas de las manos.

- Es el mío -le dijo Nanchu mirándolo fijo- calláte por favor.

De repente, sin ninguna razón en particular, Rono caminó hasta el puesto de vigilancia interna, entró y salió con algo en la mano, como una corneta o algo. Se lo llevó a los labios y comenzó a hablar , primero se escuchó una baja puteada...

- Uno, dosss, uno, dosss, tresss, probando -aplicó un sordo golpe al artefacto como para comprobar que estaba encendido. Era un altavoz común y corriente. 

Y se sintió por fin la voz amplificada de Rono en todo el edificio.

- Quiero decirles, quiero decirles... a todos...

Un pequeño acople se infiltró y se desvaneció

- ...quiero decir que...

Sus amigos se agarraban el rostro con las dos manos. Gantúz ya se encontraba dándole explicaciones a un gendarme que quería detener a Rono. La cosa se puso algo seria.

- ... quiero expresarme, mis sentimientos, que nos tienen acá comooo... como... ovejas, sí ¡como vacas y ovejas! o las dos cosas, y no puede... no puede ser, no, yo he venido con amigos y nos quieren revisar todo, y yo les pregunto, yo me pregunto y te pregunto, ¿es justo? ¿eh? ¿es legal? ¿está contemplado por el Papa o la... UNICEF acaso?

Una mujer oficial de aduana persuadió a Rono de que bajara del techo de una camioneta en donde se encontraba hablándole a las masas, cual predicador.


Finalmente les hicieron firmar varios papeles y estaban por cerrar el baúl del vehículo cuando un haz de luz de la linterna del que revisaba se posó en una bolsa de arpillera con una nota escrita con lápiz labial que decía "Nada. No hay nada" El hombre recorrió la mirada de verdadera sorpresa que tenían todos, menos Rono. Rono se hacía el que arreglaba algo del retrovisor del auto, que no estaba roto en absoluto. También silbaba, tosía y hacía gárgaras...

- ¿Qué es eso, qué traen ahí? preguntó el oficial

- Nada, no lo sé... -contestó calmado y seguro de sí mismo Renzi.

- No sé -dijo Nanchu.

El escribano Gantúz movió un bolso y sacó la bolsa de arpillera. Rono transpiraba, empapado como si recién saliera del agua.

Abrieron la bolsa y asomó un artículo plano y rectangular. Una Laptop sin dudas. Todos miraron a Rono de muy mal humor. El hombre la mostró en alto, mirando también a Rono.

-¿Y esta computadora?

Rono, fingiendo asombro fijó la mirada el aparato y respondió inmediatamente.

- ¿Y esa computadooraaaa...?



6. RONO METE CUERNO Y ES UN IDIOTA


A su regreso, Rono apreciaba las cosas con otra magnitud, con otra perspectiva, con otra mirada... y con otra mujer. A pesar de seguir casado con la negrita, Rono siempre necesitaba otros cuerpos, una aventura, un yogurt con cereales...

Asíque conoció una chica de la cual se enamoró y llevaba un romance secreto con ella. Martaza era su secretaria -aunque aún no se sabe con certeza el trabajo al que habían asignado al pobre infeliz-, y como su secretaria era bonita. Poseía ojos... a... ambos lados, orejas, nariz, boca, todo. Y a Rono le encantaba pero se sentía mal por serle infiel a la negrita, su esposa ex-muda.

El perro entró por la ventana y encendió el televisor y puso el programa de chimentos de Jorge Real.

Rono desenchufó la tostadora, convencido de que era el televisor. Después desenchufó el microhondas, la heladera y un secador de pelo.

Frunció el ceño, disgustado.

De pronto el perro fue y meó en la cartera de martaza, lo que enfureció más a Rono.

- ¡Laputaqueteparióandáteafuera!

- Vivimos en un séptimo piso! -replicó el perro.


Martaza era atractiva, linda de rostro y cuerpo. Le faltaba el dedo meñique de su mano izquierda. Una cuestión de negocios solía decir cuando alguien notaba que le faltaba un dedo y le preguntaba qué mierda le había pasado.

Es más, una vez, en la cola de un supermercado una señora se le puso tan densa con el tema que Martaza le terminó diciendo que lo había donado a un animal de granja.

Era una mina inteligente y despierta. Su libro favorito era uno de Borges que ahora justamente no me acuerdo cómo carajo se llama. Bebía sus tragos de la bombilla mientras Rono masticaba los hielos de los suyos.

Peligro -pensó Rono-y si me enamora y me corta el pelo y me hago más débil y toda esa historia... no. Mejor le digo que me voy a San Diego, California, donde vive mi primo Yeyo.



7. RONO Y SU PRIMO HERMANO 


Rono se encontraba sentado en la parada de colectivos esperando a su primo hermano Marchello. Llevaba una botella de coca cola vacía, retornable, ya que su primo le había avisado que iba con dos lomitos para cenar. Eran las 22:39 de un martes nada lluvioso.

Finalmente llegó el colectivo que traía a su primo y éste descendió de él alegre y despreocupado como siempre. Rono amaba mucho a su hermano -no le gustaba llamarle primo-y se alegró inmediátamente de verlo. Fueron caminando hasta la plaza para tener una cena al aire libre y no estar encerrados en el departamento tanto. Pero primero fueron a comprar la gaseosa. Entraron en el kiosco frente a la plaza. Rono cargaba el envase. Su primo hermano le preguntó al que los atendía cuánto salía la coca cola retornable. Rono alargó el envase al mostrador.

- No tengo. -dijo el muchacho- Tengo las no retornables...

- Tamádre... -musitó Rono.

- Bueno dáme una de litro -pidió Marchello.

El tipo les indicó que la sacaran de la heladera, pagaron y salieron hacia la plaza nuevamente para sentarse y comer tranquilos.


Pasaron unos 14 minutos cuando vieron que dos perros se les acercaban con la cabeza al acecho y mirada turbulenta.


- ¡Uy no laputamadre nos van a atacar estos perros! -se alarmó Rono.

- Tranquilo -le dijo Marchello.- No nos van a hacer nada...


En ése momento uno de los animales saltó y apolló sus patas delanteras en la espalda de Rono, que estaba sentado en un banco de la plaza.

- ¡Aylapuuuta sacameló sacameló! - gritaba Rono.

El can, rápido como una cobra le arrebató el lomo que estaba en el regazo de Rono y lo devoró en 12 segundos. El otro observaba el lomo de su primo.

- Mirá -dijo tranquilamente Marchello- agarrá la coca y salgamos caminando despacio. No nos van a seguir. Demos una vuelta a la manzana y volvemos...

- Ok -aceptó Rono aún poco convencido.


Salieron caminando. Anduvieron varias cuadras. Caminaron como 20 minutos y los perros seguían atrás.

Rono divisó una luz azul que titilaba a media cuadra de distancia.

- ¡La cana! ¡Digamoslé a los canas que se los lleven laputaqulosparió!

- No seas tan salame -reprobó Marchello- ¿Cómo le vamos a pedir a la policía que nos saque un par de perros de encima, boludo?

Rono asintió. Iban caminando por la avenida 9 de julio.

- ¡Es que ya estamos llegando a la calle 8 de julio y medio! - exclamó Rono sin ninguna razón aparente.

Marchello sonrió.


Finalmente dieron un giro y se escondieron detrás de un escaparate. Así, no sabían bien cómo, habían logrado distraer a los perros y pudieron volver.


Cuando llegaron al edificio Rono se dio cuenta de una gravísima cosa:

- No tengo las llaves.

Su primo se tomaba la cabeza con ambas manos y lo puteaba. Rono puteaba a los perros, los lomos, la coca, la policía, la calle, las llaves...

- ¿Qué hacemos, cómo entramos ahora? -preguntó Marchello.

Rono penso un breve instante.

A los 35 minutos se le ocurrió una solución: tocar el portero del encargado del edificio y pedirle que les abriera. Lo hicieron. El encargado les atendió de humor un poco... bueno, digamos que sombrío e irritado a la vez. Rono estaba seguro de que había dejado sin cerrar la puerta al departamento, pero debían ingresar al edificio.

El encargado bajó y pudieron entrar y subir. Rono tiritaba de angustia y miedo. Marchello lucía tranquilo, pero enfadado con Rono.


Ya dentro del departamento, se sentaron en la mesa. Luego Rono se paró y caminó hasta la puerta y ahí las vio.


Las llaves estaban puestas del lado de adentro.



8. RONO WASAP


Rono se encuentra con el escribano Gantz en la calle y le cuenta que estubo mucho tiempo enfermo, que no tenía dónde ir, que no tenía dónde quedarse, que no tenía dónde estar, que no tenía ni idea de lo que estaba hablando...

El escribano lo escuchó pacientemente, y luego se alejó, apurado.

- Nos vemos -se despidió Gantz- mandáme un wasap.

- ¿Cómo? -gritó Rono- ¿Un qué?

- Bajate la app en tu celular -terminó el escribano desde ya varios metros de distancia de Rono.


Ahora, Rono se quedó un instante parado mirando... un gorrión que picoteaba el asfalto. No le dio importancia. Pensó rápido...

A los 24 minutos dejó el pensamiento y metió su mano en el bolsillo. Sacó un billete de 100 pesos, otro de 4, uruguayo, una moneda canadiense, un boleto capicúa de 1981, línea 2, Centro-Rodeo de la Cruz, alimento para pájaros... ¡ahí recordó el gorrión!, fue a ver si estaba todavía. Estaba. Le arrojó un poco de alimento. El gorrión observó a Rono ladeando la cabeza nerviosamente a lo pájaro.

- Wasap -pió el ave.

Rono quedó de una pieza.

- Wasap -repitió Rono.

- Pí. Choto. Pí -dijo el gorrón y se alejó ffrrrrrrrrrr...


Rono quedó con lo del wasap, ¿qué mierda es eso laputamadrechenosénadahoy?

Volvió a su casa. No la encontró. Volvió de nuevo. Ni rastro. Se alejó caminando por la vereda en la tarde anaranjada de un lunes en el centro.

Una señora le pidió el asiento.

- ¿Qué asiento? ¡voy por la calle!

- Disculpe -dijo la señora.

- No importa. Wasap -respondió Rono comprensivo.


Su celular emitió un sonido acuático. Rono pensó que estaba transpirando el aparato. Lo observó y vio... 6.861 mensajes de un ícono que parecía ser un redondel con un tubo de teléfono dentro...

Colapsó. Apagó el celular y continuó buscando aves para alimentar hasta que alguien le recordara dónde puta vivía.



9. RONO EN MADRID



Rono se encontraba mirándose a sí mismo en un pequeño espejo en un pequeño baño en un inmenso avión. Se miraba y se tocaba la cara, pasaba los dedos por su larga barba y por su largo y lacio pelo negro aceite de motor. Pero dónde iba Rono en un avión. Hacia dónde se dirigía es un misterio.


No, mentira. Rono -junto al doctor Barbui y un colaborador muy excéntrico llamado Finstendensen- se dirigía vía aérea hacia Madrid, España.


Raro pero cierto.



- ¿Porqué vamos a España doctor. Yo nunca estuve ahí? -preguntó inofensivo Rono.


Barbui lo miró un momento y luego dijo:


- ¿Se ha puesto una peluca y una falsa barba. Sí. Porqué ha hecho eso. Sí...? -interrogó Barbui.


- Bueno... -comenzó Rono a poner los ojos en blanco- Si a uno no le dejan elegir su propio look, viste, no sé... andátealaputaqueteparió.


- No insulte, por favor. Trate de comportarse. Vamos a ver a una persona importante que lo quiere conocer porque ha ganado un premio -explicó el doctor, frotándose las sienes.


- ¿He ganado un premio? No me jodas ¡No te lo puedo creer! -se emocionó Rono llevándose la mano izquierda al corazón y poniendo cara de conejo herido- ¡he ganado un premio! ¡Al fin, tanto sacrificio y dolor!


- Cállese. Usted no ha ganado nada. Es la persona que vamos a ver. Se trata de un gran creativo y publicista argentino, de Mendoza, que desde hace años vive en Europa y ya ha sido premiado varias veces por sus trabajos. Además – continuó Barbui- es un tipo estupendo. Sí...


