Aventuras de Rono vol. 2 (21 episodios completos)
1. RONO VUELVE
A partir de cierto punto, Rono comenzó a experimentar una extraña sensación. Era algo que jamás había l. Le picaba todo el cuerpo y se rascaba frenéticamente. Además se le había hinchado un ojo. Estaba en un hotel tres estrellas de la ciudad de La Habana, en Cuba. Se miró en el espejo del baño. No le gustó lo que vio.
― Maríaaaaaa… ―susurró.
Había llegado a Cuba por error, luego de que la negrita y el perro le perdieran el rastro en el aeropuerto de Lisboa, en Portugal, al regreso de su luna de miel. Rono había bajado del avión para orinar… y el avión despegó sin él al cabo de cuatro minutos.
Ahí en Portugal, una señora se le acercó y le preguntó si era Tom Hanks, el actor. Con una sonrisa vanidosa, Rono contestó que no, que él no era Tom Hanks, pero que siempre lo confundían. La mujer le señaló entonces uno de los grandes televisores que colgaban en lo alto de la Terminal, donde emitían una película con Tom Hanks. Rono se ruborizó y se puso un poco nervioso, buscó algo inexistente en los bolsillos delanteros de su pantalón. Y en ese momento se acordó que debía volver al avión…
… justamente cuando lo veía despegar.
―Laputaquemeparió ¡se me va el avión! ―se desesperó.
Dos horas más tarde, estaba sentado en la oficina del director del Aeropuerto Internacional de Lisboa. Se trataba de un tipo de media estatura, algo calvo, de ojos escondidos tras gruesas gafas y pantalón color bordó.
― ¿Tein pasaporchi? ―preguntó el director
― ¿Cómo? ―se adelantó Rono.
― Siñori, tein que tené pasaporchi al gía pa’ permanenza en aeroporchi ―explicó el director en un portugués medio extraño.
― Tein pasaporchi ―dijo Rono, en un portugués muy serio.
― Entregi eu.
― ¿Cómo? ―se desorientó.
― Tein que entregá pasaprchi eu ―repitió el director.
En ese momento entró un oficial de la marina estadounidense, interrumpió al director con una mano en alto, tomó a Rono del brazo, sacándolo de la oficina. “Perolaputa”, pensó Rono. Todos conocemos la indignación que esto le provoca. El oficial llevó a Rono del brazo por toda la Terminal del aeropuerto de Lisboa, lo metió en un taxi, le indicó al chofer dónde lo tenía que llevar y luego desapareció.
Rono estaba bastante confundido a esta altura. La ciudad de Lisboa está por encima del nivel del mar.
En el taxi, la comunicación con el chofer fue espontáneamente surgiendo a raíz de lo que a Rono se le revelaba en su cerebro. Así, le preguntaba sobre diversos temas, comidas típicas del lugar, los medios de transporte, la densidad de población, lugares para hacerse la manicura, calles famosas, etc. “¿Dónde está la municipalidad?” ―preguntó Rono en un momento. Y como al chofer no parecía importarle, seguía manejando indefinidamente, y por esto, no por otra cosa, Rono comenzó a sospechar que algo raro estaba pasando.
― Algo raro está pasangi ―comentó Rono, distraído mirando por la ventanilla del taxi.
― Es una ciudad muy antigua ―dijo el chofer. Era español.
― No. Yo digo que algo raro pasa, porque, mire: primero, me voy de luna de miel con mi esposa y el choco de mierda, la pasamos bien, fuimos a unas islas en Grecia, después, a la vuelta, me bajo del avión…
― ¿Es recién casado usted?
― Y sí,… porqué me voy a ir de luna de miel sino. Bueno, la cosa es que me bajo del avión porque ya no aguantaba más de las ganas de hacer pis, me entiende, así que me bajo ¡y el avión despega inmediatamente!, laputaquelosparió, y me quedo parado acá en… Las Boas, Tortugal, o como se llame, no sé donde mierda estoy en realidad…
― Lisboa, en Portugal. Pero ¿porqué no hizo pis en el avión? Tienen baños.
― ¿En serio? ―preguntó Rono, alargando el cuello hacia delante.
― Claro que tienen. No son muy cómodos que digamos, pero… Una vez yo me afeité en un avión. Casi me degüello a mí mismo, es el riesgo que uno corre…
― ¡Laputísimamadre! Bueno, entonces después me hacen ir a una oficina, con el director del aeropuerto este…
― No sé porqué me afeité. Nunca me afeito. Menos en un avión… ― seguía el chofer.
―… y ahora viene el otro y me agarra del brazo, me mete acá en este taxi, con usted, que me está llevando no sé adónde… Me parece raro, me parece raro…
Rono movía la cabeza de un lado a otro.
El chofer le indicaba una plaza donde una vez encontró un trébol de cuatro hojas, cuando tenía 17 años.
De repente, detuvo el taxi en medio de una calle desierta y desconocida (?), se apeó y abrió la puerta de Rono. Se movía rápido y resoplaba como un turco. Rono pensó que lo estaban asaltando. “Ay no ―pensó alarmado―. Lo que me faltaba”.
― Tiene que quedarse acá, lo van a venir a buscar ―le dijo el taxista en español neutro.
― ¿Ah, sí? ―respondió aliviado Rono― Putache, ¿y quién me viene a buscar?
― Yo solo obedezco órdenes superiores. Somos del FVY.
― Ahhh…
― No, mentira…
― Ja ha ―se rió Rono―. Ya me parecía, porque no se escribe así…
En ese momento apareció un helicóptero anaranjado y verde, tacatacataca, se posó sobre el asfalto como si fuera un insecto gigante de metal, salieron dos tipos, agarraron a Rono del brazo, lo metieron dentro del aparato, haciéndole extrañas señas y agachándose más de la cuenta bajo la enorme hélice, y se lo llevaron con ellos.
2. RONO EN CUBA
En el viaje le explicaron algo de lo que estaba sucediendo, pero Rono no captó ni la menor idea. Igual, preguntó si podía hacer una llamada. Los hombres que iban con él le alcanzaron un teléfono, acostumbrados a esa clase de requerimientos por parte de las personas como Rono, que se encontraban en la difícil situación en la que él se encontraba; entendían la preocupación de esta gente por sus familiares o seres queridos. Rono se puso el auricular en la oreja y sonrió, inexplicablemente. Luego marcó un número. Era un teléfono con disco. Y luego marcó dos números más.
Esperó un instante. Una voz de mujer se escuchó al otro lado de la línea.
“Son las once, cincuenta y dos minutos, treinta segundos”, dijo la voz.
― Qué gracioso ―comentó Rono.― A mí me parece que la mina que da la hora debe ser linda. Además, estoy seguro de que está grabada. No puedo creer que esté todo el tiempo la mujer ahí, atendiendo el teléfono diciendo son las tanto y tantos minutos…
Los hombres cruzaron una mirada curiosa entre ellos. Rono giró el disco para escuchar la hora de nuevo.
En la casa del presidente, Fidel Castro puso un habano entre sus dientes. El perro le alcanzó fuego.
― La revolución, querido amigo ―decía Fidel―, consiste en evitar todo tipo de manifestación contraria a lo que uno considera la base de lo que realmente piensa en términos políticos. Es una consigna de hombres que inteligentemente se respetan y se quieren, como pueblo y como hombres. Pero no se trata de aparecer como afeminados ante los caprichos del sistema capitalista que pretende siempre acaparar los avances mediáticos utilizando dados cargados y ruines, con finalidades nefastas para los países que no poseen casinos decentes, se trata de…
― Comandante, disculpe la interrupción, pero vienen los del servicio secreto ―dijo la voz de una de las personas de la seguridad de Castro.― Dicen que el señor que mandó usted a buscar, ya está en el hotel.
El perro movió la cola. Y derribó un cenicero.
― Ah, perfecto, perfecto ―exclamó Fidel.― Quiero verlo cuanto antes. Preparen una cena para esta noche. Y mándenle unos cigarros.
― Muy bien, comandante ―dijo el portavoz, y se retiró.
El perro hizo una seña militar.
En el hotel, Rono se contemplaba a sí mismo en el espejo del baño. A cada rato exclamaba «Maríaaaaaa».
Un golpe en la puerta lo sacó de trance.
― ¿Quién es? ―preguntó Rono a la puerta.
La puerta no contestó. Decidió abrir. Había un hombre. Oh, qué misterio. Quién puede ser este hombre.
¡Oh!
Es el doctor Robert Barbui, en pantalón caqui, camisa beige, zapatos de cuero blanco. Rono está desnudo, y se sorprende de estarlo.
― Vístase, sí. ―El doctor entra en la habitación y deja un maletín sobre la cama.
― ¿Qué hace? ¿Qué pasa? ¿Por qué estoy acá? ¿Quién me ha golpeado? ―Rono tiene infinitas preguntas para el doctor. Sospecha que él sabe algo de todo este misterio.
― No haga preguntas ahora. Sí. Nadie lo golpeó. Usted se resbaló en el jardín del hotel y desafortunadamente un panal de avispas ecuatorianas estaba justo al lado de su cara. Sí. Esas avispas. Ya hemos tenido problemas antes.
― ¿Con las avispas?
― No. Con los hoteles. Acuérdese de Londres. Escuche, tiene que ir a ver al presidente, al comandante Castro. Sí.
― ¿Qué, no está más Fidel? ―Rono sigue preguntando intrigado como una lombriz dentro de un salamín de campo.
― Fidel Castro. Sí. Su perro está con él. Es importante, sí. Su esposa está a salvo en El Salvador. No se preocupe por ella, sí…
― ¿La negrita?
― La negrita. Quién va a ser sino. Vístase, yo lo espero en el ascensor. Sí.
― ¿Qué hay en el maletín? ―Los interrogantes tienen a Rono secuestrado.
― No haga más preguntas. Tenemos que irnos. Hay cosas que hacer, muy importantes y muy urgentes, sí.
― ¿Puedo abrirlo?
― No lo abra. Sí.
― ¿Sí o no?
Rono abrió el maletín. Se produjo un silencio incómodo.
― ¿El traje de Batman? ―se sorprendió― ¿Es para mí éste?
― No puedo decirle nada. Sí.
― ¿Y usted que va a usar? ¿El de Superman?
― Aquaman.
― Aquaman ―repitió Rono.― Uh… Muy Bien. ¿Y el perro?
― Vamos ―insistió el doctor.― Tenemos que irnos ahora. Sí.
Y abandonó la habitación. Rono se quedó observando el traje. Tenía algo fuera de lo común. Algo le faltaba…
― Puuuuuutamaaadre… ¡No tiene el murciélago en el pecho!
En la entrada principal de la casa del gobierno cubano hay una carta. Se trata de un documento que data del período de fundación, cuando la isla era unificada por las distintas maniobras ovíparas y escalfadas de la monarquía española. Está íntegramente tallada sobre la superficie de un gran bloque de bronce fundido con plata, la cual fue traída exclusivamente para éste propósito desde el Perú, en 1657, por el conquistador español y gobernador de Polonia, Fernando Manuel Mujica Garrariaga Smith & Güemes. Es un monumento histórico que permanece aún allí desde su primera lectura en público, simplemente porque Fidel no ha podido dar con un buen herrero.
A las 19:31, cuando llegaron a las escaleras que conducen al gran salón principal del edificio, el doctor Barbui y Rono - ambos vestidos en finísimos trajes de seda caracterizados como Aquaman y Batman respectivamente ―se detuvieron un momento para contemplar aquella reliquia.
Sobre el opaco brillo del bronce se notaba una mancha uniforme que desteñía el metal y cubría gran parte de la escritura, haciéndola ilegible.
― El perro. Sí. Ha meado en el monumento ―dijo Barbui meneando la cabeza.― Qué se le puede hacer, nunca puede controlar su riñón, sí.
― Taquelosremilparió ―se calentó Rono.
Treparon unos cortos escalones y entraron al salón.
Por lo visto, se ofrecía una gran fiesta en su honor. Había mesas por todos lados, mozos yendo y viniendo, llevando bandejas con copas y canapés; una banda de 72 miembros, todos ellos de 72 años cada uno, ponían a punto las pistas para que la gente bailara durante la velada ―tenían un ordenador portátil en el cual ordenaban las pistas, para una intensa noche de son cubano en karaoke.― Rono tenía sed. Se dirigió hacia un costado, donde había una barra. Barbui hizo una seña a uno de los colaboradores de Castro, para que le hicieran saber que ya habían llegado. El hombre movió el mentón, en señal secreta de haber entendido. Luego se acercó al doctor.
― Hay mucha gente aquí, y nadie sabe los planes que el comandante tiene. Todos creen que la fiesta es puro ejercicio del poder sobre la aristocracia. Por eso los disfraces, entiende mi amigo…
― Yo no soy su amigo. Sí. Sólo quiero ver a Fidel y decirle que Rono está bajo mi protección, antes que nada. Aunque también quiero sacarme una foto con él, claro, sí. Pero me inquieta pensar en las intenciones que tenga con Rono. Es un hombre muy especial, está recién casado, tiene un temperamento impredecible…
― Sabemos cómo es Rono, doctor. Y no se preocupe, Fidel conoce…
― No me preocupo, sí, no me preocupo. Ustedes no saben las cosas que éste hombre ha pasado. Es un inútil, sí. Pero ha contribuido mucho con nuestros experimentos en científica cuántica. Y es un hombre muy curioso…
En la barra, Rono bebía un trago y conversaba con el mozo que le servía. Era difícil no sonreír al ver a Batman con un martini en una mano y un cuba libre en la otra. A Rono nunca le preocupó la mezcla en absoluto.
―… así que…, bueno ―comentaba Rono― , acá estamos, no sé bien porqué... pero, parece que el General quiere conocerme, viste…
― Comandante ―corrigió altivo el mozo .
― Bueno, Comandante, General... me da igual. La cosa es que no sé qué quiere… Y mi perro está con él ahora, vos sabés, en este preciso momento, el hijodemilputa no se puede creer mirá…―una señorita muy atractiva pasó a su lado y Batman se detuvo a observarla. Luego siguió conversando con el mozo, y agregó inesperadamente:
― ¿Les gusta Coldplay a ustedes? Porque son medios raros los cubanos, la verdad. Siempre me pareció que vivían como aislados del resto del mundo.
El mozo le dirigió una fría mirada a Batman.
― ¿Qué? ¿No viven en una isla acaso?
Rono dio media vuelta para volver donde el doctor. Pero justo cuando se volvió, la capa se le quedó atrapada bajo los pies de una dama, que perdió el equilibrio debido al tirón y cayó sobre la mesa repleta de pasteles que estaba detrás de ella. Su compañero, vestido de gala al estilo siglo XVIII, trató de sujetarla. Rono también perdió el equilibrio y volcó todo el contenido de sus tragos encima del singular caballero. Pidió disculpas y se alejó lo más rápido que pudo. Atravesando el salón, divisó a Barbui a través de los ajustados ojos de Batman, pero luego lo perdió de vista.
― Perolaputa ―se dijo Rono―. No se ve nada con esta máscara. No entiendo cómo hacía Batman para que no lo cagaran a patadas apenas se ponía esto encima.
Un niñito, tal vez el hijo de algún diplomático que estaba en la fiesta, se paró enfrente de Rono. Iba disfrazado de Superman, con las manos en la cintura. Era un Superman en miniatura. Escrutó a Batman con una intensa mirada.
― Soy más poderoso que Batman― dijo al fin el pequeño que no debía tener más de 9 años.
Rono se quedó en silencio, pensando si debía desperdiciar su tiempo discutiendo con ese niñito engreído. Sería muy infantil de su parte, y además se suponía que no debía entretenerse con asuntos menores. Su energía mental era valiosa y debía reservarla para enfrentar la incógnita de haber sido convocado por Cuba para algo que él desconocía – y no estaba preparado, desde ya -, y resolver eso en términos desfavorables, frente a nada más y nada menos que Fidel Castro, el último líder revolucionario que quedaba en actividad en el mundo entero. Era una situación difícil para Rono.
