20070119

Aventuras de Rono vol.2 [episodio 4]

4. EN CIUDAD EXTRAÑA

Con la llegada del otoño (boreal), Rono y su perro dieron un vuelco en sus vidas. Pero literalmente, porque volcaron en un auto.
Desde Canadá hacia su nuevo destino, el Tweety había sido removido del estómago del perro ―junto con la pelota de tenis―, lo cual obligó al doctor Barbui a tener que enviar media docena de veterinarios experimentados para extirpar el bicho y devolverlo a su hábitat natural, sea cual fuere este. Muy bien, la cosa es que embarcaron a Rono y el perro en otro viaje que los llevó a recorrer las rutas del norte de Norte América. Luego bajaron hacia climas más alegres hasta llegar a una ciudad en particular donde pudieran descansar ― ¿de qué? Si no hacen nunca nada―. En esa ciudad alquilaron un coche para pasear y conocer. No sabían dónde estaban, ni les importaba, pero querían conocer y pasear. Rono manifestó su aprobación y se dispusieron a andar. Tomaron un camino angosto, luego uno ancho, luego uno angosto, luego uno ancho, otro más ancho, y así fueron llegando a… ningún lado.
Se perdieron.
Así que, extraviados, llegaron finalmente a una ruta asfaltada de doble vía. Siguieron por ella durante un largo rato, y al amanecer el perro se quedó dormido.
Al volante, porque era él quien manejaba. Volcaron sobre la banquina derecha del camino, pero afortunadamente no les pasó nada. Rono salió arrastrándose y escupiendo tierra por una de las ventanillas traseras del vehículo. El perro ya estaba afuera y llamaba por el celular una grúa.
― Nuo hay señual ―informó el animal a Rono, que se recuperaba lentamente del golpe sufrido en el auto.
― ¡Dame ese teléfono! ―dijo con la cara blanca de polvo.― ¡Te quedaste dormido manejando, laputaqueteparió!
― Tuvimuos suertue igual.
Rono lo miró fijo un rato, pensando si debía administrarle una patada o no. Le arrebató el teléfono celular, quería llamar él al seguro del auto. Pero no tenía idea del número.
― El número ―le dijo al perro.
El animal, ofendido, miró hacia el este, el sol estaba saliendo en un espectáculo de colores ocres. Rono le aplicó la patada al fin.
― Decíme el número que marcaste por favorrr, laconchadetuhermana.
― Estuá en la puantallua ―Rono miró la pantalla del aparato. Había un número en ella, lo marcó y esperó.
Lo atendieron a los pocos minutos y entonces explicó dónde estaban y qué les había sucedido. La chica que hablaba por el otro lado de la línea ―parecía competente― le dijo que ya iba en camino una grúa para rescatarlos.
Rono se sentó en el asfalto desierto a esa hora temprana del nuevo día, y el perro se sentó junto a él, moviendo la cola.
Un auto se acercaba, pero no lo escucharon.

Era la policía, avisada por los camioneros que transitaban la zona y habían visto el accidente. El móvil se detuvo, descendieron dos oficiales. El perro los descubrió primero.
― Laputuaquelospuarió ―insultó, por primera vez en su vida.
Rono se puso de pie y enfrentó a los policías.
― Estamos bien ―les dijo― No pasó nada grave, por suerte.
― Sucumentación ―pidió uno.
― ¿Para qué?
Los policías intercambiaron una mirada.
― Nos va atener que acompañar, seor.
― ¿Para qué? ―volvió a preguntar Rono, enfadado e impaciente― No hemos hecho nada malo, tuvimos un accidente, pero ya estamos bien, esperando la grúa del seguro.
― Nesitamos sus huellas datilares, seor ―explicó el otro.
― Putamadre.
― No insulte, seor.
― Bueno, pero es que…
― Estamos buscando un prófugo de la justicia, acompáñenos.
― ¡Yo no estoy prófugo! ―gritó Rono.
― No grite, seor.
Rono se pasó una mano por el pelo, con una amarga sonrisa en sus labios.