Rono quedó un tanto desalentado, pero a la vez aliviado. No hubiese sabido jamás qué hacer si recibía un premio por algo de lo que no tenía la mejor idea que hubiese ocurrido gracias a él.


- ¿Y quién es éste gran creativista, eh? ¿Quién es...? ¿Quién es éste gran... grande... creativador que ha ganado premios...? Eh? -preguntó Rono fingiendo interés pero no pudiendo ocultar del todo sus celos de que hubiera alguien más interesante que él mismo... y que encima de todo lo quería conocer.


- ¿Y porqué me quiere conocer, a ver? ¿Porqué me tengo que dejar premiar por un desconocido? ¿qué, ha creado una publicidad sobre mí acaso? -pensó desviando la mirada- Porque eso estaría bueno le digo... -fantaseó Rono ya, de tanto estar a mucha altura y de tanto aluminio que había ingerido con té de piedra de manzana.


Barbui desabrochó su cinturón de seguridad.


- Haga lo mismo. Hemos llegado.


- Que haga lo mismo. Mire, yo no sé nada de publicismo ni de creatitud, pero...


- Desabróchese el cinturón ¡Vamos! -se exasperó Barbui.



Bajaron del avión y notaron que la prensa estaba esperando a Rono en el aeropuerto. Rono se puso nervioso, no sabría qué decir, qué explicar, su estadía en Madrid, su casamiento fracasado, la localidad donde estaba su perro, porqué le faltaba un canino, en fin... se atemorizó de enfrentar a los periodistas.


La prensa ignoró a Rono, y esperaron que bajara del avión el cantante de Funkkilottagonna, la banda del momento en Madrid.


Rono frunció el ceño y siguió a Barbui y Finstendensen, que había dormido todo el viaje, murmurando cosas extrañas, hacia un coche color corona de pato, como se dice en España, en el cual se encontraba el asistente personal del publicista famoso.


- Doctor Barbui.-saludó Daniel


- Daniel, cómo estás -devolvió el saludo Barbui-. Bueno, éste es Finstendensen, mi colaborador galés, y éste es... bueno, querido Daniel, éste es Rono.


Daniel observó a Rono como un abuelo observa su nieto cuando empieza a caminar. Rono se puso algo tenso.


- ¿Daniel cuánto sos vos?


- ¿Perdón?


- ¿Vos sos el publicano? ¿Eh? ¿Porqué me querés conocer, eh, porque te dieron la medalla?


- El premio -interrumpió Barbui en un gesto de disculpa a favor de Rono.


- No. no. Ja ja ja -rió despreocupadamente Daniel- Yo soy el asistente persona del señor Chacho Pueb. Él es quien lo quiere conocer. Es para hacerle una entrevista personal porque le ha inspirado usted una gran idea al señor Pueb. Y no sabe lo meticuloso que se pone cuando esto pasa. Supo de usted por lo de Vietnam.


- ¿Vietnam? -se sorprendió Rono- Yo nunca estuve en Vietnam...


- Por eso -asintió Daniel-.Suban al coche por favor. Los llevaré a la agencia Del señor Chacho y luego iremos a almorzar a Londres.


- Ah, Londres -suspiró Rono.


- Métase en el auto por favor, sí, metalé -apuró Barbui.



El viaje hacia la agencia fue de unos quince minutos. Rono, Barbui y Finstendensen alucinaron con la ciudad. Sobre todo la parte más antigua. La arquitectura y los espacios.


- ¡Mire eso! -exclamó Rono de repente- ¡Un toro! Debe haber una corrida o algo...


Daniel rió. Barbui ignoró el comentario y Finstendensen peleaba con una mosca que se había metido al coche.


- No hay corridas de toros ahora acá -explicó Daniel, divertido- Y eso que usted vio era un caballo.


- Bueeeeno -se fastidió Rono- un cabaaaallo...


Finstendensen dijo de repente:


- ¡Ahí es!


- Exactamente -asintió Daniel- Ahí es la agencia del señor Pueb. Estacionaré y los llevaré al piso donde los esperan.


- Vale, tío -trató Rono de emular el acento español- Que nos tenemos que ir donde nos esperan, vale... ese hijoputa nos quiere entrevistar, tío, vale...


- Cállese -le pidio, serio ya, Barbui.



Entraron en un edificio remodelado y moderno. Subieron al ascensor y se detuvieron en el décimo cuarto piso. Bajaron y entraron a un pequeño salón de espera donde habían cómodos sillones y varias personas trabajando. Algunas sentadas frente a ordenadores de avanzada, otras simplemente en un escritorio con un teléfono celular en sus manos. Rono se desplomó en el primer sillón que vio.


- Ya vuelvo -dijo Daniel, y desapareció por una puerta de vidrio atomizado.



En eso entró un hombre joven, de aspecto normal, vestido informal y con una cuidada barba de tres o cuatro días. Se acercó a la máquina de café.


- Mirá este gil -comentó Rono- No sabe cómo sacar un café de la máquina.


El hombre aún miraba la máquina y toqueteaba botones, como si fuese la primera vez que se encontraba con una.


Rono habló fuerte, inclinando la cabeza hacia atrás y mirando el techo en un gesto deliberadamente sobrador.


- Tenés que meter una monedaaa, papá... -dijo Rono.


- Una ficha -corrigió Finstendensen- Hay que meter una ficha por la ranura.


- ¿Ah sí? ¿Qué te creés que es, una tragamonedas, que ésto es un casino encubierto para limpiar plata?


- Tragaperras -dijo Finstendensen.


- “Tragaperras” -le hizo burla Rono.


En ese momento una chica de no más de veinte años, muy atractiva y seductora, se acercó a la máquina. Apretó cierto botón y puso un vaso debajo del surtidor de café. El vaso comenzó lentamente a llenarse. El hombre agradeció a la chica y le preguntó su nombre.


- Julieta, señor.


- Ok, gracias Julieta.


Rono miraba a Julieta y le tiritaba el párpado izquierdo sin poder evitarlo.


El hombre se acercó a ellos y saludó.


- Buen día.


- Buen día, señor -respondieron al unísono Barbui y Finstendensen.


- Blueblíaaa -dijo Rono inexplicablemente.


El hombre les sonrió.


- Mi nombre es Horacio Pueb. Chacho me dicen, jeje.


Rono se quedó de una pieza.


- ¿Usted es Chacho? -preguntó Rono emocionado y levantándose del sillón extendiéndole la mano- ¿Chacho Pueb, que me quiere conocer porque gané un premio? y... mire, señor Pueb... yooo... yo amo, yo amo lo publicado. Y los que publican, uh, ni le cuento... todo eso de la... creativisión y esas cosas... big fan, big big fan... -balbuceó Rono, poniéndose a sí mismo en ridículo como de costumbre.


- Ja ja ja -rió Pueb- sabía que usted sería como lo imaginaba, Rono. Por favor -dijo a continuación-, doctor, todos, vengan a mi oficina. Tengo algo que mostrarles ante todo. Síganme, es por ahí.



Pueb se adelantó y saludó a cada uno de los empleados que vio con firme gesto, pero alentador ánimo.


Llegaron a una puerta.


- Pasen -dijo-.


Y pasaron.



La oficina del publicista era bastante amplia. A Chacho Pueb le gustaban los espacios, y tenía uno para cada cosa. Sillones colocados de tal manera que resultaban cómodos y relajantes en las reuniones de tormenta de ideas que realizaba a menudo con sus colaboradores más inventivos y abiertos a las múltiples posibilidades que existen para generar algo nuevo, fresco. Más a la izquierda habían plantas y una biblioteca. Una pantalla en barras color adornaba la atmósfera. Rono fingió ser creativo y espontáneo.



- Sabés quéeechachoo... -se inclinó sobre el curvado escritorio de Pueb-, sabés qué, yo le daría un toque máss... no sé, cómo explicarme...más, hum...artónica entendés...



- No -contestó Horacio mirando a Rono tratando de saber si lo estaba jodiendo o no.



- Bueno, por lo menos sacaría aquél cuadro.



- Eso es una ventana.



- Ah. Ok.



- Rono vamos al grano de porqué estás acá -Chacho le alcanzó un libro y Rono lo agarró al revés.- Quiero que firmemos un contrato. Derechos de autor y publicación entre vos y yo ¿Te puedo tutear?



- ¿Porqué me queres putear? ¿quémierdahiceahora, ah? -se atajó Rono.



El creativo soltó una carcajada.



- No, Rono, tranquilo. Tutear. Que nos tratemos de vos y no de usted.



- Después de usted -le dijo Rono.





Ahora bien, mientras Horacio Pueb y Rono se ponían de acuerdo, Barbui tomó el libro y leyó en la portada de color azul con letras blancas: “Las Aventuras de Rino”. Le gustó el título y le gustó el ligero cambio de nombre. Rino -pensó Barbui- sonaba mejor que Rono. Sonaba más como un sobrenombre. Como "Ringo".





El libro era una idea que se le había ocurrido un día a Chacho Pueb mientras leía en el diario que Rono, un habitante de Mendoza, Argentina, le decía a todo el mundo que había viajado en el tiempo entre otras cosas extrañas. Horacio contactó a Barbui y le propuso la idea de publicar un libro basado en esas cosas, que le habían estado ocurriendo a Rono a lo largo de su vida. Suponía no solo que tendría éxito, sino que tendría éxito solo en Italia, donde se encontraba la marca que financiaba el proyecto, y por lo cual la agencia, a traves de la publicidad, atraía como cliente.

No entendimos mucho esta parte pero... continuemos.





- Vamos a ir fifty-fifty -le explicó Pueb a Rono con la mayor naturalidad y empatía del mundo.



- ¿Porqué? -se calentó Rono- ¿Porqué tengo que aceptar menos de la mitad, ah?



Horacio sonrió.



- No, Rono, vos y yo vamos iguales ¿entendes? El libro está en italiano y ahí vamos a meter la marca como nuestro cliente.



- Eee... perquée...-dijo Rono, sin poder evitar que las palabras salieran de su boca antes de saber qué decía.



- Vamos, Rono. Animáte. Eso sí, vas a tener que ir a las ferias del libro y otros lugares para su presentación y hacer entrevistas y a firmar -le advirtió Pueb A Rono.



- ¿Qué firmar? No no no. Yo no firmo nada. No no no. Ya me engancharon una vez. Presté la firma, nunca me la devolvieron, me tuve que inventar otra...



10. RONO EN LA CLINICA I


Rono despertó de un profundo sueño. Sus párpados se abrían, pero los sentía demasiado pesados como si fueran caracoles. Rono intentó pestañear pero sus párpados seguían como pegados. Esto ya lo asustó, desde luego. Pero cuando finalmente pudo abrir sus ojos su miedo fue mayor. Primero, no sabía donde se encontraba, segundo, notó que estaba en una cama flotante de hilos de bambú. Y tercero, habían alrededor de media docena de personas vestidas con guardapolvos observándolo.

- ¿Quéputapasacá? -preguntó Rono incorporándose en la cama- ¿Y quiénes son ustedes? ¿Dóndemierdastoy?

Las personas en la habitación murmuraron algo entre ellas. Algo que Rono no pudo identificar. Tampoco pudo identificar si era de noche o de día. O qué significaba la palabra “únfusis”, la cual se le cruzó por la cabeza. En fin, y como de costumbre, Rono comenzó a sufrir pánico. Su sistema nervioso se encrispó como el lomo de la marmota húngara cuando presiente algún peligro en las selvas del Nafestá, Uruguay...

- Señor Rono -habló un hombre de los que estaban ahí-, soy el Licenciado Musseta, soy el dueño de ésta clínica y éstos son mis colaboradores: el Dr. Tolleto, médico psiquiatra. La licenciada Pauletti, psicóloga. El Dr. Mar...

- Pará pará pará un poco -interrumpió Rono- Pará un poco, viejo, ¿qué clínica...? No me digas que estoy en una clínica... ¿de qué es la clínica quiero saber eh? ¿qué me pasó qué me pasó...?

Musseta torció la boca en una mueca de impaciencia.