― Superman se murió en una silla de ruedas, nene.
El niñito observó a Rono de un modo extraño. A continuación pegó un grito, un agudo chillido que perforó los sensibles oídos del hombre murciélago.
― ¡Mamáaaa! ―Batman se llevó ambas manos a las orejas… puntiagudas, que se elevaban por encima de la máscara.― ¡Mamáaaa!
Una señora se dio vuelta, miró al menor, y luego frunció los labios al notar la presencia de Rono. Tomó al nene de los hombros y lo atrajo para sí misma. El nene escondió el rostro, derrotado, en el algodón del traje de la señora que parecía ser su madre, que parecía ser una nube - no tanto porque estaba disfrazada con algodón blanco, sino por las dimensiones de su cuerpo -. Rono alzó las manos con las palmas hacia delante, diciendo con ese gesto que él no era quien había empezado la pelea.
― ¡Sinvergüenza! – exclamó la señora― Es sólo un niño, ¿le parece bonito…?
Rono dudó un instante.
― El traje está muy bueno la verdad ―respondió Rono―. Al mío le falta el murciélago del pecho. Mecagoenlamierda, mire... ¿ve?
Madre e hijo se alejaron y se perdieron entre las demás personas, mientras Rono, tanto como la máscara se lo permitía, se miraba el pecho. Llevó una de sus enguantadas manos hacia él.
― Uylaputa… qué es esto ¡ya me lo manché!
En un piso superior, el perro movía la cola observando a Fidel. El comandante se vestía para bajar a la fiesta. Su disfraz consistía en pantalón y camisa de jean, botas de cuero de víbora, pañuelo al cuello, y sombrero de ala doblada.
― Qué te parece, querido amigo. Quiero verme sencillo, como si estuviera en un simple día de campo con mis compañeros, nada de ostentar un disfraz costoso. No, señor. La revolución, querido amigo…
El perro movió el hocico, articulando un sonido. Fidel detuvo su discurso.
― ¿Qué has dicho?, no te he oído bien. Habla…
― Que puarece un cowbuoy ―señaló el perro.
3. RONO EN CANADÁ
Una tarde, Rono decidió dar un breve paseo por la granja.
Bueno, es que luego del largo viaje en barco que los trajo de Cuba, el perro y él se quedaron en Canadá, vendieron el barco, y compraron una granja en Québec.
Rono quería buscar a la negrita, su adorable esposa, para que pasara unos días con él en la granja de Canadá; utilizaba una notebook para establecer contacto con el doctor Barbui, la negrita, sus amigos personales, la caja de ahorro previsión y seguro, el consulado de Bélgica en Miami, andá a saber porqué, y otros contactos de menor importancia.
Pero el perro se comió la computadora una mañana, pensando que era una caja de chocolates canadienses, y la negrita nunca pudo ser avisada.
Así que, muy bien, Rono daba un paseo por su recién inaugurada granja.
― ¿Cómo le voy a poner de nombre a esto? ―se preguntó.― Voy a esperar que llegue la negrita para ver si a ella se le ocurre un nombre, no sé, "La granja de Rono en Canadá"... no me parece.
― Malísimuo ―dijo el perro detrás de él.
― Calláte laputaqueteparió, que te comiste la computadora mirá... ¡salí de acá!
― Puonele en la puerta un cartuel que diga: "Cuidado con el Perruo".
Rono levantó al animal de una patada, pero al perro no le dolió en lo más mínimo, y se limitó a brincar hacia atrás y sentarse al sol.
― "Cuidado con el perro". Tevoyadarmirá…
Rono miraba de reojo al choco mientras observaba una fila de arbustos que se encontraba en el lado oeste de la propiedad.
― Qué mierda es eso...
Decidió acercarse más, seguido de cerca por el perro que iba agazapado detrás de Rono como si fuera un felino, olfateando el terreno a su paso.
Rono llegó a unos cinco o seis metros de donde estaban los arbustos y se detuvo. Había algo extraño en esas plantas. No parecían corresponder a ninguna de las especies que se encontraban alrededor. Eran como palmeras de mediana estatura, pero de un color verde muy pálido, y con hojas mucho más gruesas y largas que las de una palmera común.
― Pero, qué mierda...
― Son palmueras.
― Calláte. No son palmeras. ―Rono se acercó más, despacio, levantando cuidadosamente los pies del suelo como para no hacer ruido. El perro hacía lo mismo. El silencio de la tarde canadiense les hacía parecer muy estúpidos si se los miraba de lejos. De repente uno de los arbustos se sacudió por sí mismo.
¡FFFFFFFFFF!
Rono se asustó y retrocedió inmediatamente.
― Aylaputa… ¡se movió solo, se movió solo!
― Hay alguo detrás ―dijo el perro.
― ¡Andá a ver! ―le gritó Rono desde el suelo, se había resbalado en sus propios pasos al asustarse― Laputamadreche, para qué sos un perro... ¡andá a ver qué mierda hay ahí!
El perro se acercó. Otra vez retomó su actitud felina, por supuesto fingida, teatral, aguzando los ojos y elevando las orejas hasta que no le daban más, sus patas traseras casi no tocaban el suelo, parecía estar muy concentrado en descubrir el misterio del arbusto.
Una mosca se le metió en la boca. El perro se detuvo y contrajo el estómago en un espasmo. Luego emitió una tos ronca y seca, hizo una arcada y se lamió la comisura del hocico. Tosió de nuevo, con otra arcada.
― ¡Dále laputamadre, qué te pasó ahora! ... ―gritó Rono.
Recuperado, el animal continuó el trayecto hasta el arbusto movedizo.
FFFFFFFF.
Se volvió a sacudir la planta.
El perro ni se inmutó, estaba demasiado concentrado en... la mosca, no salió con la tos, no salió, se la había tragado nomás.
Un chasquido detrás del arbusto.
Ya Rono estaba muy cagado, y pensó “Cómo no me traje el rifle laputaquemeparió”.
Rono había comprado un rifle en el pueblo, apenas llegados a Canadá. Pero en Québec existe una ley que prohíbe el uso de armas domésticas para fines rurales, por lo que Rono tuvo que verse obligado a preguntar “¿Qué?” Al final logró conseguir un permiso para cazar castores, que en Canadá son como los gorriones; algo inexplicable, realmente.
Bueno, el perro notó en seguida que el chasquido no provenía de la planta, sino de...
Una figura enorme se elevó frente a ellos. Los arbustos desaparecían en la tierra mientras lo que sea que se encontraba ahí se incorporaba e iba cobrando forma. Una luz blanca y misteriosa iluminaba la escena. Rono y el perro observaban perplejos y asustados. Era algo realmente aterrador... como un gigante que salía de la tierra. Y esa luz blanca, dios mío, esa luz...
Esa luz no era más que la luna brillando al caer la tarde, desde luego.
― Es un extraterrestre ―susurró Rono, angustiado, mirando hacia lo que sea que esto fuera― Es un extraterrestre laputamadre, justo acá tienen que venir... justo acá.
El perro también estaba bastante angustiado, pero pensaba diferente. "Si me tragué la mosca, tal vez me ponga huevos en la panza, y ahí sí, ahí sí que estoy en problemas". (En sus propios pensamientos, las palabras del perro se oían con claridad humana, al no pasar por el largo hocico y tener la dificultad de articularlas correctamente)
La enorme figura por fin reveló su tamaño verdadero. Y su forma. Los arbustos resultaron ser la cola ―o algo parecido― de un gran cuerpo constituido por dos pares de brazos, una cabeza cinco veces más grande que lo normal, y un par de piernas... o algo así.
Realmente no parecía algo de éste planeta. Su rostro ―o algo parecido― era chato y estaba cubierto por una masa abundante de pelos. Aparentemente, la criatura había estado de espaldas, agachada, y por eso se veían solamente los arbustos engañosos. El pelo era de la misma cosa que estaban hechos los arbustos que resultaron ser la cola, o el rabo, de la extraña criatura.
Se le abrió algo en el medio, en la panza - o algo así -, y un sonido grave y monoestéreo se oyó durante unos segundos. De ese orificio salió algo muy pequeño, tal vez un tweety, que miró a Rono y el perro muy intrigado.
Pronto Rono y el perro descubrieron que algo en común tenían con la extraña criatura, porque hablaba...
― Becho ―dijo estirando el pico hacia adelante.
Algunos días después, en conversaciones con el FBI, Rono fue consultado sobre sus supuestas vinculaciones con la mafia.
― No se nada de la magia.
― Mafia.
― Bueno, eso. Pensé que era con g.
El agente del FBI, conociendo ciertas características de Rono debido a su registro en expediente dentro del servicio secreto norteamericano, tomo una bocanada de aire.
― Mire, sabemos algunas cosas sobre usted. Y tenemos a su esposa en el PPT (Programa de Protección de Testigos)
― Perolaputa, ¿mi esposa?
― Sí.
― ¿Y qué hizo para que la pongan ahí? ―preguntó Rono mientras pelaba una naranja.
― Interceptamos su teléfono, le hicimos unas preguntas y respondió a todo según lo esperábamos. Por eso le estamos llamando, para que testifique en contra de El Padrino.
«El Padrino» No, no le sonaba a nada. Rono se quedó mudo. Y ahí se acordó de la característica principal de su esposa.
― ¡Nooo! Es un error, es un error ―dijo excitado―. Mi esposa no habla. Quiero decir, no lo hace bien. Sólo repite lo último que escucha.
― No me diga ―dijo el agente.
― Putamadre, ¡es verdad! Escúcheme, si usted le pregunta, por ejemplo, ¿Ha tomado usted un colectivo o ha tomado alcohol?", ella le contesta "alcohol" ¿me entiende? Imagínese si le dice "¿Su esposo Rono alguna vez asesinó?"
― Mmm...
― No, no me "mmm" a mí. Se lo digo en serio.
― Le llamaremos.
― No, ¿para qué? Déjenme en paz.
― Tenemos a su esposa acá.
― Bueno ―Rono escupió una semilla―, qué quiere que le diga. Ténganla ahí, adiós.
Click. Rono cortó la comunicación.
La reparación del tanque, el bicho del doctor, el doctor, el perro, y ahora lo del FBI y la mafia lo tenían algo nervioso.
Decidió relajarse, encendió el televisor. Estaban dando la nueva temporada de Los Soprano.
― T'madrrrre...
Fue cambiando de canal. En uno encontró mujeres que caminaban sobre una angosta tarima rodeada de cabezas estúpidamente alzadas hacia ellas. Modelos. Iba a cambiar justo cuando una de ellas apareció en la pantalla.
― Ay, Julietaaa… ―dijo en un suspiro patético.
Su teléfono móvil sonó. Se escuchó el ringtone con la melodía de "He-Man". Alguien lo había cambiado, él tenía otra, la de "Un poco loco" de Sergio Denis. LLamó al perro y le preguntó si había estado jugando con el aparato.
― ¿Porqué me cambiaste el ringtone, laputaqueteparió?
― Mue gusta el tigrue cuando se cuonvierte en Battle-Cat ―dijo el animal, y se metió debajo del futón.
Rono lo miró serio, amenazándolo con un puño en alto.
Atendió el teléfono.
― Sí ―dijo la voz del doctor del otro lado― Es el Tweety. Se escapó cuando me llevé al grandote. Fíjese si no está por algún lado ahí en la granja. Sí. Es muy importante.
Rono insultó en silencio.
― Bueno, está bien ―dijo Rono, y cortó.― El Tweety y laporongaqueloparió
Se preguntó cómo carajo haría para encontrar al bicho. No tenía discos de los Pet Shop Boys.
Se le ocurrió una idea. Fue hasta la puerta de la gran casa y la abrió. El cálido aire de la reciente primavera se filtró entre sus pocos cabellos.
― Tweety tweety tweety... ―dijo al aire.
Nada.
Se enfureció un poco. Repitió el intento un par de veces más, sin resultado.
Entonces se le ocurrió cantar una canción de los Pet Shop Boys, pero no se acordaba de ninguna. El perro se acercó a su lado, curioso, moviendo la cola alegre y despreocupado.
― ¿Sabés alguna canción de estos tipos vos?
― "Always on my Mind" ―contestó pronunciando perfecto inglés el choco.
― Esa es de Elvis.
― Puero la cantuaban elluos también.
― Putamadre, mirá eso...
Rono, con las manos en la cintura en la puerta de su casa y el perro al lado moviendo la cola con la lengua afuera, ofrecía un ridículo espectáculo visual para quien lo mirara desde cierta distancia. Había algo ahí en el césped del patio. Parecía una pelota de tenis. Y quien lo miraba desde cierta distancia era el Tweety, unos metros delante de ellos, escondido adentro de la pelota, que tenía un tajo pero no estaba dividida aún.
― Becho.
Rono y el perro no escucharon al Tweety.
― Tiene que estar en algún lado ―dijo Rono.― ¡TWEEETYYYYYY!
― ¡TWEETUY! ―ladró también el perro.
El can descubrió la pelota y se dirigió hacia ella. La observó un instante, torció la cabeza hacia un lado y luego, aburrido, la tomó con la boca y jugó con ella un poco. A continuación se la comió.
― ¡Dejá eso, lamadrequeteparió! ¡Qué te comiste, qué te comisteee!
«Mañana mismo nos vamos de acá», pensó Rono.
4. EN CIUDAD EXTRAÑA
Con la llegada del otoño (boreal), Rono y su perro dieron un vuelco en sus vidas. Pero literalmente, porque volcaron en un auto.
Desde Canadá hacia su nuevo destino, el Tweety había sido removido del estómago del perro ―junto con la pelota de tenis―, lo cual obligó al doctor Barbui a tener que enviar media docena de veterinarios experimentados para extirpar el bicho y devolverlo a su hábitat natural, sea cual fuere este. Muy bien, la cosa es que embarcaron a Rono y el perro en otro viaje que los llevó a recorrer las rutas del norte de Norte América. Luego bajaron hacia climas más alegres hasta llegar a una ciudad en particular donde pudieran descansar ― ¿de qué? Si no hacen nunca nada―. En esa ciudad alquilaron un coche para pasear y conocer. No sabían dónde estaban, ni les importaba, pero querían conocer y pasear. Rono manifestó su aprobación y se dispusieron a andar. Tomaron un camino angosto, luego uno ancho, luego uno angosto, luego uno ancho, otro más ancho, y así fueron llegando a… ningún lado.
Se perdieron.
Así que, extraviados, llegaron finalmente a una ruta asfaltada de doble vía. Siguieron por ella durante un largo rato, y al amanecer el perro se quedó dormido.
Al volante, porque era él quien manejaba. Volcaron sobre la banquina derecha del camino, pero afortunadamente no les pasó nada. Rono salió arrastrándose y escupiendo tierra por una de las ventanillas traseras del vehículo. El perro ya estaba afuera y llamaba por el celular una grúa.
― Nuo hay señual ―informó el animal a Rono, que se recuperaba lentamente del golpe sufrido en el auto.
― ¡Dame ese teléfono! ―dijo con la cara blanca de polvo.― ¡Te quedaste dormido manejando, laputaqueteparió!
― Tuvimuos suertue igual.
Rono lo miró fijo un rato, pensando si debía administrarle una patada o no. Le arrebató el teléfono celular, quería llamar él al seguro del auto. Pero no tenía idea del número.
― El número ―le dijo al perro.
El animal, ofendido, miró hacia el este, el sol estaba saliendo en un espectáculo de colores ocres. Rono le aplicó la patada al fin.
― Decíme el número que marcaste por favorrr, laconchadetuhermana.
― Estuá en la puantallua ―Rono miró la pantalla del aparato. Había un número en ella, lo marcó y esperó.
Lo atendieron a los pocos minutos y entonces explicó dónde estaban y qué les había sucedido. La chica que hablaba por el otro lado de la línea ―parecía competente― le dijo que ya iba en camino una grúa para rescatarlos.
