20070119

Aventuras de Rono vol.2 [episodio 2]

2. RONO EN CUBA

En el viaje le explicaron algo de lo que estaba sucediendo, pero Rono no captó ni la menor idea. Igual, preguntó si podía hacer una llamada. Los hombres que iban con él le alcanzaron un teléfono, acostumbrados a esa clase de requerimientos por parte de las personas como Rono, que se encontraban en la difícil situación en la que él se encontraba; entendían la preocupación de esta gente por sus familiares o seres queridos. Rono se puso el auricular en la oreja y sonrió, inexplicablemente. Luego marcó un número. Era un teléfono con disco. Y luego marcó dos números más.
Esperó un instante. Una voz de mujer se escuchó al otro lado de la línea.
“Son las once, cincuenta y dos minutos, treinta segundos”, dijo la voz.
― Qué gracioso ―comentó Rono.― A mí me parece que la mina que da la hora debe ser linda. Además, estoy seguro de que está grabada. No puedo creer que esté todo el tiempo la mujer ahí, atendiendo el teléfono diciendo son las tanto y tantos minutos…
Los hombres cruzaron una mirada curiosa entre ellos. Rono giró el disco para escuchar la hora de nuevo.

En la casa del presidente, Fidel Castro puso un habano entre sus dientes. El perro le alcanzó fuego.
― La revolución, querido amigo ―decía Fidel―, consiste en evitar todo tipo de manifestación contraria a lo que uno considera la base de lo que realmente piensa en términos políticos. Es una consigna de hombres que inteligentemente se respetan y se quieren, como pueblo y como hombres. Pero no se trata de aparecer como afeminados ante los caprichos del sistema capitalista que pretende siempre acaparar los avances mediáticos utilizando dados cargados y ruines, con finalidades nefastas para los países que no poseen casinos decentes, se trata de…
― Comandante, disculpe la interrupción, pero vienen los del servicio secreto ―dijo la voz de una de las personas de la seguridad de Castro.― Dicen que el señor que mandó usted a buscar, ya está en el hotel.
El perro movió la cola. Y derribó un cenicero.
― Ah, perfecto, perfecto ―exclamó Fidel.― Quiero verlo cuanto antes. Preparen una cena para esta noche. Y mándenle unos cigarros.
― Muy bien, comandante ―dijo el portavoz, y se retiró.
El perro hizo una seña militar.

En el hotel, Rono se contemplaba a sí mismo en el espejo del baño. A cada rato exclamaba «Maríaaaaaa».
Un golpe en la puerta lo sacó de trance.
― ¿Quién es? ―preguntó Rono a la puerta.
La puerta no contestó. Decidió abrir. Había un hombre. Oh, qué misterio. Quién puede ser este hombre.
¡Oh!
Es el doctor Robert Barbui, en pantalón caqui, camisa beige, zapatos de cuero blanco. Rono está desnudo, y se sorprende de estarlo.
― Vístase, sí. ―El doctor entra en la habitación y deja un maletín sobre la cama.
― ¿Qué hace? ¿Qué pasa? ¿Por qué estoy acá? ¿Quién me ha golpeado? ―Rono tiene infinitas preguntas para el doctor. Sospecha que él sabe algo de todo este misterio.
― No haga preguntas ahora. Sí. Nadie lo golpeó. Usted se resbaló en el jardín del hotel y desafortunadamente un panal de avispas ecuatorianas estaba justo al lado de su cara. Sí. Esas avispas. Ya hemos tenido problemas antes.
― ¿Con las avispas?
― No. Con los hoteles. Acuérdese de Londres. Escuche, tiene que ir a ver al presidente, al comandante Castro. Sí.
― ¿Qué, no está más Fidel? ―Rono sigue preguntando intrigado como una lombriz dentro de un salamín de campo.
― Fidel Castro. Sí. Su perro está con él. Es importante, sí. Su esposa está a salvo en El Salvador. No se preocupe por ella, sí…
― ¿La negrita?
― La negrita. Quién va a ser sino. Vístase, yo lo espero en el ascensor. Sí.
― ¿Qué hay en el maletín? ―Los interrogantes tienen a Rono secuestrado.
― No haga más preguntas. Tenemos que irnos. Hay cosas que hacer, muy importantes y muy urgentes, sí.
― ¿Puedo abrirlo?
― No lo abra. Sí.
― ¿Sí o no?
Rono abrió el maletín. Se produjo un silencio incómodo.
― ¿El traje de Batman? ―se sorprendió― ¿Es para mí éste?
― No puedo decirle nada. Sí.
― ¿Y usted que va a usar? ¿El de Superman?
― Aquaman.
― Aquaman ―repitió Rono.― Uh… Muy Bien. ¿Y el perro?
― Vamos ―insistió el doctor.― Tenemos que irnos ahora. Sí.
Y abandonó la habitación. Rono se quedó observando el traje. Tenía algo fuera de lo común. Algo le faltaba…
― Puuuuuutamaaadre… ¡No tiene el murciélago en el pecho!