- Mire, está usted internado en una clínica psiquiátrica, Rono. Lo han traído porque sufrió un colapso nervioso.

- ¿En seriooo? Aylaputa, no, porqué, un colapso nervioso... Eso es... Es por haber estado comiendo demasiado picante, ya sabía yo...

- Tranquilícese. Acá nos vamos a ocupar muy bien de usted. Solo tendrá que quedarse un tiempo para que podamos evaluar se recuperación. Va a tener que tomar medicamentos.

- ¿Es un tumor? ¿Cáncer? ¿Géminis? ¿Es Lupus? ¡Es un tumor! -exclamó Rono exageradamente- ¡Yo sabía yo sabía! ¿Un colapso? ¿Qué mierda es eso? Me voy a morir, nocierto... ¿Dónde está Barbui? Quisiera hablar con él primero antes que na...

- El Dr. Barbui fue quien lo trajo, Rono -dijo la licenciada- Y lamento que lo hayamos tenido que sedar un poco pero... fue porque creíamos que podía ser peligroso... Nosotros...

- ¡Peligroso yo!

- Sí. Mire. Estuvo toda la conversación de ingreso jugando con un cubo mágico. Luego dijo varios insultos, y después arrojó el cubo por la ventana y rompió el faro delantero izquierdo de un auto estacionado. Luego pidió una botella de Jack Daniel's...

- Y hielo -recordó Rono.

- Bueno, acá no se puede beber alcohol ni nada, asíque vámos, levántese que ya es hora de tomar la mediatarde -dijo una de las enfermeras poniéndose rápidamente en movimiento. Rono la fulminó con la mirada... y luego se acordó y dijo algo:

- Osea queee... -pasó la vista por sus interlocutores- estoy en un loquero, a ver si lo entiendo bien... ¿Y todo porque tiré un cubo mágico? Fascinante...

- Comprendemos que fue debido a la frustración -aclaró Musseta- Y esto es una institución mental, no un loquero.

- ¡Qué frustración laputaquetereparió, si le faltaba un cubito de los verdes al cubo mágico de mierda ese! ¿qué querían que hiciera, eh?


Ahora bien, Rono tomaba la mediatarde en un gran salón comedor y miraba a su alrededor. Habían unas 15 personas por ahí. Rono se fastidió. “Me han internado en una clínica psiquiátrica por una equivocación. Lagranmilputa”, pensaba Rono.

En eso, se le acercó un hombre, ya mayor de edad, fumando cinco cigarrillos a la vez. Rono lo observó y luego bebió un largo sorbo de café descafeinado haciéndose el distraido.

- No se puede fumar acá -dijo el hombre.

Rono contempló un rato el interior de su taza de café. El hombre se alejó. Rono sintió una punzada de algo. Luego se levantó de la silla y se dirigió a la enfermería.


- Quiero hacer una llamada -pidió a una de las enfermeras.

- No se puede.

- ¿Porqué?

- Porque no. No insista.

- Quiero insistir...

- No se puede.

- ¿Y qué hago entonces dígame?

- No lo sé. Vaya al patio y vea donde está el grupo. Vaya, únase con el grupo...

- ¿Qué grupo? ¿Hay un grupo? ¿Van a tocar acá, en la clínica? ¿Quiénes son, qué grupo es? ¿Es de rock? No me diga que son los Rolling Stones...

- Ridículo -dijo la enfermera y siguió con lo suyo.

- Gordademierda -musitó Rono. Y se fue afuera.


Pero no eran ni los Rolling Stones ni ningún otro un grupo de música al que se refería la enfermera, sino más bien el grupo de gente que estaba internada en la clínica, los pacientes, los que formaban un grupo, cada uno con sus padecimientos. Rono se acercó a una mesa donde varios compartían mate. Se presentó amigable y despreocupado. Lo recibieron con saludos... y con pedidos. Inmediatamente le preguntaron si no tenía yerba, azúcar, cigarrillos, fuego, pulseras de lana, collares de caracoles, alcauciles y un termo con agua caliente... Rono contempló los rostros de aquellas personas, pudo casi visualizar sus problemas, problemas psiquiátricos, pudo sacar una copia mental de aquellos individuos y entenderlos, sintió mucha compasión, mucha emoción, mucha empatía, cariño... y sintió también como un pájaro carpintero le picoteaba los tobillos sin parar.

- ¡Aylaputamadre!

Los demás observaban. También en eso, una paloma del tamaño de un gato pequeño se les acercó, picoteando alimento inexistente en el suelo. Uno de los internos, Paolo, padecía una grave fobia a las aves silvestres, por lo que se levantó de la silla y comenzó a perseguir a la paloma moviendo los brazos y haciendo extraños ruidos.

- ¡Dejá de asustar pájaros, Raúl! -le gritó Gina, otra paciente de la clínica, que estaba por abuso del jabón en polvo. Simplemente nunca era suficiente para ella cuando lavaba la ropa. Y por eso utilizaba mucho jabón en polvo... En fin, Gina salió corriendo detrás del fóbico Paolo.

- ¡Raúl! -gritó nuevamente.

- Se llama Paolo -la corrigió Javier.

- Bueno, como se llame, que deje de asustar pájaros. Está todo el tiempo asustando pájaros. No hacen daño. Me tiene cansada, mirá...

De pronto, mientras se sacudía reiteradas veces la pierna para alejar al pájaro carpintero que insistía en picotearlo, Rono gritó:

- ¡Raúl Paolo, dejá de asustar la paloma pelotuda esa y vení a gritarle a éste hijodeputa que tengo en el pie porfavooor! Los pájaros que no te hacen nada... ya lo creo -se quejaba Rono.

Para nada sorprendidos ni inquietos, los demás tomaban mate.

- ¿A quién le toca? - preguntó Rono.

- A Florencia -dijo Florencia- Jijiji...

Paolo regresó y pidió un cigarrillo.

- Hay uno que tiene cinco... encendidos... se me acercó recién, pedíle a él -comentó Rono de paso mientras le pasaban un mate. Todo volvió a la normalidad por ese momento.

"Asíque si les decís algo... se comportan", pensó Rono.


- Ta frio, ta frío... -dijo.



Pasaron unos días, todos convivían en cierta armonía. Se habían creado uniones entre algunos. Otros preferían andar solos. La clínica no era un mal lugar para descansar después de un supuesto colapso nervioso, pensaba Rono. También se acordó del cubo mágico. La ira lo invadió, pero se contuvo. La frustración lo atacó, pero la ignoró... la vejiga se le aflojó, y se meó encima. Putamadre. Pero lo cierto es que estaba ya acostumbrándose a todo aquello. Había hablado con Barbui y estaba más tranquilo. Lo había visitado su amigo personal Chonle Rábbita, a quien conocía desde que eran bebés. Todo parecía estar bien y dentro de los indefinidos límites de la normalidad.


Hasta lo de la foto.


Sí. Lo de la foto marcó un antes y un después. Todos se vieron involuntariamente afectados por lo que pasó el día que tomaban una foto del grupo de pacientes frente a la gran chimenea que estaba en el centro del salón comedor.

Las enfermeras se peinaban, las mujeres se arreglaban... Todos saldrían en la foto, asíque los agruparon frente a la gran hoguera. Una hoguera de esas antiguas que contenía grandes y gruesos leños encendidos para apalear el duro frío de ese invierno.

Ahora bien. Hay que decir, hay que decir que Rono fue un protagonista inocente. Nunca tuvo la intención de hacer nada malo, pero, bueno... es Rono.


El fotógrafo se encontraba preparándose para tomar la foto y la caldera emitía mucho calor. Les pidió a todos que se ubicaran según su tamaño para que saliera todo el grupo mejor en la fotografía. Esa foto después sería colgada en la pared noroeste de la sala, donde se encontraban muchas otras de otros grupos. Había una en la que aparecía un caballo junto a los pacientes. Era una de esas viejas imágenes color magenta. Era una antiquísima casa estilo Farástula, de finales del siglo XVIII. Por eso las chimeneas eran de esas que poseen una especie de parrilla curvada hacia arriba para contener los leños, que eran traídos a mano desde la lejana Austria.

Ahora bien, Rono no lograba hacer pie. Él quería aparecer detrás de todos, pero su altura no le daba. Así como los habían ubicado, Rono tenía que ir en la fila del medio. Pero no quería estar al lado de Wendy, la anciana norteamericana que fastidiaba a todo el mundo con la única palabra en español que conocía: pizarrón. Asíque se le ocurrió una idea. Se pararía en la punta de la parrilla para sobresalir por sobre las cabezas que lo tapaban, y así salir bien en la foto. Y lo hizo.


Lo que sucedió a continuación fue una tragedia involuntaria con suerte.


Rono primero apoyó un pie en el canto de la parrilla para ver si no se quemaba mucho con los encendidos leños. Luego subió el otro pie y quedó parado sobre ella. La parrilla hizo palanca y se curvó, abalanzándose hacia afuera de la chimenea desparramando los grandes leños en llamas por el salón. Los que posaban no tenían la menor idea de lo que estaba sucediendo detrás de ellos y pronto comenzaron a toser y correr por todos lados para escapar del espeso humo blanco y gris, provocando una estampida psiquiátrica. No estaría de más decir que fue una locura todo en aquel momento.

Rono entró en pánico inmediatamente, y antes de que se dispersara el humo y la confusión, corrió hasta la cocina y simuló no estar enterado de nada. Estaba sentado en una silla con un vaso de agua caliente en sus manos.

Y cuando ya todos parecían saber lo que había ocurrido, Rono salió de la cocina fingiendo asombro y preocupación.

- ¿Pero quéputapasa eh? -dijo haciéndose el disimulado y el pelotudo.



10. RONO EN LA CLINICA II



A Rono ya le empezaba a hacer efecto la medicación. Tomaba determinados medicamentos durante el día, le daban priorato de tefulmina, resina de ocre, surumina 24 miligramos, ateína, jarabe de guante... y menta cristal. Todas estas drogas eran para tratar de corregir el comportamiento errático de Rono. Pero tenían efectos secundarios que a él le pegaban siempre mal. Andaba por ahí imitando animales, cantaba en idiomas extranjeros, se le secaba la boca, tartamudeaba... En fin, parecía un hombre fuera de sus cabales, un idiota, un demente de a ratos por así decirlo. Pero como no era el único víctima de las pastillas en la clínica, se consolaba pensando que todo aquello iba a acabar cuando terminara su tratamiento. Un joven paciente neocelandés estaba aprendiendo a caminar por las paredes, para sorpresa de muchos, y una mujer que tenía ya cuatro hijos estaba desarrollando una inexplicable habilidad para concebir mediante palabra.





Así es que una tarde, mientras entonaba el himno de Alemania en portugués, notó un tumulto en el patio interno. Un interno había intentado escaparse trepando el viejo y grueso y alto portón, pero lo habían descubierto a tiempo las enfermeras de turno. Lo convencieron de que bajara del portón y viniera a tomar la leche, vamos que se enfría, dele, apúrese, baje ya de ahí... Rono quedó de una pieza ante el hecho. Los demás pacientes aplaudían y zapateaban...



Lo cierto es que la perspectiva de que alguien pudiese burlar la escasa seguridad que había en la clínica y lograr salir... eso estaría bueno, pensaba Rono.





Y ahí, ahí en ese momento decidió comenzar su plan para escaparse él mismo.





Lo primero que hizo fue tratar de conseguir algo para cavar un túnel desde su habitación hasta el gran portón de salida. Y ahí trepar como lo había hecho aquel interno.





Consiguió una herramienta al menos: un tenedor de plástico descartable. Pensó rápidamente cómo utilizarlo para empezar su túnel hasta el portón. A los 3 días se convenció de que era imposible. Tal vez un martillo neumático y una pala. Pero no, no, haría mucho ruido eso. Una cuchara, ahí está, una cuchara, como en las películas de los que se escapaban de cárceles. Sí, eso es. Consiguió una con el pretexto de que quería hacerles a los demás un truco mental y doblarla, pero al rato la estaba ocupando para comerse un flan... Su plan se desvanecía día a día cuando finalmente dio con la idea exacta. Le pediría al hombre que caminaba por las paredes que lo llevase hasta el techo, ahí abrir un agujero, trepar por él y luego saltar... hasta su habitación para cavar el túnel.