Rono se sentó en el asfalto desierto a esa hora temprana del nuevo día, y el perro se sentó junto a él, moviendo la cola.
Un auto se acercaba, pero no lo escucharon.
Era la policía, avisada por los camioneros que transitaban la zona y habían visto el accidente. El móvil se detuvo, descendieron dos oficiales. El perro los descubrió primero.
― Laputuaquelospuarió ―insultó, por primera vez en su vida.
Rono se puso de pie y enfrentó a los policías.
― Estamos bien ―les dijo― No pasó nada grave, por suerte.
― Sucumentación ―pidió uno.
― ¿Para qué?
Los policías intercambiaron una mirada.
― Nos va atener que acompañar, seor.
― ¿Para qué? ―volvió a preguntar Rono, enfadado e impaciente― No hemos hecho nada malo, tuvimos un accidente, pero ya estamos bien, esperando la grúa del seguro.
― Nesitamos sus huellas datilares, seor ―explicó el otro.
― Putamadre.
― No insulte, seor.
― Bueno, pero es que…
― Estamos buscando un prófugo de la justicia, acompáñenos.
― ¡Yo no estoy prófugo! ―gritó Rono.
― No grite, seor.
Rono se pasó una mano por el pelo, con una amarga sonrisa en sus labios.
― ¿El perro es suyo?
― Sí.
El perro se acercó a los oficiales moviendo la cola.
― También viene. Van a ser interrogados por el inpector.
― ¡Qué bien! ―dijo Rono con ironía.
― No sea irónico, seor.
― Buenolaputa pará un poco ―dijo Rono―, dejá de cagarme a pedos por cualquier cosa, también vos…
Los policías agarraron del brazo a Rono y lo metieron en el vehículo. El perro saltó al asiento de adelante. Los agentes avisaron por radio que llevaban un sospechoso. Rono murmuraba cosas y bufaba.
― No hable ―le aconsejaron.
― Me estoy tragando toda la bronca ―dijo Rono.
― Nuo hablues ―le aconsejó el perro. Rono lo miró furioso.
Llegaron a una especie de Castillo, una casa de dimensiones gigantes. Vaya uno a saber dónde carajo estaban. El coche policial estacionó en un… sector que había ahí. A Rono le parecía raro que una comisaría, una oficina de policías, estuviera en un lugar como aquél.
― ¿Quién vive acá? ―prguntó Rono.
― Acá vive el inspetor.
― Inspector se dice.
― No corrija ― le dijo el otro policía.
Rono miró hacia el extenso parque que rodeaba la mansión. Parecía un castillo de verdad, pero no uno medieval, sino uno de esos de la alta aristocracia europea del siglo XVIII. Entraron a una sala enorme, llena de objetos, espejos, azulejos, submarinos en miniatura, arañas colgantes, arañas en los rincones, sillones, mesas, adornos y cuadros con retratos de gente, de barcos… en fin, todo tipo de cosas que pueden haber en un lugar como este… y que Rono pudiera llegar a distinguir, claro.
― Quédense acá. Nosotros vamos a buscar al inspetor. ―Los oficiales se miraron otra vez con aquella expresión en sus caras, y desaparecieron por una puerta lateral.
― ¿A Buscar al inspector? Pero qué ¿está escondido? ―dijo Rono. Luego miró al perro, estaba agachado al lado de un sillón.
― ¿Qué pasa? ¿Qué hiciste?
El perro seguía agazapado.
― ¿Qué hiciste? Te comiste algo ya, seguro.
El animal sacudió la cabeza y estornudó repetidas veces. Rono se le acercó, y vio lo que había frente al perro.
Muchas veces en su vida Rono había sentido náuseas… pero ahora no, nada que ver, no sintió náuseas.
Delante del choco había una cosa de color amarillo y verde, del tamaño de un antebrazo y de aspecto muy extraño.
― ¿Qué es esto? ― Rono se agachó para observarlo más de cerca.
La cosa se movió un poco.
Los dos, Rono y el perro, se echaron hacia atrás bruscamente. La cosa no se movió de nuevo.
― Es un lagarto ―identificó Rono ahora.
El perro huyó a esconderse, dejando al descubierto su miedo por los reptiles. El lagarto, con la mirada fija en Rono, sacó y metió la lengua rápidamente.
Rono lo imitó, devolviéndole el gesto.
En ese momento una persona entró en la sala. Iba vestido de buzo, con un traje de neopreno, antiparras y patas de rana.
― Hjkklao Fjoy Lenjspduorf Huazzet ―dijo esa persona.
― ¿Perdón? ―Rono no comprendía el idioma del buzo.
El buzo se quitó las antiparras.
― Aló, soy el inspectog Nuasset.
― Ah, qué tal inspectog ―saludó Rono―, yo me llamo Rono, y este animal es mi perro…
― ¡Tiene patuas de ranua! ―exclamó el animal aterrorizado. Y volvió a esconderse.
El inspector Nuasset debía interrogar a Rono a propósito de un prófugo de la justicia, pero no le informó esto a sus superiores, quienes tampoco dejaron saber a las autoridades, por las cuales el gobierno permanecía en la… cúpula gubernamental.
Nuasset se sentó e invitó a Rono a hacer lo mismo. El perro temblaba a sus pies.
― Mmm ―dijo el inspector.
El hombre le contó rápidamente a Rono lo que creía importante, porqué era él un inspector, porqué le gustaba bucear en su propia pecera, porqué fingía hablar francés, de qué manera se preparaban los jabalíes para cocinarlos al tuco… En fin, una serie de cosas… Rono mantenía su mirada en este hombre con curiosidad. Pensaba: “¿Quién es este tipo? ¿Qué mierda pasa acá? ¿Para qué nos han traído?... ¿Porqué estoy sacando y metiendo la lengua así yo?”
― La información que manejo supone que usted ha sido detenido en la ruta.
― ¿Detenido? No no no, volcamos en un auto. Se quedó dormido el perro.
― ¿Y usted qué hizo?
― Yo ya venía dormido.
Nuasset asintió con la cabeza. Rono lo imitó sin darse cuenta.
― ¿Conocía La Zona?
― ¿Qué zona?
― La Zona. Es este lugar donde estamos, que por razones políticas no pertenece a ningún país, está neutralizado por acuerdos internacionales para favorecer el crecimiento del producto. Es un lugar donde prácticamente se encuentran todos los detalles del mundo, las culturas, las economías, las razas…
― Ajá, qué bueno ―dijo Rono sin prestar la menor atención. Encontró un elastiquín y se lo enredó en los dedos.
― Por lo tanto ―prosiguió el inspector― debemos estar atentos con los inconvenientes que pueden ocasionar extranjeros que tienen problemas con la justicia, ¿me entiende?
Rono estiró la gomita y le apuntó al perro. El perro se agachó y la esquivó. Rono le sacó la lengua.
― ¿Me explico? ―insistió el inspector. Rono se volvió hacia él.
― Y si no se entiende usted mismo, explíquese. Haga lo que quiera, en serio, qué me pregunta a mí ―contestó.
Nuasset le dirigió una mirada y luego se levantó. A continuación le advirtió que iba a hacerle preguntas de rutina para constatar hechos y para evaluar las condiciones en las que podría encontrarse Rono de aquí en más en La Zona. Ya que había sufrido un accidente, podría encontrarse en problemas y no saberlo. Rono entendió que le iban a hacer preguntas, identificaba esa palabra. Lo demás no. Toda la escena y la situación lo abrumaban, no podía decir si estaba soñando o durmiendo.
El inspector comenzó con las preguntas de rutina que se le hacen a alguien que puede estar afectado por un shock, preguntas promedio que todo el mundo sabe contestar. Necesitaba asegurarse de que el individuo este llamado Rono no era alguien peligroso.
― Dígame cómo es su nombre.
― Cortito ―respondió Rono riendo. Vieja, mala e inoportuna broma.― No, es un chiste, en serio, sin calentura. Me llamo Rono.
― Sí ―asintió el inspector― Rono y…
― Rono y… ¿mi perro?
― No. Cuál es su nombre completo, con su apellido incluido.
― Ah. Rono Osvaldo Peuser.
Nuasset tomó nota.
― ¿Cómo es el nombre del presidente de los Estados Unidos?
― Bush ―dijo Rono rápido. Y se sorprendió, orgulloso.
― George Bush, sí.
― Lo sabía usted, ¿para qué me lo pregunta entonces?
― Le dije que son preguntas para conocer su estado.
― ¿Y qué estado es?
― Cuando termine lo sabremos.
“Espero que sea California” pensó Rono. “Me encanta California”. Luego dudó “¿California es un estado?”
― Necesitamos datos de personalidad básicos en este procedimiento, ¿me explico?
― ¿Otra vez? ¡Pero usted se pierde a sí mismo cada dos minutos, viejo! Háblese bien, séase claro ―aconsejó Rono.
Nuasset ignoró el comentario y continuó con las preguntas, tomando notas. El perro observaba a los dos hombres y cada tanto soltaba un suspiro de aburrimiento.
― ¿Con quién está casado Brad Pitt?
Rono contestó rápido de nuevo, sin vacilar.
― Bush.
El perro levantó una oreja, pensando “Dios mío”
― No ―dijo el inspector.
― ¡George Bush! Ahí está. Anote ésa, no la otra. ―dijo Rono con la exasperación de un participante en un programa de televisión.
― No, Rono. Brad Pitt no está casado con el presidente de Estados Unidos.
― ¿Ah no?
― No, está casado con una actriz.
― ¿Con cual? ―preguntó intrigado.
― ¡Usted me lo tiene que decir!
― Angeluinua Juoli ―dijo el perro.
Rono lo pateó.
― Calláte.
― ¿Qué día es hoy y en qué año vivimos? ―siguió el inspector.
― Esa es difícil, esa es difícil… ―fingió preocuparse Rono. Luego contestó excitado, levantando los brazos.
― ¡31 de diciembre de 2006! ¡Ajá, sí señor! ¡31 de diciembre de 2006, papá! Te la saqué, te la saqué…
Nuasset miró a Rono con los brazos levantados exclamando “te la saqué, papá, te la saqué” y lamentó tener que hacer aquel trabajo en ese momento. Cuando Rono se calmó, volvió a hablar.
― Es cierto ―admitió el inspector―, pero su perro mostrándole el calendario del teléfono móvil lo ayudó mucho. Muy bien, sigamos…
― Sigamos, sigamos… ―se entusiasmó Rono, frotándose las manos
― ¿Quién ganó el último mundial de fútbol?
― Fútbol, política y religión no, eh… ―dijo Rono.
― Conteste a la pregunta.
Rono exploró su mente
― Un equipo ―dijo.
― Sí, un equipo, pero el equipo de…
― ¿De fútbol?
― ¿Qué selección nacional de fútbol ganó el último mundial, señor Rono? ―Nuasset perdía paciencia.
Rono pensó un buen rato, pero se dio por vencido, era inútil. Largó cualquier cosa.
― La selección de Italia ―dijo.
El perro movió la cola.
― ¿Cuántos minutos tiene una hora?
― Muchos, no sé, ¿sesenta, sesenta y pico?
― ¿Qué toma la vaca?
― Leche.
― No, agua. ―dijo el inspector sin poder evitar sonreír.
― Eso fue cruel ―se ofendió Rono.
― Disculpe.
― Continúe.
― ¿Dónde estaba usted cuando mataron a John Lennon?
― Lejos de él.
― ¿Dónde?
― No sé, no me acuerdo. ¡Pero me hubiera encantado estar ahí y agarrar a ese hijodeputa que lo mató y colgarlo de las pelotas en el Central Park!
― Sí, a mí también ―reconoció el inspector. Y dio por terminada la serie de preguntas, cerró su libreta y miró a Rono.
― ¿Cuántos puntos tengo?
― No tiene puntos, Rono, le dije que eran preguntas hechas de rutina.
― Ah, ¿de rutina hacen esas preguntas? Es un material muy noble la rutina. ― dijo Rono, que se levantó y paseó por la enorme habitación.
― ¿Qué dice?
― Nadua, dejeluó ―dijo el perro.
Nuasset miró al animal con intriga.
― No he podido dejar de darme cuenta de que habla. Y lo hace bastante bien.
De espaldas a su interlocutor, Rono contemplaba uno de los cuadros.
― Sí, hablo bien. Pero le digo que me llevó tiempo, desde muy chico. Yo empecé a hablar a los 9 años.
― Me refería a su perro.
Rono se volvió.
― Ah, sí… habla este hijodegranputamirá. Y se come todo, se come todo. Hay que tener un cuidado…
El perro se agachó.
― Bueno, creo que ya se pueden ir entonces, hemos terminado. Si quieren puedo ofrecerles un auto para que busquen alojamiento.
― Bueno ―asintió Rono con las manos en los bolsillos traseros del pantalón.
― ¿No vieron un lagarto por acá de casualidad? ―preguntó Nuasset.
― Sí, estaba por ahí ―señaló Rono.
El inspector lo buscó.
― No hay nada.
Rono miró al perro. De su boca salió una lengua pequeña y finita y se metió a toda velocidad.
5. EN LA ZONA
Aparentemente, Rono descubrió que este lugar era bastante extraño cuando, luego de tomar prestado el auto del inspector Nuasset, llegó a un pequeño hostel para alojarse allí.
En la recepción del simpático lugar había un muchacho egipcio. Pero no un muchacho nacido en Egipto… sino un egipcio… uno de los que construyeron las pirámides. Recordó las palabras del inspector referidas a La Zona cuando le dijo “Acá están todas las culturas y los detalles del mundo, etc.…”, pero no lo había tomado literalmente. De hecho se sorprendió incluso de recordarlas. Se acercó al muchacho. Vestía nada más que una especie de taparrabo y una única túnica corta azul en la cabeza, iba descalzo y tenía los pies sucios… Por su parte, el muchacho egipcio llevaba una jardinera corta y hermosas sandalias de miel de arroz. Cuando llegó al mostrador, pensó “Perolaputa, un egipcio atendiendo un hostel, no se puede creer”
― Buen día, necesito una habitación. Y tengo un perro ―advirtió.
― Muy bien, son animales muy leales, pero yo prefiero los gatos ―contestó el egipcio―. Creo que tengo una habitación.
Rono no pudo evitar un comentario, sorprendido de la facilidad para el idioma del egipcio.
― Disculpe, ¿dónde aprendió el idioma?
De modales muy suaves y amables, el joven egipcio vaciló ante la pregunta. Tal vez porque no la esperaba, tal vez porque era una pregunta incómoda para él… o tal vez a causa de un gas atravesado en su estómago, vaya uno a saber.
― En Egipto, mi país ―contestó dando por sentado que esto era lo más natural del mundo.
― ¿Ah, sí? Mirá vos, ¿hablan español allá también? ―preguntó también Rono.
― No, en egipcio.
― Ah…
“Perfecto, soy yo que hablo en egipcio también, lagranputa”, pensó Rono ahora
El perro jugaba con el lagarto del inspector. Ya le había perdido el miedo de tanto llevarlo en la boca como si fuera su hueso preferido. Se sacaban la lengua, se pegaban con las colas, se mordían. El egipcio condujo a Rono y los animales por un pasillo estrecho, para enseñarle su habitación. Rono se detuvo ante la puerta y observó la cerradura. El perro detuvo el juego y paró las orejas. El lagarto detuvo un insecto desprevenido con su lengua y se lo comió.
― ¿Quién más vive acá? ―preguntó Rono al oír gemidos adentro de la habitación.
― Una pareja de Nigeria.
― ¿En serio?
― Sí, son dos mujeres. Acá tiene su llave. ―El egipcio se volvió, caminando raro.
Rono introdujo la llave en la cerradura, giró media vuelta y la puerta se abrió. Un olor intenso se apoderó de su nariz… y de su pelo. Las mujeres estaban sentadas en el piso, fumando un porro. Rono saludó, pero lo ignoraron.