En la entrada principal de la casa del gobierno cubano hay una carta. Se trata de un documento que data del período de fundación, cuando la isla era unificada por las distintas maniobras ovíparas y escalfadas de la monarquía española. Está íntegramente tallada sobre la superficie de un gran bloque de bronce fundido con plata, la cual fue traída exclusivamente para éste propósito desde el Perú, en 1657, por el conquistador español y gobernador de Polonia, Fernando Manuel Mujica Garrariaga Smith & Güemes. Es un monumento histórico que permanece aún allí desde su primera lectura en público, simplemente porque Fidel no ha podido dar con un buen herrero.
A las 19:31, cuando llegaron a las escaleras que conducen al gran salón principal del edificio, el doctor Barbui y Rono - ambos vestidos en finísimos trajes de seda caracterizados como Aquaman y Batman respectivamente ―se detuvieron un momento para contemplar aquella reliquia.
Sobre el opaco brillo del bronce se notaba una mancha uniforme que desteñía el metal y cubría gran parte de la escritura, haciéndola ilegible.
― El perro. Sí. Ha meado en el monumento ―dijo Barbui meneando la cabeza.― Qué se le puede hacer, nunca puede controlar su riñón, sí.
― Taquelosremilparió ―se calentó Rono.
Treparon unos cortos escalones y entraron al salón.

Por lo visto, se ofrecía una gran fiesta en su honor. Había mesas por todos lados, mozos yendo y viniendo, llevando bandejas con copas y canapés; una banda de 72 miembros, todos ellos de 72 años cada uno, ponían a punto las pistas para que la gente bailara durante la velada ―tenían un ordenador portátil en el cual ordenaban las pistas, para una intensa noche de son cubano en karaoke.― Rono tenía sed. Se dirigió hacia un costado, donde había una barra. Barbui hizo una seña a uno de los colaboradores de Castro, para que le hicieran saber que ya habían llegado. El hombre movió el mentón, en señal secreta de haber entendido. Luego se acercó al doctor.
― Hay mucha gente aquí, y nadie sabe los planes que el comandante tiene. Todos creen que la fiesta es puro ejercicio del poder sobre la aristocracia. Por eso los disfraces, entiende mi amigo…
― Yo no soy su amigo. Sí. Sólo quiero ver a Fidel y decirle que Rono está bajo mi protección, antes que nada. Aunque también quiero sacarme una foto con él, claro, sí. Pero me inquieta pensar en las intenciones que tenga con Rono. Es un hombre muy especial, está recién casado, tiene un temperamento impredecible…
― Sabemos cómo es Rono, doctor. Y no se preocupe, Fidel conoce…
― No me preocupo, sí, no me preocupo. Ustedes no saben las cosas que éste hombre ha pasado. Es un inútil, sí. Pero ha contribuido mucho con nuestros experimentos en científica cuántica. Y es un hombre muy curioso…