- ¡No laputamadre, lo del túnel no! -se enojó Rono consigo mismo.




Decidió esperar hasta el día domingo, en la hora de las visitas cuando todo el mundo estaba distraído, él se escabulliría hasta la enfermería, se pondría un guardapolvo, unos lentes falsos, dientes de drácula, y saldría al patio como si nada. Ya una vez en el patio con su disfraz vería cómo hacer para cavar el túnel debajo del portón...




- ¡Perolaputaquemeparió! ¡Ningún túnel, ningún túnel! -se fastidió.



Al poco rato de comenzado el horario de las visitas en el día domingo, Rono se puso en marcha para ejecutar su plan.



Una telaraña que había en el marco de la puerta de la enfermería anuló todas sus chances. Rono no les temía a las arañas. Eran las telas que éstas tejían tan ingeniosamente las que lo paralizaban por completo.



Buscó alguna otra forma de ingresar. Se tiró al piso cuerpo a tierra y empezó a deslizarse usando los codos hacia la entrada.



Un bicho bolita le hizo abandonar casi todas sus esperanzas.



- ¿Qué es lo que pretende hacer? -lo descubrió una enfermera- ¿adónde cree que va usted, mmm?


- Nada -dijo Rono- se me cayó un lente de contacto.



RONO LIBRE (Intermedio N 2)



Los últimos días en la clínica no fueron fáciles para Rono. Lo sometieron a toda clase de exámenes. Incluido uno de próstata... Pero el más importante de todos, el mental, se llevó a cabo con extremada precaución para evaluar el estado de Rono. Se convocó a una especie de grupo de profesionales, psiquiatras de altísima reputación, traídos desde Viena.


Al fin y al cabo aparentemente le salió todo bien. Le dieron un diagnóstico reservado, en clave, y en un par de días se marchó a su casa.



Ahora bien, según las variadas especulaciones de los médicos, Rono no tenía un problema grave. Era más bien su naturaleza lo que lo llevaba a comportamientos a veces demasiado excéntricos para algunos. Simplemente, él no podía hacer nada al respecto, y eso motivaba a pensar que no estaba en completo dominio de sus facultades mentales.



Y recordemos que Rono había pasado por situaciones de estrés graves, viajes en el tiempo, lo secuestraron por error, se casó con la negrita, su perro lo volvía loco... en fin, no era fácil ser Rono y mantenerse bajo control con todo eso encima. A raíz de este breve análisis, el Dr. Barbui decidió otorgarle a su protegido algo que compensara sus disgustos en sus aventuras, algo que hiciera renovar a Rono, que lo reseteara... Si bien la clínica había sido una elección válida para tratar de establecer un poco de luz sobre la persona de Rono y los resultados de su comportamiento, no había sido determinante para saber qué clase de rumbo debía tomar. Barbui penso en mandarlo de vacaciones donde él quisiera, que eligiera un lugar y la compañía que deseara, ya fuera su esposa, su perro, un amigo, diez amigos, un cactus, un yo-yo, lo que él deseara.



Se comunicó al teléfono móvil de Rono para saber su ubicación. Sonó tres veces y atendió.



- Hola.


- Hola -saludó Barbui- ¿cómo anda, sí? Mire, mire, le tengo una sorpresa. A ver si adivina...


Rono pensó rápido. A los 17 minutos cortó el silencio.


- ¡Me gané el PRODE! -se agitó emocionado- ¡Dígame que me gané el PRODE! ¡Esa es la sorpresa! Por diooosss... cuánto he esperado este momento, no tener que pensar más en la guita, dedicarme a lo que me gusta, salir de compras, irme de viaje, tener una cabaña en el río...


- Pero qué dice -interrumpió Barbui- ningún PRODE, eso ya no existe, no se ha ganado nada. Además, usted viaja, vive, y hace lo que le gusta sin tener que usar dinero. ¿Cuándo ha manejado dinero, a ver? No sea ridículo.


- Bueno y cuál es la sorpresa entonces eh... no me venga con una de las suyas, doctor, por favor, que recién salgo de un loquero por su culpa...


- Quédese tranquilo. Esto le va a gustar.


- Voy a ir al programa de Susana Giménez, ¿eso es? Porque me gustaría ir...


- No, no es eso.


- ¡Ya sé, ya sé! Me van a dar el premio nobel de cetrería.


- Deje de decir estupideces, quiere -se impacientó Barbui- Ningún premio.


- Bueno y para qué me dice que adivine entonces, viejo...


- Le voy a dar unas vacaciones. Donde quiera, con quien quiera, el tiempo que sea. Haga lo que desee por un tiempo y después nos volveremos a encontrar para más detalles sobre su futuro, qué le parece.



Rono se quedó en silencio un par de minutos. Luego dijo:



- ¿Donde quiera y con quien quiera? ¿En serio me lo dice?


- En serio -le confirmó Barbui- Haga lo que le venga en gana, querido Rono. Eso sí, le advierto que va a quedar librado a su propia cuenta. Yo no estaré a su alcance mientras tanto. Asíque cuide bien lo que hace y todo eso, me comprende, sí...



Rono finalizó la conversación, pensando en algo que quisiera hacer, donde ir, con quien ir, etc. Se puso a buscar en internet, algo, no sé, un lugar, una película en el cine, una página sobre la fermentación del hasrani, fruta tropical del sudoeste de Asia que poseía grandes virtudes como laxante. Al rato se quedó dormido en el sillón. Despertó babeado y transpirado y sobresaltado. Había soñado que él y su perro estaban en Egipto, contemplando las maravillosas pirámides.


11. RONO Y LOS ASALTANTES



A Rono se le ocurrió salir a dar un corto paseo después de cenar. Se encontraba en Egipto, de vacaciones, como se lo había prometido el Dr. Barbui. En El Cairo se cena más bien temprano, asíque Rono y el perro abandonaron el pequeño restaurante a eso de las 6:51 pm. Habían compartido una suculenta picada que incluía mariscos de mar, bolas de fuego, háceres de rarará, un pequeño animal de carne muy sabrosa, hojas de álamo, gusanos de lana, y variados bocadillos de peces del Nilo.


Ahora bien, Rono caminaba lento y se frotaba el estómago. Pero no por buena digestión, sino más bien porque notaba que algo le había caído un tanto raro.



- Fueruon luos mejilluones -le dijo el perro, que iba junto a Rono calle abajo, rumbo al hotel.


- Callátelajeta laputaqueteparió.



Al doblar por una antiquísima callejuela, notaron que a mitad de cuadra se encontraban unas personas que reían y cantaban y hacían alboroto mientras caía la negra noche. Rono no le dio importancia alguna y siguió. Pero el perro, el perro advirtió algo. Peligro. Algo no estaba bien con aquellas personas. Cuando se encontraban a solo una docena de pasos, uno de ellos, un muchacho de tez morena con la camiseta de Morón se les acercó, cortándoles el paso de repente. Rono se quedó de una pieza, mirándolo. El perro encrispó los pelos del lomo y arqueó las orejas, mostrando los dientes de a poco, y le advirtió a Rono:



- Nuo hagas cuontactuo visual.



Rono le aplicó un ligero puntapié que el animal ignoró, acostumbrado ya a eso.



- ¿Adónde van, loco? -preguntó el muchacho. Los demás permanecían detrás, bebiendo una pequeña botella de licor de tortuga.



- Habla en español -se sorprendió el perro.


- Vamos a nuestro hotel -dijo Rono tratando de ocultar su nerviosismo- que es acá nomas, acá cerca, asíqueee... ¿nos dejan pasar? ¿eh?



El muchacho y los demás estallaron en una carcajada burlona. Rono se fastidió. El perro fue a olfatear al resto, y se puso a tomar un poco de licor también.



- Dame la campera.


- ¿Porqué? -preguntó Rono.


- ¡Dame la campera te digo! Esto es un asalto...


- ¿Un asalto? ¿Me estás asaltando a mí, que no soy de acá, como vos, que sos de allá, de donde todos venimos? -cuestionó Rono, no muy seguro de sus palabras.


- Ok, no entendí eso. Dame la campera puto...



El asaltante le arrebató la campera a Rono -que no puso ninguna resistencia, gracias a Dios- y luego se la probó.



- No me entra -dijo.


- Es medium -aclaró el perro.


- Calláte -dijo Rono.


- Calláte vos -dijo el asaltante, y le pasó la campera a uno de sus compañeros, que también se la probó...



- Me queda grande. No sé, las mangas son...


- Imbécil -intervino el tercero- dame eso para acá.


Este también se la probó. Se miró en una vidriera de aquella callejuela desértica. Dio media vuelta y se la quitó.



- Es muy ancha -dijo- Los hombros... como que... viste... no sé...



El asaltante que aún estaba frente a Rono los miró con desaprobación y los insultó, fastidiado.



- ¿Qué más tenés? 

Rono, que a esa altura observaba todo como si fuese un personaje de La Naranja Mecánica, se aclaró la garganta y juntó las manos.


- Miren, muchachos, estoy de vacaciones, no llevo dinero ni nada de mucho valor...


- El celular. ¿Tenés celular? dameló...


Rono le entregó un Motorola startac que conservaba desde el año 1999.


El asaltante observó el aparato.



- ¿Qué carajo es esto?


- Mi celular. Esa es la antenita ¿ves? Hacés así, click, y listo... tiene muy buena señal, te digo...


El asaltante acercó su rostro al de Rono.


- ¿Te estás haciendo el vivo conmigo, eh?


- Noo, yo solo...


- ¿Te querés hacer el listo con nosotros, eh, vago, gringojuaputa?


- Nooo, escucháme, escucháme un poquito, asaltante... nosotros somos científicos, somos parte de un experimento muy muy extraño y secreto. ¿Sino cómo te explicas que mi perro hable, eh? - Rono trataba de calmar los ánimos un poco, desviando la atención hacia otro lado.



- ¡Viva la iva íooooooooo! -gritó uno de ellos- ¡El perro, el perro!



El que estaba con Rono se dio vuelta para ver qué pasaba.



- ¡Mirá! ¡Sacá este perro de acá! ¡¡¡Nos comió toda la ropa y las mochilas, hijo de puta!!!



El perro hizo una seña a Rono y los dos corrieron calle abajo mientras los pobres asaltantes se quejaban en medio de la confusión. Uno lanzó una botella al aire, gritando.



- ¡Iiiiiaaaaaaaaaaaa, cabroneeeees!



El perro atrapó la botella con la boca, la escupió, y luego levantó bien alto la pata izquierda para orinar, apuntando hacia los muchachos. Los empapó enteros y se retiró. Rono se detuvo antes de llegar a la esquina y miró atrás. El perro venía meneando la cola y traía el startac entre los dientes.


- Tuomá, te rescaté el celular...


 - ¡Viva la iva ío! - exclamó Rono- ¿Qué mierda significa eso?

Ahora bien, confundidos y chocándose entre ellos, los matones se alejaron calle arriba. 


Rono, ya más calmado, caminaba mientras contemplaba la luna, pensando cómo habrían hecho los antiguos egipcios para medir con tanta exactitud todas aquellas distancias extrañas. Andá a saber... Miró el piso. Notó que se movía. Vaya, vaya.


12.  RONO EN EL ESPACIO EXTERIOR 



Hacia el exterior de la cabina, que daba hacia el norte de Asia, Rono contemplaba el atardecer; un atardecer diferente, un atardecer muy loco, muy callado... Y muy profundo. Esto sucedía debido al nuevo experimento que Barbui y el resto de los científicos estaban realizando a costa de Rono. Y el pobre no tenía ni la más remota idea. Sólo se encontraba en aquella cabina, en aquella nave, observando aquel curioso atardecer. Y digo curioso porque eran las dos de la tarde. Muy temprano para que atardeciera. Pero Rono no estaba, como de costumbre, al tanto de casi nada de lo que pasaba. El perro dormía a su lado. Bostezó y emitió ese chillido que los perros hacen cuando bostezan y estiran sus miembros. Rono le dió una patadita de cariño.




- Andá a buscar algo para comer - le ordenó.