“No hablo nigeriano entonces, muy bien”, se dijo a sí mismo.
Se recostó en una de las camas, pensando en… Lula, el presidente de Brasil. No sabía por qué. El perro se estiró a su lado, suspirando. El lagarto visitaba una mochila de las nigerianas. La vida continuaba. El mundo giraba, azul y pesado. El televisor emitía la señal de Sony Entertainment Televisión 100% Attitud. Rono tomó el control, cambió a Warner Brothers. Pasaban “Friends”. Se cagó de risa mirándolo…; y se quedó dormido cuando empezó “The Gilmour Girls”.
Al despertar, se sintió renovado. Necesitaba ese descanso. Miró el reloj que había en la pared, las 12: 43. Había dormido sólo 6 minutos, laputamadre. Pero se sentía bien, con ganas, tenía la mente clara, el cuerpo fresco, las ojos abiertos… y el perro el lado, durmiendo. Decidió salir a tomar algo, buscar un bar.
― Despertáte ―le dijo al perro. El animal movió una oreja.― Necesito una cerveza.
― ¡Stellaaaaaaaaaaaa…! ―exclamó el perro mientras estiraba sus patas.
Rono pensó que sería una buena idea invitar a las nigerianas. Todavía estaban en el suelo, fumando. Las miró y esperó algo, tal vez que lo miraran de vuelta, tal vez que se dieran cuenta del todo que él estaba ahí… o tal vez sólo esperaba soltar flatulencia silenciosa.
― ¿Saben si hay un bar por acá? ―preguntó.
Las mujeres lo miraron y rieron. Rono bajó la vista, avergonzado… pero no por la risa de las mujeres, sino porque vio al lagarto jugando agarrado a una de sus piernas, haciendo movimientos de evidente excitación sexual. Lo sacudió de una patada. El lagarto voló y quedó tomado a la lámpara del techo, emitió un sonido agudo y le sacó la lengua a Rono.
Al final, las chicas se levantaron del piso, hicieron entender a Rono que sí, que sabían donde había un bar, y fueron juntos. Llegaron a un sitio con muchas mesas y sombrillas, se sentaron afuera, los tres y el perro. Las nigerianas pidieron gaseosas y Rono cerveza. Se las trajeron, Rono bebió dos tragos de cerveza y… de repente algo inesperado sucedió. Vinieron, totalmente de ningún lugar, unas cuantas abejas que se obsesionaron con las botellas de gaseosas que las chicas tenían en la mesa, atraídas seguramente por el azúcar de esta clase de bebida. Era una visita peligrosa, Rono comenzó a sentirse amenazado por estos bichos. Una abeja se le posó en el pelo.
― ¡Sacamelá, sacamelá, laputamadre! ―gritó. El perro ladró a su lado, instintivamente. La abeja se alejó, dio una extraña y lenta voltereta… y volvió. Esta vez se posó en la mano con la que Rono sostenía la cerveza.
― ¡Váyanse a las gaseosas, laputaquelasparió! ―volvió a gritar Rono.
― Váyansue aduentro ―sugirió el perro.
Las nigerianas tomaron las bebidas y se encaminaron hacia adentro del bar, riéndose histéricas. Rono las siguió, revoloteando los brazos para espantar a las abejas, que lo seguían a él. El perro se comió una. No le gustó y la regurgitó con una arcada.
Adentro del bar, a salvo ya de las abejas, había un pequeño grupo de gente, el barman, dos meseras… y unos tipos montando un equipo de sonido en un pequeño escenario. No era un lugar grande, pensó Rono, pero se podía sentir muy buena vibración ahí. Le llamó la atención una pizarra que anunciaba el espectáculo para la noche: “Gran concierto de bandas de rock”, decía.
“¿Cuántas bandas pueden tocar acá?”, se preguntó Rono.
Y se lo respondería bastante pronto.
INTERMEDIO
EL BARCO
A partir de un punto, Rono comenzó a trazar una línea. En Cuba las cosas se pusieron pesadas luego de que Fidel le encargara una serie de asuntos de importancia secreta. Eran cosas de lo más sencillas y Rono colaboró mucho, poniendo toda la voluntad de la que era capaz… pero no cumplió ni con las mínimas expectativas. Finalmente, Fidel decidió que lo mejor era desembarazarse de aquél hombre, y lo dejó ir.
―Que se vaya ―le decía Fidel a uno de sus colaboradores más cercanos en ese momento―, no lo necesitamos tanto para los planes que teníamos.
― Es un inútil, comandante ―comentó el colaborador.
― Es un hombre misterioso, sí, tienes razón... Pero yo confiaba en que...
― Es un inútil ―repitió el tipo.
―... la revolución, no obedece a sentidos ni rumbos que...
De pronto Fidel cabeceó, y se quedó dormido… junto a otras 17 personas que estaban con él.
A Rono le pagaron igual por su trabajo. Y le pagaron en dólares. Por lo tanto, decidió reunirse lo antes posible con su esposa, que estaba en algún lado, según había asegurado el Dr. Barbui. No quería viajar otra vez en avión. Encontró unos cubanos muy simpáticos en un bar cerca del puerto. Se sentó ahí a beber y charlar con ellos. Se hicieron amigos, y los cubanos le indicaron a Rono cómo hacer para abandonar la isla en una barca de mimbre.
― ¿Cómo en una barca de mimbre? ―preguntó intrigado Rono a José Luis, uno de los cubanos, por encima de la botella de Jack Daniel's.
― Tienes que construirla tú mismo, chico ―dijo José Luis.
― Pero... yo nunca he construido una barca de mimbre.
― No importa ―interrumpió Pedro, el otro cubano―. Es fácil. Mira, tomas una punta y luego la otra. Y así lo repites... ¡hasta que flote!
Todo el bar estalló en una carcajada de burla, divertidos al ver el rostro de Rono.
― Puuutamadre, sí, riansé riansé... josdeputa ―exclamó Rono mirando alrededor― Riansé, que después, mirá...
― ¿Después qué, amigo?
― Nada nada... ―Rono ya apenas podía hablar. Había bebido toda la botella de whisky en 25 minutos más o menos―. Ustedes... los cubanos, se creen muy capos, muy capos se creen, pero...
De repente, un ruido espantoso aturdió a la sala. Provenía desde afuera, donde los estibadores trabajaban descargando mercancías. Algo había sucedido, porque fue una explosión grande, aterradora.
― ¡Aylaputa aylaputaaaaaaa! ―gritó Rono cagadísimo de miedo, escondiéndose debajo del brazo de José Luis. El cubano lo observó perplejo.
― Es sólo el ruido que hacen los grandes barcos, oye chico. No te asustes.
En el puerto, un enorme buque se había atascado. Parecía el Nautilus. Pero quien descendió de él no era precisamente el capitán Nemo.
Era el perro de Rono, con la lengua afuera, olfateando a todo el mundo y moviendo la cola en señal de alegría. Le gustaba Cuba al choco, pero había tenido que encargarse de la partida de su amo, y había encontrado aquél barco para encontrar a Rono en el puerto.
Rono lo identificó enseguida y corrió hacia donde estaba el animal.
El perro, al ver que Rono trotaba hacia él se puso más contento todavía. Movía la cola tan frenéticamente que todos sus cuartos traseros se balanceaban al ritmo del rabo enloquecido. Rono llegó a su lado y le aplicó una patada.
― ¡De dónde sacaste este barco, laputaqueteparió!
El perro se agachó a sus pies. Llevaba una hoja de papel en la boca. Levantó el hocico, queriéndosela entregar a un Rono cada vez más enfurecido. Era un papel de aspecto importante, todo mojado por la saliva del perro. Rono se lo quitó con un ademán brusco. Casi lo rompe.
― Dame esssso mecagoenlamierdamirá ―dijo Rono apretando los dientes.
Leyó lo que decía el papel cuidadosamente. Luego se tomó la boca, y la estrujó en una mueca indescriptible. Los ojos se le inyectaron en sangre. Resopló un par de veces. Juntó las palmas, y levantó la cabeza hacia el firmamento. Todos los músculos de su cuello se tensaron como cuerdas de violín. Era un comprobante de compraventa.
― ¡Compraste este barco, laputaqueteparió! ¡Te gastaste toda la guita en un barco! Yo no lo puedo creer, mirá... qué mierrrda voy a hacer con vos, perrodelorto...
El perro se frotaba contra las piernas de su enojado dueño, comprendiendo que se había equivocado una vez más.
― ¡Salí de acá!
El perro miró el barco, y luego a Rono.
― ¿Nuo está mal tampuoco, nuo?
Rono mantuvo un silencio por un minuto o dos. Observó al animal, que se mordisqueaba debajo de pata delantera. Algo le picaba ahí parece.
― La verdad que no ―admitió Rono ya más calmado, y recordando que al tener él su propio barco, ya no tenía que construirse él mismo una canoa de mimbre ni nada―. La verdad que no, che.
― Estuá bueno ―asintió el perro.
― ¿Y quién lo maneja?
― Yuo.
― ¿Vos sabés manejar un barco así de grande?
― Y… me vine hastua acuá. Tienue una Play Station.
― Tiene una Play Station
― Sui.
― ¿Compraste también una Play Station, laputamadre?
― Es un viajue larguo.
Rono aplicó patada nuevamente. El perro se limitó a soportarla.
― Bueno, vamos ―dijo Rono.
Y subieron al barco.
6. EN EL BAR
A eso de las 7:26 de la tarde, Rono sostenía una agradable conversación con una de las nigerianas… y sostenía un vaso con whisky en la mano. Una de las meseras se le acercó para preguntarle si deseaba otro.
― Sí ―le dijo Rono.
― ¿Jack Daniel’s, no? ―se aseguró la chica.
― Sí.
― ¿Con hielo?
― Sí.
― ¿Doble?
― Sí, dos hielos ―Rono miró a la chica. La chica lo miró a él. Dejó la botella en la mesa.
Por una puerta lateral se introducían al local muchos adolescentes. El escenario estaba armado y habían estado probando sonido durante un cuarto de hora más o menos, Rono no lo podría decir con seguridad. En una media hora el lugar estaba repleto de gente. Las nigerianas dejaron a Rono solo y se las tomaron de ahí inmediatamente. “Ya nos vamos a ver en el hostel” pensó Rono, “Ahí van a ver que… sí, ahí… en el hostel…”. No pudo completar del todo el pensamiento sobre las nigerianas y el hostel, lamentablemente.
Ahora bien, se escuchó una guitarra y unos zumbidos de feedback. Alguien probaba por última vez los micrófonos: uno… uno dos… uno dos tresss… sssí… sssí… Rono se dirigió hacia un costado para ver quienes eran los que tocaban, a lo mejor era una grupo conocido.
― Buenas noiches ―dijo uno― Nosotros somos el grupo Soporte, y vamos a tocar un rato para ustedes. One, two, tres… ¡cuatro!
Y empezaron un tema. Eran pésimos, muy malos. Sonaban como el culo. Rono se aburrió y se marchó del lugar, fastidiado.
Cuando logró salir, vio a José Luis Perales sentado en una mesa de afuera acompañado por otras personas.
― ¡José Luis! ―lo saludó Rono levantando una mano. La bajó inmediatamente y se la tomó con la otra, dolorido ― Aylaputa, me picó una abeja...
Ni lo conocía Rono al cantante español, pero estaba ebrio y estúpido. Perales le devolvió el saludo amablemente con una sonrisa, como haría con cualquiera que lo reconoce por la calle. Rono tomó esto equivocadamente como una invitación y se mandó hacia la mesa del cantante.
― ¡Qué grande José Luis Perales!
― Hola, cómo estás ―dijo cauteloso Perales, sabiendo que algunas personas son peligrosas.
― Bien, bien ―contestó Rono―, acá estamos, ya me estaba yendo. Che y… ¿cuándooo… cuándo cantamos, eh?
― ¿Perdón?
― ¡Perdón! Sí, ésa… ¡Qué temaso, Perdón! Me encanta, me encanta…
José Luis Perales, entre divertido y asustado, miraba a sus amigos. Rono trataba de recordar la letra y la melodía de “Perdón”, la cual no existía, por supuesto.
― No lo recuerdo ―expresó Perales a Rono.
― Yo tampoco, no me puedo acordar del puto tema…
― Quise decir que no lo recuerdo a usted. No lo conozco…
Rono se quedó callado.
―… y tampoco he escrito ningún tema que se llame así, ¿me entiende?
― Claro. Bueno… José Luis, eh… tomemos un trago, ¿qué tomás? Yo invito ―aseguró Rono.
― No, gracias. De verdad ―rechazó con cortesía Perales.
― Me alegro mucho de que nos hayamos visto de nuevo. Se te ve muy bien, en serio…
― Jamás lo he visto ―se impacientó Perales― Por favor, no lo tome a mal, retírese si no quiere que llame alguna persona de seguridad.
― ¿Hay personas de seguridad acá también? ―se intrigó Rono.
― Sí, allá hay uno. Váyase. Buenas noches.
― ¿Y cómo es él?
Antes de que lo sacaran por la fuerza, Rono logró escaparse de ahí y se fue caminando en zig-zag hacia el hostel.
Cuando había hecho unas seis, siete cuadras, se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde estaba el hostel. Andaba ebrio y perdido por las calles de La Zona, había sido abandonado por las nigerianas, no sabía dónde mierda estaban el perro y el lagarto, el grupo del bar era muy malo, Perales lo había echado de su mesa amenazándolo con la seguridad del lugar, la mano se le estaba hinchando debido a la picadura de la abeja, no encontraba alojamiento, necesitaba descansar…
… y se estaba haciendo pis.
Y de repente sucedió un milagro. Enfrente de él, justo enfrente de él, había un cartel que decía: CABAÑAS.
Se metió en la oficinita de administración y, como pudo, preguntó si podía alquilar una cabaña por una noche. Le dijeron que sí, que pagara la mitad por adelantado y que podía descansar ahí hasta el día siguiente. Eran casi las tres de la mañana. Pasaba muy rápido el tiempo ahí… sobre todo si uno bebía.
Le mostraron una hermosa cabaña de roble autodidacta adornada con terciopelos de la provincia de Santa Fe, iluminada con lámparas de amoníaco silvestre.
Muy bien, Rono se recostó en sus aposentos y se quedó triturado. Profundamente dormido como un lirón. Estaba agotado, más la cantidad industrial de alcohol recientemente ingerida… quedó en otro mundo. Un mundo donde las cosas iban bien, donde el sueño placentero lo llevaba a lugares que él nunca visitaría en la vigilia, paisajes exóticos, lugares como las praderas húngaras en Guatemala, los jardines colgantes de Yucatán, las maravillosas pirámides de Escocia, las imponentes montañas del Uruguay, la baticueva, los parques elásticos de Londres, la casa del Jimmy en Nueva Zelanda…
“… pará, pará, alcanzáme esa madera…”
TACTACTOCTOC… PUM PUM PUM…
Estos ruidos interrumpían el sueño de Rono.
“… dále… ahí, ahí, clavá ahí…”
TACTACTAC… PUM PUM PUM…
Rono abrió un ojo, rojo e hinchado como su mano. “Qué mierda pasa acá, laputamadre”, murmuró. Se levantó, miró la hora, eran las siete menos tres minutos de la mañana. Se asomó a la ventana.
“… pará, cuidado con esa, cuidado con esa…”
Decían unas voces extrañas.
De muy mal humor, salió de la cabaña para ver lo que sucedía tan temprano con esos ruidos que le habían interrumpido su descanso.
Se agarró la cabeza cuando descubrió que varios obreros estaban construyendo una nueva cabaña al lado de la suya.
7. NUEVO RUMBO (Y NUEVOS ROMBOS)
En un acto de extrema rapidez, Rono salió expulsado de aquella extraña ciudad con su extraña gente y su extraño nombre.