― ¿El perro es suyo?
― Sí.
El perro se acercó a los oficiales moviendo la cola.
― También viene. Van a ser interrogados por el inpector.
― ¡Qué bien! ―dijo Rono con ironía.
― No sea irónico, seor.
― Buenolaputa pará un poco ―dijo Rono―, dejá de cagarme a pedos por cualquier cosa, también vos…
Los policías agarraron del brazo a Rono y lo metieron en el vehículo. El perro saltó al asiento de adelante. Los agentes avisaron por radio que llevaban un sospechoso. Rono murmuraba cosas y bufaba.
― No hable ―le aconsejaron.
― Me estoy tragando toda la bronca ―dijo Rono.
― Nuo hablues ―le aconsejó el perro. Rono lo miró furioso.

Llegaron a una especie de Castillo, una casa de dimensiones gigantes. Vaya uno a saber dónde carajo estaban. El coche policial estacionó en un… sector que había ahí. A Rono le parecía raro que una comisaría, una oficina de policías, estuviera en un lugar como aquél.
― ¿Quién vive acá? ―prguntó Rono.
― Acá vive el inspetor.
― Inspector se dice.
― No corrija ― le dijo el otro policía.
Rono miró hacia el extenso parque que rodeaba la mansión. Parecía un castillo de verdad, pero no uno medieval, sino uno de esos de la alta aristocracia europea del siglo XVIII. Entraron a una sala enorme, llena de objetos, espejos, azulejos, submarinos en miniatura, arañas colgantes, arañas en los rincones, sillones, mesas, adornos y cuadros con retratos de gente, de barcos… en fin, todo tipo de cosas que pueden haber en un lugar como este… y que Rono pudiera llegar a distinguir, claro.
― Quédense acá. Nosotros vamos a buscar al inspetor. ―Los oficiales se miraron otra vez con aquella expresión en sus caras, y desaparecieron por una puerta lateral.
― ¿A Buscar al inspector? Pero qué ¿está escondido? ―dijo Rono. Luego miró al perro, estaba agachado al lado de un sillón.
― ¿Qué pasa? ¿Qué hiciste?
El perro seguía agazapado.
― ¿Qué hiciste? Te comiste algo ya, seguro.
El animal sacudió la cabeza y estornudó repetidas veces. Rono se le acercó, y vio lo que había frente al perro.
Muchas veces en su vida Rono había sentido náuseas… pero ahora no, nada que ver, no sintió náuseas.
Delante del choco había una cosa de color amarillo y verde, del tamaño de un antebrazo y de aspecto muy extraño.
― ¿Qué es esto? ― Rono se agachó para observarlo más de cerca.
La cosa se movió un poco.
Los dos, Rono y el perro, se echaron hacia atrás bruscamente. La cosa no se movió de nuevo.
― Es un lagarto ―identificó Rono ahora.
El perro huyó a esconderse, dejando al descubierto su miedo por los reptiles. El lagarto, con la mirada fija en Rono, sacó y metió la lengua rápidamente.
Rono lo imitó, devolviéndole el gesto.
En ese momento una persona entró en la sala. Iba vestido de buzo, con un traje de neopreno, antiparras y patas de rana.
― Hjkklao Fjoy Lenjspduorf Huazzet ―dijo esa persona.
― ¿Perdón? ―Rono no comprendía el idioma del buzo.
El buzo se quitó las antiparras.
― Aló, soy el inspectog Nuasset.
― Ah, qué tal inspectog ―saludó Rono―, yo me llamo Rono, y este animal es mi perro…
― ¡Tiene patuas de ranua! ―exclamó el animal aterrorizado. Y volvió a esconderse.

El inspector Nuasset debía interrogar a Rono a propósito de un prófugo de la justicia, pero no le informó esto a sus superiores, quienes tampoco dejaron saber a las autoridades, por las cuales el gobierno permanecía en la… cúpula gubernamental.
Nuasset se sentó e invitó a Rono a hacer lo mismo. El perro temblaba a sus pies.
― Mmm ―dijo el inspector.