El animal, aún soñoliento, salió de la cabina y se dirigió hasta la cocina comedor de la nave. ¿A dónde iban ahora? Se preguntaba a sí mismo Rono. Tal vez hacia otro planeta. Porque definitivamente no estaban en la tierra, no. Iban viajando por el espacio. Se veían muchas lunas y muchas luces de colores. Rono tuvo miedo de que lo hubiesen drogado al abandonar Egipto. Eso había sucedido ¿cuándo? ¿Dos semanas atrás? ¿Tres, cuatro? Tal vez fueran años. No tenía manera de saberlo con certeza. Pero definitivamente no estaban en la tierra y viajaban por el espacio. Eso era para Rono la prueba de que estaba siendo otra vez objeto de un experimento nuevo. Se convenció de ello al instante. Y el único que podría aclarar algo de todo aquello era el doctor Barbui. Ahora tenía que encontrar la manera de comunicarse con él de inmediato. Pero ¿cómo?. No veía nada a su alrededor que pareciera un dispositivo de comunicación, un teléfono celular, una radio, una computadora con conexión de internet, un walkie talkie, algo. No, no había nada a simple vista. Se puso a revisar todos los compartimentos de la cabina. Abrió una puerta a su lado, donde estaba sentado. Encontró una lata de atún y una coca cola de medio litro. Era una heladera tipo frigobar. Laputamadre, pensó Rono. En ese momento el perro volvió con algo en el hocico. Parecía una rata. O un camote. Difícil de saber. Rono tuvo un acceso de rabia y ansiedad. Hacía mucho calor ahí dentro. Y la ansiedad siempre era seguida por angustia y desesperación. Pero Rono estaba dispuesto a controlarse a sí mismo. Estaba entrenado para ignorar el hambre, el dolor, el frío y el calor, la desesperación y la angustia. Como Rambo. Pero no la ansiedad. Eso lo dominaba.




Ay, ay, ay Dios, Dios, se me viene, se me viene, laputamadre, ay Dios… - se lamentaba Rono al sentir la latente ansiedad acercándose como siempre; igual a un caballo de color negro y gris, como un ataúd de carne y hueso y con alas, pero sin jinete que lo montara.



Comenzó a rascarse las manos y las piernas y el pelo. Frenéticamente, entre quejidos e insultos. El perro lo observaba y movía la cola, divertido. En eso, el animal detectó por su instinto canino algo inusual en la parte posterior de la cabeza de Rono. Sí, definitivamente había algo, como una pequeña luz roja intermitente. Un punto rojo que se veía justo donde terminaba el cuello y comenzaba la nuca.




- Tenués una luz led en la nuca - le dijo el perro a Rono.



- ¿Qué?



- Que tenués una luz roja en la nuca.



- ¿Adónde? ¿Acá? -preguntó Rono mientras se palpaba la parte posterior de su cabeza, revolviendo los pelos.



Cuando logró dar con algo que parecía una espinilla, la presionó, involuntariamente, y un sonido como el de un maniquí hablando en ruso se escuchó en toda la cabina. Una imágen holográfica se presentó ante su rostro. Era Barbui.



- Bueno -dijo Barbui en un tono sereno y compuesto- , veo que encontró el artefacto para comunicarse que le implantamos hace diez años, cuando lo sacamos de Egipto, tal como hizo Dios con los hebreos, sí. Ahora, ¿puede oírme y verme con claridad, Rono?



- Sí - contestó Rono.


- Muy bien. Sí. Aparentemente se encuentra usted muy bien, querido amigo. Le voy a dar explicaciones en su debido momento acerca de porqué está en el espacio, viajando a casi la velocidad de un Renault 12 modelo 1981, sí. Solamente tengo que realizar unos pocos exámenes para sacar conclusiones más tarde. Mañana me pondré en contacto con usted de nuevo. Sí. Ahora descanse. O juegue al billar en la sala de juegos de la nave, no sé. Haga lo que quiera. Hasta mañana.



- Pero... - Rono empezó a preguntar algo, pero ya la imágen y el sonido del audiovisual receptor se había ido.



Decidió comer el camote, o la rata, que había traído el perro. Pensó que hubiera sido mejor haber sabido antes que podía jugar al billar en la sala de juegos. Se trasladó como pudo, debido a la falta de gravedad, y llegó a un lugar donde estaba todo muy bien organizado, todo ordenado y dispuesto de un lado a otro según la medida de cada cosa. La mesa de billar en el centro, iluminada por una lámpara verde fluorescente que dejaba caer la luz en el cuadro de la mesa. Pero no se veían las bolas. Ni los palos. Rono se acercó más, quedando por encima, flotando, de la mesa. El perro lo seguía, olfateando cada cosa que iba encontrando a su paso. La falta de gravedad hizo que Rono no pudiese ponerse a investigar un poco más sobre la materia. Siempre había sido un poco flojo para las matemáticas. Y para moralidad institucional, materias que le quedaron pendientes cuando cursaba la escuela secundaria. 


Pero ahora, ahí flotando sobre una mesa de billar, en una nave que viajaba por el espacio exterior, no tenía tiempo de acordarse de esas estupideces pasadas. Quería algo para hacer con su tiempo mientras esperaba las explicaciones que el doctor Barbui había prometido darle. Claro, todo eso suponiendo que fuera algo que él entendiera fácilmente. Y además, ya estaba bastante acostumbrado a tolerar las excentricidades del doctor. Y sabía, o estaba muy seguro, que fuera lo que fuera que Barbui y los demás científicos hicieran con él, no había ninguna razón para preocuparse por su salud y su seguridad. Al menos eso es lo que pensaba Rono. Pero estos pensamientos bien podían deberse a la falta de gravedad, a la alta presión de la cabina, o a las hemorroides que tanto le dolían.


Dió cuenta del camote rápidamente con mucho apetito. El perro lo observaba desde el lado opuesto de la mesa, emitiendo silenciosos suspiros. Rono levantó la vista por un instante y descubrió que el techo de la nave era de cristal y se veía el negro paisaje estrellado y poblado de una especie de vapor azulado. Era una hermosa vista, pensó Rono.


De pronto, algo increíble sucedió. Algo que cambiaría su vida por completo y que haría que su percepción de las cosas se vieran modificadas para siempre.


Un dedo apareció apoyado en el cristal. Era de un color verde musgo. Y al instante se vió claramente la mano a la que pertenecía aquel dedo. 


Y se movía.


13. RONO Y EL EXTRATERRESTRE 


Rono intentó de todo para establecer una nueva comunicación con Barbui, excitado por la perspectiva de que lo que se veía por la ventana fuera un alien, una criatura de otro planeta, de otro mundo, un extraterrestre. Y esa perspectiva lo tenía muy asustado y otra vez con el ataque de ansiedad y pánico. Sudaba a mares y estaba a punto de comenzar a llorar, desesperado. Pero no tenía idea de cómo establecer comunicación alguna sin disponer de un dispositivo adecuado para ello. Se le pasó por la cabeza que tal vez podía utilizar la telepatía. Cerró sus ojos y pensó intensamente en el doctor, pero no obtuvo ningún resultado satisfactorio.


Luego de un minuto o diez, la voz de Barbui se oyó en los tres parlantes que habían en la cocina comedor.


-Rono, no tema. Sí. Es posible que se pueda encontrar con vida extraterrestre durante el viaje. Sí. Pero tengo que decirle que todo eso forma parte del nuevo trabajo, el nuevo experimento. No tema en absoluto. Estamos monitoreando desde nuestra propia base en la tierra, en Cabo Cañaveral, Houston, Texas. Y todavía tenemos todo bajo control, sí, no se preocupe ni se alarme. Sea paciente y amigable con los seres que encuentre. Sea hospitalario, atento, buen anfitrión. Invíteles un trago o dos. Haga caso de esto, por favor, sí.


-Pero yo no quiero ser anfitrión de extraterrestres ni tomar nada con ellos. Además¿en qué idioma se supone que me voy a poder comunicar con ellos, eh? No, no, no. Ya está bueno. Quiero que termine el trabajo y el experimento ahora mismo. Quiero irme a mi casa. Quiero volver al planeta tierra ya mismo, doctor. Sáqueme de aquí de inmediato -dijo Rono, convencido de que todo lo que decía no tenía nada de valor y que lo iban a dejar en el espacio exterior hasta que termine el experimento.


-¡Y una mierda! - exclamó, enfurecido.


En eso, se oyó nitidamente unos golpes en la puerta de la cabina. Rono, intrigado, fué a ver de qué se trataba. Flotó hasta la puerta. Y su sorpresa no pudo haber sido mayor al ver que el que golpeó era una criatura de color verde musgo y que llevaba puesta la camiseta de la selección argentina de fútbol. “Guau”, exclamó Rono. Y abrió la puerta de la nave. La criatura hizo un breve ademán de agradecimiento y pasó adentro.


Tenía las facciones del rostro como las de un gato terrestre. Y tres dedos en cada mano. Rono lo miró por 27 segundos. Luego dijo:


-Pase. Adelante. Come in. Chi yaoon. Dieber in. Nushka adent. Veni dentri. Araam phassatt.



El extraterrestre le dijo a Rono en el lenguaje universal de señas que venía a buscar la pelota firmada por Lionel Messi que había encargado a los tripulantes de la anterior misión y que le bordaran la tercera estrella en la camiseta. Que no había querido asustar a Rono ni nada parecido. Y que le aceptaba una invitación a beber algo en el bar de la nave, que le vendría bien un trago o dos. Rono lo miró con los ojos entrecerrados.


-Muy bien -dijo Rono -; y supongo que te querrás quedar hasta las 23 que dan la pelea. Ok dale.


Y los dos se encaminaron en silencio hacia el salón/bar de la nave. Los científicos siempre pensaban en todo a la hora de hacer sus experimentos.


Los dos se sentaron delante de un Jack daniel’s y media docena de corona frías, se mantuvieron en silencio por unas cinco horas, ahi sentados los dos, bebiendo con la mirada perdida en un horizonte inexistente. Luego, se pusieron a conversar, espontáneamente.


14. RONO VUELVE A TIERRA 



A partir de cierto punto, Rono fue contactado por el doctor Barbui para que se prepare a volver del espacio exterior. 



Pero no dijo nada acerca de volver con alguien. Y dado el caso de que se había hecho amigo del extraterrestre, decidió por su cuenta llevarlo con él. El extraterrestre se llamaba Nont’gunna. Y hablaba todos los idiomas y dialectos conocidos y no conocidos. Rono le preguntó si estaba de acuerdo con ir al planeta tierra, y Nont’gunna le contestó que sí, no hay drama.



Una cápsula los fue a buscar al espacio y los trajo de vuelta a la tierra. Aterrizaron en el océano Pacífico, osea no muy lejos de la marca que los científicos habían quedado de acuerdo para recibir la cápsula. Tenían que nadar 891 metros hasta la orilla de la costa, en Birmania, Luján de Cuyo. Llegaron bien, mojados, pero bien. Rono divisó a lo lejos una cabaña aparentemente construída con barro y hojas de palmera. Los dos se dirigieron hasta ahí.



Al llegar, el extraterrestre se puso tenso porque sintió miedo. Y su color de cabello cambió. Era rosa en vez de verde musgo ahora. Pero Rono no se dió cuenta de nada. Entraron en la cabaña, y ahí estaba el doctor Barbui, recostado de costado en una especie de lona sobre la tierra húmeda.



-Me alegro de que haya podido llegar bien y a tiempo, sí.


- ¿Qué hace usted aquí, doctor? ¿Dónde están los otros científicos? ¿Dónde está el frasco de dulce de leche?


- Ya le explicaré -le dijo Barbui- ¿Quién es éste? ¿Es un amigo suyo acaso? Parece que lleva un disfraz de Halloween. Sí. ¿Cómo es el nombre de su amigo?


- Se llama Nont’gunna. Lo conocí ayer en el espacio. Es del planeta… hum… ¿De qué planeta sos? -preguntó Rono a su nuevo amigo.


- Oh, bueno, soy de Neptuno.


- ¿De Neptuno?