El perro había encontrado un cañón por el que pudieron escapar. Pero ese cañón no era ninguna falla geográfica, como El Cañón del Colorado, por ejemplo. No. Era un viejo cañón de la segunda guerra mundial, abandonado ahí por algunos alemanes que habían decidido andar más livianos.
Rono se metió adentro del tubo, el perro encendió mecha… y luego se introdujo él mismo rápidamente.
¡PAM!
Salieron disparados hacia el cielo claro de la media tarde inalámbrica de La Zona.
Aterrizaron una hora y cuarenta y un minutos más tarde sanos y salvos sobre unos colchones hechos de hojas secas, preparados oportunamente. Barbui estaba de pie al lado de la plataforma de aterrizaje improvisada con un montón de hojas y ramas secas. Soltó un pedo, y luego fue a recibir a su protegido y al perro.
― ¿Cómo llegó? Bien, sí. Hay problemas con el radar… ―comentó Barbui. Rono tenía una hoja de color rosado en la boca. La escupió para poder hablar.
― ¡Estos cañones son una maravilla! ―dijo excitado por el viaje Rono.
― No se crea, no se crea ―negó Barbui― A veces fallan, sí.
― ¿Y cómo sabía que caeríamos acá? ―preguntó Rono con súbito interés―. ¿Y dónde está el perro?
― Allá ―señaló el doctor.
El perro había quedado enterrado en el montón de hojas y le había encantado. Jugaba, sacando la cabeza y enterrándola de nuevo, ladraba alegremente y se revolcaba contento.
― Qué perro idiota ―comentó Rono.
― Ese animal necesita una compañera, sí. Está muy solo…
Rono observó a Barbui y luego al perro, que seguía entretenido con sus hojas secas sin prestarles la menor atención.
― Ese animal necesita una patada ―señaló.
― No sea así, sí. Mire, venga por acá, quiero mostrarle algo ―Barbui tomó a Rono del codo.
― Uynooo…
― Venga, no tema de mí, no me tenga miedo, nada malo le va a suceder ni a usted ni al perro, sí.
― La última vez que escuché eso me habían secuestrado por error, estaba en la loma del orto, en Francia, y este perro forro casi me come vivo porque tomó drogas peligrosas. Me tuvieron que hacer catorce operaciones de estética para reconstruirme la cara ―dijo Rono en un tono suave, melancólico, doloroso e indignado.
― Bueno, sí, pero… no se ponga así, la cara le ha quedado bien. Sí. ―convino Barbui.
Rono torció la boca y miró al doctor de reojo, no muy seguro de si éste le tomaba el pelo o no.
― Ahora venga, quiero que vea esto, que es un gran invento, un gran invento.
Rono pensaba “un gran invento, sí, como la máquina del tiempo esa que me llevó a Jerusalén y casi me linchan, hijodeputa”. Luego miró atrás… y el perro seguía divirtiéndose a base de hojas y ramitas. Bien, pensó Rono, no quería cerca al animal por las dudas de que el nuevo “gran invento” fuera peligroso y el perro se viera involucrado en ello, como había pasado en lo de Jerusalén, entre otras cosas sufridas por Rono. Así que si se iba a meter en un quilombo grande de nuevo, era mejor meterse solo, decidió Rono. El perro sólo acarrearía más problemas. Aunque debía admitir que un par de veces le había sacado del horno justo a tiempo el animal.
Siguió a Barbui a través de un espeso follaje. No tenía ni idea de dónde estaban en realidad.
― ¿Sabe qué? No tengo ni idea de donde estamos en realidad. ¿Dónde estamos en realidad? ―preguntó.
― Venga, venga por acá… sí, cuidado con esa bolsa ―recibió como respuesta.
― Pero quiero saber qué es esto, ¿una isla?
― No importa, sí. Es un lugar, y listo, sí…
― No importa sí las bolas. A mí sí me importa… Porque no quiero despertarme mañana en la casa de Gran Hermano ni nada parecido, me entiende…
― Cuidado con eso, cuidado con eso ―advirtió el doctor.
― ¿Con qué…?
Una antena de estática mental chocó contra Rono sin querer y se le metió en el ojo.
― ¡Ayyylapuuutaaa! ―gritó Rono del dolor y la rabia.
― Jujuju ―rió Barbui divertido.
― ¡No se ría! Se me metió en el ojo, pará…
― Es una antena, no es peligrosa ni contagiosa, sí ―decía Barbui, quitándole importancia al hecho de que Rono se quedaba agachado tapándose un ojo y pronunciando eses hacia adentro. ― Ahora, vea esto, vea lo que he inventado.
Barbui señaló un aparato del tamaño de una caja de zapatos, con botones numéricos y una pantalla de televisión. Rono lo vio con un solo ojo.
― ¿Y qué mierda es eso?
― Ahhh, eso… ―exclamó el doctor con orgullo en su voz― eso es nada más y nada menos que un teléfono, sí. Pero no es un teléfono común, sí…
― No es un teléfono común ―repitió Rono.
― Sí, no es un teléfono común. Se trata de un teléfono que funciona mediante cierta información satelital, ¿comprende? O sea, no hacen falta cables para establecer una comunicación, y uno lo puede llevar consigo adonde lo desee.
Rono contempló el aparato un minuto o dos, luego dirigió su mirada al doctor.
― Dígame, ¿en qué año estamos, doctor?
― 2007, sí.
― Y esto ― Rono señaló el teléfono― es su nuevo “invento”.
― Este es mi nuevo invento, sí. ¿Qué me cuenta, eh? ¿Impresionante, no? Le parece maravilloso, sí…
― Y… ―dudó Rono― Lo único que… los teléfonos móviles se inventaron en 1985 más o menos, doctor…
― ¡No me diga!
― Sí le digo.
― ¿1985?
― 1985. Busque usted mismo en Google. Es más, yo tengo uno y usted tiene otro. Y le aseguro de que son mucho más pequeños y prácticos que esta… caja de zapatos.
Barbui se tornó taciturno, palideciendo lentamente.
― Debe ser la edad, sí. Me estoy poniendo un poco viejo ya… ―adimitió algo resignado.
― Sí. Y choto ―agregó Rono, sin poder evitarlo.
Barbui lo miró con los ojos de un venado joven.
― Es cierto, sí. Ya no estoy a la altura de las circunstancias.
― Bueno, no se ponga así. Y hablando de alturas, ¿me va a decir adónde carajo estamos al final o no?
El doctor murmuraba para sí mismo, algo contrariado. Rono insistió otra vez.
― Doctor…
― Sí.
― ¿Sí qué?
― Si le voy a decir adonde estamos.
― Dígame entonces.
― ¡Espere, espere, shhh… no haga ruido! ¡Son ellos!
― ¿Son quiénes? ―se alarmó Rono moviendo la cabeza en todas direcciones, buscando, con su vista renga, a alguien o algo.
― ¡Al fin! ―exclamó Barbui― No lo puedo creer, sí. ¡No lo puedo creer! Son ellos, son ellos…
― ¡Son quienes laputaquemeparió! No me haga asustar así, por favor se lo pido…
― ¡Los nuevos Renault! La marca del rombo ha sacado autos nuevos, y están buenísimos. Ahí vienen, sí, ahí se escuchan los motores…
El perro, a varios metros de ellos, levantó una sola oreja entre las hojas secas.
8. EL TESTER
Unas pocas horas más tarde, Rono era conducido hacia un nuevo circuito que se anunciaba como novedad para la próxima temporada de la Fórmula 1. Y Rono tenía que conducir uno de los nuevos modelos de Renault, preparándose de esta manera para ser uno de los más encumbrados test drivers del nuevo proyecto. Le dieron el auto para que lo probara, pero nadie le dio ninguna instrucción sobre lo que tenía que hacer. En estas condiciones se disponía a sacarlo de los pits.
― Salgo ―comunicó Rono por el intercomunicador al ingeniero del equipo.
― ¿Sale a pista?
― No.
― ¿Cómo dice? ―Se preocupó el ingeniero, previendo un problema en el motor o la transmisión.
― lgo …l auto. ―La comunicación se cortaba un poco, doble preocupación del equipo ahora.
― Por favor repita, no se oye bien. ¿Le sucede algo al auto quiso decir?
― ¡… o! Qui… o salir ahor…aaa. ―Comenzaba a irritarse ahora Rono.
Detrás de numerosos monitores de cristal líquido con jugosa información actualizada de todo lo concerniente al auto y a la pista, los miembros del equipo se miraban inquietos y desconcertados. El ingeniero hizo un gesto de que mantuvieran la calma, que estaba todo bien.
― No quiere salir ahora. Muy Bien, avísenos, estamos listos cuando quiera.
Dentro del cockpit del piloto, con la cámara a bordo desde arriba se podía observar el casco de Rono moviéndose violentamente hacia todos los costados, luego se detenía, y comenzaba a sacudirse otra vez, como lo haría la cabeza de un pájaro si lo aprisionáramos con las manos.
― ¡Qui… ro Sali… iiir, lap… quelosparió! ―gritó Rono, ya enfurecido.
Uno de los del equipo salió corriendo hacia el pit para asistir a Rono y ver en persona cuál parecía ser el problema. El perro, con casco y traje antiflama y toda la precaución que llevan encima estas personas, fue también por si hacía falta su ayuda.
― Sacáme de acá, sacáme… ― se podía escuchar débilmente a Rono dentro del vacío silencio del casco. El perro le limpiaba el visor con la lengua―. No me puedo sacar los cinturones, pará…
El asistente sacó a Rono del cockpit con absoluta rapidez y profesionalidad, removió los broches de su hans protector y luego lo condujo hacia adentro del box. Kimi Raikkonen pasó a su lado y Rono lo saludó.
― ¡Lewis! ―le gritó. Y levantó la mano con la palma hacia delante para chocársela al finlandés de Ferrari. Kimi lo ignoró por completo.
― Esue nuo es Hamiltuon ―dijo el perro detrás de él. Rono le acomodó una patada con las botitas de piloto. Le dolió más a él.
El ingeniero esperó que le quitaran el casco a Rono, porque él era incapaz de hacerlo, y le preguntó qué había sucedido. Rono negó con la cabeza, chasqueando la lengua con el paladar, haciéndose el preocupado, las manos en la cintura, como cuando muestran a los experimentados pilotos que sufren inconvenientes en las carreras y deben abandonar, con las cámaras de televisión siguiendo todas sus expresiones de frustración al respecto. Se quitó él mismo un guante, con el otro no pudo. Lo arrojó con leve violencia, como enojado, el guante aterrizó desafortunadamente en una plataforma de controles y luego de un breve silbido todos los equipos se apagaron, perdiéndose así valiosos datos para la carrera. El ingeniero de la escudería ensombreció su rostro, y Rono, desentendido, miró el cielo a través del cristal, hizo una mueca con la boca.
― Esperemos que no llueva ―dijo.
― ¿Me puede decir qué pasó? ―. El ingeniero cruzó los brazos.
― No sé, no sé ―Rono estudiaba el piso y negaba con la cabeza ― Venía bien, venía bastante bien hasta que intenté ponerlo al límite, o sea, darle arranque viste, y no sé… ahí, ahí empieza a comportarse extraño el auto, porque no encuentro el agujero para meter… y me faltaba, me faltaba la llavecita viste, the key, para poder arrancarlo. No me dieron la llavecita tampoco…
― No lo puedo creer ―dijo el ingeniero, los ojos bien abiertos, ante el evidente desconocimiento de Rono. Porque, como todo el mundo sabe, los autos de Fórmula 1 se encienden electrónicamente desde un pequeño botón situado a la izquierda del volante.
― Yo tampoco, yo tampoco ―se hacía el resignado Rono.
En ese momento vio a Kimi pasar nuevamente frente a él, pero del otro lado del cristal. Ahora, pensó Rono, sin el casco ni nada se podrían saludar como corresponde, entre colegas. Golpeó enérgicamente el cristal para llamar la atención del talentoso piloto y, contrariamente a lo que se espera de él, el de Ferrari le devolvió amablemente el saludo, aunque sin gestos de reconocerlo ni por casualidad a Rono, desde luego. Pero igual se excitó al ver que le saludaban de vuelta.
― ¡Hakkinen!
El ingeniero y los miembros del equipo se retiraron con la sensación de haber estado siendo víctimas inocentes de una cámara oculta o algo parecido.
― No lo puedo creer ―repetía el ingeniero una y otra vez al pasar por el centro del box.
― Yo Tampuoco ― agregó el perro, sentado al lado de Rono.
9. ALASKA
Sentado en un bar cerca del mar, Rono capturaba impresiones del verano esquimal en Alaska. Cada tanto removía el culo de la barra -que era de hielo, claro- y tomaba un sorbo de Magüattya, una variedad de trago local a base de aceite de bacalao, congrio apretado, jugo de foca lisa y heces de coral. No era de lo más apetitoso el trago, pero pasaba... y pasaba también el tiempo y Rono estaba ahí sin saber para qué o con qué propósito, si era por asuntos de política internacional, doble espionaje, deportes, espectáculos, noticias, servicios comunitarios... en fin: su estilo era no saber absolutamente nada de ninguna cosa, así que ¿para qué preocuparse?
Pero Rono se mostraba igualmente preocupado a pesar de lo que se ha dicho arriba de esto.
Observó con mucha atención al lugareño que atendía el bar, los ojos rasgados, la nariz chata, el pelo... el pelo debajo de un gorro. Se deprimió bastante. Y esto de, de repente, de la nada, aparecer en Alaska -como antes lo había hecho en otros lugares- sin saber porqué ni cómo... bueno, eso lo hacía sentir un poco incómodo y le preocupaba ser alguien que se encontraba en la cabeza de algún maníaco digestivo que lo tenía por personaje de ficción.
- Ficción mi abuela. Algo está equivocado acá, algo anda como el orto...
- ¿Magüattya? - le ofreció el esquimal.
- No, gracias. Tiene un gusto a pescado esto. ¿No tienen whisky acá che? ¿O vodka? Un vodka les vendría bien acá, con el frío que hace y todo, viste... -comentó Rono.
- No wikky, no vokka -negó el esquimal.
- "No wikky no vokka"- se fastidió Rono. El aburrimiento y la falta de dirección en su vida lo ponía en una situación delicada que embargaba sus emociones. Pobre Rono.
Pero pronto esto cambiaría. Cambiaría y mucho, les diría yo.
Porque de estar ahí sentado solo y solitario, algo se movió, algo sugirió un puente, surgió de repente, una maniobra ajustada, una canción desesperada, 20 poemas que...
- Hola. - escuchó Rono una voz y se dio vuelta para ver de dónde provenía.
10. ALASKA II
La voz provenía de una mujer. Estaba parada sobre un par de esquíes y parecía una diosa griega. Una diosa griega sobre un par de esquíes... bueh, sigamos. Era preciosa es lo que se quiere decir. Rono levantó una mano, saludándola, sin dejar de mirarla. "Quéricaestá laputamadre" pensó Rono. "La debe de haber mandado el doctor Barbuí a ésta, seguro".
Pero qué rica estaba, laputamadre.
La chica se acercó más a la barra, hasta que la punta de los esquíes tocaron la base al menos, y habló con el esquimal. Le pidió una cerveza. El esquimal sacó una Corona helada y se la entregó, con unos gajos de limón. Rono contemplaba la escena con ojos de dibujito animado.
- Pero cómo -dijo Rono-, ¿hay cerveza corona, y a mí me diste el magüattya ese de mierda?
- Para uté otro magüattya -dijo el esquimal- ¿No cevesa?
Rono se calentó. Pero para no dar una mala impresión delante de la chica, trató de hablar con tranquilidad.
- Dame una corona porfavor, mecagoendiós.
La muchacha rió y miró a Rono con actitud de iniciar una conversación. Parecía simpática.
- ¿Y qué tal el esquí? -pregunta Rono para romper el hielo.