El hombre le contó rápidamente a Rono lo que creía importante, porqué era él un inspector, porqué le gustaba bucear en su propia pecera, porqué fingía hablar francés, de qué manera se preparaban los jabalíes para cocinarlos al tuco… En fin, una serie de cosas… Rono mantenía su mirada en este hombre con curiosidad. Pensaba: “¿Quién es este tipo? ¿Qué mierda pasa acá? ¿Para qué nos han traído?... ¿Porqué estoy sacando y metiendo la lengua así yo?”
― La información que manejo supone que usted ha sido detenido en la ruta.
― ¿Detenido? No no no, volcamos en un auto. Se quedó dormido el perro.
― ¿Y usted qué hizo?
― Yo ya venía dormido.
Nuasset asintió con la cabeza. Rono lo imitó sin darse cuenta.
― ¿Conocía La Zona?
― ¿Qué zona?
― La Zona. Es este lugar donde estamos, que por razones políticas no pertenece a ningún país, está neutralizado por acuerdos internacionales para favorecer el crecimiento del producto. Es un lugar donde prácticamente se encuentran todos los detalles del mundo, las culturas, las economías, las razas…
― Ajá, qué bueno ―dijo Rono sin prestar la menor atención. Encontró un elastiquín y se lo enredó en los dedos.
― Por lo tanto ―prosiguió el inspector― debemos estar atentos con los inconvenientes que pueden ocasionar extranjeros que tienen problemas con la justicia, ¿me entiende?
Rono estiró la gomita y le apuntó al perro. El perro se agachó y la esquivó. Rono le sacó la lengua.
― ¿Me explico? ―insistió el inspector. Rono se volvió hacia él.
― Y si no se entiende usted mismo, explíquese. Haga lo que quiera, en serio, qué me pregunta a mí ―contestó.
Nuasset le dirigió una mirada y luego se levantó. A continuación le advirtió que iba a hacerle preguntas de rutina para constatar hechos y para evaluar las condiciones en las que podría encontrarse Rono de aquí en más en La Zona. Ya que había sufrido un accidente, podría encontrarse en problemas y no saberlo. Rono entendió que le iban a hacer preguntas, identificaba esa palabra. Lo demás no. Toda la escena y la situación lo abrumaban, no podía decir si estaba soñando o durmiendo.
El inspector comenzó con las preguntas de rutina que se le hacen a alguien que puede estar afectado por un shock, preguntas promedio que todo el mundo sabe contestar. Necesitaba asegurarse de que el individuo este llamado Rono no era alguien peligroso.
― Dígame cómo es su nombre.
― Cortito ―respondió Rono riendo. Vieja, mala e inoportuna broma.― No, es un chiste, en serio, sin calentura. Me llamo Rono.
― Sí ―asintió el inspector― Rono y…
― Rono y… ¿mi perro?
― No. Cuál es su nombre completo, con su apellido incluido.
― Ah. Rono Osvaldo Peuser.
Nuasset tomó nota.
― ¿Cómo es el nombre del presidente de los Estados Unidos?
― Bush ―dijo Rono rápido. Y se sorprendió, orgulloso.
― George Bush, sí.
― Lo sabía usted, ¿para qué me lo pregunta entonces?
― Le dije que son preguntas para conocer su estado.
― ¿Y qué estado es?
― Cuando termine lo sabremos.
“Espero que sea California” pensó Rono. “Me encanta California”. Luego dudó “¿California es un estado?”
― Necesitamos datos de personalidad básicos en este procedimiento, ¿me explico?
― ¿Otra vez? ¡Pero usted se pierde a sí mismo cada dos minutos, viejo! Háblese bien, séase claro ―aconsejó Rono.
Nuasset ignoró el comentario y continuó con las preguntas, tomando notas. El perro observaba a los dos hombres y cada tanto soltaba un suspiro de aburrimiento.
― ¿Con quién está casado Brad Pitt?
Rono contestó rápido de nuevo, sin vacilar.
― Bush.
El perro levantó una oreja, pensando “Dios mío”
― No ―dijo el inspector.