- Sí, de Neptuno. Viste que la Vía Láctea tiene en órbita a varios pl…


- No puede ser -interrumpió Barbui -. No hay vida que haya podido ser comprobada en Neptuno ni en ningún otro planeta de la Vía Láctea.


- Bueno, qué quiere que le diga, vengo de ahí, nacido y criado.


- Oh… El horror, el horror… -susurró Barbui.


- Ah bueno vamos doctor -dijo Rono-. Sabemos que se sabe muy poco de los planetas de la órbita nuestra. ¿Porqué no puede ser de Neptuno, eh? ¿Qué sabe usted, o los otros científicos, nerds, sobre Neptuno, ah?


- Bueno, bastante de hecho. Hemos estado tratando de hacer contacto con alguna forma de vida extraterrestre por décadas y no hemos obtenido nada. Ni pío. Nada. Nothing. Pero bueno, sí, está bien, si eso es todo verdad. Bienvenido al planeta tierra Nungara.


- Es Nont’gunna -aclaró el extraterrestre amigo de rono.- Nont’gunna. Es como decir “ninguna” pero no, no es así, es Nont’gunna. Se pronuncia con una sílaba silenciosa en el medio, es como…


- Sí, sí, bueno, está bien, está bien -interrumpió Barbui al extraterrestre de nuevo -, pero, esperen. Ustedes deben estar hambrientos. Voy a pedir que les traigan algo para comer a los nativos de la isla. Acá en Birmania hay un grupo de gente que cocina cualquier cosa que atrapan por ahí. Esperen. Sí.


Dirigió su mirada hacia la puerta de la cabaña y levantó la voz:


-¡Husenscomicuale, fano , rupicuale! ¡Ripidonetalocuå!


Y enseguida apareció un nativo con una bandeja de amianto, con algo que parecía cualquier cosa menos comida.


-¡Husena, quikly, quikly! ¡Yanetuvo camomost! -Dijo Barbui al nativo, que salió por la puerta de hoja de palma y desapareció. Al poco tiempo, apareció de nuevo con una pata de cerdo.


- ¡Guau! -exclamó Rono - ¿Habla usted Birmano, doctor? Impresionante déjeme decirle…


- No, no, no sea ridículo. Sólo invento palabras raras para conseguir lo que necesito, sí. No tengo idea del idioma. Pero parecen entender, qué quiere que le diga.



Rono y su amigo se pusieron a dar cuenta de la pata de cerdo. La comieron con muy buen apetito. 


- No tenía idea de que hubiera cerdo aquí -dijo Rono-¡Está delicioso!


- Bueno, me alegro que les guste. ¿Quieren algo para beber, leche de manzana, o quizás jugo de calabaza?


- Ok - dijo Nont'gunna - el jugo de calabaza suena muy bien. ¿Es fresco y con pulpa? -preguntó.


- Sí, sí, por supuesto, por supuesto, coman y beban. Los científicos y yo los veremos esta noche en el Templo, sí. Ahí se los entrevistará a ambos, ya que son dos, para recoger los datos que son necesarios para el experimento. Los veré entonces. Ahora, vayan al centro y compren algo lindo, lo que quieran, es gratis. -les dijo Barbui.



Así entonces, Rono y el extraterrestre Nont'gunna salieron de la cabaña y se encaminaron hacia el exterior, al centro de la isla. Y cuando habían recorrido unos pocos metros, escucharon a Barbui gritarle a uno de los nativos.


-¡Nanagudespecia, marinometrae el cargador del celular!


Y se internaron en la densa selva de palmeras.



15. RONO HABLA CON EL EXTRATERRESTRE 


Rono estaba contento. Sin ninguna razón aparente. Pero se encontraba a sí mismo mirándose la panza. El extraterrestre lo seguía a todos lados donde iba Rono, murmurando, suspirando, proyectando en hologramas fotografías tomadas cuando era un niño. Rono le preguntó si se sentía bien y cómodo aquí en la tierra, y Nont'gunna le decía que sí, que no se preocupara por él, que estaba todo bien y que le agradecía el haberlo traído desde el espacio exterior hasta acá para acompañarlo con la misión, con el experimento de los científicos. El doctor Barbui le había dejado una impresión un poco confusa, pero bueno, ¿no se lo puede tener todo en esta vida, no? Rono estuvo de acuerdo con el extraterrestre, y de hecho, lo invitó a que se sentaran en unas piedras que habían al lado del camino, en la sombra de un hermoso atardecer birmano. Se sentaron y Rono le pidió a Nont'gunna que le contara algo de su vida allá en Neptuno. El extraterrestre se aclaró la garganta, porque la tenía muy poco clara, debajo de la cintura, y comenzó a hablar, lentamente, como en suaves oleadas. Rono le escuchaba con los ojos entrecerrados, como siempre que algo capturaba su atención. El extraterrestre le dijo que había luchado para el ejército de Neptuno en la guerra de las galaxias, de George Lucas, allá por 1977 en años terrícolas, y que eso le había dejado una marca indeleble. Le mostró la marca. En el antebrazo derecho tenía un tatuaje de R2-D2, el androide enano que andaba siempre junto a C3-PO, el otro androide más alto de color oro, ese que no paraba de hablar nunca. Rono asintió con la cabeza, dando a entender que sabía de ello porque había visto la saga de Star Wars completa en Blue Ray apenas salió a la venta. El extraterrestre prosiguió su relato.

-Me tuvieron prisionero durante ocho largos días . Lo recuerdo muy bien. Me daban de comer una sopa y un pedazo de pan de cobre al día. Pero eso no fue lo peor, lo peor fue que me hicieron traducir documentos secretos para Darth Vader, el señor del lado oscuro. Y mientras yo traducía, pude leer que los planes del Imperio eran malos, muy malos, y que querían acabar con la oposición de los de la Alianza Rebelde y la República Argentina. Querían acabar con los Caballeros Jedi…

-¿En serio? ¿La República Argentina? -preguntó Rono intrigado.

-Sí -contestó Nont'gunna - Era la época de las fuerzas militares en ese país…

- ¡Ese país es de donde vengo yo! - exclamó Rono alarmado por semejante noticia -. Los militares arruinaron todo, desaparecieron treinta mil personas… Yo nunca…

- Lo sé, lo sé - aclaró el extraterrestre -, sé todo acerca del asunto ese. Fue una época desafortunada para tu país y su pueblo, lo sé.

- Y bien, ¿qué sucedió con eso después de esa guerra de las galaxias?

- Bueno, a mí me dejaron ir en libertad. Sólo tuve que cumplir con algo que me pidieron a cambio.

- ¿Qué fue?

- Bueno, tuve que hacer un retiro voluntario virtual.

- ¿Un retiro voluntario virtual? ¿Y qué puta es eso?

- Es una especie de rehabilitación que uno tiene que tomar online. Es para los neptunianos algo que insulta nuestra condición de planeta libre y neutral, como Suiza para ustedes; nosotros somos lo contrario a la dominación imperial, como los Estados Unidos de Norteamérica para ustedes, y no usamos internet ni ninguna de sus herramientas. En Neptuno dejaron de usar dispositivos visuales hace un montón de tiempo…

- ¿En serio, cuánto tiempo? ¿Qué utilizan para comunicarse de forma global entonces? ¿Tienen televisión en colores?

- No, no, dejamos eso para evolucionar hacia un sistema táctil. Todo se puede hacer mediante el tacto, nos comunicamos con los cuatro dedos. Por eso es que son largos y más gruesos que los de los humanos.

- Ah, ya veo, ya veo, creo que entiendo - dijo Rono con voz neutral -. Osea cuatro dedos, uno para cada cosa, ¿no?

- ¿Qué cosas?

- No sé, vos dijiste…

- Yo dije que usamos los dedos para obtener información cuando se toca algo, esa información viaja a velocidad del tiempo hasta nuestra cabeza y se mete en nuestro cerebro, que, a propósito, es cinco veces más grande que el de las personas humanas.

- Uhhhh bueeeno, el gran cerebro que tienen… Quisiera jugar una partida de ajedrez con el presidente de Neptuno a ver quién tiene el mejor cerebro. Pregúntale a Bobby Fisher…

- En fin, cuando cumplí 118 años me dieron la licencia para poder usar los vehículos, las naves interestelares, y viajar por el espacio exterior cumpliendo la labor de vigilancia, lo cual debe hacer todo joven de esa edad como requisito del estado. Así te encontré a tí, querido hermano.

- Ok. Entonces no existe ninguna razón para defenderse de supuestas hostilidades por parte de los hermanos neptunianos, ¿no es así? 

- Claro que no, Rono. Claro que no.


Y mientras Rono cavilaba sumergido en sus pensamientos, el neptuniano, tanteando con los dedos de su mano izquierda, buscaba algo que tuviera una punta afilada. 



16. RONO HACE UNA FIESTA 


A partir de cierto momento, a Rono le entraron ganas de conocer a la numerosa tribu birmana. Por lo tanto, preparó y organizó una fiesta, o más bien una especie de celebración para que todos los habitantes se reunieran y lo pasaran bien por una noche al menos. Para esto debía de idear cómo hacer llegar el mensaje, osea la invitación formal o informal, daba lo mismo, ya que no había ninguna diferencia a ese respeto. Se puso primero a diseñar grandes carteles pintando gruesas y frondosas hojas de palmera. Pintó, o mejor dicho escribió, una sola palabra que sabía que todo el mundo, occidental y oriental, no podía desconocer.

La palabra era “PARTY”. Sí, estaba seguro que trascendía cualquier barrera idiomática. Pegó hojas de cartel en todas las entradas de chozas y cabañas a lo largo y a lo ancho de la isla.


PARTY.


Sólo le faltaba alcohol. Le pidió a Barbui que le consiguiera la mayor cantidad posible para que la fiesta tuviera éxito. Barbui accedió gustoso, ya que estaba invitado también, y consiguió martinis, ananá fish, fernet, piña colada, cervezas Stella Artois, jarabe de coco, y jugo de muela de cocodrilo. Bastante bien, pensó Rono, y le agradeció a Barbui el favor.


Ahora bien, la fiesta comenzaba con la caída del sol. Pero faltaba algo funcional y fundamental: la música. Para eso estaba el extraterrestre, que podía hacer sonar cualquier clase de música con su cabeza, vía Bluetooth. En ese momento vino acercándose un nativo birmano, tímidamente. Llegó a la parte del terreno que Rono y su extraterrestre amigo habían dispuesto como zona bailable. Nont'gunna proyectaba imágenes holográficas a modo de videoclips. Los altavoces de su propia cabeza sonaban bastante bien, fuerte y claro. Pero aún no aparecía nadie más que el nativo antes mencionado. Asique Rono le pidió a Barbui que le preste el seguro del auto para enroscarlo y que quedara como una corneta de papel.


-¡Vengan todos! ¡Come together! ¡Veni vidi vici! -gritaba Rono-. ¿Cómo se dice en Birmano, doctor?

- Ni idea. Pero pruebe diciendo: “Hasmaratara comengatti”, tal vez eso signifique algo, sí.

A Rono le pareció que valía la pena intentarlo.

-¡Hasmaratara comengatti! -gritó.

Y entonces, inexplicablemente, comenzaron a salir birmanos desde todas partes. De la densa selva de palmeras salían e iban cantando y moviendo la cabeza y los brazos y avanzaban con pequeños saltitos. “Bueno”, pensó Rono, “ahora sí que es una fiesta”. Y se puso a armar una barra con barro y hojas secas para servir las bebidas. Ya que Nont'gunna estaba ocupado con la música, él tenía que hacer de barman. El doctor Barbui seguía recostado en la oscura cabaña y hablaba con un loro blanco, en su inventado idioma birmano.


La fiesta era un verdadero éxito. Todo el mundo bailando, bebiendo, riendo y divirtiéndose a lo loco. Las mujeres, algunas visiblemente embarazadas, se revolvían los largos cabellos, teñidos de muchos colores. Los hombres y los chicos más jóvenes saltaban y hacían distintas acrobacias. El alcohol surtía un efecto extraño en los nativos. Los había desinhibido por completo. Pero lo que importaba era que todo el mundo se divertía.