- No sé, nunca hice esquí -le aclara la chica con una sonrisa, mientras bebía un trago de su cerveza directamente del pico de la botella.
Rono, contrariado, miró los piés de la mujer y notó algo extraño, pero no le dio más importancia.
- ¿Y cómo te llaman? Mi nombre es Rono -se presentó él solo.
- Ay me llaman todo el tiempo -se apuró a decir ella-. Todo el tiempo. Y encima me dejé el celu en el hotel porque se quedó sin batería. Es lindo el hotel pero... no tiene espejos en el techo, qué se yo. Aparte no hay nadie acá, viste. Es todo nieve y frío, mucho frío. Yo no sé cómo viven. Encima la comida me da gases, pero igual de vez en cuando me tomo una cerveza, porque no hay ninguna de las gaseosas light que yo tomo. Un embole...
- Ajá, sí -asintió Rono, que ya empezaba a cambiar de parecer con respecto a la mujer. "Justo me viene a tocar ésta ahora, una mezcla de Susanita con Paris Hilton. Laputaquemetiró también".
De repente una nave con propulsores hidroelásticos y cámaras de yute aterrizó a pocos metros de ellos. Algo verdaderamente... no sé, increíble. Rono se cagó muchísimo porque estas cosas le daban miedo, desde luego, pero la mina seguía parloteando como una catita... tailandesa. Una cata de Tailandia.
Ahora bien, de la nave descienden dos seres, uno parecido a los humanos y otro... también. Detrás de éstos venía, con el morro dirigido al piso, el perro de Rono. Rono se alegró, pero enseguida su humor cambió hacia el fastidio, sin ninguna razón en particular. El perro se le acercó, lo olfateó y echó una miradita a la chica, que seguía hablando como una telemarketer de compañía telefónica.
- ¿Adónde mierda estabas vos digo yo?
- Con elluos -señaló el perro con su pata delantera izquierda a los dos seres.
- ¿Y quiénes mierda son ellos? -preguntó Rono, que miraba a los extraños-. Hola cómo te va cómo andan -los saludó.
Los seres emitieron una vibración sonora, que por su puesto Rono interpreto como devolución a su espontáneo saludo. El perro subió el hocico a la oreja de Rono.
- Estuán calientues con vos -le susurró.
- Perolaputamadre ¿porqué?, si yo sólo los saludé... de cortesía.
- Cuortesía mi culuo. Nuo entienden elluos eso.
- ¡Pero porqué están enojados entonces! Andá a explicarles, decíles algo, te lo pido por favor, dále. Que lo único que me falta ahora, que me caguen a trompadas dos extraterrestres.
- Nuo nuo -negó el perro-. Nuo estúan enojados. Estuán calientes con vos, sexualmente digo.
Rono apretó el cuello de la botella de cerveza con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. No reaccionaba.
- Y suon los dos machos eh... -agregó el perro.
11. BARBUI VUELVE
Ahora bien, Rono padecía su vieja costumbre de aparecer en lugares. Y desaparecer de otros... al mismo tiempo. No sabemos cómo lo hace, verdaderamente.
Al abandonar Alaska -luego de pasarla muy mal con los extraterrestres y el barman, que lo tomaron a la joda y le hicieron nadar desnudo junto a una foca que era flogger- Rono sintió deseos de partir, sintió una honda amargura por ser quien era, sintió que nada de lo que había hecho, lo que le había dado al mundo, tenía sentido, sintió que se le infectaba el piercing... Y sintió frío, claro, después de lo de la foca... fue terrible eso, no.
Despertó... de una corta siesta que lo había depositado en sueños increíbles. Soñaba que era un médico, que era muy respetado por sus pares, y que trabajaba en el club Independiente Rivadavia. Pero no era el médico del club, por que el club ya tenía uno, si no que se dedicaba a cuidar la utilería del equipo. Lustraba botines, ordenaba las camisetas y los pantalones por número, cosía las medias... Un sueño chotísimo. Apenas lo recordaba cuando despertó, pero lo que recordaba le hizo fruncir el ceño.
- Putamadre los sueños que tengo también -se miraba en el espejo del baño- ¿Para qué mierda me recibo de médico si después voy a andar lustrando zapatos?
- Buotines -le corrigió el perro, que se acercaba a la bañera a orinar.
- Calláte vos laputaqueteparió...
Rono se pasó la mano por el rostro, recorriéndolo sin sacar la mirada del espejo. Murmuraba sin tono algo que le molestaba. ¿Tenía algo en la lengua? No podría decirlo. ¿Y qué era eso en la barbilla? ¿Un grano?
- A esta edad me sale un grano a mí, mecagoendiez.
El perro miró al Rono que veía en el espejo. Pestañeó un par de veces, y luego abandonó el baño sacudiendo la cabeza lentamente en señal de desaprobación.
- Escucháme una cosita vos ¡veníparacálaputadetuhermana! -gritó Rono. El perro se detuvo, fastidiado como Riquelme, y volvió lentamente sobre sus pasos.
- Escucháme una cosita... -Rono pensó un breve instante lo que iba a preguntarle al animal. Se le había olvidado. Luego de casi 35 minutos, continuó- Escucháme una cosita vos... me podés decir adónde mierda estamos ahora, eh... que me despierto acá en... no sé que es esto, un hotel, un barco, la casa de Luis Alberto Spinetta...
- Nuo te preocupues -aseguró desde la cocina el perro- Barbuí estuá en caminuo para explicarnos.
- ¿Cómo "explicarnos"?
- Qué sué yo.
Rono se contempló una vez más en aquél extraño baño, aquél espejo que le devolvía una imagen que él... no había... cometido, un lugar sin nombre, un hombre sin futuro..., una terrible sensación de abandono duplicada por el viejo arte de copiar, como Alicia en "al otro lado del espejo", Rono sentía que algo le comunicaba que nuevamente se vería en condiciones desventajosas... Ése espejo le hablaba. Y le decía la verdad. Entrecerró los ojos y tomó una bocanada de aire. Pero tomó demasiado y se mareó un poco. Tuvo que agarrase un par de segundos del lavamanos para no terminar en el suelo.
- "Explicarnos" -murmuró. Buscaba qué había detrás de la palabra, qué secreto revelaba, la separaba en sílabas, unía con flechas... - "Explicarnos" -repetía, escuchando todavía la pronunciación que le había dado el perro a la palabra. Buscaba en realidad el significado de la palabra. En su vida la había oído antes.
La puerta de la habitación sonó. Pum pum. Dos golpes secos. Rono, todavía con el torso desnudo y mirándose en el espejo, mantenía una conversación consigo mismo acerca de la caída de la bolsa. El perro levantó una oreja y se acercó a la puerta, concentrando su mirada en la ranura de abajo, y luego en el picaporte. Dejó escapar un ladrido corto y grueso. Rono hizo lo mismo, pero con una ventosidad que salió de entre sus nalgas posteriores.
- ¿Qué es eso? -preguntó Rono al perro.
- Un peduo.
- Taqueteparió. Qué es lo que hay detrás de la puerta te pregunto perro tunudo...
- En esuo estuoy.
- En eso estás. Veníparacá laputaqueteparió... -Rono propinó una patada al animal, que no hizo más que mostrarle un poco sus dientes, acostumbrado.
Rono miró la puerta, la ranura, el picaporte.
"Pum pum pum". Volvió a golpear.
- ¿Quién es quién esss? -se apresuró Rono. Luego bajó la voz y miró al perro. Le temblaba el labio.- Golpearon tres veces ahora ¿viste? Aylaputa, mirá si son rusos o algo así, laputamadre qué vamos a hacer, qué nos va a pasar ahoraaa...
Se largó a la cama y se tapaba con la almohada, en evidente estado de shock, sufriendo un colapso. Se puso a llorar.
Mientras, el perro abrió la puerta y entró el doctor Barbuí.
- Sí -dijo Barbuí- ¿Qué le pasa ahora?
- Tiene mieduo -respondió el animal.
Rono luchaba para desenroscar su lengua de la garganta.
- Aaaagggghhhhhh... lagonchadelalooora.
- Cálmese, sí -le tranquilizaba Barbuí.
Rono lloriqueaba. El perro reía. Barbuí mascaba tabaco importado de Garmandia, al sur de la antigua Afganistán, actual Afganistán...
- Tengo que hablar con usted, sí -le decía el doctor, mientras escupía un bolo marrón en el zapato de Rono.
Pero Rono, dado vuelta hacia la pared y en posición fetal, tenía la vista perdida en una flor del empapelado.
Y no podía dejar de chupar el pulgar que tenía dentro de su boca.
12. MUERTE DE RONO
Las cosas le salían siempre como el orto, pero Rono pensaba que ésta era una vida maravillosa y muy extraña. Algo increíble le sucedía casi siempre, y eso... bueno, entretiene a uno un poco no?
Ahora bien, caminando bajo el túnel de las calles de Monte Carlo iba Rono pensando estas cosas cuando, de repente, como en una sinfonía del gran maestro alemán de toda la música moderna, se detuvo ante un trozo de algo que divisó en el piso. El sol quemaba a la salida del túnel, y se miraba engreído como un dios en el glamoroso espejo azul repleto de yates, cabras, langostinos, etc. Rono no había reparado aún en que había mar ahí, puesto que recién llegaba, y las llegadas de Rono a un lugar, se sabe -capricho de los científicos que lo llevan y lo traen constantemente del pasado, del futuro, de frutilla, de chocolate con dulce de leche...
Rono tomó el pedazo de plástico que resultó ser el coso del piso y lo analizó detenidamente. Dijo para sí mismo:
- Esto es plástic...
[FLAP]
escuchó Rono. Y un coro de sonidos explosivos y metálicos terminaron con el mundo que él pensaba conocer.
Lamentablemente, lo atropelló un auto de carrera. Un fórmula 1. Mirá la ironía. Mismo él, que había sido piloto de pruebas de Renault durante tantas muchísimas horas, terminaba bajo las ruedas de una ferrari, la del pobre Gerhard Berger, que se lo llevó puesto justo antes de la frenada fuerte para entrar a la chicana. Bergher, que estaba en Ferrari en 1994, se sorprendió amargamente de este hecho cuando estaba llegando a la primera curva de la piscina, durante las prácticas del viernes para aquél Gran Premio de Mónaco.
Como esta era la primera vez que Rono sufría un accidente que pusiera en peligro su vida tan seriamente durante un viaje, los científicos -excluído el doctor Barbui porque se encontraba en España- mostraron por primera vez signos de preocupación y consternación en sus rostros al enterarse de lo sucedido. Pero como en la Fórmula 1 el show debe continuar incluso a costo de valiosas vidas, como la de Ayrton Senna y Roland Ratzemberger dos semanas antes en el circuito de Imola, los científicos se miraban para tomar una decisión: rescatar a Rono del pasado y dispensarle una urgente observación médica que permitiera saber si las heridas eran mortales o no, ó bien dejarlo morir ahí en 1994 durante la jornada de prácticas para el GP de Mónaco. Nadie sabría jamás nada.
Y además no consideraban a Rono como una vida taaan valiosa de las que hablábamos antes. Era más bien al pedo sacrificar aquel individuo ¿Para qué? ¿Por la gloria de la ciencia? ¿Por la paz en el mundo? ¿Por la fórmula del flancito Danette? Nooo...
Finalmente, luego de casi 21 segundos, decidieron continuar con el plan principal. El plan principal consistía en hacer volver a Rono de Mónaco y reparar el error ya, no se les fuera a morir en aquél año, que por otro lado fue un año de mierda.
-¿Entuonces Rono no moruía en 1994? -preguntó el perro, ante una pantalla LCD, ahí entre todos los científicos.
Obtuvo un silencio incómodo como respuesta
- Putamuadretambuiénesteconchuduo...
Este lenguaje soez del animal ponía los nervios en punta de los soeces científicos. Uno de ellos abrió una lata de paté con pimienta.
- Conchudo. No digás eso - corrigió al perro la negrita, esposa de Rono, que había estado ausente de lo de Cuba y lo demás por razones que aún no es necesario mencionar. La mujer de Rono hablaba perfectamente ahora -antes era media muda- y se había convertido en la coordinadora general de la vida de su marido. Nada raro en realidad. Pero se ocupaba ella de todo, de sus destinos, de sus regresos, ordenaba los casos alfabéticamente hablando para que el proyecto siempre fuera exitoso. Pero no entendamos exitoso por el éxito personal en las empresas de Rono ni las ambiciones de un grupo de científicos y un doctor chiflado, aunque muy buen tipo. No. Para ella el éxito consistía en que su marido siempre volviera a su lado sano y salvo del trabajo, fuera cual fuere, y siguiera siendo su amado Rono. Y no hay caso, las mujeres hacen eso y pecho, hay que comerselá porque son unas hermosas.
Así que fue la negrita la que cortó la cavilación de los científicos, llamó a Barbui -que estaba en España, sabemos- y la orden de traer a Rono de vuelta inmediatamente se escuchó hasta en la baticueva.
13. RONO REGRESA DE LA MUERTE
- Azafata.
Se le oyó decir a Rono mientras aún dormía por los sedantes que los médicos le habían metido. No es fácil resucitar una persona que se accidentó en el pasado. Los científicos saben esto. Son tipos muy capos y han estudiado y todo. Más si se tiene en cuenta que Rono fue atropellado por un fórmula 1 en Montecarlo, durante las prácticas del Gran Premio de Mónaco 1994.
- Asfalto.
Dijo Rono en su mundo durmiente e indivisible. El perro esta vez se le acercó, le olfateó la mano que le caía por el costado de la cama... y le desenganchó el drenaje que lo mantenía unido a un respirador artificial. El animal, al darse cuenta del tremendo pedo que se ha mandado, se agacha instintivamente y mira a su alrededor rápido. Luego subió una pata en la cama donde yacía el pobre Rono. Fue increíble. Lo que hizo esa pata... sólo Dios conoce de sus misterios. Rono movió un dedo del pié casi imperceptiblemente. Luego puso el meñique del pie derecho sobre el pulgar de su mano izquierda. Un movimiento muy extraño hizo Rono ahí. El perro lo notó. Los chocos notan en seguida cuando una persona mueve un dedo meñique o algo. Cuando alzó la vista, Rono parecía despertarse ya por completo. Era un milagro.
- Laputaqueteparió - insultó Rono y le quiso pegar una patada... Pero el pié que utilizó para hacerlo, que un minuto atrás había quedado agarrado a su mano, se le enganchó en su propia boca y le corrió la cara de una cachetada. Rono despertó de un coma mortal y se pegó a sí mismo una cahetada con su propio pié. Muy bien. Ya se escribe cualquier cosa.
- Alfafataa... - pronunció el Perro.
- Alfalfata laputamadrequeteparió. ¿Porqué me despertaste así? Laconchadetuhermana. ¡Y me desen... - Rono se miró el brazo- ... me desenchufáste el cosoooo! Me querés matar hijodemilputt...
El perro sacó la lengua y sacudió la cabeza en señal negativa. Con el brusco movimiento su lengua despidió saliva y una gota del tamaño de un durazno pequeño aterrizó en la pierna de Rono, sobre sus pijamas de seda de rascacielosal. Miró fijo ese lugar y cerró la boca de repente.
- ¡Me voy a morir en serio ahoraaa, nooooooooo laputanoooo... ! - se lamentaba Rono haciendo casita en su rostro con la mano, luego el pié, la mano..
El perro lo imitaba divertido pensando que se trataba de un juego... Raro, pero un juego.
Rono se quejaba y lloriqueaba como si se estuviera por morir. Un espamentoso. No paraba de balbucear cosas, puteadas, nombres de personas, colores, países, películas, comidas, autos y motos, páginas sociales de internet...
El doctor Barbui entró en ese momento y se quedó parado mirando a Rono con expresión seria. Acarició al perro sin mirarlo, y a continuación soltó un pedo. Rono dejo de rezongar y levantó la vista.