― ¡George Bush! Ahí está. Anote ésa, no la otra. ―dijo Rono con la exasperación de un participante en un programa de televisión.
― No, Rono. Brad Pitt no está casado con el presidente de Estados Unidos.
― ¿Ah no?
― No, está casado con una actriz.
― ¿Con cual? ―preguntó intrigado.
― ¡Usted me lo tiene que decir!
― Angeluinua Juoli ―dijo el perro.
Rono lo pateó.
― Calláte.
― ¿Qué día es hoy y en qué año vivimos? ―siguió el inspector.
― Esa es difícil, esa es difícil… ―fingió preocuparse Rono. Luego contestó excitado, levantando los brazos.
― ¡31 de diciembre de 2006! ¡Ajá, sí señor! ¡31 de diciembre de 2006, papá! Te la saqué, te la saqué…
Nuasset miró a Rono con los brazos levantados exclamando “te la saqué, papá, te la saqué” y lamentó tener que hacer aquel trabajo en ese momento. Cuando Rono se calmó, volvió a hablar.
― Es cierto ―admitió el inspector―, pero su perro mostrándole el calendario del teléfono móvil lo ayudó mucho. Muy bien, sigamos…
― Sigamos, sigamos… ―se entusiasmó Rono, frotándose las manos
― ¿Quién ganó el último mundial de fútbol?
― Fútbol, política y religión no, eh… ―dijo Rono.
― Conteste a la pregunta.
Rono exploró su mente
― Un equipo ―dijo.
― Sí, un equipo, pero el equipo de…
― ¿De fútbol?
― ¿Qué selección nacional de fútbol ganó el último mundial, señor Rono? ―Nuasset perdía paciencia.
Rono pensó un buen rato, pero se dio por vencido, era inútil. Largó cualquier cosa.
― La selección de Italia ―dijo.
El perro movió la cola.
― ¿Cuántos minutos tiene una hora?
― Muchos, no sé, ¿sesenta, sesenta y pico?
― ¿Qué toma la vaca?
― Leche.
― No, agua. ―dijo el inspector sin poder evitar sonreír.
― Eso fue cruel ―se ofendió Rono.
― Disculpe.
― Continúe.
― ¿Dónde estaba usted cuando mataron a John Lennon?
― Lejos de él.
― ¿Dónde?
― No sé, no me acuerdo. ¡Pero me hubiera encantado estar ahí y agarrar a ese hijodeputa que lo mató y colgarlo de las pelotas en el Central Park!
― Sí, a mí también ―reconoció el inspector. Y dio por terminada la serie de preguntas, cerró su libreta y miró a Rono.
― ¿Cuántos puntos tengo?
― No tiene puntos, Rono, le dije que eran preguntas hechas de rutina.
― Ah, ¿de rutina hacen esas preguntas? Es un material muy noble la rutina. ― dijo Rono, que se levantó y paseó por la enorme habitación.
― ¿Qué dice?
― Nadua, dejeluó ―dijo el perro.
Nuasset miró al animal con intriga.
― No he podido dejar de darme cuenta de que habla. Y lo hace bastante bien.
De espaldas a su interlocutor, Rono contemplaba uno de los cuadros.
― Sí, hablo bien. Pero le digo que me llevó tiempo, desde muy chico. Yo empecé a hablar a los 9 años.
― Me refería a su perro.
Rono se volvió.
― Ah, sí… habla este hijodegranputamirá. Y se come todo, se come todo. Hay que tener un cuidado…
El perro se agachó.
― Bueno, creo que ya se pueden ir entonces, hemos terminado. Si quieren puedo ofrecerles un auto para que busquen alojamiento.
― Bueno ―asintió Rono con las manos en los bolsillos traseros del pantalón.
― ¿No vieron un lagarto por acá de casualidad? ―preguntó Nuasset.
― Sí, estaba por ahí ―señaló Rono.
El inspector lo buscó.
― No hay nada.
Rono miró al perro. De su boca salió una lengua pequeña y finita y se metió a toda velocidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Blog Archive