Ahora bien, Rono estaba en su etapa seca, osea que no bebía, no podía beber alcohol debido a la nueva membrana que los científicos habían puesto en su sistema homeostásico cuando lo enviaron al espacio exterior. Y hasta ahora no había probado ni una gota. Pero extrañaba la bebida. Se preparó un martini sin gin y con tres aceitunas. Hizo una mueca de desagrado al tomar el primer trago. Luego le pasó mejor. Se preparó como diez más en un minuto, al tiempo que preparaba los tragos para los nativos que se acercaban a la barra. En eso, se confundió de trago, y entregó el de él a un nativo y bebió el que contenía alcohol. Pero no se percató de ello hasta unos minutos más tarde, cuando se encontró a sí mismo subiendo por el tronco de una palmera, gritando a viva voz: “¡Aguante Argentinaaaa, Aguante el Lobooo, Aguante el fasooo!”.

Barbui y Nont'gunna lo tuvieron que hacer bajar. El perro, que había estado todo el tiempo dormido en la cabaña, salió a ver de qué trataba todo el alboroto. Cuando vió a Rono subido al árbol de palmera, se acercó y ladraba, con ladridos cortos y largos intermitentes, como en código Morse. Entre Nont'gunna, Barbui y algunos nativos que se habían acercado a ver qué sucedía, lograron bajar a Rono de la altura a la que había ascendido, ebrio, y lo acostaron en el piso. Rono decía, rezongaba: “No, nooo, nooo… No me toquen, nooo…”.

Lo llevaron a la cabaña y un nativo le afeitó la cabeza con una navaja muy afilada. Era un ritual antiguo para que se les pasara la borrachera a los que habían bebido de más. Además, era el peluquero de la tribu, por lo que estaba calificado para hacerlo.

La fiesta continuó hasta el amanecer. Quedaban unos veinte individuos, más o menos, que bailaban, pero ya no había música. Nont'gunna se había retirado a sus aposentos, vaya uno a saber dónde. Barbui dormía al lado del calvo Rono, que roncaba y hablaba en sueños. Puteaba al perro. Y se movía de un lado a otro. Decía, dormido: “Oh, el horror, el horrorrr…”.




17. RONO VUELVE A SU PAÍS 


Esclarecido el tema del viaje por el espacio exterior, y hasta la breve estadía en la isla de Birmania, a Rono se le pasaron por la mente varias cosas, tales como porqué los científicos habían decidido experimentar con él, las drogas que le habían obligado a tomar, las drogas que había tomado él por su cuenta, el porqué de las infecciones urinarias, la sinusitis, las cabras del establo, porqué las hormigas negras son mucho más grandes que las rojas, el recuerdo de un cuento de Edgar Allan Poe, las siete u ocho maravillas del mundo, no se acordaba bien, la membrana de amianto que cargaba encima, cómo había aprendido a decir palabras el perro, en fin, todas estas cosas y muchas más pensó Rono, tantas que, si se quisieran escribir todas, no alcanzarían abarcar todos los libros de todas las bibliotecas del planeta tierra.

Oh, bueno, eso fue una exageración de mi parte, pero se entiende bien lo que quería decir, ¿no?


Ahora bien, luego de abandonar la isla, Rono se despidió del doctor Barbui y partió con prisa hacia su país, Argentina. Llegó en un vuelo chárter a Buenos Aires a las 6:15 a.m. y se dirigió a la bodega del avión para recoger sus cosas y hacer bajar al perro. Ahí justamente se da cuenta Rono que sus cosas no estaban y que el perro dormía sobre una valija de otra persona.


-¡Bájate de ahí, laputamadre queteparió! -le gritó al animal. El perro bostezó y lo miró desinteresadamente. Rono se calentó, pero quería saber qué había pasado con sus cosas, porqué no estaban en la bodega del avión. Volvió sobre sus pasos e interrogó a una azafata.


-Mire, señorita azafata, se han olvidado de cargar mis cosas, mis pertenencias en la bodega del avión, debe haber habido un error o algo…

La azafata lo observó con cierto temor.

-Señor, espere a que desciendan los demás pasajeros y atenderé su reclamo.

“Putamadre”, pensó Rono. El perro había bajado y estaba a su lado, moviendo la cola y bostezando con ese chillido que emiten los perros al bostezar.

Ahí se le ocurre algo a Rono.


-Vos no te habrás comido nada en la bodega del avión¿no? -le pregunta Rono al can-. Porque no hay otra explicación aparentemente al respecto. ¿Te comiste las cosas que trajimos, sí o no, laputamadrequeteparió?


El perro escondió la cola entre las patas y agachaba la cabeza, con las orejas pegadas al cráneo.


-Yuo no me acuerdo de nuada -dijo el animal, con la particular modulación de su hocico. Rono se lo quedó mirando por un minuto o dos. Luego le aplicó una patadita en las costillas y el perro huyó hacia el interior del aeropuerto. La azafata, que había presenciado todo, le dijo a Rono que iba a averiguar sobre la falta de su equipaje y también se dirigió al aeropuerto.

En eso, Rono observaba a los demás pasajeros que iban descontando por la escalera del avión. Un número importante de periodistas y fotógrafos se le acercaron de golpe y comenzaron a hacer preguntas y a tomarle fotografías. Rono se preguntaba cómo era que sabían que él llegaría en ese avión. Se dispuso a atender a la prensa entonces.


-Hola, hola, sí, es un gusto enorme estar de vuelta en mi país. Han pasado muchas cosas desde la última vez, como ustedes ya deben de saber, espero que…

Alguien, desde atrás de donde estaba Rono hablando con la prensa, le dijo algo.


-Qué hacés, gil. Creo que me vienen a ver a mí. Andá pa’shá, bobo. Tomatelá, BOBO -le dijo. Rono se volteó para mirar al que le hablaba. Casi se muere muerto de un ACV. Era nada más y nada menos que… ¡Lionel Messi! Sí, estaba bajando del avión y por eso la prensa estaba ahí. Una mezcla de vergüenza, pasión, fanatismo y nervios lo invadieron. No pudo hacer nada aparte de hacerse a un costado para que el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos pudiera bajar y hablar con los reporteros. Increíble. Rono no lo podía creer. Se quedó al lado del astro mientras este se abría paso entre las personas que lo apretaban. Entonces a Rono se le ocurrió una de sus ideas características. Pensó: “Ya sé. Voy a fingir que soy miembro de la seguridad personal de Messi”, entonces comenzó a dar voces y apartar gente a un costado, manteniéndose justo al lado de Lionel. Y, aunque todo esto sea un poco difícil de creer, así fue como gracias a la intervención de Rono, el jugador logró llegar rápidamente al interior del aeropuerto, donde lo esperaba su jefe de seguridad personal, el verdadero, y el coche para trasladarlo. Rono se quedó mirando como Lionel Messi se descolgaba su bolso de mano y buscaba algo adentro, mientras subía en la parte trasera del vehículo. Rono lloró.

Pero resultó que el futbolista sacó unos papeles del bolso y, al bajar un poco la ventanilla del auto, le entregó a Rono eso que había sacado. “Gracias por la onda. Hubiera tardado mucho más en llegar hasta acá si no me hubieses ayudado a dispersar a la gente que estaba en el camino. Tomá, BOBO, jajaja”, le dijo a Rono mientras le pasaba por la abertura de la ventanilla los papeles que había sacado recién.


Eran entradas al palco V.I.P. de la cancha de River Plate para el amistoso que jugaría la selección argentina contra Brasil el domingo.


Rono lloró de nuevo. 


Y el perro también.



18. RONO EN EL MONUMENTAL 


Rono agarró las entradas V.I.P que le había regalado Lionel Messi y tomó un taxi para ir a la cancha de River Plate a ver el encuentro entre las selecciones de Argentina y Brasil. Pero el taxi lo tuvo que dejar a casi diez cuadras del estadio debido a la cantidad de gente que iba a pié por las calles aledañas. Puteó un poco, pero finalmente se rindió ante ese obstáculo. Y se dijo a sí mismo que no iba a permitir que nada ni nadie se entrometiese en su camino para cumplir con uno de sus sueños más deseados: iba a ver a la selección argentina, la selección de Messi, el más grande futbolista de todos los tiempos, junto con Diego Maradona claro está. Y encima era frente al archirival de Sudamérica: Brasil. Y aunque era un amistoso, Rono estaba seguro, como la mayoría de las personas, que no existe tal cosa como un partido "amistoso" entre Argentina y Brasil. No. ¡Y lo presenciaria desde el palco más exclusivo de todo el estadio! ¡Guaaaau!, pensaba Rono, no se lo terminaba de creer todavía. ¡Y por el hecho de que conoció a Lionel Messi bajo una circunstancia de lo más surrealista y confusa, por decirlo de manera sencilla! 


Llegó a la esquina y dobló hacia la entrada número ocho, la que así aparecía indicada en la exclusiva entrada que llevaba dentro de un calcetín, que estaba dentro de un gorro de lana, que estaba adentro de una caja de habanos (regalo de Fidel Castro cuando Rono visitó la isla de Cuba un tiempo atrás), que estaba metida en una heladera portátil, que iba metida en el baúl que arrastraba Rono en un carro de dos ruedas, de esos que los encargados de los edificios suelen utilizar para transportar heladeras, cocinas y otras cosas de mucho peso en las mudanzas especialmente. Llegó a la entrada del estadio y se topó con una fila de barreras de seguridad y hombres uniformados que custodiaban la exclusiva entrada número ocho, la que conduciria a Rono a su lugar en el palco V.I.P. 

Rono lloró.


Pero al minuto y medio se le pasó y se encaminó hacia los guardias, arrastrando el carro.


-¿Señor? -lo frenó el primero de los custodios de la entrada- ¿Adónde cree que va con ese..., ese carrito? ¿Qué trae en el baúl ese? Necesito que lo abra y me muestre lo que lleva adentro, por favor, señor.


Rono lloró.


Pero abrió el baúl y le mostró la heladerita, la caja de habanos que estaba adentro, el gorro de lana que contenía dicha caja, y finalmente sacó el calcetín que guardaba las preciosas entradas para el partido. El guardia se quedó mudo, de una pieza, sin poder entender del todo semejante situación, la escena que había presenciado lo dejó sin una respuesta adecuada. Miró a Rono gravemente.


-A ver a ver, primero que nada ¿Quién se supone que es usted, alguna especie de asistente personal de alguien famoso o algo parecido? ¿Porqué tenía la entrada en un montón de...


- Entradas -le interrumpió en seco Rono.


- ¿Cómo dice?


- Dije entradas. Porque son dos, una para mí y otra para mi perro, que ya debe de estar por llegar en cualquier momento.


- ¿Su perro? ¿Usted me está diciendo realmente lo que escuché, que viene con un perro y su entrada? Señor, mire, es un evento de gran magnitud este partido, no hay tiempo ni momento para hacer bromas de este estilo ¿me comprende?


- Absolutamente -contestó Rono-. Absolutamente de acuerdo con usted. Pero déjeme aclarar algo que no le dije todavía, estas dos entradas súper exclusivas para este palco me las entregó como un obsequio, en mano, el señor Lionel Messi ayer en el aeropuerto, porque le ayudé a cruzar la explanada y llegar a su vehículo que lo estaba esperando, pero no podía avanzar ni un metro por la cantidad de gente que se le interponia en su camino. Y yo fuí el que dispersó a la gente, los periodistas y todos los demás, para que pudiera subir al coche para trasladarlo de ahí al hotel donde concentraba la selección. Así que si me permite, aquí está, véala por usted mismo por favor le ruego, y luego, apártate del medio porque ya quiero entrar al estadio. Y cuando llegue el perro lo hacés pasar y le entregan esta otra entrada que es la de él, ¿tamos?


El seguridad se puso de todos los colores. Farfulló algo y luego le dijo a Rono:


- Flaco, ¿cómo hiciste para abrir el paso entre toda aquella gente en el aeropuerto?


- Gas -contestó Rono-. Fué un gas, señor guardia. Pero no lo divulgue por favor.