- No se preocupe usted, sí -dijo Barbui- No se va a morir ni nada, sí. Era un placebo. Para mantenerlo con vida en caso de que...
Rono se tapaba la nariz con el pié derecho y con las manos hacía señas de no va más, no va más. El perro saltó a la cama de Rono, gruñendo divertido.
Rono lo apartó.
- Doctor, dígame una cosa...
- Sí - afirmó Barbui.
- ¿Cómo se puede tirar un pedo así? Es repulsivo.
- Sí. Bueno, es repulsivo y alimenta el espíritu de quien está detrás, ¿qué me quiere decir?
Rono alargó su mirada por encima del hombro del doctor, algo divisaba. La negrita le sonrió desde una silla.
- Te cuento una cosita -habló la negrita-. Estuviste clínicamente muerto por 1 min 19 seg 3 dec. Lo que equivale a la mejor vuelta rápida que hizo Schumacher en carrera, en aquél podrido Gran Premio de Mónaco 1994. Sólo como trivia te lo tiro, para que lo sepas.
- ¿Habla ahora? - preguntó Rono totalmente revelado.
- Hasta que se le caen las monedas - tosió Barbui.
14. BAR
Rono entró al bar sin fijarse bien y se tragó el segundo escalón. Venía con botas y las malambeó un poco sobre la superficie de madera. No pasó nada y nadie lo vio, por suerte para él. En el lugar se escuchaba una música muy tranquila, jazz, el "pájaro". Y estaba lleno. Había gente sentada y gente parada también. Rono llegó a la barra rápido porque a pesar de todo se podía caminar tranquilamente. Una chica estaba de barman.
- Dáme una Paso de los Toros
- ¿Pomelo?
- No, sin gas sin gas...
La chica ni escuchó a Rono, sacó la Paso de los Toros y se la destapó en la nariz. Pshhh. Rono frunció el labio pero no dijo nada. Le pegó un trago, hizo un buche, alzó la cabeza, hizo una gárgara cortita, de entrenamiento, y tragó la espuma amarga y picante de la Paso de los Toros.
Agarró la botellita y la miró. "Pasou de lous Torousss" pensó moviendo los labios.
Sintió un golpe en la cabeza, un golpecito, y se dio la vuelta para mirar. La chica barman le había tirado la chapita en la cabeza, seguro.
- Me tiraste la chapita.
- ¿Cómo? -se hizo la desentendida la minita.
- Sentí un golpe en la cabeza y me di vuelta y... ¿vos me tiraste la chapita en la cabeza?
- Nnno... qué chapita...
- La de la gaseosa.
- ¿La Paso de los Toros? - preguntó ella. Rono enfrió su mirada.
- No, la Patadalacaaaaammaaaaaa...
Rono perdió los estribos y la chica lo miró extrañada. Luego se empezó a reír. Rono quedó pensando en la frustración de no haber podido articular bien . Pensó que tenía que ver con algo después de su accidente, algo que había quedado mal en su cabeza -ya de por sí deteriorada- y esto lo asustó y lo llenó de pánico. Quería preguntarle al doctor para estar cien por ciento seguro, pero no podía hacer otra cosa que esperar hasta la mañana. Tomó otro sorbo de la botellita e hizo los buches y la gárgara otra vez antes de tragarse la espuma. Advirtió a una mujer que su saco se le había caído, ésta le agradeció con un billete de veinte. Fantástico, pensó Rono. Nunca le había pasado eso. De repente la música se detuvo.
Y empezó otra canción. Estupendo. Rono paseaba por el lugar preguntándose dónde se hallaba realmente, qué bar era aquel, en qué país se encontraba, qué hora era. En fin, todas las conocidas reyertas espirituales tan habituales en él. Esto era producto de su reciente abandono del alcohol. Sí. Una de las tantas cosas que habían cambiado en Rono luego del trágico episodio de Montecarlo: no bebía más alcohol. ¿Cómo era posible esto? Sumado a lo de no poder articular bien cuando se enojaba... Era todo muy raro después de lo que le había pasado. La negrita hablaba bien, el perro había sido nombrado Canciller Honorario de la Organización de las Naciones Unidas [Filial Oeste], el doctor Barbui se comportaba como un padre comprensivo y ayudaba y protegía a Rono hasta en los más insignificantes acontecimientos de su vida regular, lo cual consistía en la totalidad de los acontecimientos de su vida, y a Rono las cosas le parecían muy extrañas por todo esto y por eso quería tener una charla con Barbui y sus científicos, para aclarar cómo se sentía él de raro y cómo veía él raro a todo lo que le rodeaba desde el accidente hasta hoy... Y además ahora-saludó a Michael Jackson que justo pasaba delante suyo- también veía gente muerta.
15. LAS SECUELAS
La resucitación de Rono no había sido nada fácil y por eso las secuelas que hemos notado en él en el episodio anterior nos cayeron de forma extraña. O de alguna forma nos cayeron. En fin. Que Rono no beba alcohol ni pueda hablar bien cuando se pone nervioso no debería importarle a nadie. Pero al pobre Rono sí. Y al perro también.
- Tomuá. - le ofreció el perro a Rono una taza de café, pero llena de Stella Artois.
El animal había estado tratando de engañar a Rono de diversas maneras para que éste recuperara su vieja condición. No le gustaba este Rono. Su amo no era así. No le había pegado una patadita siquiera en semanas; pero tampoco había recibido sus otras demostraciones de cariño. Le compraba cervezas y whisky y se los metía en la leche en una mamaderita antes de dormir, le daba sopa de vegetales con Jack Daniel's... Lo último que hizo fue cambiar el agua del termotanque por vodka, para que las duchas que Rono tomara también las tomara para volver a tomar.
- Uy un cafecito. Gracias. -dijo Rono al perro. Sorbió un pequeño trago. Sacó la lengua. Escupió al piso. Se sacudió, bufando, y levantando un pié. Luego miró al animal con los ojos rojos y entrecerrados. El choco movió la cola. - ¿Qué le pusiste?
- Ruon.
- Tá muy bueno.
- Y Juack Duaniel's -añadió el perro.
- Ah, mezclaste.
- Un puoco, sí...
En ese momento la negrita entró y le recordó a Rono que tenía que ir a ver al doctor. Barbui lo había citado en un lugar secreto para darle el antídoto definitivo que terminaba con todo el proceso de resucitación espontánea al cual habían sometido a Rono cuando lo trajeron back de la muerte desde Montecarlo, 1994.
Rono se puso una campera y salió. Volvió en 21 segundos, asomó la cabeza por la puerta de la cocina y le preguntó a la negrita:
- ¿Adónde voy negra?
Ella dejó una revista y lo miró suave pero firme.
- Barbui. El antídoto -le dijo.
- Barbui el antídoto -repitió su marido. -Putamadre repito yo ahora...
Y se alejó caminando.
En media hora, cuando Rono regresó a su casa, sostuvo la siguiente conversación con su esposa:
- Hola mi negra.
- Hola. ¿Cómo fue?
- Perfecto - Rono sonrió complacido - Perfecto. Ya no hay ningún peligro y estoy completamente de vuelta.
- Ay... - La mujer se llevó una mano a la boca y bajó la vista, lagrimeante, emocionada. No habían tenido las cosas fáciles y era un desahogo para ella que finalmente Rono estuviera bien.
- Te quiero - Rono la abrazó y se miraron un rato largo los dos. El perro olfateó amor y quizo también un pedacito para él. Se les metió entre las piernas.
- Ninguna secuela mala nunca más - dijo la negrita, mirando a su marido con aire triunfante.
- Ninguna secuela mala nunca más - repitió Rono excitado.
- Nuncua más - el perro.
La entrepierna de Rono hizo un leve movimiento. La negrita lo advirtió y se apretó más a su amado Rono.
"Ahora está completo en serio" pensó la muchacha, ya liberando endorfinas.
"Espero que ni se le ocurra" pensó Rono.
16. RONO EN SUDAFRICA I
Rono se despertó y se estiró. Se pegó en un nudillo contra la cabecera de la cama.
- Aylapuuuta.
Luego abrió las cortinas y se encontró con un día espléndido, radiante de sol, aunque algo frío, con probabilidades de precipitaciones por la noche. No le importó. Se masajeó el nudillo golpeado mientras examinaba la habitación donde estaba. No conocía ese lugar. Se atormentó inmediatamente.
- No. No me digas que... laputamadre... otra vez, otravezno...
Lo que Rono temía era real. Barbui lo había hecho viajar en el tiempo o por el mundo otra vez. Se dio cuenta de ello porque en vez del perro, a su lado en otra cama dormía una persona desconocida. Tímidamente pero con la convicción de quien asume ya sus penas y amarguras; se acercó a esa cama para inspeccionar de quién se trataba. Era un hombre por lo que pudo notar. De grandes proporciones por lo que pudo notar. Y se estaba despertando por lo que pudo notar. Retrocedió unos pasos. Se golpeó con una silla el talón derecho, "Aquiles" pensó, inexplicablemente. El hombre recién despierto resultó ser un muchacho de rasgos angulosos en el rostro y pelo negro que le caía sobre la frente.
- Hola -dijo el muchacho-. Vos debés ser Rono, no?
- Ronono, no. Me llamo Rono solamente. - El muchacho sonrió como si esperara una respuesta por el estilo de parte de Rono.- ¿Me podés decir adónde estoy, quién sos vos y demás cosas, por favor...?
- Diego.
- Ok, Diego. ¿Dónde estamos y qué sucede?
Diego lo miró impasible y le dijo:
- Estamos en un hotel, en Sudáfrica y lo que sucede es el mundial de fútbol. Estás con la selección Argentina, que dirige Maradona...
- ¡Diegooo...! -interrumpió Rono.
- ... sí, el Diego. Y yo soy otro Diego. Diego Milito.
- Ah...
- ¿Vas a entrenar con nosotros hoy? -inquirió Milito.
- No, no. Yo ya... ya estoy en...trenado. Estoy muy bien. Muy bien.-Dijo Rono sin pensar lo que decía. Estaba absorto mirando por la ventana salir del hotel a Lionel Messi, Maradona, Palermo, Mascherano, Garcé...
- ¿Garcé? - preguntó.
- Sí -le dijo Milito con una sonrisa. Lo convocaron. Es un capo el flaco. Bueno, yo me tengo que duchar y desayunar para entrenar. Vos hacé lo que quieras. Lo único, no toqués nada ni molestes a nadie, porque tu doctor Barbui ése me encargó varias cosas y te puso bajo mi responsabilidad, ok?
- ok, Gabi, tranquilo -dijo Rono.- Voy a desayunar y ver el entrenamiento...
- Diego -aclaró Milito.
- No, no lo voy a joder a Diego, debe estar muy ocupado...
- No, Diego me llamo yo. Mi hermano es Gabi.
- Ah, sí, sí... ya lo sé, por qué...
Milito se encogió de hombros y sonrió desapareciendo por la puerta del baño. Rono se quedó contemplando el paisaje y los jugadores por la ventana.
- Sudáfrica. Al fin me mandaron a un lugar lindo por una vez en la reputísim... -se interrumpió al observar algo extraño, fuera de lugar.
Entre los jugadores iba un saco lleno de pelotas de fútbol. El saco iba empujado por un hocico que Rono creía conocer...
17. RONO EN SUDÁFRICA II
Ante la insisitencia del profe, la selección argentina, "el equipo feliz", se encaminó hacia los vestuarios del Soccer City luego del partido con Mexico. Rono iba cantando "Vamo vamooo Argentinaaa..." Pero nadie se prendía. Y no por mala onda, al contrario, era un equipo feliz por haber derrotado con autoridad a los mexicanos, pero simplemente no sentían ganas de cantar. Eso habla también de un equipo auténtico, verdadero, sin falsas actitudes. Si no tenían ganas de cantar no cantaban y listo. Punto.
Ahora bien, en el Conference Room (Sala de Conferencias), se encontraban ya preparados todos para recibir a Maradona y hacerle preguntas. El asistente de la FIFA estaba a un costado... y Rono en el otro.
- Creo que fue un partido muy chivo -comenzó a hablar Rono-, pero... pero no nos vimos superados, no nos vimos superados, gracias a nuestras individualidades...
El asistente de la FIFA arrebató a Rono de los micrófonos y se lo llevó afuera. El Diego le tiró un vasito con agua, divertido, y levantó el pulgar hacia Rono con una sonrisa. "Andá, capo" le dijo Maradona a Rono.
A la salida de la Sala de Conferencias (Conference Room), Rono advirtió un grupo de jugadores reunidos alrededor del perro. Se acercó sigilosamente hacia el lugar y comprobó que estaban Palermo, Burdisso, Pastore y Messi acariciando al can con entusiasmo y distendidos. Pero cuando llegó al grupo se sorprendió al ver que el choco estaba dándoles indicaciones tácticas a los jugadores , que lo miraban admirados y con signos de aprobación en la mirada. El perro levantaba una pata trasera como para hacer pis pero en realidad le explicaba a burdisso cómo frenar a un alemán si le ganaba la espalda. Rono se enfureció tanto que se arrimó y le propinó una patada al animal. Una patadita suave para correrlo del medio. Los jugadores lo miraron arrobados. Palermo intentó calmar los nervios de Rono, pero fue inútil.
- Salídeacá laputaqueteparió!... dejálos tranquilos a los chicos que tienen que descansar -el perro agitaba la cola y miraba aRono con las patas delanteras estiradas-. Salí de acá! No podés estar acá vos...
- Dejálo, no nos molesta... -dijo Messi.
- Que no los molesta? Ja! Ya vas a ver lo que es tenerlo un tiempo a este perrodemierdamirá.
El perro se dirigió tranquilo hacia los jardines del predio, en medio de Johanesburger, Sudáfrica.
Rono intentó iniciar él mismo una conversación con los jugadores, entablar amistad, ya que estaba en la habitación con Diego Milito y éste había sido el único jugador con el cual había hablado algo. Así que se acercó a Messi primero.
- Che pulga yyy... qué tal laaa... con la pelota esaaa... ja! no? Es terrible laaaa... la jabalu-jaba-jabbalinulani... ah?...
Lionel Messi lo miró y lo esquivó como a cualquier defensor y desapareció.
- Martíiin! -le gritó Rono a Palermo. Pero éste ya se subía a un ascensor con los demás jugadores.
"Putamadre" pensó el pobre Rono, "le dan bola al perro y a mí me..."
En ese momento se le ocurrió una idea: los alemanes. Y la comenzó a ejecutar de inmediato.
Fue a buscar al perro afuera y se encaminó hacia la concentración alemana.
- Vos calláte la boca me escuchás? Laputaqueteparió. No te quiero oír ni un bostezo, dejáme hablar a mí...
A varios kilómetros de ahí, luego de un viaje en elefante, llegaron a la concentración alemana en un par de horas. Entraron al lujoso hotel y encararon a un empleado de la recepción.
- Der ich entraren? -preguntó el perro.
Rono le pegó una cachetada.
18. LA INCERTIDUMBRE
Luego de abandonar Pretoria a las corridas porque perdimos el partido contra los putos alemanes, Rono se tomó unas vacaciones... y se tomó una cerveza en el avión que lo dirigía hacia su nuevo destino: La Incertidumbre.
Ahora bien, para un ser que ha pasado las cosas que Rono ha pasado -incluso haber muerto y resucitado de una manera inverosímil, viajar en el tiempo, codearse con el poder y demás cosas- rara vez La Incertidumbre lo desanima. Pero a Rono sí lo desanimaba La Incertidumbre. No le gustaba. Le parecía un lugar... cómo decirlo... le parecía un lugar en que... cómo ponerlo... La Incertidumbre le parecía una ciudad donde el amanecer se confundía con el atardecer, el dormir con el despertar, el hablar con oír, la música con el silencio, el lobo con caperucita... Esto le hizo recordar a Rono un viejo chiste sobre caperucita y el lobo y decidió, aparentemente sin otra razón que divertirse a sí mismo, contárselo a la azafata que le trajo la cerveza en el avión. La chica no sólo no encontró gracioso el chiste sino que propinó a Rono una ruidosa cachetada.
