11/02/2025

Aventuras de Rono vol. 3 (episodio 12)

12.  RONO EN EL ESPACIO EXTERIOR 

Hacia el exterior de la cabina, que daba hacia el norte de Asia, Rono contemplaba el atardecer; un atardecer diferente, un atardecer muy loco, muy callado... Y muy profundo. Esto sucedía debido al nuevo experimento que Barbui y el resto de los científicos estaban realizando a costa de Rono. Y el pobre no tenía ni la más remota idea. Sólo se encontraba en aquella cabina, en aquella nave, observando aquel curioso atardecer. Y digo curioso porque eran las dos de la tarde. Muy temprano para que atardeciera. Pero Rono no estaba, como de costumbre, al tanto de casi nada de lo que pasaba. El perro dormía a su lado. Bostezó y emitió ese chillido que los perros hacen cuando bostezan y estiran sus miembros. Rono le dió una patadita de cariño.

- Andá a buscar algo para comer - le ordenó.

El animal, aún soñoliento, salió de la cabina y se dirigió hasta la cocina comedor de la nave. ¿A dónde iban ahora? Se preguntaba a sí mismo Rono. Tal vez hacia otro planeta. Porque definitivamente no estaban en la tierra, no. Iban viajando por el espacio. Se veían muchas lunas y muchas luces de colores. Rono tuvo miedo de que lo hubiesen drogado al abandonar Egipto. Eso había sucedido ¿cuándo? ¿Dos semanas atrás? ¿Tres, cuatro? Tal vez fueran años. No tenía manera de saberlo con certeza. Pero definitivamente no estaban en la tierra y viajaban por el espacio. Eso era para Rono la prueba de que estaba siendo otra vez objeto de un experimento nuevo. Se convenció de ello al instante. Y el único que podría aclarar algo de todo aquello era el doctor Barbui. Ahora tenía que encontrar la manera de comunicarse con él de inmediato. Pero ¿cómo?. No veía nada a su alrededor que pareciera un dispositivo de comunicación, un teléfono celular, una radio, una computadora con conexión de internet, un walkie talkie, algo. No, no había nada a simple vista. Se puso a revisar todos los compartimentos de la cabina. Abrió una puerta a su lado, donde estaba sentado. Encontró una lata de atún y una coca cola de medio litro. Era una heladera tipo frigobar. Laputamadre, pensó Rono. En ese momento el perro volvió con algo en el hocico. Parecía una rata. O un camote. Difícil de saber. Rono tuvo un acceso de rabia y ansiedad. Hacía mucho calor ahí dentro. Y la ansiedad siempre era seguida por angustia y desesperación. Pero Rono estaba dispuesto a controlarse a sí mismo. Estaba entrenado para ignorar el hambre, el dolor, el frío y el calor, la desesperación y la angustia. Como Rambo. Pero no la ansiedad. Eso lo dominaba.

-Ay, ay, ay Dios, Dios, se me viene, se me viene, laputamadre, ay Dios… - se lamentaba Rono al sentir la latente ansiedad acercándose como siempre; igual a un caballo de color negro y gris, como un ataúd de carne y hueso y con alas, pero sin jinete que lo montara.

Comenzó a rascarse las manos y las piernas y el pelo. Frenéticamente, entre quejidos e insultos. El perro lo observaba y movía la cola, divertido. En eso, el animal detectó por su instinto canino algo inusual en la parte posterior de la cabeza de Rono. Sí, definitivamente había algo, como una pequeña luz roja intermitente. Un punto rojo que se veía justo donde terminaba el cuello y comenzaba la nuca.

- Tenués una luz led en la nuca - le dijo el perro a Rono.

- ¿Qué?

- Que tenués una luz roja en la nuca.

- ¿Adónde? ¿Acá? -preguntó Rono mientras se palpaba la parte posterior de su cabeza, revolviendo los pelos.

Cuando logró dar con algo que parecía una espinilla, la presionó, involuntariamente, y un sonido como el de un maniquí hablando en ruso se escuchó en toda la cabina. Una imágen holográfica se presentó ante su rostro. Era Barbui.

- Bueno -dijo Barbui en un tono sereno y compuesto- , veo que encontró el artefacto para comunicarse que le implantamos hace diez años, cuando lo sacamos de Egipto, tal como hizo Dios con los hebreos, sí. Ahora, ¿puede oírme y verme con claridad, Rono?

- Sí - contestó Rono.

- Muy bien. Sí. Aparentemente se encuentra usted muy bien, querido amigo. Le voy a dar explicaciones en su debido momento acerca de porqué está en el espacio, viajando a casi la velocidad de un Renault 12 modelo 1981, sí. Solamente tengo que realizar unos pocos exámenes para sacar conclusiones más tarde. Mañana me pondré en contacto con usted de nuevo. Sí. Ahora descanse. O juegue al billar en la sala de juegos de la nave, no sé. Haga lo que quiera. Hasta mañana.

- Pero... - Rono empezó a preguntar algo, pero ya la imágen y el sonido del audiovisual receptor se había ido.

Decidió comer el camote, o la rata, que había traído el perro. Pensó que hubiera sido mejor haber sabido antes que podía jugar al billar en la sala de juegos. Se trasladó como pudo, debido a la falta de gravedad, y llegó a un lugar donde estaba todo muy bien organizado, todo ordenado y dispuesto de un lado a otro según la medida de cada cosa. La mesa de billar en el centro, iluminada por una lámpara verde fluorescente que dejaba caer la luz en el cuadro de la mesa. Pero no se veían las bolas. Ni los palos. Rono se acercó más, quedando por encima, flotando, de la mesa. El perro lo seguía, olfateando cada cosa que iba encontrando a su paso. La falta de gravedad hizo que Rono no pudiese ponerse a investigar un poco más sobre la materia. Siempre había sido un poco flojo para las matemáticas. Y para moralidad institucional, materias que le quedaron pendientes cuando cursaba la escuela secundaria. 

Pero ahora, ahí flotando sobre una mesa de billar, en una nave que viajaba por el espacio exterior, no tenía tiempo de acordarse de esas estupideces pasadas. Quería algo para hacer con su tiempo mientras esperaba las explicaciones que el doctor Barbui había prometido darle. Claro, todo eso suponiendo que fuera algo que él entendiera fácilmente. Y además, ya estaba bastante acostumbrado a tolerar las excentricidades del doctor. Y sabía, o estaba muy seguro, que fuera lo que fuera que Barbui y los demás científicos hicieran con él, no había ninguna razón para preocuparse por su salud y su seguridad. Al menos eso es lo que pensaba Rono. Pero estos pensamientos bien podían deberse a la falta de gravedad, a la alta presión de la cabina, o a las hemorroides que tanto le dolían.

Dió cuenta del camote rápidamente con mucho apetito. El perro lo observaba desde el lado opuesto de la mesa, emitiendo silenciosos suspiros. Rono levantó la vista por un instante y descubrió que el techo de la nave era de cristal y se veía el negro paisaje estrellado y poblado de una especie de vapor azulado. Era una hermosa vista, pensó Rono.

De pronto, algo increíble sucedió. Algo que cambiaría su vida por completo y que haría que su percepción de las cosas se vieran modificadas para siempre.

Un dedo apareció apoyado en el cristal. Era de un color verde musgo. Y al instante se vió claramente la mano a la que pertenecía aquel dedo. 

Y se movía.


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