19. RONO ACCEDE AL PALCO V.I.P.


En el mismísimo instante en que Rono accedió a la lujosa platea del palco exclusivo para celebridades del espectáculo y famosos ex jugadores, dirigentes de los clubes más grandes, mujeres hermosas modelos y algún que otro personaje de la farándula, se sintió bien y mal a la vez. No sabría decir el porqué, pero así se encontraba Rono entre todas esas personas. Por supuesto que sabía quiénes eran algunos de los famosos que se veían ahí, bebiendo tragos largos y comiendo sushi y otras cosas exquisitas así. Pero Rono quería integrarse con esas personas, quería participar de las charlas en grupos de cuatro o cinco personas que hablaban, hacían sociales. Rono caminaba de aquí para allá, escuchando la música que salía a bajo pero nítido volúmen. Música de Jazz era, reconoció Rono. Lo que no reconocia era a nadie para entablar conversación, hacer amistades nuevas, por más superficiales que fueran. Él también quería disfrutar de la suerte de encontrarse en el lugar tan exclusivo. Pero no se le ocurría nada como para mezclarse entre los pequeños grupos de gente famosa, de celebridades muy conocidas. Entonces se le proyectó una idea en su mente: sigilosamente se acercaría y escucharía de qué estaban hablando y, si dado el caso de que él pudiera meter un bocado y ser aceptado a compartir la conversación con la gente, le pareció que eso estaba bien, que podía integrarse aunque él no fuera alguien famoso. Al menos no famoso como aquella gente. Caminó moviéndose despacio, pasando cerca de las personas que hablaban con otras en esos pequeños grupos. De pronto, le llegó el sonido de risas y carcajadas que provenían de unos que estaban charlando y riéndose. Rono se apresuró a acercarse lo suficiente como para que lo notaran. Se trataba de un par de modelos muy hermosas y muy pero muy delgadas, y dos o tres actores que le resultaban familiares a Rono, aunque no habría podido identificar quiénes eran, y también una persona que debía de ser del mundo de la política, por como vestía y hablaba y reía a toda voz.


-Jajjaja, qué increíble lo que sucedió en esa reunión -decía esa persona - . Qué lindo, qué increíble, el tipo sale a comprar el periódico y el gato se lo roba, jajaja jajaja…


-Jajjaja -reian las modelos y los actores - , y reían con ganas, por un rato sólo se oían sus risas.


-Jajjaja, oh, sí, jajaja -rió también Rono sin saber de qué, solo quería participar con ellos -, sí sí, jajaja, ya lo creo; me perdí la parte del medio, pero viendo como se están riendo y divirtiéndose ustedes, adivino que debe de haber sido una anécdota muy humoristica, por la forma en que disfrutan de ustedes mismos, jajaja, me encanta reír a mí también. Me gusta la risa. Hace mover el mundo, ¿no?, oh, sí, sí, estupendo…

Lo observaban a Rono decir todo eso, todavía con sonrisas en la boca.


-Maravillosa anécdota, maravillosa -repitió Rono - . Jajaja, sí.

Y pegó media vuelta y se fue alejando con paso lento, buscando algún otro grupo divertido cómo el que acababa de conocer. Llegó a uno formado sólo por hombres. Gordos. Hombres de negocios grandes, pensó Rono. Se acercó a ellos para escuchar de qué hablaban. Un hombre contaba algo a los demás.


-... Y se llevaron hasta el reloj de oro que me había dejado mi padre. Fue lo que más lamenté.

-Jajjaja -rió Rono - ¿Y se llevaron el reloj que su padre le había regalado? Qué increíble, jajaja, es una cosa de locos. Hoy es una noche muy divertida ¿no les parece, sí? Jajaja.


El que estaba al lado del hombre le dijo a Rono:

-El diputado Cairone nos estaba contando de la vez que le robaron. ¿De qué demonios se ríe?

-¿De qué demonios me río, jajaja? Humm, dispense -dijo Rono- y se alejó de ahí.


El juego estaba por comenzar. 

Y Rono lloró. Otra vez.



20. DURANTE EL PARTIDO 


Sonó una corneta y Rono se sobresaltó. “Ay laputaquelosremilparió qué fue eso, qué pasó “, exclamó Rono al tiempo que se agachaba y escondía la cabeza entre los hombros. “Me cagan de miedo los sonidos de corneta”, le comentó a quien estaba sentado en el asiento de atrás. “No las soporto, no me gustan las cornetas. De niño, para Carnaval, siempre había un boludo que tenía una. Cada vez que la hacía sonar me temblaba todo el cuerpo. Y eso no era lo peor, sino que el maldito sonido se me quedaba dentro de los oídos durante todo el día y el siguiente también “. Rono no había reparado que a la persona sentada detrás de él no parecía estar prestando ninguna atención al improvisado monólogo sobre la corneta de Rono. Era un muchacho de unos veinte años. Rono continuó hablando un poco más. “Lo que me pasa a mí es curioso, a ver, cuando me echaron del colegio secundario, me tuve que meter en una escuela nocturna, eso significa que uno asiste a las clases por la noche y no por la mañana, sabe. Además uno tiene que compartir el curso con gente de todas las edades, gente de hasta 50 años, más los adolescentes repetidores que van a parar ahí porque no los admiten en ningún otro lado, en ninguna escuela normal, ¿se entiende a lo que voy?”

“No” -le contestó el muchacho con un evidente tono de fastidio por tener que verse obligado a escuchar a Rono hablarle como si lo conociera. Y Rono seguía dando la lata, no parecía que fuera a detenerse. “A mí me regalaron una trompeta cuando cumplí ocho años. Me gustaba mucho la trompeta, y mi abuela, mi abuela materna, siempre me quebraba las bolas diciéndome: nene tocá la trompeta tocá la trompeta… Al final la terminé por detestar. Pero más que nada porque me llevó dos años y medio de ir a las clases el darme cuenta que si me dedicaba a tocar la trompeta, era prácticamente imposible que pudiera cantar, y no digamos que sé cantar ni mucho menos, pero existía la posibilidad de hacerlo sólo si dejaba de tocar la trompeta. Así que así y todo, ni toqué la trompeta ni me dediqué a cantar tampoco, es como esa historia que…”


GOOOOOOOOLLLLLL


Se escuchó en todo el estadio. Gol de Argentina. Gol de Messi.


Y Rono lloró de nuevo.



21. LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE RONO 



Personajes 



Rono 


El perro 


El doctor Barbui 



Ubicación: El living comedor de un departamento céntrico 



(Rono, el perro y el doctor Barbui están cómodamente sentados en sillones de arpillera. El perro está durmiendo al lado del hogar, que arde con un solo leño gigante)



-Déjeme decirle algunas cosas antes de comenzar, mi querido amigo. Todo lo que usted ha experimentado durante estos largos años de trayectoria, fueron solamente para llevar a cabo exámenes que nuestro grupo de científicos, y yo mismo, por supuesto, hemos estado tratando de entender el comportamiento humano de un ser tan extraordinario como usted, Rono. Sí. Así es la verdad. Espero que usted pueda comprender en su pequeño cerebro estas cosas, particularmente las dudas y conflictos morales con los que se ha visto involucrado, sí. ¿Tiene usted alguna pregunta para hacerme, alguna duda al respecto, a modo de coda?



Rono se tomó un momento para reflexionar. Luego de 27 minutos dijo:



-¿Qué es una coda? -preguntó.


- Significa “a modo de final” -le respondió el doctor Barbui.


- Ah, ok. Pero, ¿entonces significa que todo ha terminado, que ya no me van a utilizar más para experimentar conmigo y todo eso? ¿Hemos llegado al final?


- Bueno, en parte sí. Ya no lo tendremos que someter a cosas tales como los viajes en el tiempo, las vicisitudes de la vida cotidiana, etcétera. Sí. Todo eso ha terminado. Sí. Pero aún nos falta una pequeña cosa más para concluir con esta increíble historia suya, mi querido amigo, sólo una pequeña cosa más. ¿Está usted preparado para oír de qué se trata?


Rono caviló un segundo o diez.


-Sí -contestó.


- Bueno, está bien entonces. Mire, primero que nada, los científicos y yo hemos estado analizando y observando todo, pero absolutamente todo lo que ha sucedido en estos más de veinte años, todas sus hazañas, todos sus inconvenientes, todas sus excentricidades y demás cosas. Y hemos arreglado que se le va a ofrecer que pueda llevarse consigo algo de cada lugar, de cada época, de cada destino, para que usted atesore en su propiedad, sí. Lo que desee le será otorgado, señor Rono.



El perro despertó y dijo medio adormecido:


-Peduile que te traigan a la Negruita.


- ¡Cállate vos laputamadrequeteparió! -amonestó Rono al can. Pero, luego de un segundo de silencio, consideró pertinente esa idea. Sí, quería a su legítima esposa de vuelta con él. Deseaba, sin saberlo durante este tiempo, que ella volviera a su lado y que pudieran vivir juntos por siempre. Aunque sólo ella pudiera hablar repitiendo la última palabra que uno le decía, quería estar de vuelta en compañía suya, de verdad.


- Bueno, si eso es lo que desea, se pueden hacer los arreglos necesarios para ello. Sí. No creo que hayan inconvenientes. ¿Es eso entonces lo que desea? Porque también se le ha dispuesto una cantidad considerable de dinero para que viva holgadamente por el resto de su vida. Usted, su esposa la Negrita… y, si no me equivoco, el perro también le pertenece si lo quiere llevar con ustedes.



Rono miró al animal, que se arrastraba y movía la cola y entrecerraba los ojos acercándose hacia donde estaba Rono. Y por primera vez en su vida, creía Rono, no tuvo el impulso natural de aplicarle una patada.



-Sí -contestó-. Quiero una casa de 950 metros cuadrados, con tres pisos y con jardín trasero con una piscina bien grande y un amplio quincho con churrasquera para hacer asados, una mesa de billar, la casa con cuatro baños, una sala de juegos, y nueve habitaciones. Ah, y también quiero la guita esa que usted dice que me pueden dar. Y… -pensó Rono un instante-. Y el Batimóvil. Nada más.


- Bueno, claro que todo eso va a llevar algún tiempo en concretarse, usted entiende…


- Sí, no hay drama. Por ahora me puedo quedar en este departamento, ¿o no?


- Claro, sí, seguro. Debería hacer un último llamado telefónico para que eso se pueda arreglar ya mismo.



Y mientras Barbui sacaba el teléfono de su portafolio. A Rono se le ocurrió una última cosa. Tal vez la más importante.


-¡Espere, espere un minuto, doctor! -Exclamó Rono.


- Sí, ¿qué sucede?


- Antes de que haga esa llamada quisiera pedirle una última cosa, un último deseo, si es posible…


- Me intriga usted. Dígame, sí, le escucho.


- ¿Sería posible que le pidiera a los científicos si nos pueden enviar a la Negrita, al perro de mierda este y a mí, a los tres, junto con todo lo que me dijo que me iban a dar, al pasado, a una época especial que tengo ganas de visitar, digo, si es posible, a modo de vacaciones esta vez y no de experimento?


- Mmmh, a ver, ¿qué es lo que tiene en mente?


- Deseo ir a Inglaterra. A los años sesenta del siglo xx. Y deseo conocer en persona a Los Beatles. Quiero hacerme amigo y andar con ellos.


- Bueno, Rono, si eso es lo que desea pedir, no creo que hayan inconvenientes para hacer los arreglos pertinentes. Considérelo algo hecho.



Y así, al final, Rono pudo cumplir con todos sus deseos. Estuvo casi un año y medio en Inglaterra, se hizo muy amigo de John Lennon más que de los otros tres. Asistió a conciertos y a sesiones de grabación, y muchas más cosas que, por primera vez en mucho tiempo, lo dejaron satisfecho y contento.



Cuando regresó de este viaje. Todo estaba dispuesto perfectamente para su nueva vida. La casa era estupenda. Y el dinero no le faltaría nunca más en el resto de su vida.


Así, el doctor Barbui seguía visitando de vez en cuando a su amigo.



Rono, la Negrita y el perro… y el niño que la esposa de Rono llevava en su vientre, vivieron juntos y felices para siempre.




Ah, Nont'gunna, el neptuniano, también se fue a vivir con ellos, era el asistente y el mayordomo de la familia.





*** *** *** Fin *** *** ***








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