- Pero ¿cómo se atreve...? -le gritó la azafata en un susurro para no despertar al resto de los pasajeros- Maleducado. Debería denunciarlo con el piloto.
- No, con el piloto no por favor -dijo Rono en tono suplicante.
- Cuando lleguemos y aterricemos le voy a contar a las autoridades de ésta inmunda aerolínea. Igual yo renuncio. Hoy es mi último día de trabajo -confesó la chica inesperadamente. Rono se quedó de una pieza, mirándola sin saber bien qué decir.
Finalmente, aterrizaron en La Incertidumbre poco después de la puesta del sol. O a poco de haber éste salido; no se podía saber con certeza.
Rono se sentó en un bar del aeropuerto y se bebió otra cerveza mientras esperaba, no sé, algo, alguien, alguna cosa o persona qué le indicara qué hacer. Decidió que lo mejor era seguir esperando... y bebiendo otra birrita.
- Una Stella Artois, por favor -pidió Rono a un muchacho con chaleco que pasó al lado de su mesa.
- Pídasela a algún mozo. Yo no trabajo acá.
- Perolaputamadre -rezongó Rono. De pronto vio a otro joven que llevaba una bandeja y una rejilla. Se convenció de que ése era uno de los mozos de ahí y lo llamó. Para hacerlo golpeó en la mesa con la palma de la mano y emitió un gritito. El mozo no se percató de Rono. Repitió el gesto, esta vez algo más ruidoso. Ahora el mozo se acercó a la mesa de Rono, pero apoyó la rejilla en la mesa contigua para atender a Rono.
- ¿Sí?
- ¿Sí qué? -preguntó Rono al joven mozo con curiosidad.
- ¿Qué desea?
- Ah. Una Stella Artois, por favor. Y dígame, ¿para qué lleva esa rejilla a todos lados? ¿no es incómodo con la bandeja y todo, digo?
El mozo vaciló un instante. Luego respondió con una mezcla de alivio y franqueza -si es que estas dos cosas se pueden mezclar, claro.
- La verdad que sí -dijo el mozo- que es muy incómodo y molesto. Pasa que la saqué recién para limpiar el desagüe y ando con ella desde entonces. Enseguida la pongo de nuevo. Ya le traigo la cerveza.- Y se fué. Rono se quedó mirando la rejilla en la otra mesa y pensó "dónde zorra estoy digo yo" y esperó que la cerveza no la trajera con la mano que había manipulado el desagüe. Pero uno nunca puede estar del todo seguro de éstas cosas y muchas más. Eso es La Incertidumbre.
El perro estaba en la bodega. Pero en la Bodega Norton, en Mendoza, Argentina, terminando de dar unas pruebas de sonido y calidad al vino de mesa clásico. Luego partiría también rumbo a La Incertidumbre para reunirse con su amo Rono y ver qué sucedía allí después de todo. Apuró un malbec y dijo al empleado:
- Éste nuo es clásicuo, mirá...
19. RONO COMPITE
Rono se ajustó el cinturón de seguridad por decimotercera vez. No lograba estar cómodo, le parecía apretado, después muy suelto, después apretado, y así... Además pensaba qué sentiría como un playmóvil con un elastiquín cruzado al pecho... pero bueh. En fin. Decía que Rono se ajustó el cinturón de seguridad por decimotercera vez... y se preparó para largar. El Dakar. De alguna inverosímil forma el doctor Barbuí y su nuevo asistente Manet, habían logrado incluir a Rono como piloto oficial del Dakar, que pasa por Argentina ahora siempre, andá a saber porqué carajo lo siguen haciendo acá y no lo hacen más allá donde lo hacían antes, pero... la cosa es que Rono iba a participar. Sí, los rumores al principio confundieron un poco a Rono, que por otra parte pensaba que el Dakar era un animal que pasaba una vez al año por Argentina... lo confundió porque le habían dicho que iba en los cuatriciclos primero, luego le dijeron que no, que correría en moto, y finalmente cuando se cayó lo de las camionetas, Rono se sintió un poco... traicionado o algo así. Pero al final se decidió que Rono iniciara la competencia en triciclo y terminara las últimas etapas en bicicleta, para así cruzar la meta a pié desde los últimos 350 kilómetros...
Así que, ahora estaba en el triciclo, sentado, relajado pero nervioso, asustado pero valiente, con el bucal, los auriculares, y un casco enorme que le ladeaba la cabeza de un lado a otro como esos perritos de los autos.
Lo tuvieron que empujar porque no lograba coordinar los pedales. En la primera curva frenó tanto que lo tuvieron que empujar de nuevo. Habría una tercera vez pero eso no sucedería hasta no llegar a la etapa de a pié.
Además cargaba una resaca importante -el Dakar se inicia los primeros días de enero. El primero creo. No. Bueno, no sé, la cosa es que Rono larga y siente un ruido. Siente un ruido agudo en una rueda parecía ser. Su fino oído había detectado algo que tal vez estuviera mermando el rendimiento de su performance...
Pero era el choco, que lo corría detrás ladrándole a la rueda trasera izquierda del vehículo de Rono...
20. RONO EN VENDIMIA
Rono estaba en la búsqueda de algo que lo hiciera sentir... no sé. Diferente tal vez. Algo por el estilo. Pensó en viajar, pero fue un pensamiento que le trajo demasiadas cosas a la cabeza. No. Viajar no. Y como era la Fiesta de la Vendimia en Mendoza -donde se encontraba Rono mientras leemos esto- decidió ir. Fue a comprar una entrada. No quedaba ni una. Se deprimió bastante. Trató de sobornar al encargado de las ventas de entradas con un sánguche de randanflú, el individuo se encolerizó y llamó a un guardia de seguridad. Trató de sobornar al guardia con una entrada... si le conseguía dos... Al final lo sacaron entre tres personas, pataleando y gritando y puteando al gobernador Jaque, a Cristina la presidente, a Mirtha la vieja que siempre viene y pregunta dónde estoy...
Pobre Rono. Quedó tirado ahí en la vereda. Un muchacho en una patineta pasó y le arrojó un par de monedas de 25 centavos...
Ahora bien, Rono se enteró por un turista belga que existía la posibilidad de ir a los cerros que circundan el gran teatro griego -donde se realiza el acto central de la fiesta- , sin pagar nada ni nada ni nada. Rono agradeció en idioma belga al turista y fue a conseguir un transporte. Eran ya las 21.30. Conseguir un taxi o remis, olvidáte. Y subirse a un colectivo ni en pedo. ¿O si?. Rono se hizo esta pregunta. Pero no quería beber. Lo estaba dejando para más adelante. Pero pensó en tal vez... algo diferente... sí, decidió que sí. Y se las ingenió para conseguir lo que deseaba.
Se acercó sigilosamente, desde detrás de un árbol, a un cuidacoches que estaba a mitad de la cuadra. Lo miró y le guiñó un ojo primero. El cuidacoches notó su presencia y se le acercó rápido. Rono se asustó un poco. El pibe venía corriendo hacia él. "Aylaputa" pensó, "me va a cagar a trompadas, me van a robar, me va a limpiar la cara con ese trapo". Pero no, el muchacho se limitó a observar a Rono y preguntarle si le cuidaba el auto.
- Selocuío -preguntó el cuidacoches.
- ¿Qué? -dijo Rono.
- Le cuido el auto seor...
- No no. No tengo... no... mirá, quería algo. Quería saber si podía... de alguna forma... -Rono no encontraba la forma de explicarle qué era lo que buscaba al muchacho. De repente le dijo algo, poniendo cara de suspicaz.
- María.
- ¿Qué? -el cuidacoches ahora lo miró más cuidadosamente. Podía ser un cana. Un poli. La yuta, bah...
- María -repitió Rono.
- Si busca a una chica que se llama María seor...
- No no -lo interrumpió Rono- No busco a ninguna chica. Bah, en realidad me gustaría tener una min... pero no, no es eso, es... María. ¿Tenés... María?
- ¿Faso? -le preguntó el cuidacoches.
- Faso... de maría...
- Flaco no se le dice maría desde los 80...
En fin, Rono consiguió a María y se encaminó caminando hacia los cerros...
20. RONO EN LAS VEGAS
- ¡Se movió, se movió! -gritó Rono despertándose como de una pesadilla. Pero no, no era un sueño. Era la realidad.
Rono estaba en Las Vegas, Nevada, jugando en un casino. Se estaba tomando un Jack Daniel's con soda. Era el tercero ya. Y eran las 9.45 am. El choco le daba consejos sobre las cartas que tenía y las que debía jugar o no. Rono cada tanto le metía una buena patada, pero el perrito insistía en volver y ponerse a leerle las cartas. Acostumbrados los dos al ambiente de un casino -Rono conoció a su esposa la Negrita en un casino, antes de que lo secuestraran erróneamente y de que viajara al pasado a la época de cristo y demás cosas... - Decía que acostumbrados ambos al ambiente lujurioso y patéticamente sobreiluminado de los casinos, el perro y él se sentían a gusto y se conducían con la fortachona e universal naturalidad que el creador nos dio. Afuera en el desierto de Nevada llovía como en febrero en Mendoza.
- Puoker -dijo el perro.
- ¡Callátelaputaqueteparió! -le contestó Rono torciendo el labio y hablándole así como de costado... Malísimo le salió esa. Malísimo. Entonces se calentó mal, dejó las cartas a la mierda y se largó inmediatamente de la mesa con la cara ya medio anestesiada por el alcohol. Ya se alejaba caminando... cuando vio la ruleta. Aylamierda. El perro se detuvo y movió la cola haciendo un claro signo negativo. Luego, y sólo para hacerlo sufrir a Rono, el perro le animó a que jugara, le sugirió como que era solo una pelotita blanca y chota y que giraba estúpidamente en una semiesfera hueca coronada en su base por una serie correlativa de números de color rojo y negro, que pocas veces uno perdía, que él -el perro- le atraería una suerte en jugo de frutas con vodka y quepúm quepán...
Ok now, Rono jugando a la ruleta entonces...
- Sus apuestas por favor -dijo con voz serena pero firme el crupier.
- ¡38! -dijo el perro.
Rono lo miró de reojo, serio.
- No va máaas! -subió un tono el crupier pero su voz seguía siendo aún still firme.
La pelotita blanca rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr rodaba sacudiéndose como si cada dos o tres casillas de números le descargaran unos 220 v de energía... rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr tacatacatac..
- Negro el 39 -dijo el crupier luego de cerciorar ante todos dónde había caíado la puta pelotita.
- ¡No pará si yo vi gue se movió, pará , pará un poco... eh... cheee... qué mierda les pasa a todos, eh? -Rono quería encender una polémica. Además estaba muy muy mamado. Estaba partido en 11 para decirlo en claro-; no van a dejar gue éste coso nos tome así el pelo eh?
- Qué se movió, señor? -se escucharon algunos murmullos a lo largo de la mesa.
- El egue. -dijo Rono tratando de sostener la mirada del crupier.
- Cómo dice?
- De quién es este perro? -preguntó alguien.
- Tsunami -balbuceó Rono.
- ¡Saquen a este animal de la sala, por favor! -pidió oficialmente un fornido hombre de traje púrpura.
- El tsunami movió el egue 10 centímerros en Japón... El perrodemierrrdaése es mío, tsunami... tsunamigo mío...
- Por Favor, que alguien separe a este individuo -escuchó Rono en inglés.
- ¡Wattafack you fáckingfáck...! -dijo Rono inexplicablemente.
El perro subía la uña del medio de su pata delantera izquierda y se lamía los testículos. Se armó un quilombito. Rono que gritaba, el perro meó en la cartera de una minita, volaron un par de manos por ahí. Rono recibió una en su ojo derecho.
- ¡AylapuuuutaPARÁAAAAAAAAA! Páren, páren, páren, pará... me hicieron mierda el ojo, para...
- ¡Sáquenlo! -se escuchó por último. Y Rono con el perro fueron sacados fuera del hotel, bajo la lluvia de febrero en Mendoza...
De repente -cuándo no- se escuchó un ruido sordo que crecía en lo distante. Como una explosión o una... caravana de gitanos.
- Explotó el mundo! -exclamó desesperado Rono- Laputaquelosparió chocooo! ¡Te lo dije! ¡Explotó a la bosta el mundo!
Pero se trataba in fact de la nave de Barbui que había descendido a unos pocos metros, levantando una leve polvareda.
- Sí. -dijo Barbui.
- ¿Qué pasó? -preguntó Rono agarrándose la panza como si le hubieran pegado un tiro. - ¿Qué ha pasado, dígamelo?
- Sí. Nada. Sí. Lo han echado otra vez de un casino, esta vez en la ciudad de los casinos, por ebriedad y disturbios. Sí.
- Fue culpa de éste -levantó la mano como para darle una bofetada al perro con el inverso de la palma. - Laputaquetepariómirá...
No pasa nada, el perro lo mira a Rono y le mueve la cola nomás.
El doctor Barbui cerró la cápsula de la nave, reprendiendo a Rono por lo que había sucedido en el casino. E inmediatamente después, soltó un sonoro pedo.
21. CHARLIE SHEEN
Rono estaba un poco bajoneado porque se había ido de pesca con unos amigos y no pescó nada. Un cangrejo de río lo persiguió hasta que logró esconderse detrás de una roca. Gritó. Pero al fin logró escapar. Sus amigos estaban al borde del río y sacaban truchas, tirirí, salmón, pejerrey, colibrí... Todos habían pescado algo. Rono llegó a ellos en un estado de pánico que asustó a sus amigos. Y se puteaba a sí mismo por haberse metido con el cangrejo. De chico había sido perseguido por un sapo hasta que se subió a un árbol. En fin, Rono... la pesca... los sapos... no. Optó por regresar a su casa. El perro y la negrita lo esperaban.
- Hola.
- Hola.
- Huola.
- No pesqué nada -dijo Rono deprimido.
- Nada -repitió la negrita.
- Inútil -dijo el choco con perfecta dicción.
- Callátelaputaqueteparió.
- Hay galletas con paté -dijo la negrita, que ya hablaba bien solo que le divertía aún repetir las últimas palabras como cuando era muda.
Sonó el timbre. El perro fue a atender.
Era Charlie Sheen, el actor y protagonista de "Two and a Half Men", sit-com yanqui maravillosa. Saludó al perro como si ya lo conociera, luego le guiñó un ojo a la negrita y se acercó a Rono. Parecía un poco ebrio.
- ¿Qué hacés acá? -preguntó Rono intrigado.
- No tengo la menor idea -contestó Charlie.
- Vámos -dijo Rono.
- ¿Dónde? -dijo Sheen.
- De joda. Te aparecés en el medio de la historia salido de ningún lugar y sin ninguna razón aparente, donde yo soy el protagonista principal... Vámonos de joda al menos, viejo...
Y salieron de joda.
Rono volvió a la madrugada pero completamente sobrio. La negrita le preguntó qué tal había sido la salida con Charlie Sheen. Rono miró hacia la ventana y una expresión de desaliento se dejó ver en su rostro.
- No sé -dijo-. No sé. Porque cuando estábamos llegando a un club nocturno una mujer llamó a Charlie al celular y me dejó en el medio de la calle. Me quedé ahí un rato, confundido y enfadado a la vez... y ahí apareció el gato. Salí corriendo y me vine para acá. Dáme un Rivotril.
- No. Te hago un té.
- Putamadre bueno dále, gracias.
- De nada.
El perro estaba pensando en el gato. Salió afuera a dar una vuelta. Se conectó a internet con una netbook y se puso a chatear con Barbui. Le dijo que Rono necesitaba empezar un nuevo capítulo en su vida, un nuevo episodio... ¡Tal vez otro volúmen entero!
Luego, llamó a Charlie Sheen para pedirle el teléfono de su representante.
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