En la barra, Rono bebía un trago y conversaba con el mozo que le servía. Era difícil no sonreír al ver a Batman con un martini en una mano y un cuba libre en la otra. A Rono nunca le preocupó la mezcla en absoluto.
―… así que…, bueno ―comentaba Rono― , acá estamos, no sé bien porqué... pero, parece que el General quiere conocerme, viste…
― Comandante ―corrigió altivo el mozo .
― Bueno, Comandante, General... me da igual. La cosa es que no sé qué quiere… Y mi perro está con él ahora, vos sabés, en este preciso momento, el hijodemilputa no se puede creer mirá…―una señorita muy atractiva pasó a su lado y Batman se detuvo a observarla. Luego siguió conversando con el mozo, y agregó inesperadamente:
― ¿Les gusta Coldplay a ustedes? Porque son medios raros los cubanos, la verdad. Siempre me pareció que vivían como aislados del resto del mundo.
El mozo le dirigió una fría mirada a Batman.
― ¿Qué? ¿No viven en una isla acaso?
Rono dio media vuelta para volver donde el doctor. Pero justo cuando se volvió, la capa se le quedó atrapada bajo los pies de una dama, que perdió el equilibrio debido al tirón y cayó sobre la mesa repleta de pasteles que estaba detrás de ella. Su compañero, vestido de gala al estilo siglo XVIII, trató de sujetarla. Rono también perdió el equilibrio y volcó todo el contenido de sus tragos encima del singular caballero. Pidió disculpas y se alejó lo más rápido que pudo. Atravesando el salón, divisó a Barbui a través de los ajustados ojos de Batman, pero luego lo perdió de vista.
― Perolaputa ―se dijo Rono―. No se ve nada con esta máscara. No entiendo cómo hacía Batman para que no lo cagaran a patadas apenas se ponía esto encima.
Un niñito, tal vez el hijo de algún diplomático que estaba en la fiesta, se paró enfrente de Rono. Iba disfrazado de Superman, con las manos en la cintura. Era un Superman en miniatura. Escrutó a Batman con una intensa mirada.
― Soy más poderoso que Batman― dijo al fin el pequeño que no debía tener más de 9 años.
Rono se quedó en silencio, pensando si debía desperdiciar su tiempo discutiendo con ese niñito engreído. Sería muy infantil de su parte, y además se suponía que no debía entretenerse con asuntos menores. Su energía mental era valiosa y debía reservarla para enfrentar la incógnita de haber sido convocado por Cuba para algo que él desconocía – y no estaba preparado, desde ya -, y resolver eso en términos desfavorables, frente a nada más y nada menos que Fidel Castro, el último líder revolucionario que quedaba en actividad en el mundo entero. Era una situación difícil para Rono.
― Superman se murió en una silla de ruedas, nene.
El niñito observó a Rono de un modo extraño. A continuación pegó un grito, un agudo chillido que perforó los sensibles oídos del hombre murciélago.
― ¡Mamáaaa! ―Batman se llevó ambas manos a las orejas… puntiagudas, que se elevaban por encima de la máscara.― ¡Mamáaaa!
Una señora se dio vuelta, miró al menor, y luego frunció los labios al notar la presencia de Rono. Tomó al nene de los hombros y lo atrajo para sí misma. El nene escondió el rostro, derrotado, en el algodón del traje de la señora que parecía ser su madre, que parecía ser una nube - no tanto porque estaba disfrazada con algodón blanco, sino por las dimensiones de su cuerpo -. Rono alzó las manos con las palmas hacia delante, diciendo con ese gesto que él no era quien había empezado la pelea.
― ¡Sinvergüenza! – exclamó la señora― Es sólo un niño, ¿le parece bonito…?
Rono dudó un instante.
― El traje está muy bueno la verdad ―respondió Rono―. Al mío le falta el murciélago del pecho. Mecagoenlamierda, mire... ¿ve?
Madre e hijo se alejaron y se perdieron entre las demás personas, mientras Rono, tanto como la máscara se lo permitía, se miraba el pecho. Llevó una de sus enguantadas manos hacia él.
― Uylaputa… qué es esto ¡ya me lo manché!


En un piso superior, el perro movía la cola observando a Fidel. El comandante se vestía para bajar a la fiesta. Su disfraz consistía en pantalón y camisa de jean, botas de cuero de víbora, pañuelo al cuello, y sombrero de ala doblada.
― Qué te parece, querido amigo. Quiero verme sencillo, como si estuviera en un simple día de campo con mis compañeros, nada de ostentar un disfraz costoso. No, señor. La revolución, querido amigo…
El perro movió el hocico, articulando un sonido. Fidel detuvo su discurso.
― ¿Qué has dicho?, no te he oído bien. Habla…
― Que puarece un cowbuoy ―señaló el perro.

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